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La fecunda madurez del
genio (1605-1616)
Tras el tremendo éxito cosechado por el Quijote, Cervantes va a protagonizar una fecundidad creativa y publicadora sin parangón en toda su vida. Quien, a pesar de tenerse por un gran escritor, no había cosechado sin embargo todavía el merecido éxito, tras el rotundo triunfo del Quijote ya no albergaba ninguna duda, pero además ahora se lo reconocía el público, esta era la novedad que tanta falta le hacía.
En la primera parte del Quijote los expertos aprecian titubeos y prevenciones de quien aún no se sentía muy seguro; por ejemplo en su génesis e improvisación, cuando después de comenzar con una novela corta, la cambia por otra más extensa; o al introducir historias que nada tienen que ver con el hilo del relato, como las de las historias pastoriles de Crisóstomo y Marcela o la del Curioso impertinente, como para demostrar que, además de ser un buen escritor de historias cómicas como las que protagonizan don Quijote y Sancho, también es capaz de escribir otro tipo de historietas más serias y acordes con los gustos de la época. Errores que reconoce él mismo en el prólogo de la segunda parte, y que promete subsanar. Cervantes es el primer crítico de sí mismo y no le importa reconocer sus fallos. Por eso, en la segunda parte del Quijote, el relato se hace sublime y sus protagonistas alcanzan una dimensión verdaderamente épica.
Como si él mismo fuera consciente de que no le quedaba mucho tiempo de vida, y queriendo aprovechar al máximo para dar todo de sí, en estos últimos diez años de su vida, siendo ya una persona senil, va a producir y publicar sin descanso. A su avanzada edad, ya no hay nada que le pueda distraer, ningún experimento más que le pueda volver a sacar de la senda por la que, a estas alturas, ya es perfectamente consciente de que es la única que merece la pena explotar: la de escribir sin desfallecer. De hecho, al final de su vida, cuando escribe el prólogo de su Persiles, y quedándole tan sólo cuarenta y ocho horas en este mundo, aún promete ingenuamente crear un sinfín de obras más, que sin duda las tenía ya pergeñadas en su cabeza pero que obviamente no pudieron ver nunca la luz. Si Dios le hubiera dado diez años más de vida, o si hubiera empezado a escribir diez años antes, seguro que aún nos hubiera regalado con un cúmulo más de obras universales para la historia. Pero cada persona tiene el tiempo que tiene y ni un minuto más, ni siquiera Cervantes.
El año de 1605 debió de ser un buen año para nuestro autor, regocijándose de ese éxito y fama tan añorada y buscada sin encontrarla durante toda su vida hasta este momento. Sin embargo, la «buena suerte» literaria no se corresponderá con la buena suerte en la vida, esta le seguirá siendo esquiva.