28 ¡Tirad más alto!
FRAY Olegario no hacía más que mover la cabeza y todo le parecía mal. Era un general terrible que no dejaba pasar una. A los diez minutos estaba medio campamento en los calabozos, y el otro medio cavando zanjas como locos o arrastrando los cañones de aquí para allá, apuntando a los sitios más inverosímiles.
En el castillo, el tío Carapatata, que estaba hasta las narices de que los cañonazos de los franceses entraran todo el día por la ventana de la torre del homenaje y le destrozaran la escalera y la enfermería, se asomó maravillado.
— Están locos. Parece que están cazando gorriones -exclamó.
Todo era cosa de fray Olegario, que, la espada en alto y la cara aparentando ira, no decía más que palabras terribles y órdenes extrañas:
— Visez plus haut!
Todos apuntaban más alto y las balas iban a las nubes.
— Visez plus bas!
Todos apuntaban más bajo y las balas se hincaban en el suelo.
— Visez à gauche!
Todos apuntaban a la izquierda y se llevaban por delante una huerta de repollos, el molino y un perro que iba tan tranquilo.
— Visez à droite!
Todos apuntaban a la derecha y dejaban hecho puré un campo de sandías que crecían tranquilamente detrás de un ribazo.
Los artilleros estaban hartos de tanto visez arriba, abajo, delante, detrás, al norte, al sur, al este y al oeste.
Ya no sabían adonde disparar. Ahora los cañonazos pasaban por encima de los torreones del castillo y caían detrás de sus torres y barbacanas.
— ¡Estupendo! -exclamaba el tío Carapatata, que no comprendía cómo apuntaban tan mal los cañones franceses-. ¡Están chiflados!
Pero al final de la mañana los soldados franceses que estaban al otro lado de la fortaleza protestaron de que sus propios artilleros los estaban machacando. Fray Olegario no tuvo más remedio que cambiar el rumbo de los tiros para disimular.
— Visez au chateau!
Todo el mundo disparó al castillo.