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Por extraño que pareciera, nunca había mirado en Internet.

¿Para qué?

No sentía nostalgias, no sentía nada.

Descubrió decenas, cientos de páginas dedicadas a ellos. Páginas hechas por fans, páginas hechas por desconocidos que parecían saberlo todo y más acerca del grupo, páginas individuales, colectivas, sobre sus discos, el significado de sus canciones, lo impensable.

Facebook, Instagram, Twitter…

Y en YouTube, grabaciones, vídeos, conciertos.

Un mundo oculto y secreto, al alcance de cualquiera.

Silvio alucinó.

Entró en la consabida Wikipedia para leer la biografía de Lágrimas de Cocodrilo, para ver aquello a lo que cualquiera podía tener acceso en caso de buscar una primera información.

Lágrimas de Cocodrilo. Grupo español de gran éxito formado por Silvio Paz a la batería y voz solista, Gabi Muñoz a la guitarra y voz solista, Marc Torras a la guitarra y coros, Pau Rocamora a la guitarra y coros y Gonza Iriarte al bajo y voz solista en algunos temas.

Pasó de las fechas, se concentró en la biografía.

Silvio Paz y Gabi Muñoz crearon Lágrimas de Cocodrilo después de tocar y componer juntos desde la adolescencia. Tenían dieciocho años. Con la aparición de Marc Torras y Pau Rocamora se convirtieron en uno de los pocos grupos de su tiempo con tres guitarras, hecho que confirió a su sonido una característica muy roquera. Gonza Iriarte, al bajo, completó una formación única que debutó con un primer disco, Llegamos a tiempo, de enorme éxito e impacto nacional, rompiendo moldes en su momento. Cinco canciones del álbum coparon el n.º1 de las listas, Llegamos a tiempo, María, La revolución está en marcha, Paso de ti y El filo de la navaja. Con un directo brutal, incisivo y demoledor, Lágrimas de Cocodrilo cambiaron el panorama de la música en España, prolongando su éxito también por Latinoamérica y algunos países europeos. Sus siguientes discos, Rompiendo, Tres, el directo ¡Aquí estamos! Y el definitivo Duro, así como los continuos temas extraídos de ellos, los mantuvieron en el n.º1 hasta que problemas y diferencias internas los llevaron al colapso y la separación. La muerte de Pau Rocamora, por una sobredosis, y el alcoholismo de Marc Torras, aceleraron la desintegración de la banda. En su última gira, tras la tempestuosa grabación del álbum Duro, suplieron la baja de Torras con un nuevo guitarra, y se apoyaron en un teclista y un segundo batería, para dar mayor libertad a Silvio Paz. En el momento de su separación dijeron que regresarían «cuando el cielo ardiese». Con posterioridad se editó un recopilatorio, Grandes éxitos, que se convertiría en el disco más vendido de la década en España.

Por separado, solo los dos líderes y compositores, Silvio y Gabi, grabaron algunos álbumes lejos del brillo y la fuerza que eran capaces de mostrar estando unidos. En este sentido, las canciones de ambos están consideradas…

Dejó de leer.

Datos, cifras, opiniones, valoraciones.

¿Dónde estaba el dinero que habían ganado?

¿Y la fama atesorada?

Él había invertido la parte final en su estudio, y desde luego seguían llegando derechos de autor cada año, suficientes para vivir decentemente, sin más. Pero todo estaba cada vez más lejos de su década prodigiosa.

Cada generación borraba el pasado de su memoria.

Había un enlace con una página dedicada a Pau. Lo pulsó y entró en ella. Lo primero que vio fue una imagen de su amigo, joven, sonriente, con su eterno desenfado por bandera. Había una biografía, frases pronunciadas por él en diversas entrevistas, comentarios de los fans y mucho más. No faltaban vídeos con algunos de sus solos más representativos, en especial el de La revolución está en marcha, siempre extenso, de no menos de diez minutos, hasta que acababa enloquecido, arrodillado y machacando su guitarra entre la locura del público.

—Joder, Pau… —rezongó—. Mira que eras bueno…

¿Por qué no lo impidieron?

¿Por qué no lo evitaron, si eran testigos de su descenso a los infiernos?

Y lo mismo había pasado con Marc.

¿Era ceguera o simple indiferencia?

¿Por qué, si el rock era amor?

Tenía suficiente. Salió de Internet y apagó el ordenador. Elisabet estaba arriba, con Neo, pero no quiso subir porque temió que ese gesto, en ese instante, no fuese más que otro modo de huir. Una escapada. Se quedó en la sala unos instantes, frente a la mesa de mezclas, y cuando alargó la mano para tocarla la sintió muy fría.

Todas las mesas de mezclas estaban frías cuando el fuego de la música no corría por sus entrañas.

Se levantó y entró en el estudio.

Cerró la puerta.

Quería coger la guitarra, empezar a componer algo. Pero antes tenía que soltarse, liberarse de los fantasmas interiores, así que se sentó en su batería, cogió las baquetas, tomó aire y se disparó.

Literalmente.

Uno de sus feroces solos, llenos de vida y fuerza, se apoderó del lugar, de su cuerpo y de su cabeza.

Decían que todos los baterías estaban locos.

Decían.

A la mierda con ellos y con el mundo entero.

Nadie entendía la adrenalina que circulaba por un batería convirtiendo el vértigo de sus sentidos en ritmo.

Tocó un minuto.

Cinco.

Probablemente diez.

Sudaba, pero no podía parar.

Gritaba en silencio.

Sus manos se movían a la velocidad del sonido. Las baquetas eran invisibles. Tenía los ojos cerrados. No necesitaba ver para dominar el pequeño espacio de su universo personal.

Adrenalina, adrenalina, adrenalina.

Cuando de repente paró, tras una subida progresiva coronada por una traca espectacular, abrió los ojos.

Elisabet estaba al otro lado del ventanal que separaba el estudio de la sala con la mesa de mezclas.

Se tapaba la boca con una mano y estaba llorando.