¡PORFI, PORFI, CÁSATE CONMIGO!

Las casi doscientas especies de primates conocidas, entre las que se encuentra la humana, comparten características evolutivas que dejan asustados y malhumorados a quienes todavía no operan con su pertenencia al reino «animal».

Pero, para su tranquilidad «espiritual», la nuestra presenta marcadas diferencias. Además de otras de carácter anatómico, las más notables son: la reducción general del índice de reproducción; el retraso de la madurez sexual; el alargamiento de la esperanza de vida; y una creciente complejidad de la conducta social que ha dado lugar al ritual reproductivo más extraño y peligroso de todos los conocidos: ¡el matrimonio!

Siempre se ha hecho saber que el matrimonio es el resultado de la intrínseca perversidad femenina, que el único objetivo vital de las mujeres es «pescar» un marido y que los hombres, lerdos y faltos de reflejos (es una deducción lógica, ¿eh?), se han visto y se ven continuamente atrapados en este mecanismo diabólico, fruto, cómo no, de la eficaz conspireta femenina internacional.

Pero dado que el pensamiento, la literatura, la ciencia, los soportes de divulgación oral y escrita y el diseño de las estructuras sociales han estado en manos masculinas en los últimos milenios, es fácil colegir que la mentira y la distorsión también. De modo que, en aras de una mejor coexistencia futura, pongamos algunos humildes puntitos sobre sus íes. Porque vamos a ver:

1) ¿No dice la sabiduría masculina que «en el fondo todas las mujeres son unas putas»? Bien. Pues protestarán, seguro, pero esta «sentencia» encierra, en realidad, una confesión: ellos saben que, en la búsqueda del éxito reproductivo, la naturaleza obliga a las hembras a ser promiscuas o infieles para conseguir los mejores genes. Pero les cabrea igual.

2) ¿No es cierto, entonces, que el rencor testosterónico, proyectado como insulto, encierra en realidad otra humillante confesión?: «¡Oh, cielos, si no soy elegido es que soy un excremento inútil!». Es decir: efectivamente, también saben que, en la competición genética, la mayoría de los hombres no serían elegidos ni para procrear órganos sueltos.

3) Como apunte lingüístico-antropológico, sin otro ánimo que el molestandi: ¿No son ellos los que, tradicionalmente, piden matrimonio?

4) ¿No les parece que si el matrimonio institucional fuera una exigencia femenina, todavía andaríamos manifestándonos por lograr ese derecho?

La reproducción de los machos está en manos de las hembras: han de ser elegidos, como en un prostíbulo, en virtud de sus cualidades fenotípicas y genotípicas. Y, aun así, nunca tienen la certeza de que la prole en la que invertirán energía y recursos sea suya. Por ello, han de emplear tácticas variables que les permita: a) evitar la competencia espermática con otros candidatos; b) defenderse de otros genes mejores; c) asegurarse de que las crías porten su genoma.

Sabiendo que muy pocos pasarían el tamiz de selección femenino, ¿cuál es la mejor táctica para que todo hombre tenga una oportunidad? ¡Premio!: monopolizar el acceso sexual a una mujer estableciendo «vínculos de unión». ¿Y cómo? Pues, en la prehistoria, apartando coléricamente a las hembras fértiles de la promiscuidad del grupo. Y en la historia moderna, igual: ¿saben quién institucionalizó el matrimonio monogámico? Cecrops, rey ateniense. Con esta medida, la suspensión del derecho de sufragio y la obligatoriedad de que todo hijo llevara el apellido de su progenitor, pretendía castigar a las mujeres por haber elegido patrona de la ciudad a Atenea, diosa que exigía que toda mujer se entregase, al menos una vez en su vida, a un desconocido. ¿Lo pillan?

Así pues, en términos generales y específicos, la institución matrimonial es una criminal superestructura gremial de vigilancia y control sexual que, exigiendo la virginidad de las solteras, la fidelidad de las casadas, la lealtad sexual de las viudas y la violencia sobre las «putas» que quieren separarse, ha reportado a los hombres mayores ventajas reproductoras que ninguna otra combinación de tácticas.

Eso sí, las cosas como son: han tenido que trabajar como micos de circo para sustentar semejante aparataje. Y no les queda nada, compañeros: yo me voy a dar una vuelta por Loewe, por si alguno tiene los corajes de pedir mi mano. Abierta se la voy a dar.