CUATRO

Es uno de los últimos días del mes de julio, en torno al mediodía. Los fatigados madrileños que salen de sus trabajos para comer empiezan a pensar en las brisas de la costa, o en el lánguido descanso de sus lugares de origen en la entrañable e inmóvil vida de provincias. Mavi, en cambio, ha tomado la decisión de quedarse en Madrid durante todo el verano. En agosto la capital se convierte para ella en un maravilloso espacio, más abierto e inagotable, libre de atascos, de oficinistas y del cotidiano agobio de las prisas y los ruidos. Es una oportunidad única para salir a caminar y perderse por los barrios y las calles de la ciudad, en un interminable laberinto de pasos, unida a los turistas, al curioseo de otra gente nueva, pasajera, más calmada, más sonriente; gente entregada a sus vacaciones aprovechando el vacío dejado por aquellos que han huido hacia las suyas propias, lejos, a los mares, a las montañas, a los pueblos del interior o al apretujado y soleado bullicio de alguna isla del Mediterráneo.

A Mavi permanecer en Madrid durante el mes de agosto le proporciona, más que nada, cierta paz, un vacío interior saludable, como una escapada de sí misma y un regreso armónico al deseado territorio de la escritura. Porque ella, invariablemente, se dedica a escribir sus libros desde Semana Santa hasta finales de septiembre. En esto, como en algunas otras cosas, es metódica, puntual, inflexible. Para ser exactos, se comporta de esta manera en lo que tiene que ver con el trabajo, para el cual siempre fue disciplinada y eficiente. Lo cual no significa, ni mucho menos, que sea una de esas personas organizadas en todo, rutinarias o amantes de las normas y los convencionalismos. Digamos más bien que siempre fue lo contrario de eso, salvo a la hora de trabajar.

Con sus cuarenta y nueve años cumplidos, a estas alturas de su vida, Mavi ha llegado ya a la conclusión de que nada es real en este mundo excepto el azar. Y con este convencimiento es capaz de seguir adelante sin llevarse ningún disgusto serio. ¿Para qué angustiarse? ¿Para añadir mayor desazón a los reveses que ya de por sí son inherentes al hecho de vivir? Quizás por eso escribe novelas de misterio: porque, precisamente, la existencia humana ya carece para ella de todo misterio, y en consecuencia, se cree en la obligación de inventarlo, de crearlo y ponerlo de alguna manera en las vidas de los demás. Firma estas obras con el nombre de Laura White, como seudónimo en honor a la protagonista de la novela La dama de blanco, de Wilkie Collins. Y a decir verdad, a Mavi no le ha ido nada mal con la escritura. Produce sus novelas a razón de una al año y, a veces, incluso dos, lo cual le ha proporcionado, demasiado fácilmente y con una rapidez nada esperada en un principio, una fama considerable. Ha ganado en los últimos tiempos dinero suficiente para no dedicarse a otra cosa y pudo abandonar, pasados cuatros años desde la publicación de su primer título, la profesión de jueza, a la que se venía dedicando, también con cierto éxito, desde que aprobó las oposiciones a los veinticinco años. Como no emplea más de cinco o seis meses en la escritura de una novela, está libre el resto del año para hacer lo que quiera: ir a exposiciones, al cine, leer mucho, viajar, impartir conferencias y seguir las temporadas de teatro y ópera en otoño e invierno. Durante el verano, aparte de encerrarse a escribir durante seis o siete horas diarias, suele salir de su apartamento de Madrid para caminar por la ciudad, hacia donde la lleven sus pies, sin plantearse ir a este o aquel lugar concreto, entregándose al suave movimiento de los turistas en la calles, para liberarse de la obligación de pensar a la que se ha visto sujeta el resto de la jornada, en su cotidiano trabajo de inventar personajes, circunstancias e historias…

Este día de finales de julio se percibe ya en Madrid el ansia vacacional. Mavi camina y lo aprecia. Sigue y sigue su imaginación excitada, inventando la trama de lo que piensa escribir cuando llegue a casa: la historia de una niña robada en un hospital en los años setenta, que ahora, pasado el tiempo, resulta elegida ministra del Interior después de que el partido al que está afiliada haya ganado las elecciones. Empieza a partir de aquí un elaborado juego de coincidencias, descubrimientos y sorprendentes encuentros que van dando forma al misterio del relato. Mavi deambula por la ciudad, como abstraída, mirando sin ver; porque los ojos interiores de su imaginación van tejiendo el argumento de su novela, mientras se regocija y se felicita por haber dado con una serie de elementos que serán la clave del que puede ser su éxito próximo: el escabroso asunto de los niños robados, la política, la investigación judicial; confusas y oscuras relaciones personales y familiares; intrigas y un final imprevisible. Seguro que su editora va a estar contenta y le va a ofrecer un contrato con un buen anticipo. Estas enmarañadas historias están de moda últimamente y, mientas dure el tirón y la complicidad con los lectores, a Mavi le cuesta poco inventarlas; y además las escribe bien, con fluidez, como sin hacer demasiado esfuerzo. Sobre todo, desde que se vino a vivir a Madrid por temporadas.

Hace ya más de dos años que se alquiló un apartamento en el barrio de Salamanca. Cuando obtuvo su mayor éxito con la novela La familia y la bestia, en la que contaba la terrorífica peripecia de un matrimonio perdido en una carretea secundaria, cerca de Finisterre, en la oscuridad de una larga noche de invierno, a merced de una cruel banda de narcotraficantes. Esta historia rebuscada, pero ágil y trepidante, se vendió como rosquillas: más de cien mil libros, que le proporcionaron una buena suma por los derechos de autor. Fue a partir de ese momento, en medio de la presión de la fama, el acoso de los medios de comunicación y las propuestas de los editores, cuando ella empezó a plantearse un cambio importante en su forma de vida. Se sintió de repente verdaderamente afortunada al tener la oportunidad de dejar atrás sus pesarosas obligaciones como jueza, por muy bien que le fuera: se acabaron los interminables expedientes, las consultas, las largas horas de estudio, las idas y venidas al juzgado; y sobre todo, se acabó la rutina de una vida como tantas otras vidas, de frenética actividad durante los días de diario y de aburrimientos y tedio el fin de semana. A partir de ahora, podría seguir escribiendo, pero solo dedicándose a eso; y resultaba que encima era eso lo único que últimamente se sentía capaz de hacer.

* * *

Después de comer el calor se hizo agobiante. Entonces Mavi regresó a su apartamento para escribir. Durante cuatro horas ha estado sumergida en la historia de la ministra, dando forma a la ingeniosa manera en que la protagonista decide zafarse de la incómoda situación de tener que reencontrarse con unos padres (sus verdaderos padres) de cuya custodia fue sustraída y que ahora la reclaman como hija en un conocido y sensacionalista programa de televisión. Mientras la escritora saborea sus ocurrencias, está fresca, tranquila, contenta. Crea escenas y personajes con un notable control de su oficio, enteramente ajena al asfixiante ambiente exterior y a la fatiga de los madrileños que regresan a sus hogares, tal vez pensando solo en sus vacaciones. Y justo cuando está releyendo lo que ha escrito, reflexionando sobre el significado de las frases y corrigiendo lo que no termina de convencerla, suena el teléfono. Mira el reloj, ve que son más de las nueve y se pregunta por qué alguien llama a esas horas. Se levanta contrariada y va hacia donde tiene el móvil. La pantalla del iPhone indica que llama «MAITE». Es su abogada.

—¿Sí? —pregunta Mavi.

Al otro extremo de la línea, contesta una voz a la vez mecánica y llena de sentimiento.

—Mavi, ¿cómo estás?

—Ya ves, Maite, escribiendo.

—¿Hace calor en Madrid?

—Sí, hoy sobre todo.

—Pues figúrate aquí, en Cáceres. ¡Uf!

Por un instante hay una pausa, en la que Mavi supone que quizás su abogada le va a dar malas noticas; así que se impacienta y pregunta, un poco inquieta:

—Maite, ¿ha pasado algo?

—Sí. Ya tengo la sentencia.

—¿Y qué hay en ella? ¿Es malo o bueno?

—¡Fantástico, Mavi! —exclama la abogada—. ¡Nos dan la razón en todo! Desestiman el recurso, confirman en todo la sentencia del juzgado. Hemos ganado, Mavi, ¡hemos ganado por goleada! —Vuelve a haber un silencio, más largo este. Tras el cual, la abogada pregunta—: ¡Mavi! ¿Mavi…? ¿Se ha cortado? ¿Mavi, estás ahí? ¿Oye?

—Sí, sigo aquí.

—¿Y qué te pasa? ¿No te alegras?

—Sí, claro…

—Pues ya lo celebraremos; porque esto hay que celebrarlo como se merece. ¿O no? ¿Qué se pensaba él? ¿Que le iban a dar todo lo que pedía?

—Sí, Maite, claro que sí, esto hay que celebrarlo…

—Pero…, Mavi, te noto rara. ¿De verdad te alegras? A ver si ahora te va a dar pena de Agustín, con todo lo que te ha hecho…

—¿Pena? ¡No digas tonterías! No es pena… No sé… Me he quedado un poco así…

—¿Así? ¿Cómo así?

—Bueno, déjalo, no es nada… Gracias por todo, Maite. De verdad, te estoy muy agradecida; eres muy buena abogada, ¡enhorabuena! Y gracias, muchas gracias…

—Bien, Mavi, ahora mismo te escaneo lo principal de la sentencia y te lo envío por correo electrónico para que lo puedas leer.

—Gracias, muchas gracias, Maite. Envíamelo.

* * *

De: María Teresa Tello Gálvez «maitetelloabo2002@gmail.com».

Fecha: 27/07/2013 22.10

Para: Mavi de la Vega «mavivega@artebook.org».

Hola, Mavi, como hemos quedado en la conversación telefónica, te envío la sentencia. Te copio solo el fallo de la primera sentencia y la resolución de la Audiencia Provincial, que es lo que interesa. Lo demás ya lo leerás cuando vengas a Cáceres. Una vez más, enhorabuena. Abrazos. Maite.

Fallo:

… debo estimar y estimo parcialmente la demanda interpuesta por doña María Visitación de la Vega Montellano contra don Agustín Medina González, desestimando la petición reconvencional de este último, declarando el divorcio del matrimonio formado entre ambos, con todos los efectos inherentes a la misma, que se regirá por las siguientes medidas:

1ª. Se otorga a la madre la guarda y custodia de la hija menor común, Marta, con un derecho de visitas en favor del padre de fines de semana alternos entre la salida del instituto del viernes hasta la entrada al mismo en los lunes o hasta las veinte horas del domingo, en ausencia de aquel. También permanecerá con el padre todos los miércoles entre la salida del instituto o las dieciocho horas y las veinte horas y solo los miércoles con igual horario. Las vacaciones escolares se distribuirán por mitad, debiendo las de verano asignarse por quincenas. En caso de falta de acuerdo, la primera parte corresponderá al padre los años impares y la segunda los pares. Los puentes se unirán al fin de semana al que corresponda la estancia más próxima y el resto de las festividades se distribuirán alternativamente, entendiéndose, a falta de acuerdo, que la primera la disfrutó el padre.

2ª. Se atribuye a la esposa demandante y a la hija común, Marta, el uso de la vivienda conyugal sita en Cáceres, avenida del Monte, 47, A y B, así como el ajuar familiar, pudiendo retirar el esposo, previo inventario, sus enseres de uso personal en el plazo de diez días si no lo hubiere ya efectuado.

3ª. Se fija en trescientos euros mensuales la cantidad que, dentro de los cinco primeros días de cada mes, deberá satisfacer el demandado a la esposa, en la cuenta bancaria que por esta se determine, en concepto de alimentos en favor de la hija menor común, cantidad que se actualizará automáticamente cada año con arreglo a las variaciones de los índices de precios en relación al consumo publicados por el organismo nacional competente. Los gastos extraordinarios, en caso de producirse, serán a cargo de ambos progenitores por la mitad.

La Sección Primera de la Audiencia Provincial de Cáceres resuelve como sigue:

Fallamos:

En atención a todo lo expuesto, la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Cáceres, en nombre de su majestad el rey

Primero. Desestimar el recurso de apelación interpuesto por el demandado contra la sentencia dictada por el juzgado de primera instancia número 2 de Cáceres el día 2 de mayo de 2012.

Segundo. Confirmar la citada sentencia.

Tercero. No hacer expresa imposición de las costas de la alzada.