EL FRUSTRADO Y DRAMÁTICO REGRESO A CASA
Tras cuatro años de campañas militares infructuosas y largos períodos de inactividad debieron de hacer que Cervantes llegara a sentirse desencantado de la vida militar. A sus veintiocho años, una edad más que madura en un tiempo en el que la esperanza de vida no sobrepasaba los cuarenta, sin ninguna perspectiva de ascender en la escala militar, y con la sospecha cierta de que nunca más se vería en otra gesta similar a la de Lepanto, el espíritu inquieto de Cervantes comenzó a hacerle sentirse incómodo en su situación y debió de pensar que había llegado al final de una etapa de su vida y que requería un cambio.
Era el año de 1575, cuando se había pactado en secreto una tregua con el Turco desde las más altas instancias de la política en Madrid, y Felipe II había ordenado a su hermanastro don Juan que ese año la flota quedara amarrada en puerto; no quería seguir derrochando dinero en una guerra que no juzgaba de la misma importancia que la de los Países Bajos, donde estaba comprometiendo todo el oro que llegaba del Perú al puerto de Sevilla, más toda la flor y nata de su flamante ejército, pero sobre todo, su reputación como monarca y señor de toda la Cristiandad. Al año siguiente, Felipe II ordenará a su hermano que cambie el teatro bélico del Mediterráneo por el de los Países Bajos, nombrándole Capitán general de los tercios y Gobernador. Don Juan se resiste todo lo que puede, pues tiene la impresión, bastante acertada, de que cambiar las soleadas costas mediterráneas por las empantanadas tierras flamencas donde siempre llueve y el cielo está gris le traerá malos augurios, como así será finalmente y como rezaba el adagio que solía cantar la soldadesca española cuando era reclutada para ir a Italia primero a formarse como soldados para luego ser enviados a Flandes: «España, mi natura; Italia, mi ventura; Flandes, mi sepultura». Tanto tiempo transcurre desde la muerte de don Luis de Requesens, el anterior gobernador de los Países Bajos y la decisión de don Juan de obedecer a su hermano y monarca, que cuando llega a los Países Bajos se entera de que justo el día antes de su llegada las tropas españolas descontroladas por falta de pagas han tomado y saqueado la ciudad de Amberes, saqueo que durará varios días, destruyendo y matando todo a su paso en una orgía de sangre y vandalismo. No pudo tener peor comienzo don Juan en Flandes, ni peor final, pues morirá de fiebres tifoideas dos años más tarde.
Puede que la partida de don Juan de Austria, ídolo para Cervantes, influyera también en su decisión de abandonar la milicia e Italia y regresar a España, sumando más elementos negativos a su ya mencionado estado de hastío y decepción. Sea por lo que fuere, y seguramente un conjunto de razones serían las causantes, Cervantes decide volverse a su tierra natal y comenzar una nueva vida más estable. Antes de partir, consigue dos cartas de recomendación de los dos hombres más importantes del momento: don Juan de Austria y el duque de Sessa, virrey de Sicilia, con el fin de que le sirvan para que en los despachos de los grandes hombres de Madrid, quienes tomaban las decisiones importantes, le abran las puertas y le den algún buen oficio con el cual sustentarse.
En los primeros días de septiembre de 1575 Cervantes se embarca junto a su hermano menor Rodrigo en Nápoles en la galera Sol rumbo a Barcelona. Esta galera que transportaba a los dos hermanos Cervantes era una de las cuatro que formaban una flotilla a las órdenes de don Sancho de Leiva. La versión oficial de los hechos ha sido hasta ahora la de que después de una larga travesía, a la altura de la ciudad francesa de Tolón, una tempestad provocó que la galera donde viajaban los Cervantes se dispersase del resto. Cuando esta trató de reunirse con sus compañeras de viaje bordeando la costa francesa, habría sido abordada por corsarios berberiscos a la altura de las Tres Marías, o Saintes-Maries-de-la-Mer, al sur de Francia. Esta versión de los hechos hoy ya no se admite, pues la captura de la galera Sol se debió producir casi llegando a España, frente a las costas de Cadaqués o Palamós, para mayor desesperación de sus pasajeros.
El ataque fue cometido por un renegado albanés llamado Arnaut Mamí, al frente de tres galeras. Su lugarteniente, también renegado de origen griego era Dalí Mamí. Los atacados no se dejaron prender sin oponer una fuerte resistencia que se tradujo en varias horas de combate y varios muertos y heridos. Pero la desigualdad de los contendientes —tres contra uno— se saldó con la rendición de los españoles, quienes fueron inmediatamente trasladados a las galeras corsarias, atados de pies y manos. El resto de la flotilla que había salido de Nápoles, acude en ayuda de sus compañeros, pero los piratas huyen raudos consiguiendo escapar con su botín a bordo. Tres días más tarde llegan a la populosa y rica ciudad corsaria de Argel en el norte de África, cuna de la piratería y del comercio de esclavos cristianos, su única fuente de riqueza. Entre los miles de cautivos que pueblan dicha ciudad, estará uno que, contra todo pronóstico, sobrevivirá para contarlo, incluso para contar muchas más historias que lo harán célebre e inmortal: Miguel de Cervantes Saavedra. El mismo día que comenzaba su calvario, Cervantes cumplía veintiocho años.