57 Fray Nicanor

LA verdad es que no sé cómo fray Nicanor llegó al pie del torreón del Moro, ni cómo pasó delante de los bigotes de diez o doce centinelas franceses, ni sé cómo cruzó el río sin caerse de cabeza, ni cómo no le mordieron los perros del molinero, que llevaban diez meses sin amo y sin comida y eran feroces como lobos…

No lo sé. La cosa es que, al llegar al pie del torreón, miró hacia arriba, se persignó, se quitó las sandalias, se remangó los hábitos, se echó saliva en las manos y dijo:

— Subiré trepando por las piedras como cuando era chico. Lo malo es que tengo veinte años en cada pata.

Y la cosa es que subió. Bueno, subió… Al llegar a la mitad, el torreón se le vino encima.

Bueno, el torreón no, sólo una o dos piedras que se desprendieron al poner el pie el fraile y que cayeron con un ruido que parecía el fin del mundo.

No sé si fue San Francisco, que velaba de lejos, o el Señor, que no quería más duelos, o la buena suerte, o el tronco de una higuera que crecía sobre su cabeza y a la cual pudo agarrarse, pero fray Nicanor se libró de milagro.

¡Qué gritos fray Olegario! ¡Qué abrazos los tres ladrones! ¡Qué alegría en todo el castillo al aparecer fray Nicanor, como si fuera un ángel llovido del cielo, en el comedor, donde cenaban unos cuantos garbanzos duros tostados en el fuego!