DOS
El 16 de abril, un editorial sin firma de la revista Leer hoy (habitualmente crítica y sarcástica con los nuevos géneros literarios que tacha de «comerciales») ensalza la novela La familia y la bestia, escrita por Laura White, como «el más original e imaginativo relato de misterio de los muchos ofrecidos al hastiado lector de novela negra en España». Mavi, después de leerlo, se siente muy feliz; pues, si bien hasta el momento las opiniones sobre el libro habían sido en general favorables, precisamente esa misma tarde es su primera firma de libros en El Corte Inglés de Serrano.
A las seis, ella sale de su apartamento y se dirige caminando sin prisas por la calle de Goya, con la intención de llegar a la librería con anticipación suficiente para tomar un café con su editora. La firma está prevista para las siete y siempre resulta conveniente estar un rato antes para saludar a los directivos y hacerse algunas fotos. Una inesperada lluvia primaveral hace que la gente corra de repente, y no le queda más remedio que apresurar los pasos por la acera mojada, teniendo que resguardarse frecuentemente bajo los aleros y los toldos de las tiendas. Los transeúntes, salpicados por los resplandores húmedos del chaparrón y bañados por la luz vespertina, cambian de color con camaleónica rapidez. Y así, a ratos a cubierto y a ratos a merced de los canalones, ella llega ante el hormiguero del gentío que penetra a borbotones por la puerta principal de El Corte Inglés, exudando un olor agrio, humano, que se mezcla con el de las calles mojadas.
En la misma entrada de la librería, junto a una pila hecha de ejemplares de su novela, ve enseguida un gran cartel con su foto en el que puede leerse en grandes letras en blanco sobre un fondo verde oscuro: «HOY FIRMA LIBROS LAURA WHITE». Al lado hay otro cartel enorme con la portada de La familia y la bestia: un cielo gallego oscuro, borrascoso, sobre un mar encrespado; y en la playa, lamida por espumantes olas, una lancha en llamas en torno a la cual se ve un confuso aquelarre formado por oscuras figuras humanas.
Cerca de la puerta están Virginia, la editora, y un fotógrafo. Mavi se detiene a distancia, como retraída. No termina de acostumbrarse a esas situaciones y su cara se afina por la tensión. Pero inmediatamente se ve obligada a sonreír cuando Virginia va hacia ella exclamando:
—¡Mavi, querida, solo una foto! ¿No te importa, verdad?
Ella posa un poco a regañadientes al principio, pero enseguida le brota desde dentro un inevitable ramalazo de vanidad y ofrece su mejor perfil y una mirada interesante.
—No, por favor, no mire a la cámara —le dice el fotógrafo—. Mire hacia los libros con naturalidad… Va, va, no, no mire hacia aquí, por favor… ¡Así! ¡Genial! ¡Está guapísima!
Muy pronto se aproximan algunas señoras elegantes, recién salidas de la peluquería, llenas de curiosidad y, mientras observan la sesión de fotografía, hacen comentarios:
—¡Qué joven se la ve!
—¡Enhorabuena, Laura!
—La novela es buenísima.
No hay tiempo para el café. Después de unos rápidos saludos a los directivos del establecimiento, le indican un pequeño estrado donde está dispuesta una mesa con libros y la silla donde debe sentarse para firmar. No tarda en formarse la cola y, cuando Mavi quiere darse cuenta, ya hay gente delante de ella, esperando a un par de metros con sus libros en las manos.
—¡Qué éxito! —le susurra al oído Virginia, con los ojos bailándole de felicidad—. ¡Qué maravilla, Mavi! ¡Mira qué montón de gente te estaba esperando!
El primer cliente que se acerca es un hombre con barba, insolente y enfurruñado, que le dice con un desinterés hostil:
—Ande, Laura White, fírmeme el libro. Es un regalo para un amigo que la admira a usted no sabe cuánto… Porque yo, la verdad, no me creo nada de lo que cuenta ahí.
—Pero… ¿ha leído usted el libro? —le pregunta ella con cordialidad forzada.
—¡Qué va! A mí estas novelas de misterio no me gustan nada, yo soy más bien de novela histórica… —Sonríe malévolamente—. Aunque supongo que a usted no le molestará que se lo diga, ¿verdad?
—No, claro que no me molesta, señor. Sobre gustos… Pero, si no lo ha leído, ¿por qué dice que todo lo que se cuenta en La familia y la bestia es mentira?
—Doña Laura, yo soy comisario jubilado de policía —le contesta el hombre, desdeñoso, estirándose—. Como comprenderá, a mí no me la da usted… Todo eso del satanismo, los aquelarres, la brujería… ¡La cosa es mucho más simple! El narcotráfico es pura delincuencia, intereses, dinero… No hay más misterio.
—Bueno, si usted sabe tanto…
—¡Pues claro! ¡Yo he servido en la comisaría de Betanzos! Así que…
Mavi suspira y sonríe.
—En fin, usted y yo deberíamos tener una larga conversación y yo le contaría muchas cosas que no sabe… —observa, haciendo de tripas corazón—. Pero, ahora, como ve, debo dedicarme a firmar libros; los lectores de la cola esperan y tengo poco tiempo…
El comisario jubilado suelta una risotada.
—¡Ya me gustaría a mí tener esa conversación! —replica pícaramente—. Pero no por lo que pueda contarme usted a mí, sino por estar yo al menos un rato con una señora de tan buen ver.
—¡Qué pillín! —responde ella, cada vez más incómoda, pero sin dejar la sonrisa artificial—. Ande, deme el libro, que se impacientan. ¿A quién se lo dedico?
—A don Mariano Bermúdez; así, a secas. Aunque sepa que es cirujano jefe en el Marañón… ¡Un portento!
—¡Ah, qué bien!
—¿No se lo he dicho? Lee todo lo que escribe y la admira mucho.
—Sí, más que usted, por lo que veo.
El comisario impertinente suelta otra risotada.
—Yo la admiro también…, pero por esos ojos azul noche… —le espeta—. ¡Ja, ja, ja…! En la foto de ABC ha salido usted guapísima. Para tener cincuenta años está hecha un guayabo… ¿Cuántos años cree que tengo yo?
—¿Ochenta?
—¡Ochenta! —ríe el hombre—. ¡Mire que es usted mala, doña Laura! Yo le echo piropos y usted se cachondea de mí. Sepa que tengo apenas doce años más que usted. ¡O quién sabe! Porque… ¿quién me dice a mí que no se quita usted años en la nota biográfica que pone en la solapa de sus libros? ¿No hacen eso las artistas? ¿Eh?
La editora, que llega en ese momento después de haber estado tomando café con el fotógrafo y el director del establecimiento, se da cuenta de que aquel hombre se está poniendo quizás algo pesado e interviene diciéndole:
—Señor, por favor, que hay cola. Si es tan amable…
El comisario jubilado mira en torno.
—Bueno, cola lo que se dice cola… —objeta—. Aquí hay poco más de veinte personas… ¡Colas las que tenía don Antonio Gala en este mismo lugar en sus buenos tiempos!
—Señor, por favor —le dice Virginia—. Se está pasando…
El hombre se vuelve hacia ella, arruga el ceño y contesta con aire ofendido:
—¿Pasando? Creo, señorita, que he sido correcto en todo lo que le he dicho a doña Laura. ¿O no, doña Laura? —se dirige a ella—. ¿La he molestado?
—Oh, no, señor, ¡claro que no! Pero comprenda que…
—Sí, comprendo, comprendo. ¿Cómo no voy a comprender? ¡Soy un hombre educado! Y perdóneme si… En fin, no he querido resultar inoportuno… Aunque… Bueno, me gustaría hacerle una última pregunta… ¡Y aquí paz y mañana gloria! ¿Tiene a bien contestarme?
—Naturalmente, señor, si es breve.
—Sí, ¡brevísimo! —ríe—. A ver, doña Laura White, ¿no es verdad que se llama usted María Visitación de la Vega? Entonces, ¿a qué eso de Laura White? —Y lo de White lo pronuncia con claro retintín.
Mavi le sonríe. Le han hecho la dichosa pregunta en otras ocasiones y, aunque aquel hombre ya la está sacando de quicio, no está dispuesta a montar un numerito.
—Parece mentira, señor, tan culto como parece usted y no sabe que eso es un seudónimo literario —responde con atenta serenidad.
—¡Un seudónimo literario! —replica el comisario con manifiesto desagrado—. Ahora, doña Laura, es usted quien me ofende a mí. ¿Cómo no voy a saber yo eso? ¡Pues claro que sé lo que es un seudónimo! ¡Claro que sé qué es un alias! A lo que yo me refiero es al dichoso apellidito: White, Whi-te. ¡Valiente tontería! ¡Qué horterada! Si decidió publicar bajo seudónimo sus novelitas de misterio, ¿por qué escogió un apellido anglosajón? ¿Por qué no se ha llamado, por ejemplo, Laura Blanco? O mejor, ¿por qué no Laura Alba? ¿No suena bien acaso para usted la lengua española? ¿Le molesta la lengua de Cervantes, Lope y Galdós? Whi-te, ¡qué cursilería, señora mía! A mí me suena eso a manida cinematografía norteamericana, a película añeja, a… ¡A qué sé yo qué, demonios!
Mavi se pone en pie, sin dejar de sonreír, y mira fijamente a los ojos de aquel hombre.
—Usted, señor, sabe mucho —le dice con una calma pasmosa—. ¡Me asombra! Usted tiene mucha razón. Y yo, humildemente, creo que debo recordarle aquello que un gran cómico y escritor español le dijo a un admirador suyo. ¿No sabe lo que le dijo?
—No, doña Laura. ¿Qué le dijo?
Laura inspira hondo, con inalterado semblante, y grita de pronto con furia:
—¡¡¡Váyase usted a la mierda!!! ¡¡¡A la mierda!!!
En torno se hace un gran silencio, en el que la música suave de los altavoces suena de repente más nítida. Todas las miradas se han vuelto hacia el lugar donde han bramado aquellas voces. El comisario jubilado también mira muy fijamente a Mavi.
—Eso no tiene ninguna gracia —dice, con aire de superioridad desdeñosa—. Fernando Fernán Gómez era un ineducado que debía de tener perdida ya la chaveta cuando gritó eso a aquel pobre hombre. ¡Qué ingrato fue! Por mucho que le hayan reído la gracia… Este país es un país de idiotas desagradecidos. ¡Y de locos! Y usted, doña Laura Whi-te, es decir, doña María Visitación de la Vega, tampoco debe de andar muy cuerda al abandonar la judicatura para inventarse estas tonterías que escribe y que pretende que nos las creamos… En fin, yo, sinceramente, le deseo a usted toda la suerte del mundo… No le guardaré rencor alguno… ¡Cómo se lo iba a guardar, señora mía, con esos ojos color noche!
Después de decir esto, se marcha con el libro bajo el brazo, mientras todas las miradas siguen su recorrido hasta la salida. Y una mujer de la cola, a la que ahora le toca el turno de firmar, le dice a Mavi:
—¡Vaya un tío estúpido! Has hecho muy bien en mandarle a la mierda, Laura. ¡Menudo machista asqueroso! ¿A eso ha venido? ¿A darte la tarde? No te preocupes, que aquí estamos un montón de admiradoras para animarte.
—Gracias, muchas gracias, señora —contesta Mavi con voz temblorosa, haciendo un gran esfuerzo para recuperar la sonrisa que durante un momento se le ha helado en los labios.