30
Lo mismo que la primera vez, unos días antes, la voz de Marcelino Gausá se hizo enorme a través del teléfono.
Solo que ahora, ya sabía quién le llamaba.
—¡Juanjo!
—Hola, Marcelino.
—Ayer mismo pensaba en ti, dándole vueltas a la campaña de lanzamiento.
—No corras tanto.
—Venga, hombre. No llamarías si no fuera para darme buenas noticias.
—No, te dije que te llamaría para contarte cómo iba todo.
—¿Y no son buenas noticias?
—En parte sí, mucho, pero todo sigue en pañales y paso a paso.
El director de Karma Discos chasqueó la lengua.
Juanjo no supo si era por fastidio o por resignación.
—Va, cuenta —le pidió.
—De momento puedo decirte que lo peor ha pasado. No solo se han reconciliado todos, y están de acuerdo en volver, sino que han ido a llevar a Marc Torras a una clínica de rehabilitación.
—¿Va a desintoxicarse?
—Sí.
—¿Cuántas veces lo ha intentado?
—Vamos, Marcelino. Dale un voto de confianza.
—A mí, mientras graben un disco y den unos conciertos, ya me vale.
—El gran sentimental corazón de oro —se burló Juanjo con acritud.
—¿Qué quieres que te diga? ¿Te cuento a cuantos cantantes y grupos he visto pasar por aquí en cuarenta años, desde que mi padre fundó esto? No se les puede tomar cariño. Son como hijos tontos: siempre acaban fallándote y defraudándote.
—¡Ellos son Lágrimas de Cocodrilo, coño! —Se enfadó el mánager.
—Como si son los Beatles reencarnados.
—Tendría que haber llamado a otra compañía.
—Juanjo…
—Bueno, que sepas que sin Marc no vuelven.
—¿No pueden meter a otro?
—No quieren. O los cuatro o ninguno.
—Tú diles la de pasta que van a ganar y verás como entran en razón.
—No los conoces, o has olvidado cómo eran. Esta vez es distinto. Ni siquiera en la gira habrá más miembros. Serán ellos cuatro. Es una de las condiciones que se han impuesto.
—¿Una? —se alarmó Marcelino Gausá—. ¿Hay más?
—Si Gabi y Silvio no consiguen componer buen material, tampoco lo harán.
—¿Otra vez con esas? ¡Pero si hagan lo que hagan lo venderemos como churros y habrá un millón de descargas en Internet!
—Es lo que hay —dijo Juanjo—. Pero te diré una cosa: yo creo en ellos. Los he visto mucho más maduros. Ni son los críos de dieciocho años del comienzo ni las estrellas inconformes que se separaron a los treinta. Tampoco viven ya el sueño del rock de los veinte años. Aun sin dejar de ser roqueros. Todos los grandes grupos que han roto abominando de su vida y de los compañeros aprenden la lección, se dan cuenta del tiempo perdido, y vuelven de otra forma. Siempre es igual. Son músicos. Por encima de todo, son músicos. Lo que quieren es tocar, aunque tengan ochenta años. El éxito quema, y ellos han necesitado doce años para curarse.
—Un momento, que voy a aplaudirte —dijo Marcelino Gausá.
Juanjo escuchó unas palmadas por el auricular.
El director de Karma Discos era una roca entonces, y seguía siéndolo ahora.
Negocios.
Nada personal, solo negocios.
—Marcelino…
—No, no, si te entiendo, y lo valoro. Pero a mí no me vengas con historias. O hay disco o no lo hay. O hay gira o no la hay. Y prefiero que haya las dos cosas, claro. Por Dios, ¿saben la de pasta que hay en juego?
—Supongo que sí, pero no se ha hablado de eso.
—Pues deberían. Y debería ser lo primero. No creo que naden en la abundancia precisamente.
—Tampoco les va mal. Menos Marc, todos trabajan regularmente.
—¿Tocando en clubs de mala muerte? ¡Santo Cielo, Juanjo! ¡Ellos llenaban campos de fútbol!
—¿Me lo dices o me lo cuentas?
—De acuerdo —el director de Karma Discos recuperó su vieja máxima de que el tiempo era oro y las charlas entre amigos por teléfono un absurdo. Posiblemente porque él no tuviera amigos—. ¿Me seguirás informando?
—¿Seguirás con la boca cerrada?
—¡Sí, pesado!
—Entonces lo haré.
—¿Cuánto crees que tardará Marc en recuperarse si lo hace?
—Un mes o dos mínimo. Y lo hará.
—¿O sea que antes…?
—Nada. Aunque me consta que Silvio y Gabi deben estar ya componiendo algo.
—¿Qué dice Gonza?
—Nada.
—Bueno, menos mal —se relajó—. Venga, crucemos los dedos.
—Tranquilo, Marcelino.
—¡Oh, sí, tranquilo! ¡Adiós!
Fin de la conversación.
A Juanjo le pareció que había estado nadando en la piscina de los tiburones, como siempre que hablaba con alguien de una compañía discográfica.