La mala suerte de los White
Qué mala suerte tienen los White. Siempre se quedaron a las puertas de conseguir sus sueños. Luchaban durante años para llegar a sus objetivos y cuando los tenían al alcance de la mano, ¡zas!, se esfumaban.
Matthew y Jane forman un matrimonio de deportistas de élite. Son australianos, de Sydney. Se conocieron haciendo deporte, por supuesto. Ella, Jane Saville, se preparaba para los Juegos Olímpicos de 2000, que se disputaban a la puerta de su casa. Era marchadora y de las buenas. Fue elegida para formar parte del equipo de atletismo de su país, todo un orgullo, y salió a correr muy motivada la carrera con la que siempre había soñado.
Después de diecinueve kilómetros de sufrimiento, tras recibir dos amonestaciones, caminaba en solitario hacia la meta. ¡Iba en cabeza! Vio el estadio, apretó el paso. Llegó a la puerta del maratón y allí un juez sin compasión le enseñó la tarjeta de descalificación, cuando ya sentía el rugir de los aficionados saludando su triunfo. Fue una gran desilusión.
Su marido era ciclista, Matthew White. Tenía treinta años y llevaba nueve como profesional. Corrió primero en el Giant americano y después dio el salto al ciclismo europeo, como muchos. Estuvo tres años a las órdenes de Lance Armstrong en el US Postal, pero no tuvo la oportunidad de disputar el Tour, y ese era su sueño desde que comenzó a correr en bicicleta.
En 2003, cuando vio que era muy difícil hacerse un hueco en el equipo para el Tour y que por su edad no iba a tener muchas oportunidades más, decidió cambiar de aires.
Recibió una oferta del Cofidis y aceptó, pero impuso una cláusula en su contrato. Debía ser incluido en el equipo del Tour. Se entrenó con ganas, en Puigcerdá, en casa de Juan Antonio Flecha, el ciclista catalán que corría por entonces en el Fassa Bortolo, con el que había hecho amistad. Pocos meses antes del Tour se asustó. El escándalo en el seno de su equipo hizo peligrar, por algunas semanas, su debut en la carrera francesa. Finalmente el asunto se fue apagando, el Cofidis volvió a las carreras y White vio cerca su sueño de disputar el Tour.
Llegó julio. El viernes víspera de la salida, pasó satisfactoriamente el reconocimiento médico y era feliz. Después de dos Giros de Italia y una Vuelta a España por fin iba a saber lo que era el Tour de Francia. Quería sacarse el carnet de ciclista en París. Pero el sábado se esfumó el sueño. Estaba en medio del ambiente ciclista. Salió a mediodía a conocer el circuito de Lieja junto a sus compañeros. Recorrió los seis kilómetros y al acabar, unos metros después de la línea de meta, no se dio cuenta de que en la calzada había un saliente de color amarillo para proteger unos cables. Tropezó con él, se fue al suelo y se rompió la clavícula. Como su mujer Jane, a las puertas de cumplir su sueño.
La segunda parte de la historia no es dramática sino casi de ópera bufa. El reglamento permite que, en un caso así, el corredor lesionado sea sustituido. En el Cofidis pensaron en Peter Farazijn, que es belga y vivía en Lieja. Pero le llamaron a casa y no estaba. Llevaba desde 1999 sin correr el Tour y la noche del viernes anterior a la salida se la pasó de juerga con su mujer hasta altas horas de la madrugada. El sábado se levantó con dolor de cabeza y algo de resaca, pero no quiso cambiar sus planes y se marchó hasta Ypres para presenciar en directo un rally automovilístico que se disputaba allí, donde los responsables de su equipo le localizaron. Recibió una llamada en su teléfono. Debía presentarse en la salida de Lieja antes de las 17:56, la hora en la que su reloj en la etapa prólogo empezaría a correr.
Casi no tenía tiempo. La Policía belga dispuso dos motoristas que escoltaron el vehículo que él mismo condujo a toda velocidad hasta Lieja. Quince minutos antes de su hora de salida no se sabía nada de Farazijn, pero llegó a tiempo. Sonriente, aunque algo asustado, aún tuvo unos segundos para atender a la televisión francesa. Con resaca y todo, acabó los seis kilómetros. No estuvo tan mal. Llegó a 1.01 del ganador, Fabian Cancellara, y superó a tres ciclistas.
Otra cuestión era comprobar su evolución con el transcurso de las etapas. Si bien la montaña no asomaría hasta bien avanzada la carrera francesa, una alta velocidad en las primeras jornadas del llano podía ahogar al festivo Farazijn. Se presumía que su preparación no era la más idónea para afrontar una ronda de tres semanas, ya que no tenía previsto competir, aunque tampoco se podía descartar que fuera adquiriendo un tono de forma que le permitiera aguantar en el seno del pelotón. Corría el peligro de descolgarse pronto y terminar en alguna etapa fuera de control, lo que le devolvería a su Lieja natal. Pero no sucedió. Aguantó y acabó el Tour en París en el puesto 106, aunque a casi tres horas del ganador. Por cierto, Matthew White por fin cumplió su sueño al año siguiente. Se sacó el carnet de ciclista en París, pero quedó peor clasificado que el desentrenado Farazijn, en el puesto 123.