La escuela de Víctor Sastre
Temprano, a eso de las nueve y media, Víctor Sastre esperaba paciente a que el maitre del hotel Méridien Etoile le buscara una mesa para desayunar. Iba con sus nietos, Claudia y Yeray, con su mujer, Teresa y su hijo Eduardo. El último domingo de julio, el comedor es una torre de Babel. Ojos legañosos, paseos en busca de un croissant, camareros de los nervios haciendo equilibrios con las bandejas. El último domingo del Tour, el comedor del Meridien es el cuartel general de la carrera más importante. Solo Víctor Sastre parecía mantener la calma en aquel océano de café francés aguado, y zumo de máquina. Víctor sonreía, apacible, sereno. Respondía amable, educado, como siempre. Sin tener en cuenta que unas horas más tarde, a eso de las cinco y media, se iba a cerrar otro círculo, el que él mismo comenzó a dibujar hacía veinticinco años.
El equipo de Víctor viste de azul. El padre del ganador del Tour fue ciclista vocacional. Corrió en el Picadero Damm, aficionados que dirigía Rafa Carrasco donde aprendían futuros profesionales, como Pesarrodona, Martos o Pedro Torres. Luego volvió a su pueblo, El Barraco. Allí las cosas, ok. Las granjas de pollos daban dinero, los chavales no tenían demasiado que hacer, y apareció la droga, como un cáncer. Víctor no se lo pensó. Hizo lo que sabía, lo que pensaba que iba a ayudar. Montó una escuela de ciclismo para darles una salida a los chavales. Al principio solo tenía un alumno. Después se apuntaron más. Un lema muy claro: «Unión, respeto, sacrificio».
Con el tiempo, la escuela siguió creciendo, y dando frutos. Los chicos se alejaban de amistades peligrosas, hacían deporte. Los padres animaban a sus hijos, veían allí una buena salida. Además, el material humano era bueno. Enseguida empezaron a destacar ciclistas y Víctor se convirtió en proveedor de los equipos profesionales. El primero fue San Román; después destacó Chava Jiménez, luego Navas y Pablo Lastras; después Curro García y Paco Mancebo. Finalmente, Carlos Sastre. Con su primera bicicleta, una Berrendero. La marca del campeón, el negro de los ojos azules, que se quedó a vivir en Francia cuando la Guerra Civil le pilló en el Tour. En plena contienda, un año después, ganó la etapa reina, el Tourmalet, el Aubisque, el Peyresourde, el Aspin. Acababa en Pau. Allí montó una tienda de bicicletas y le iba bien, pero le pudo la nostalgia y regresó. Después de pasar un año en un campo de concentración, volvió al mundo de las bicicletas. Una Berrendero, y un chaval con ganas de hacer lo que veía a los mayores.
Cuando Chava ganó cuatro etapas en la Vuelta, Carlos corría en juveniles y se quedaba admirado de las hazañas de su futuro cuñado. Y trataba de repetirlas. Como en la Vuelta al Bidasoa, ganó, vestido de amarillo, la subida a Erlaitz, o, ya de profesional, en la ONCE. A Víctor siempre le quedará grabada la imagen de su hijo en la Vuelta a los Puertos, junto a Indurain, cuando pasó entre los primeros el Alto de los Leones. La ONCE fue su primera escuela. A Víctor no le parecía ético ofrecer a su hijo al Banesto, el equipo en el que habían recalado la mayoría de sus promesas. Pensaba que tal vez él sobrevaloraba la calidad de Carlos por ser su padre. No quería presionar a nadie. Aun así, Echavarri insistió, se lo quiso llevar. Pero Carlos optó por la ONCE. Se armó un pequeño escándalo que, ahora nadie quiere desenterrar.
Carlos Sastre estuvo cuatro años en la ONCE, hasta el día en que, después de perder una minutada por ayudar a Beloki en la Vuelta a España, decidió abandonar la carrera y el equipo. Recaló en el CSC. Allí, Bjarne Riis se dio cuenta enseguida de que tenía un líder. Lo observó en las pruebas de supervivencia que montaba cada invierno. Una cerilla por grupo, un litro de agua para calentar; saltos al agua hasta para los que no saben nadar. Hasta para los mecánicos. Allí se ha ido haciendo campeón, hasta ganar el Tour, y cerrar el círculo. La sede de la Fundación Víctor Sastre fue una fiesta. Está en la calle José María Jiménez Chava número 13, de El Barraco.
El nuevo campeón heredó las buenas ideas del progenitor. Después de ganar el Tour marchó a Gante a disputar un Criterium, y los beneficios se destinaron a los niños enfermos de cáncer de un hospital de la localidad. Luego, regresó al pueblo, donde todo empezó.