Bajitos, morenos y delgados

Cuando Jesús Loroño ganó la montaña del Tour de 1953, el director de la carrera, Jacques Goddet, dijo que los ciclistas españoles no eran tan buenos técnicamente como otros, «pero sí de los más simpáticos». Años antes, en 1933, Vicente Trueba, que acabaría ganando también el premio de la montaña, le escribió una carta a su amigo y protector santanderino, Clemente López Dóriga: «Ya hemos pasado lo peor, que son los adoquinados, en los cuales está visto que me he de caer todos los años. (…) Como consecuencia, tuve que marchar 30 kilómetros completamente solo. Tuve suerte en la caída. Algunos rompieron las ruedas, la mía solo se me descentró». Goddet sabía de lo que hablaba. Los españoles que ganaban la montaña eran morenos, enjutos, serios, poco dotados para el llano, desastrosos en la contrarreloj. El tópico decía que el ciclista español, en general, era así. Sin embargo, solo ocho consiguieron ganar el jersey de la montaña en el Tour de Francia.

Es más, nunca un corredor español vistió en París el maillot blanco con puntos rojos que estrenó Lucien Van Impe en 1975 hasta que llegó Samuel Sánchez. Perurena fue el último ganador español de la montaña, un año antes. El jersey era rojo. El primero de la lista fue el cántabro Trueba. El 30 de junio de 1933 empezó a mostrar sus cualidades en Francia, en la etapa Metz-Belfort. Fue el primero en coronar el Balón de Alsacia, lo que le supuso una bonificación de 2 minutos en la General, y no solo eso. También encontró trabajo. Corría como «independiente» y a raíz de sus hazañas montañeras un constructor de Ginebra montó un equipo en torno a él para disputar la Vuelta a Suiza.

La Pulga de Torrelavega destacó también en Los Alpes. En la etapa entre Aix-les-Bains y Grenoble coronó el Galibier con 3,20 de ventaja sobre el segundo, pasó primero por el Lautaret y Bourg d´Oisans y fue alcanzado después, por sus evidentes carencias como rodador, mientras trataba de llegar a Grenoble. En París, no obstante, fue el ganador del premio de la montaña.

El segundo casi no se recuerda en España. Mientras se disputaba el Tour y Berrendero peleaba con el vizcaíno Federico Ezquerra por la supremacía en las cimas, en la península estalló la Guerra Civil.

En el Lautaret y el Galibier se vivió la escena más importante para los españoles en aquel Tour que, en la llegada a Grenoble, acudieron al hospital de la ciudad para entregar un ramo de flores a sus enfermeras. Era el tributo a las personas que cuidaron en su agonía a Francisco Cepeda, Paquillo, el vizcaíno que había fallecido un año antes tras caerse en el descenso del Galibier. Fue la primera víctima mortal en la historia del Tour.

1953 fue el año de Loroño. Cuando llegó a París fue aclamado entre los grandes. El embajador español en Francia, Conde de Casas Rojas, le hizo una petición a Goddet: «Le he pedido que le regale a Loroño la bicicleta que usó en la carrera y aceptó muy gentilmente». En aquellos años era el Tour el que proporcionaba las monturas —todas iguales— a los ciclistas. Eran de color marrón. La hazaña del ciclista de Larrabetzu se gestó el 13 de julio, entre Pau y Cauterets, una etapa de solo cien kilómetros. Jesús era el penúltimo en la general. Se le había atragantado el adoquín de Roubaix, y se distanció en las etapas planas.

Loroño alcanzó al grupo de escapados —Darrigade, Huber y Dler— en la ascensión al Aubisque. Llegó a la cima en cabeza. Al paso por el Soulor su ventaja era de cinco minutos sobre Hugo Koblet, que al tratar de alcanzarlo se despeñó en una curva. El vasco ganó con seis minutos de ventaja.

Al año siguiente le tocó a Bahamontes. Se aseguró el jersey de la montaña el 20 de julio de 1954 en la etapa entre Pau y Luchon. Aquel día, el líder Watgmans perdió el amarillo por pararse a beber agua y bañarse en un torrente a los pies del Tourmalet. Justo donde atacó Bahamontes, que también pasó en cabeza el Aspin y el Peyresourde. El día anterior el ciclista había triunfado en el Aubisque.

Pero fue Julio Jiménez, el relojero de Ávila, quien más veces conseguiría el premio de la montaña en el Tour, en 1965 y los dos años posteriores. La primera vez empezó a conquistarlo entre Ax-les-Thermes y Bagnères de Bigorre, el 30 de junio de 1965. «Reivindica a España», decía una encendida crónica periodística, «después de que Bahamontes, con su retirada, cubriera de oprobio a los aficionados españoles».

Luego hubo más españoles que vencieron en la montaña del Tour, pero ya no eran escaladores puros. Aurelio González lo consiguió en 1968 a base de sumar puntos en puertos pequeños; Pedro Torres venció en 1973, a pesar del gran duelo Ocaña-Fuente. Corría en el Casera- Bahamontes. El último fue Perurena, un esprínter, en 1974. Desde entonces nadie hasta Samu Sánchez. Ya no hay ciclistas bajitos, delgados, morenos y simpáticos. Como le gustaban a Goddet.