Capítulo 16

AQUELLA era una sencilla caja cuadrada de roble, de unos setenta centímetros de lado por treinta de alto, que contenía casi dos mil papiros con textos divididos en códices. Cada uno de esos códices se hallaba identificado por una tira blanca de plástico introducida entre las páginas de cada ejemplar donde podía leerse un número romano escrito con rotulador negro. Según estimaba la orden, allí debían contabilizarse 86 códices que ponían al descubierto algunos de los grandes enigmas de la Cristiandad: los Evangelios canónicos y los Evangelios apócrifos al completo, además de otros documentos sagrados supuestamente perdidos. Cada uno de estos códices estaba ordenado numéricamente por un número romano comprendido entre el I y el LXXXVI, y todos los documentos juntos narraban supuestamente la auténtica vida, pasión y muerte de Jesucristo, y algunas cosas más…

—Estimado hermano. Ahora le toca a usted sorprenderse un poquito —dijo el monje, sintiéndose dueño de la situación—. ¿Por dónde empezamos?

Sin decir nada, Krilenko tomo un par de Evangelios que había estudiado previamente y comprobó con una pequeña lupa electrónica el contenido, textura y transparencia del papiro. Esta vez el frío ucraniano no pudo evitar un pequeño estremecimiento al verificar que tenía en sus manos los Evangelios auténticos de San Felipe, de María Magdalena y del mismísimo Judas Iscariote. Tras un único instante de indecisión, abrió este último por el final y comenzó a leer.

 

Epílogo

María Magdalena reveladora de Jesús

Después de decir todo esto, Mariam permaneció en silencio, dado que el Salvador había hablado con ella hasta aquí. Entonces, Andrés habló y dijo a los hermanos: «Decid lo que os parece acerca de lo que ha dicho. Yo, por mi parte, no creo que el Salvador haya dicho estas cosas. Estas doctrinas son bien extrañas.» Pedro respondió hablando de los mismos temas y les interrogó acerca del Salvador: «¿Ha hablado con una mujer sin que lo sepamos, y no manifiestamente, de modo que todos debamos volvernos y escucharla? ¿Es que la ha preferido a nosotros.»

Entonces Mariam se echó a llorar y dijo a Pedro: «Pedro, hermano mío, ¿qué piensas? ¿Supones acaso que yo he reflexionado estas cosas por mí misma o que miento respecto al Salvador?».

Entonces Levi habló y dijo a Pedro: «Pedro, siempre fuiste impulsivo. Ahora te veo ejercitándote contra una mujer como si fuera un adversario. Sin embargo, si el Salvador la hizo digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Bien cierto es que el Salvador la conoce perfectamente; por esto la amó más que a nosotros. Más bien, pues, avergoncémonos y revistámonos del hombre perfecto, partamos tal como nos lo ordenó y prediquemos el Evangelio, sin establecer otro precepto ni otra ley fuera de lo que dijo el Salvador.»

Luego que [Leví hubo dicho estas palabras], se pusieron en camino para anunciar y predicar.

El Evangelio según Mariam.

 

Epílogo

María Magdalena reveladora de Jesús

Después de decir todo esto, Mariam permaneció en silencio, dado que el Salvador había hablado con ella hasta aquí. Entonces, Andrés habló y dijo a los hermanos: «Decid lo que os parece acerca de lo que ha dicho. Yo, por mi parte, no creo que el Salvador haya dicho estas cosas. Estas doctrinas son bien extrañas.» Pedro respondió hablando de los mismos temas y les interrogó acerca del Salvador: «¿Ha hablado con una mujer sin que lo sepamos, y no manifiestamente, de modo que todos debamos volvernos y escucharla? ¿Es que la ha preferido a nosotros.»

Entonces Mariam se echó a llorar y dijo a Pedro: «Pedro, hermano mío, ¿qué piensas? ¿Supones acaso que yo he reflexionado estas cosas por mí misma o que miento respecto al Salvador?».

Entonces Levi habló y dijo a Pedro: «Pedro, siempre fuiste impulsivo. Ahora te veo ejercitándote contra una mujer como si fuera un adversario. Sin embargo, si el Salvador la hizo digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Bien cierto es que el Salvador la conoce perfectamente; por esto la amó más que a nosotros. Más bien, pues, avergoncémonos y revistámonos del hombre perfecto, partamos tal como nos lo ordenó y prediquemos el Evangelio, sin establecer otro precepto ni otra ley fuera de lo que dijo el Salvador.»

Luego que [Leví hubo dicho estas palabras], se pusieron en camino para anunciar y predicar.

El Evangelio según Mariam.

 

A primera vista, ambos códices parecían auténticos y, además, ofrecían una visión turbadora de la verdad predicada oficialmente por la Iglesia Católica. Krilenko estaba seguro de que todos los demás Evangelios eran igualmente verdaderos, pero debía llevarse uno en particular para ser verificado exhaustivamente en Francia por los analistas de la orden.

—¿Y bien, hermano? —habló el benedictino—. ¿Cuál es el afortunado?

—Voy a llevarme el Evangelio LVI —respondió el ucraniano sin dudar un instante.

—¡Vaya! —exclamó el monje, maravillado—. ¡Eso sí que es dar en el clavo! Se lleva usted una auténtica joya de la verdad revelada. Pero tenga mucho cuidado, pues se trata de un documento único. Salvo el Primer Maestre, los senescales y nosotros dos, nadie en el mundo tiene la menor sospecha de que este Evangelio al completo exista todavía.

Krilenko sonrió levemente ante la escasa erudición que aquel guardián de la Documentación Sagrada estaba mostrando. Lo hizo mientras depositaba delicadamente los Evangelios de María Magdalena y San Felipe en su lugar correspondiente dentro de la vetusta caja de roble.

—No se preocupe, hermano. Si todo va bien, muy pronto volverá a cuidar personalmente de este documento sagrado. Se lo prometo.

Con estas palabras el ucraniano intentaba tranquilizar a un monje atribulado que creía haberse desprendido temporalmente de uno de los grandes secretos de la Cristiandad. Krilenko llegó fácilmente a la conclusión de que el religioso ignoraba por completo que el texto de aquel Evangelio era del domingo público, ya que podía leerse al completo en algunas páginas de Internet.

Entre los Evangelios apócrifos supuestamente perdidos, uno de los más antiguos del cual se tiene noticia es el llamado Evangelio de los Egipcios. Escrito hacia el año 130 para los lectores de aquel trozo del mundo, el Evangelio que el monje benedictino había marcado con el número LVI revela una concepción gnóstica del alma y es contrario al matrimonio, pues despierta el pecado de la lascivia que provocan las mujeres. El monje se equivocaba al creer que tal Evangelio apócrifo era un misterio mundial; pero tenía toda la razón al decir que Krilenko se llevaba de allí una auténtica joya, pues era uno de los dos textos originales supuestamente revelados a Set el Mayor por el mismísimo Dios. Siguiendo instrucciones precisas de la orden, el ucraniano iba a trasladar uno de los Evangelios agnósticos más curiosos de todos los tiempos a un centro de documentación que la organización secreta poseía en una población francesa del departamento de Loir-et-Cher.

 

Colofón

El Evangelio de [los] egipcios. El libro escrito por Dios, sagrado y secreto. La Gracia, la Inteligencia, la Sensibilidad, la Prudencia están con quién lo ha escrito: Eugnosto el amado en el Espíritu. (En la carne mi nombre es Gongesos) junto con mis hermanos de luz en la incorruptibilidad, Jesús el Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador. ICHTYS. Escrito de Dios, el libro sagrado del gran Espíritu Invisible.

 

Colofón

El Evangelio de [los] egipcios. El libro escrito por Dios, sagrado y secreto. La Gracia, la Inteligencia, la Sensibilidad, la Prudencia están con quién lo ha escrito: Eugnosto el amado en el Espíritu. (En la carne mi nombre es Gongesos) junto con mis hermanos de luz en la incorruptibilidad, Jesús el Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador. ICHTYS. Escrito de Dios, el libro sagrado del gran Espíritu Invisible.