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La visita de Silvio y Gabi le había tranquilizado.

Por lo menos lo suficiente como para volver a portarse bien.

Comer.

Hablar con el doctor Tarragó.

Volvía a estar en el jardín, viendo cómo anochecía.

Pronto aparecería Leticia, y le llevaría de regreso, le daría la cena, le hablaría…

Marc miró arriba y abajo, con ciertas reservas, pero las mismas enfermeras se habían asegurado de que no hubiera nadie por los alrededores.

Ningún maldito paparazzi.

Si sus padres veían la noticia…

Quizá en el pueblo no se enteraran de nada.

Llegó al camino que unía la clínica con la carretera y pensó en el otro pueblo, el que estaba cerca, al que podía llegar en apenas unos veinte minutos cortando a campo través, antes de que se hiciera de noche.

El pueblo.

El bar.

Una simple cerveza…

Se le hizo la boca agua.

Y el cerebro arena.

Luego recordó la cámara acolchada, y el uniforme blanco con el que le cruzaban y ataban las manos para que no se hiciera daño a sí mismo.

Todos aquellos delirium tremens

También pensó en Noelia.

Pero al que vio fue a Pau.

Muerto.

No se lo había dicho a nadie. Nunca. Pero aquel día le cogió por los hombros y lo zarandeó, gritándole, gritándole, gritándole…

—¿Te vas? ¡Hijo de puta! ¿Te vas y me dejas solo? ¡Eres un maldito egoísta! ¡Vuelve! ¡Vuelve, cabrón, cobarde de mierda! ¿Por qué siempre te has ido por el camino fácil? ¡Quédate!

Se decía que todo grupo tenía su eslabón débil.

Brian Jones en los Rollings, Kurt Cobain en Nirvana, Ian Curtis en Joy Division…

La historia del rock.

Una larga carretera asfaltada con los cadáveres bien parecidos de todos ellos. Los hermosos muertos jalonando la gran leyenda.

La gente no tenía ni idea.

Los conciertos eran el circo, y ellos, los músicos, los gladiadores.

Morían un poco cada noche.

Por eso al acabar la música y apagarse las luces, llegaba la soledad, y las drogas, y las borracheras, y cualquier chica que se prestase al falso minuto de su gloria.

Deseaba una cerveza más que nada en el mundo.

La deseaba tanto…

Dio un paso.

No le detendrían antes de que se la bebiera. Ni le llevarían de vuelta antes de…

Apretó los puños.

El momento de la primera verdad.

La cerveza se le hizo amarga en la boca.

Dejó caer la cabeza sobre el pecho y retrocedió.

Apretó los puños todavía más, hasta hundirse las uñas en la carne.

—Marc.

¿Noelia?

Volvió la cabeza.

Leticia, la enfermera, estaba allí.

Y no le había llamado señor Torras. Por primera vez le estaba tuteando.

—¿Sí?

—Es hora de volver —le sonrió.

De haber seguido andando en dirección al pueblo, ella le habría detenido.

Pero se había frenado.

Lo había hecho él.

Había ganado.

—¿Me estás tuteando por fin? —Se olvidó de todo.

—Aquí afuera importa menos —le guiñó un ojo cómplice.

La distancia hasta la clínica no era excesiva, apenas doscientos metros.

Podía considerarse un paseo.

—De acuerdo, Leticia —asintió él.