Capítulo 12

EXACTAMENTE a las 21:29 horas Vassily Krilenko depositó la Walther PPK en el bolsillo derecho de su americana, se cercioró de que el mecanismo de seguridad de su maletín se hallaba debidamente activado y cerró el coche por medio del mando a distancia que completaba el equipamiento. Luego, el agente se percató de la presencia de una figura solitaria vestida con hábito negro que permanecía como un pasmarote a escasos diez metros de él. El presunto fraile se hallaba junto al Museo Audiovisual del monasterio, al pie de la escalinata que conduce directamente hasta la explanada de la imponente basílica, protegiéndose de la fina lluvia que todavía seguía cayendo bajo un gigantesco paraguas del mismo color que su vestimenta. Instintivamente, Krilenko metió su mano derecha en el bolsillo de la americana y rodeó la empuñadura del arma de fuego con dedos ágiles y poderosos a un mismo tiempo.

La figura de negro permanecía inmóvil.

Por un instante, el ucraniano pensó que aquella «cosa» podría ser la estatua de algún santo católico de la localidad. «No, imposible. Los santos no llevan paraguas, ni se les coloca en medio de un lugar de paso tan angosto. Ése debe de ser el tipo de la caja fuerte», dedujo acertadamente.

Al cabo de unos segundos interminables, la figura vestida de negro descendió el único escalón que la separaba de la calzada y se fue acercando al extranjero con movimientos inciertos y un semblante aparentemente inquieto.

—¿Sa… sabe usted cómo… cómo les fue anoche a Los Angeles Lakers? —inquirió el fraile con la voz entrecortada por la emoción del momento.

—Los Lakers ganaron de calle. Con Pau Gasol van como motos… —respondió Krilenko con alivio, completando así la contraseña acordada.

El enviado soltó inmediatamente la pistola que estaba agarrando con fuerza y sacó su mano del bolsillo de la americana para estrechar la de un clérigo que ya no mostraba tensión alguna en el rostro. Para éste no había ninguna duda: se encontraba ante el enviado cuya llegada a Montserrat le había sido anunciada telefónicamente por el mismísimo Primer Maestre de la orden sólo quince minutos antes de que tuviese lugar el encuentro clandestino.