LA CREACIÓN DE UN MITO
Entre el verano de 1600, en que Cervantes deja definitivamente la ciudad de Sevilla, probablemente huyendo de la peste que estaba haciendo estragos, entre otras muchas razones, y el verano de 1604, cuando se instala en Valladolid, la nueva capital del reino, perdemos casi por completo su pista. Suponemos que, con toda probabilidad, durante estos cuatro años estaría totalmente volcado en su creación literaria, la que le hizo alcanzar la cima de la gloria y de la fama. En una vida que suponemos bastante itinerante, parece que ocupó cada vez más su tiempo en Esquivias, donde volvió nuevamente junto a su esposa tras el período andaluz. Ya no se volverán a separar más. La herencia de un cuñado, hermano de Catalina, parece que dio un respiro a la pareja Cervantes en sus ya acostumbrados agobios económicos, que aprovechará Miguel para centrarse en su tarea principal.
No sabemos cómo se gestó el Quijote en la mente de Cervantes, aunque los especialistas han ido barruntando algunos indicios tras sesudos análisis de la obra. Según estos, parece que Miguel empezó a redactar el Quijote hacia 1597, pero algunas partes, como la de la historia intercalada del Cautivo, parecen ser anteriores, de hacia 1589. Todo parece indicar que Cervantes no concibió la novela tal y como la conocemos hoy desde un principio, sino que comenzó escribiendo una novelita corta, al modo de las novelas ejemplares, inspirándose en una obra anónima que corría por aquella época llamada el Entremés de los romances en el que el protagonista, Bartolo, un pobre labrador, enloquece de tanto leer el Romancero y decide imitar las hazañas de los héroes que en él figuran. Bartolo se imagina que es un caballero y defiende a una pastora importunada por un zagal, pero este se apodera de su lanza y le da una paliza. Bartolo se lamenta echando las culpas a su caballo y tendido en el suelo recita el romance del Marqués de Mantua. Por lo que, como se podrá comprobar, es indudable la inspiración de este Entremés de los romances, fechado según Menéndez Pidal en 1596, en el Quijote. Posteriormente, dándose cuenta del potencial que tenía el argumento, Cervantes continuó la historia hasta convertirla en la gran novela que hoy conocemos. Esta novelita comprendería los seis o siete primeros capítulos de la obra, en donde se narra la primera salida del ingenioso hidalgo, en la que no aparece aún su eterno compañero Sancho Panza. Estos primeros capítulos de la obra tienen en sí mismos una estructura coherente con un principio, un desarrollo y un desenlace que sería el escrutinio y quema de los libros nocivos para la salud mental de don Quijote por parte del barbero y el cura. La obrita se debió concebir así en un principio, de un tirón y sin división de capítulos. Pues se ve que cuando Cervantes decidió continuar la historia de don Quijote, tuvo que dividir esta primera parte en capítulos, cortando muchas veces por lo sano en medio de la narración, como lo demuestran la separación entre los capítulos V y VI: sólo una coma los separa, terminando el capítulo V en medio de una frase que sigue en el VI. No existe ninguna prueba documental de esta teoría, pero todo apunta a que así fue, incluso que la novelita corta que narra sólo la primera salida de don Quijote fuera publicada o corriera el manuscrito de mano en mano antes de aparecer la primera parte del Quijote auténtico, lo que explicaría por qué Lope de Vega, en una carta fechada el 14 de agosto de 1604, o sea unos meses antes de la publicación del Quijote, dijera estas palabras: «De poetas, no digo: buen siglo es este. Muchos están en ciernes para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a don Quijote».
El Fénix de los Ingenios se cubrió aquí de gloria, demostrando muy poca visión de futuro, y que si bien se ganó la vida como poeta y escritor de comedias de gran calidad, no lo habría hecho como crítico literario, a no ser que su manía por Cervantes fuera la causa que le cegara tanto como para no ver en él y en su Quijote nada de valor.
A partir del capítulo VII, como en el Génesis, Cervantes crea a un compañero para que su protagonista no esté solo, Sancho Panza, su escudero, la figura que encarna el contrapunto en todo, hasta físicamente, de su señor. Con esta genial aparición, la novela se enriquece de manera extraordinaria, no abandonando ya nunca más esta genial pareja que es el núcleo central de la novela y tomando otros derroteros que llevarán a Cervantes a cotas insospechadas de la literatura. Parece como si Cervantes hubiese creado unas criaturas con tal identidad propia que eran ellas las que tomaran las riendas de la novela y Cervantes fuera un mero transmisor de su genialidad. Ya sé que esto no es posible, que siempre es el escritor en última instancia el que crea, pero es un lugar común el que los creadores a veces sienten que sus personajes son los que les guían en la trama y no al revés. Yo no lo puedo asegurar, nunca he creado personajes de tal relieve, pero debe ser así.
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La imagen del ingenioso hidalgo y su escudero pronto se convirtieron en iconos, ya en su propia época, otorgándole a su creador, Cervantes, una fama y una popularidad internacional desde el primer momento.
Miguel no va a reunirse con sus hermanas, ya instaladas en la nueva capital, Valladolid, hasta principios del verano de 1604, cuando parece que su gran novela ya estaba terminada. Por la módica suma de mil quinientos reales nuestro escritor cede su valioso manuscrito al editor Francisco de Robles, hijo del que publicó La Galatea. El 26 de septiembre se concede el privilegio real para poder editarlo. Para los versos laudatorios del preámbulo de cualquier edición que se preciara, Cervantes no encuentra a nadie que quiera participar en él, es tal el olvido y pérdida de influencia en el mundillo literario al que había llegado tras casi veinte años de ausencia. La Primera parte del Quijote será dedicada a un joven de tan sólo veintisiete años, Alonso Diego López de Zúñiga y Sotomayor, duque de Béjar. Un noble presuntuoso y fatuo que no hará nada por favorecer al que con cuya gracia le alzará con la fuerza de su obra a la historia con letras de molde, que de no haber sido dedicada a su persona, jamás se le hubiera mencionado.
Entre tanto, en la imprenta madrileña de Juan de la Cuesta en la calle de Atocha (una placa actual rememora dicho lugar) comienzan a imprimirse los nombres de don Quijote, Sancho Panza y Dulcinea del Toboso por primera vez. Esas mismas letras que leerán millones de personas durante cuatro siglos. En diciembre ya está el libro compuesto y se fija el precio: doscientos noventa maravedíes y medio, una alta suma no al alcance de cualquier bolsillo de la época.
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Portada del Ingenioso hidalgo don Quixote de La Mancha. Edición madrileña de Juan de la Cuesta, 1605.
A primeros del año de 1605 sale pues a la venta El ingenioso hidalgo Don Qixote de la Mancha en su primera edición, eso que los eruditos del cervantismo y los bibliófilos llaman la princeps, por ser la primera, una rara joya de mueso o de coleccionista de altos vuelos, pues su valor hoy día alcanza cifras astronómicas. El éxito fue inmediato. Tanto que nuevas ediciones se suceden así en la península como el extranjero: a los dos meses de la primera edición, en marzo de ese mismo año, se empieza a imprimir la segunda edición madrileña, que verá la luz en el verano; en Lisboa aparecen dos ediciones pirata y otras dos en Valencia en ese mismo año de 1605; en 1607 apareció la de Barcelona; en 1608 una nueva en Madrid, la tercera; en 1610 salió la de Milán, la primera fuera del marco peninsular; en 1611 y 1617 en Bruselas; se tradujo por primera vez a otro idioma, el inglés, en 1612 y al francés en 1614. En el mismo mes de febrero de 1605, es decir, tan sólo un mes desde su aparición, está registrado en Sevilla el envío de un cargamento de un lote de ochenta y cuatro ejemplares de la primera edición, la princeps, a Perú, ensanchando su fama allende los mares. Fueron hasta quince las ediciones que se publicaron de la primera parte del Quijote, antes de que apareciera la segunda en 1615. Es en esta segunda parte donde se alude al éxito arrollador del Quijote en todo el mundo. Cervantes, por boca de uno de los personajes clave en esta segunda parte, el bachiller Sansón Carrasco, va a ser el mismo que se de publicidad a sí mismo dentro de su propia novela, siendo este un rasgo de modernidad sin precedentes:
—Bien haya Cide Hamete Benengeli, que la historia de vuestras grandezas dejó escritas —dice Sansón Carrasco.
A lo que don Quijote pregunta incrédulo aún de que se haya expandido su fama:
—¿Verdad es que hay historia mía, y que fue moro y sabio el que la compuso?
—Es tan verdad, señor —dijo Sansón—, que tengo para mí que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de la tal historia; si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso; y aun hay fama que se está imprimiendo en Amberes, y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzga.
D. Q. II, 3-4
¡Impresionante esta predicción cervantina! ¿Sabía pues don Miguel lo que estaba creando? ¿Fue consciente de que estaba naciendo de su pluma la primera novela moderna? ¿Estaba premeditada tanta profundidad humana y tanta sabiduría como rezuma el Quijote? Es ésta otra de las ya célebres cuestiones sobre la figura de Cervantes difíciles de explicar y de poner a todos de acuerdo. «No es fácil saber si Cervantes fue consciente del todo de la obra que acababa de escribir ni tampoco si supo que iba a proporcionarle ese “eterno nombre”» (Andrés Trapiello, Las vidas de Miguel de Cervantes). Uno de los adjetivos que más han arraigado desde el siglo XIX para definir a Cervantes ha sido el de «Ingenio lego», o lo que es lo mismo, tener una innata capacidad intelectual y artística en la que no es necesaria una formación humanística universitaria. Con este adjetivo se daría a entender que Cervantes, un poco por intuición, dio con las claves de la sabiduría que emana del Quijote casi por casualidad o por acumulación de experiencias vividas y meditadas con su gran ingenio intelectual. Trapiello cree que hay más de improvisación y casualidad en la preparación del Quijote de lo que se supone, y yo lo suscribo también. Cuando la inspiración llega a tal estado de gracia suprema, como en los sueños, ni el mismo creador sabe muy bien lo que le dictan sus musas, pero se deja llevar por ellas porque presiente que le están llevando por el buen camino.
Sea como fuere, Cervantes dio con el toque mágico, con la piedra filosofal al crear su obra, y como acabamos de ver, pudo degustar las mieles del éxito con mayúsculas, ese éxito que con tanto ahínco buscó sin encontrarlo durante toda su vida, y que le va a llegar frisando los sesenta, cuando ya casi había tirado la toalla, «pareciéndole huero apenas degustado», como él mismo nos sugiere.
En efecto, de la noche a la mañana don Miguel de Cervantes se convierte en una celebridad y su don Quijote y Sancho en los personajes de moda. Haciendo referencia a la popularidad suscitada por todo tipo de personas, Sansón Carrasco dice de la historia del Quijote:
[…] los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que, apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: «allí va Rocinante». Y los que más se han dado a su letura son los pajes: no hay antecámara de señores donde no se halle un «don Quijote»…
D. Q. II, 3-4
Además de por sus lectores, una exigua minoría de la población, los personajes universales de la novela son reconocibles por todos, incluso por los iletrados, al ser representados de manera jocosa en cabalgatas, bailes, mascaradas y todo tipo de festejos populares. Así, el 10 de junio de 1605, se vieron desfilar por las calles de Valladolid a don Quijote y Sancho, con motivo de las fiestas celebradas por el nacimiento del príncipe heredero, el futuro Felipe IV.