Fiesta en Cesenatico

«Nunca había soñado con llegar a mi pueblo con el Giro. Ni se me pasaba por la imaginación». Palabra de Pantani, mayo de 1999. Cesenatico es la locura, la pasión por «su» ciclista, la fiebre extrema por la corsa rosa. Es un pueblo pequeño de veraneo a orillas del Adriático, afeado por una absurda torre de apartamentos, solo una, al estilo de Benidorm, de la que, sin embargo, los nativos se sienten orgullosos: fue la primera torre de hormigón armado construida en Europa. Tierra de pensionistas alemanes y de paisanos triunfadores. Un día antes de que Pantani regresara a Cesenatico, llegó Alberto Zaccheroni, el artífice del milagro Milan de finales de los noventa, un día después de ganar el scudetto. Al día siguiente Zac estaba en la tribuna para recibir al gran Marco Pantani, su amigo, ese fenómeno de masas. «Estoy muy contento con él. Ha hecho una cosa grande con el Milan este año», decía el ciclista. Los piropos se repartían en ambas direcciones.

El día anterior, el campeón menudo se paseó con una camiseta rossonera y cambió su pañuelo amarillo por otro con los colores del equipo de sus amores. Y era difícil hacerle cambiar de color, pues el amarillo Tour es su preferido. Su casa, su coche, estaban pintados con ese tono. El maillot de su equipo también. Le costó lo suyo convencer al patrón.

Pero el dueño de Mercatone Uno parecía encantado. Pantani era un filón. Sus comercios facturaban como nunca. Marco vendía. Ya lo hacía antes de ganar el Tour y después aún más. Vendía de todo. En Cesenatico, su madre Tonina, su padre Ferdinando y su hermana Manola no daban abasto en su tienda de piadini, un híbrido entre empanada y bocadillo caliente.

Los ambulantes, legales o ilegales («todos tienen que comer», dice la organización), reponían cada día los pañuelos del Pirata. Se los quitaban de las manos aunque su precio a 180.000 liras, fuera elevado.

La televisión estatal RAI conseguía audiencias millonarias con las etapas de montaña y los patrocinadores de la carrera se multiplicaron aquel 1999. Hasta las bicicletas Bianchi ampliaron su mercado desde la llegada del fenómeno Pantani. Y es que en Italia, el corredor de Cesenatico se convirtió en un héroe. Cómo no, si fue quien rompió una racha negativa de los italianos en el Tour desde el triunfo de Gimondi en 1965. Marco era capaz de conseguir que un periódico serio como Il Giornale di Milano arrancara una crónica en su primera página hablando del último secreto del Pirata: se pinta una raya negra bajo los ojos por consejo de la mujer de su masajista.

Claro que su masajista no era un cualquiera para él. Fabrizio Bora consiguió recuperarle para el ciclismo después del accidente de la Milán-Turín de 1995. En el Tour de 1998, antes de la etapa de Les Deux Alpes, le dio un masaje de dos horas en las caderas que, dicen, fue clave en su triunfo.

Hubo fiesta en Cesenatico. Los pensionistas alemanes parecían perplejos por la algarabía. En el Club Mágico Pantani lanzaban cohetes, y los directivos del Club Ciclista Fausto Coppi tomaron spumante para celebrar el regreso a casa de esa mina de oro llamada Marco Pantani.

Pocos días después, en el hotel Touring de Madonna di Campiglio, la mina comenzó a derrumbarse.