34 Los últimos momentos

FRAY Nicanor les dio la bendición. Los abrazó uno por uno y, al llegar a fray Olegario, y después de llorar un buen rato, le dijo al oído:

— De pequeño yo era muy malo y revoltoso.

— ¡Quién lo diría! -exclamó lloroso fray Olegario.

— Lo digo porque me conozco al dedillo todo el terreno. Ahí, al fondo de la cueva, hay un pequeño pasadizo tapado con una piedra. Removed la piedra y seguid por el túnel. Llegaréis al castillo. Que Dios os acompañe.

El general francés estaba muy conmovido con tanto abrazo y tanta despedida, y las lágrimas le caían por los ojos. El superior le consoló y le dijo:

— Guarde, señor general, las lágrimas para mañana, que le harán falta.

Apenas había partido fray Nicanor, el general Massena ordenó que llevasen la última comida a los condenados. Los cocineros les llevaron lo mejor que había en la despensa: pavo, merluza al horno y una botella de champán.

Estaban los tres ladrones comiéndose el pavo y pegándose por la pechuga cuando sonó un disparo y los tres cayeron al suelo entre gritos y lamentos.

— ¡Me han herido!

— ¡Me han matado!

— ¡Me han agujereado!

Fray Olegario se enfadó mucho y les dijo:

— Levantaos, majaderos, ha sido el tapón del champán.

Los tres ladrones se levantaron lívidos y dijeron:

— No sé cómo tenéis ganas de champán, fray Olegario.

Fray Olegario comenzó a reírse y dijo:

— Brindad ahora mismo, porque nos vamos a escapar por la puerta trasera.

Los ladrones creyeron que fray Olegario deliraba a causa del terrible momento que les aguardaba, pero fray Olegario los llevó hacia el fondo de la cueva, señaló una piedra que había en un rincón y dijo:

— Mirad a ver si se mueve esa piedra.

— ¿Estáis loco, fray Olegario?