El doble homenaje de Eddy Merckx

El 10 de julio de 1970 era viernes, hacía calor. Eddy Merckx marchaba escapado, como casi siempre, camino de la cima del Mont Ventoux. A un kilómetro y trescientos metros de la meta del Observatorio, el coche de Jacques Goddet, el director del Tour, un Peugeot 404 rojo y blanco, con la placa número 2, frenó con suavidad. El fundador de L’Équipe, vestido con su habitual indumentaria de explorador, camisa caqui, pantalón bermuda, medias de lana blancas y zapatos marrones, se apeó. Dejó en el coche el salacot en señal de respeto y ascendió con un ramo de flores en las manos la distancia que separa la carretera del monumento a Tom Simpson, que falleció allí mismo tres años antes.

A Goddet le acompañaba un gendarme. Manos a la espalda, severo traje azul de reglamento, chaqueta incluida pese a la temperatura, gafas rectangulares, bigote. El kepis bien ajustado. Eddy Merckx llegaba en ese momento, camino de la cima, para ganar la etapa. Lo había prometido. Cinco horas antes, en la salida de Gap, el director de su equipo, el Faema, le comunicó la muerte de Vincenzo Giacotto, su mánager. De madrugada, el amigo italiano había sufrido un infarto en su domicilio de Milán. Merckx lloró como un niño, apoyado en Mario Vinna. Después prometió que ganaría.

Llevaba seis minutos de ventaja a Joop Zoetemelk y no tenía necesidad de atacar, pero lo hizo. Por su amigo. El esfuerzo fue sobrehumano, tanto que, a esas alturas de la ascensión, sus perseguidores recortaban diferencias. Aún así, el Caníbal fue humano por segunda vez en un día. Mientras Goddet depositaba las flores a Tom Simpson y él circulaba por la carretera, volvió la cabeza hacia el monumento y se quitó la gorra para homenajear al rival caído.

Cuando el monolito se perdió en la antepenúltima curva de la ascensión, Merckx se volvió a cubrir, con la visera hacia atrás. Gastó sus últimas fuerzas en el kilómetro final y rodeado de coches y motos alcanzó la meta como ganador. Atendió con palabras balbuceantes al micrófono de la televisión francesa y se desplomó en brazos de sus ayudantes. Fue trasladado a una ambulancia para recibir oxígeno. Había sentenciado otro Tour. Zoetemelk, a falta de diez etapas, estaba a más de nueve minutos.

Ese era Eddy Merckx, el Caníbal, el ciclista insaciable, que desde 1961 hasta 1978 disputó mil ochocientas carreras y ganó 525, un porcentaje increíble, insuperable. Se convirtió en el mejor ciclista de todos los tiempos. 445 de esos triunfos le llegaron como profesional. El primero, el 27 de junio de 1965 y el último el 19 de mayo de 1978. Sus cifras siguen asombrando. En 1975 completó 151 días de competición, pero en temporadas anteriores y posteriores llegó a 136, a 140. Ganó cinco veces el Tour y otras tantas el Giro, una vez la Vuelta a España, siete Milán-San Remo, tres campeonatos del Mundo, el récord de la hora en Ciudad de México. Conoció el triunfo en casi todas las carreras que se disputaban en Europa: la Flecha Valona, la París-Roubaix, la Lieja-Bastogne-Lieja, el Tour de Flandes, el Dauphiné, la París-Niza, el Giro de Lombardía… La lista es interminable. Aún así, decía: «Yo corro siempre para ganar, pero no para derrotar a mis adversarios».

Eddy Merckx sigue siendo un mito, aunque todavía se acuerda de los momentos amargos: «Pasé 500 controles y di tres positivos. El primero en el Giro fue una injusticia; el segundo por un jarabe que por error me recetó el médico. El tercero, porque me estaba curando de una gripe y tomé un antibiótico».