UNO

El tren se detiene en la estación de Atocha con algo de anticipación. La llegada estaba prevista para las once y siete; y cuando Marga mira la pantalla de su teléfono móvil, son todavía menos de las diez. «Qué cosa más rara —se dice—. Es la primera vez que me pasa». Cuando sale del vagón, después de caminar algunos metros por el andén, entra en el gran vestíbulo y ve en el reloj que son las once y cuarto. «¡Qué tonta! —exclama para sus adentros—. Otra vez se me ha vuelto a olvidar que no cambio la hora». La cosa le hace gracia y apresura la marcha, abriéndose paso a través de los cuerpos que vienen en dirección contraria. Por ser una hora punta, la estación está llena de gente y eso acentúa su confusión cuando intenta orientarse en medio de las escaleras, los pasajes y la infinidad de puertas que se abren en todas direcciones. De pronto, sin saber por qué, se para delante de una hilera de pequeñas tiendas y sus ojos recorren extraviados todo lo que se exhibe en los escaparates: bisutería, ropa, marroquinería, baratijas… Algo sorprendida, repara en que nunca se había fijado en aquella suerte de mercadillo. Y solo un instante después, al proseguir su camino, su sorpresa se convierte en sobresalto cuando se topa de frente con un gran cartel, en el que la mira directamente la fotografía de Mavi. De momento, le da un vuelco el corazón y se mantiene con la mente en blanco, como si sostuviera aquella mirada interpelante, inteligente, que asoma desde el rostro a tamaño natural, impreso en inquietante color sepia. Pero luego, cuando puede por fin reaccionar, sale de su pasmo diciéndose: «¡Claro, es por lo de su nueva novela!». En efecto, bajo el busto de Mavi, en grandes letras blancas, puede leerse: «LAURA WHITE. LA ENTRAÑA DEL BOSQUE. SEGUNDA PARTE DE LA FAMILIA Y LA BESTIA».

Desde luego, todo aquello resulta cuando menos raro. Es una casualidad, pero allí, en la estación, entre el estrépito turbulento que forman los altavoces, el ruido de los trenes y la tromba de gente que pasa a su alrededor, es inevitable que Marga se vea traspasada por una cierta sensación de irrealidad, que viene a sumarse al ritmo de sus pulsaciones. Con la emoción, su cabeza parece empezar a llenarse luego con la voz de Agustín, como si dentro le brotara una ráfaga de palabras, sin sentido identificable, que chocan de manera ruidosa con las paredes de su cráneo.

Hasta que, de repente, alguien le pregunta:

—¿La ha leído, señora?

Marga se vuelve y se encuentra con la chica del quiosco de prensa de la estación, que la mira sonriente desde la puerta. De momento no sabe qué contestar, abstraída como estaba, pero luego balbucea:

—No… La verdad es que no he leído la novela de Mavi…

—¿De Mavi…? —se extraña la joven.

—Perdón, de Laura White —rectifica Marga.

—Pues debería leerla, señora. No es por vendérsela, de verdad, es porque es superinteresante. ¡Se la recomiendo!

—¿Sí? ¿Y de qué va?

—De cocaína y demonios.

La sonrisa se heló en el rostro de Marga al decir:

—No creo que me guste…

—¿Que no? Sí que le gustará: ¡es una pasada! Lea, lea lo que pone en la contraportada —le insta la dependienta, alargándole uno de los libros de la pila que está junto a la fotografía.

Marga coge el libro por pura cortesía, saca las gafas de su bolso y lee la sinopsis escrita en la solapa:

Un lugar de Galicia, cercano a la costa, donde una familia normal hace una vida normal, hasta que un misterioso personaje empieza a formar parte de sus cotidianas actividades pesqueras. Ya nada volverá a ser igual: oscuros negocios, narcotráfico, maléficas influencias… Todo ello irá convergiendo en un delirante torbellino que arrastrará a aquella familia a un pozo negro y sin fondo.

Laura White, desde su experiencia como antigua jueza y su perspicacia creadora, nos llevará, en un fascinante juego de ficción y realidad, al más secreto de los mundos.

Cuando ha terminado de leer estas últimas palabras, una gran opresión se aferra al pecho de Marga, mientras se acentúa el ritmo de su pulso, bombeando la sangre en roncos chorros.

—¡Madre mía…! —murmura—. ¡Qué horror!

Se dice a sí misma que debe calmarse; lo cual no le sirve de mucho, pues en su mente se apelmaza un amasijo de sentimientos confrontados. Está excitada y no puede evitar una rápida sucesión de pensamientos.

—¿Quiere la novela? —le pregunta la chica—. ¿La va a comprar?

—¿Eh? ¿La novela…? —balbuce ella.

—Sí, La entraña del bosque, de Laura White, ¿la quiere?

—Sí, sí, claro, claro que la quiero. ¿Cuánto cuesta?

—Veinte euros.

Ella abre el bolso, extrae el monedero y le entrega el billete.

—Verá como le gustará —dice la dependienta, poniendo el libro dentro de una bolsa.

Pronto Marga está caminando por la estación, un poco aturdida, uniéndose en una rampa a la multitud anónima, anodina y ausente: hombres y mujeres, altos y bajos, niños y viejos, ricos y pobres, gentes de diferentes razas, vestidos de formas diversas, con caras irrepetibles, gestos irrepetibles, ojos irrepetibles, miradas irrepetibles…; cada uno con su yo, con su mismidad, cada uno él mismo, irreductiblemente…

* * *

A las cuatro en punto de la tarde de aquel mismo día, Marga se halla sentada entre los abogados matriculados en el curso de mediación familiar, prestando atención a la lección que está explicando el profesor. No es la primera vez que asiste a esa clase, correspondiente a las sesiones presenciales que tienen lugar los viernes y los sábados, y le parece que no va a ser la última. No ha encontrado ninguna dificultad considerable al solicitar permiso para asistir como oyente, cuantas veces quisiera, pues el director le dio la bienvenida al enterarse de que iba a hacer el curso por segunda vez. Claro que era un poco insólito asistir dos veces, habiendo superado las evaluaciones con muy buenos resultados; pero ella se explicó ante los directivos del Consejo General de la Abogacía (institución convocante del curso) con la excusa de que necesitaba profundizar en la experiencia y seguir por tanto estas conferencias, a pesar de que ya las había escuchado el año anterior.

El profesor, con su aspecto serio, su elegante traje, su corpulencia, una espesa barba con canas que brillaban tanto en ella como en los laterales de su cabeza, habla pausadamente para los alumnos que forman un atento corro, sentados en sillas con tabla de escritura:

—No nos cansamos de repetir que la mediación es un mecanismo alternativo de resolución pacífica de conflictos, no algo que venga a suplantar al sistema judicial… —dice con tono vehemente—. ¡Nadie debe pensar eso! Cierto es que se trata de algo bastante novedoso en España… Y tal vez por eso, como suele ser habitual en nuestro país con todo lo que es nuevo, se ha creado en torno a la mediación un cierto revuelo, una cierta confusión… y hasta un recelo… Pero esta herramienta de gestión de conflictos, a pesar de ello, se abre camino con fuerza en nuestro sistema jurídico. Y fijaos bien en lo que acabo de decir: «herramienta de gestión de conflictos», porque se trata, ni más ni menos que de eso, una herramienta, término quizás más ajustado a la realidad que el de resolución, que tanto preocupa a algunos…

Después de hacer estas afirmaciones, el profesor se queda callado por un momento, mientras escruta los rostros de sus alumnos, para luego proseguir:

—En los últimos años, la mediación, gracias a Dios, va ganando fuerza en España. Hay todavía, no obstante, quien considera que esta herramienta de gestión de conflictos puede llegar a invadir su esfera de competencias; quienes recelan por tanto y no confían en que llegue a ser eficaz. Otros, por el contrario, ven ilusamente la mediación como la varita mágica que resolverá los graves problemas del actual sistema judicial. Y también están los que se creen que proporcionará mucha labor y ganancia para los abogados, cosa muy importante en épocas como estas, de crisis, de falta de trabajo… Pero yo os digo que seguramente la realidad discurrirá más bien por un camino intermedio, mucho más modesto, pero interesante, beneficioso, adecuado…

»Aunque, si bien hay un ánimo general propicio, hasta ahora, en España la ley va lenta en lo que se refiere a la mediación. Estamos a la espera del desarrollo reglamentario. Es verdad que, en lo relativo a mediación familiar, algunas comunidades autónomas ya han legislado. Por ejemplo, la Comunidad Valenciana que establece en su ley de 2001 que: «La mediación familiar es un procedimiento voluntario que persigue la solución extrajudicial de los conflictos surgidos en su seno, en el cual uno o más profesionales cualificados, imparciales y sin capacidad para tomar decisiones por las partes asiste a los miembros de una familia en conflicto con la finalidad de posibilitar vías de diálogo y la búsqueda en común del acuerdo».

»¿Y en qué consisten esos conflictos? Los conflictos familiares pueden consistir en: separaciones y divorcios, rupturas de parejas de hecho, custodia de hijos, decisiones sobre la patria potestad, modificación de medidas, liquidación del régimen económico matrimonial, ejecución de resoluciones judiciales…

»Todo esto supondrá un gran desahogo si se sabe hacer con efectividad. A nadie se le oculta que nuestro sistema judicial padece un colapso que se ha agravado por la crisis económica. Los recortes, la disminución de los recursos destinados al mantenimiento de los juzgados y el incremento de la conflictividad hacen que la Administración de Justicia no pueda afrontar toda la compleja realidad que generan las sociedades modernas. Los ciudadanos deben empezar a resolver parte de sus conflictos de intereses mediante otros mecanismos más directos. Todos debemos aprender a hacer uso de la mediación y el arbitraje como nuevas herramientas.

Uno de los alumnos levanta la mano.

—Pregunte, pregunte sin miedo, lo que quiera… —le insta el profesor.

—¿Y los jueces? ¿Qué opinan los jueces sobre la mediación?

El profesor agita la cabeza y responde apreciablemente dubitativo:

—Buena pregunta… De todo hay: están quienes recelan y piensan que será una intromisión en el ámbito de la resolución de conflictos. También los que no se pronuncian, permanecen a la espera, a ver en qué queda la cosa… Y también parece ser que son cada vez más los miembros de la carrera judicial que abogan por la mediación. Prueba de ello es la creación de la Asociación Europea de Jueces y Magistrados por la Mediación, que no solamente apoya la herramienta y su divulgación, sino que también recomienda la utilización de dicho medio de resolución alternativo de conflictos en el dictado de las resoluciones judiciales.

»Y es lógico, porque los tribunales se encuentran con litigios largos, interminables, con un recorrido doloroso, con costes económicos y emocionales muy elevados. Y los jueces no solo buscan agilizar los expedientes, lo que es muy necesario y legítimo, sino también el poder conseguir una solución aceptable, la solución más justa y buena, en esos casos donde la escalada del conflicto impide que la sentencia consiga resolver la controversia, porque una parte siempre se sentirá humillada, vencida, tratada injustamente… No olvidemos que aquí la cosa emocional es muy fuerte…

Marga levanta la mano y lanza una pregunta:

—¿Y si el juicio está ya iniciado? ¿Y si se cuenta con una sentencia? ¿Consideraría en tal caso usted legítima la mediación familiar?

—Me alegro de que me hagas esa pregunta, Marga. Se nota que ya hiciste el curso el año pasado. Esa es una cuestión muy importante.

»Lo primero que debe intentar la mediación familiar es el restablecimiento de la comunicación, antes que pretender conseguir la resolución. La primera pretensión ha de ser la mejora de las relaciones entre los miembros de la familia en conflicto… Por eso, incluso una vez iniciado el procedimiento judicial, este puede ser gestionado a través de un proceso de mediación, y no solo durante el juicio de instancia, sino también durante la apelación o segunda instancia. Incluso tras la sentencia, podemos acudir a un proceso de mediación. No hay mejor acuerdo que el consensuado por las partes. Eso es lo que pretendemos, la solución, nada más que eso, intentar la solución.

»No obstante, lo ideal es acudir a mediación antes de que se judicialice en exceso el conflicto. Ya sabemos que la mediación es voluntaria; la voluntariedad es su primer presupuesto; y es aconsejable invitar a las partes con cuidado, con delicadeza, con el fin de que tengan la posibilidad de conocer las ventajas de una solución pacífica y consensuada.

* * *

Pasadas las ocho de la tarde, está a punto de concluir la última conferencia del día. El programa del curso de mediación dispone en sus presupuestos metodológicos un desarrollo «semipresencial», es decir, una parte de la formación se recibe a través de internet, en lo que se llama el «campus virtual», con la ayuda de los docentes y de un equipo dinamizador; y otra parte del curso se imparte mediante formación presencial, que se desenvuelve en clases o sesiones en presencia de los alumnos, las cuales tienen lugar en la sede del Consejo General de la Abogacía, durante dos viernes y dos sábados en horario intensivo de nueve de la mañana a ocho y media de la tarde.

Quien habla ahora es María Mut, profesora de psicología de la Universidad de Barcelona:

—… Siempre será mejor para quien requiera el servicio de un abogado recurrir a un verdadero consejero, un asesor, un guía en su conflicto personal…, aquel que ofrece y explica un abanico de alternativas de solución del asunto presentado, alguien comprensivo y paciente dispuesto a sugerir, de entre todas, la más adecuada solución del conflicto.

»Y no olvidéis nunca que el análisis de la solución al conflicto por parte del abogado mediador consultado deberá ser por tanto mucho más complejo, más laborioso, más humano si cabe…; de tal manera que el consejo y la respuesta que buscan los clientes sean los adecuados, efectivos, eficaces, pacíficos, liberadores…