35 El pasadizo
LOS tres ladrones empujaron la piedra. Mientras, fray Olegario rezaba con fervor el rosario. Enseguida la piedra cedió y los ladrones vieron un pasadizo oscuro y empinado.
— ¡Milagro! -gritaron los tres ladrones arrodillándose ante fray Olegario.
— No es un milagro, es un túnel. Un túnel que lleva al castillo. Me lo dijo fray Nicanor.
Los tres ladrones daban saltos de alegría, y a punto estuvieron de meter la pata, pues abrazaron también al carcelero, que acababa de abrir la puerta para retirar la cena.
— ¿Qué os pasa?
— Que estamos muy contentos.
— ¿Por qué?
— Porque nos vamos.
— ¿Que os vais?
— Sí, al cielo -arregló fray Olegario.
El carcelero se quedó maravillado ante tanta valentía y les trajo una caja de botellas para que lo celebraran.
— Estos hombres son magníficos, da pena fusilarlos. Para ellos, morir por su patria es una fiesta.
Los tres hombres, nada más oír cerrarse la puerta, echaron a correr hacia el pasadizo. Pero fray Olegario los contuvo y les dijo:
— Poned primero las almohadas bajo las mantas para despistar a los centinelas. Y llevaos las botellas. ¡Quién sabe si nos harán falta en el camino!
Los cuatro hombres volvieron a cerrar con la piedra la boca del túnel, con muchos esfuerzos, y después de santiguarse quince veces comenzaron a subir por aquella extraña galería. Estaba construida en la roca y sin duda la habían hecho los árabes… ¡O los cristianos en tiempos de los enanos!
Nada más subir el primer peldaño, fray Rompenarices casi se rompe las suyas al darse contra, una roca que estaba casi desprendida.
— ¡Aquí no se ve nada! -exclamó fray Patapalo.
— ¡Si tuviéramos un mechero!
— Yo traigo uno -exclamó fray Tartamudo-. Lo que no sé es si enciende.