Héroe de los Pirineos y de la guerra
Los restos de Octave Lapize reposan desde 1917 en el cementerio de Villiers-sur-Marne. A pesar de su sordera se alistó en el ejército francés como piloto. Su biplano llevaba pintado un gallo y el número 4, el mismo que lucía en su maillot en 1910, cuando ganó el Tour. El 14 de julio, aniversario de la Toma de la Bastilla, el sargento Lapize, el Ricitos, el intelectual del pelotón, se enfrentó a dos aviones alemanes en combate, a 4.500 metros de altura, sobre el frente de Verdún, en el Marne. No escuchó la ráfaga que le derribó. El avión cayó haciendo trompos. Octave murió en el hospital de Toul con cinco heridas de bala en su cuerpo.
«Tiene toda la pinta de un gran rodador: la cara enérgica, el maxilar sólido, la mirada fija, el bigote en punta, como conviene a un corcel llamado, tras largas horas de padecimientos en la carretera, a lanzar besos a las chicas bonitas; gran caja torácica, las piernas bien asentadas, muslos poderosos y unas manos potentes capaces de doblar todos los manillares del mundo cuando se apoya en las subidas». Henri Desgrange lo definía en una de sus encendidas crónicas de L’Auto.
El 21 de julio de 1910, a las tres y media de la mañana, el pueblo ya está en pie. Es la hora de salida de la gran etapa de los Pirineos. La del Aubisque, el Peyresourde, el Aspin y el Tourmalet. 326 kilómetros hasta Bayona. Nervios a flor de piel, rostros preocupados. Lapize es uno de los favoritos. Ataca de salida, ya en la Avenida de Etigny, en la antesala del Peyresourde. Solo se pegan a su rueda Garrigou y Lafourcade. Este último se queda atrás antes de completar en menos de una hora los 14 kilómetros de subida. Lapize, salvaje, deja atrás a su compañero de fuga, pero en Sainte-Marie-de-Campan le espera. Empieza el Tourmalet. 17 kilómetros de ascensión, hora y media sobre la bici. O tirando de ella. Las piedras del camino obligan a Lapize a bajarse varias veces. Garrigou no se baja, pero se queda atrás. Lapize, a las 7.30 horas, corona en cabeza. En la cima le esperan cientos de aficionados. Luego, agotado, no puede ganar la etapa. En el Aubisque les grita «¡asesinos!» a los organizadores. Horas más tarde descansa en su hotel de Bayona, los pies en una palangana de agua con sal y vinagre. A su lado Garrigou lee las crónicas inflamadas de L’Auto. El Tourmalet ya está vencido por primera vez. Los Pirineos, como anunció meses antes Steinès en su telegrama a Henri Desgrange, son una ruta practicable. El héroe es Lapize.