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Nueva vida por tierras
andaluzas (1587-1601)
COMISARIO DE ABASTOS PARA LA GRAN ARMADA CONTRA INGLATERRA
Cervantes, pues, decide dar un giro copernicano a su vida anterior, la cual no le estaba reportando ninguna satisfacción, para comenzar una nueva más realista desde el punto de vista práctico, el de buscarse un jornal que le permitiera vivir mejor y más independientemente, ahuyentando la idea de vivir de su arte. Nuevo bandazo que, como veremos, seguirá sin reportarle la felicidad esperada. Tenía ya cuarenta años.
Desde la primavera de 1587, cuando deja definitivamente su vida tranquila y sin sobresaltos en Esquivias para cambiarla por la de agente de su Majestad, como comisario de requisas de trigo y aceite por tierras andaluzas, para la «Gran empresa de Inglaterra» que se está gestando, hasta catorce años después, cuando abandona definitivamente Sevilla, asistimos a los años más oscuros de la vida de nuestro escritor. Catorce años en los que nos encontramos con enormes lagunas por las cuales nuestro héroe desparece literalmente sin dejar rastro. Y no porque no existan testimonios documentales, al contrario, la mitad de los escasos documentos referentes a la vida del autor del Quijote son precisamente de esta época, pero no son testimonios de los que se pueda esclarecer nada de su vida personal, sino simples y fríos documentos administrativos de cuentas, notariales, pagarés, etc. Lo poco que se sabe del Cervantes de esta etapa andaluza es por los hallazgos documentales que se han ido encontrando durante los últimos dos siglos, ya que Cervantes nunca habla de esta época de su vida, pero aún los documentos encontrados nos siguen pareciendo escasos y opacos para rastrear la pista de sus andanzas.
Desde el punto de vista de la historia con mayúsculas, sí que sabemos en cambio mucho de esta época, historia que conecta tangencialmente con la de nuestro escritor y con su nueva vida, aunque sus orígenes se estén gestando muy lejos de su realidad cotidiana:
Felipe II decide por fin pasar a la ofensiva contra Inglaterra y el gobierno de la reina Isabel I de Inglaterra, y va a ordenar que se apreste una Gran Armada con el objetivo de transportar hasta suelo inglés a los tercios de Flandes comandados por Alejandro Farnesio, su actual capitán general y gobernador, quien, sin embargo, iba a regañadientes y obligado por su monarca, al no ver con claridad el éxito de semejante y arriesgada operación. En pocos meses, toda España se puso manos a la obra con gran optimismo e ilusión para colaborar en tamaña empresa. Se construyeron nuevos navíos a toda prisa y los viejos fueron remodelados; se transformaron navíos mercantes en navíos de guerra; se reclutaron y formaron nuevos marineros y soldados; se requisó todo el trigo que se pudo para hacer galleta (el pan que se consumía en las travesías marinas), cebada para hacer cerveza (el líquido que se consumía en dichas travesías al no poder transportar agua que se pudría en pocos días), aceite, comida, en general, pero también caballos para ser montados por los soldados; se fabricó toda la pólvora necesaria, así como se aceleraron las fundiciones de cañones, mosquetes, proyectiles, etc. Todo ello perfectamente coordinado y bajo la escrupulosa supervisión del mismo monarca, a quien no le gustaba dejar nada a la improvisación. El objetivo: invadir la isla con un gran ejército con el fin de deponer de su trono a la reina hereje y a sus principales ministros hostiles a España, incluso acabando con sus vidas si fuera menester, e imponer un gobierno católico y aliado. ¿A quién se pondría en el trono en lugar de Isabel? Eso ya se estudiaría una vez concluida con éxito la operación.
LA CONDENA A MUERTE DE MARÍA ESTUARDO, PUNTO DE PARTIDA DE LA ARMADA INVENCIBLE
Al amanecer del 18 de febrero de 1587, en el castillo de Fotheringhay al norte de Inglaterra, después de un juicio sumarísimo por el cual se dictó la pena capital, la católica María Estuardo, reina de Escocia y prisionera durante dieciocho años de su prima la reina de Inglaterra, entregaba en el cadalso su última joya al verdugo que le iba a segar su grácil cuello tras dos golpes de hacha.
Esta atrevida acción por parte del gobierno protestante de Inglaterra escandalizó a toda Europa y muy especialmente al mundo católico, por ser inédito que una reina osara condenar a muerte a otra reina soberana por motivos tan personales como su fe religiosa. Aunque esta era la excusa que esgrimieron las potencias católicas con España a la cabeza para intervenir en Inglaterra, la verdad fue muy distinta, pues María Estuardo no fue condenada a muerte por su fe, sino por su implicación en un complot católico que tenía la intención de dar un golpe en la Corte y asesinar a la reina Isabel y a sus principales ministros protestantes y ponerla a ella misma en el trono de Inglaterra. Es lo que se conoce como la conjura de Babbington, por ser este noble católico, sir Anthony Babbington, quien lo organizó, siendo pillados in fraganti por el secretario de la reina Isabel, sir Francis Walsingham, quien había introducido a dobles espías en el complot, los cuales le traían puntualmente a su despacho la correspondencia secreta entre la reina cautiva, María Estuardo, y sus supuestos salvadores. Cartas que incriminaban claramente en dicho complot a María Estuardo.
Sea como fuere la verdadera historia, lo cierto es que esta acción de la reina Isabel I, quien desde hacía ya varias décadas venía llevando a cabo una política agresiva de guerra encubierta contra Felipe II y los intereses de la Monarquía Católica, fue la gota que colmó el vaso y que llevó al monarca español a tomar una decisión drástica para poner fin a tanta osadía por parte de la reina protestante. El viejo proyecto tantas veces puesto ante sus ojos por los ministros del rey y por el Papa, que defendían una política más agresiva contra el reino hereje de Inglaterra, enviar una poderosa armada que acabara de una vez por todas con el tiránico gobierno isabelino, fue por fin aprobado por el rey. Desde que empezaron a llegar a la Corte española los primeros avisos de la decapitación de María Estuardo, toda una maquinaria de guerra que implicó a muchos hombres de todo tipo de profesiones en España, entre ellos el propio Cervantes, comenzó a ponerse en marcha.
En la formación de esa poderosa armada que requería tanto de soldados y marinos como de vituallas para alimentarlos durante el trayecto, entró en escena nuestro nuevo comisario de abastecimientos de los buques de la armada, que en realidad se denominó La Gran Empresa de Inglaterra.

En respuesta a la decapitación de la reina de Escocia, Felipe II envió su poderosa armada contra Inglaterra como castigo. El de la imagen es uno de los retratos de Sheffield, basado en los realizados por Nicholas Hilliard. María, Reina de los Escoceses (h. 1578). National Portrait Gallery, Londres.
En los últimos meses de su etapa en Esquivias hemos visto cómo Cervantes iba y venía desde distintos lugares de la Península, especialmente a Sevilla. Ahí parece que llevó algún que otro negocio para sacarse algún dinero extra, pero, sobre todo, a buen seguro que intentaba conseguir alguna prebenda de algún personaje importante de los que solían frecuentar la posada de su amigo y excomediante Tomás Gutiérrez, el cual estaba muy bien relacionado por ser su establecimiento, en la calle de Bayona junto a la catedral, el más importante y lujoso de toda la ciudad. Paraban en dicha posada todos los grandes personajes de la nobleza, las finanzas y la política, así como ricos comerciantes de paso por Sevilla. Por una vez, nuestro personaje va a estar en el lugar adecuado y en el momento justo para conseguir lo que tanto tiempo llevaba buscando: un cargo público al servicio del rey. Felipe II había nombrado a Antonio de Guevara como comisario general para los suministros de la armada, quien a su vez nombró a Diego de Valdivia como adjunto para realizar la labor de requisar trigo, aceite y cebada en Andalucía, el granero de España en estos momentos. Para esta tarea Valdivia iba a necesitar a un ejército de colaboradores que recorrieran hasta el último confín de Andalucía, en busca de lo necesario para proveer a la armada. Es de suponer que fuera el mismo Tomás Gutiérrez quien se enterara de que se estaba buscando personal para esta tarea y quien se lo comunicara a Cervantes. Lo cierto es que el 28 de abril de 1587 Miguel firmará en Toledo ante notario una escritura que otorgaba plenos poderes a su mujer para que pudiera administrar la hacienda en su ausencia.
Muchos se preguntarán qué hacía un escritor tan genial y un espíritu libre e inconformista como Cervantes realizando un trabajo de funcionario tan gris y alienante como el de comisario de abastos. No hay que olvidar que Cervantes llevaba años esperando una oportunidad como esta. Quizá no era el trabajo que hubiese deseado, pero sí un nombramiento real y sobre todo muy lucrativo. Nunca en toda su vida fue Miguel tan rico. El sueldo de comisario de abastos le reportaba pingües beneficios económicos, amén de afirmarle como una autoridad por actuar como representante de la Corona. Como él mismo afirmara socarronamente en El juez de los divorcios, el «ser poeta» no estaba reñido con «la necesidad del mundo».
Sería demasiado arduo seguir aquí los periplos y desventuras que llevaron a Cervantes durante este período de su vida por los polvorientos caminos de Andalucía, de Sevilla a Écija, de Écija a La Rambla, de aquí a Espejo, Cabra, Carmona, Úbeda, Baeza, Baza, Estepa, Montilla, Teba, Ronda, Estepona, Villamartín, Marchena, Morón de la Frontera, Osuna, La Puebla de Cazalla, Castro del Río, Andújar, Jaén, etc. Pero sí podemos hacer un sano ejercicio de imaginación y verle trotar sobre una mula renqueante, con sus alforjas que le servían tanto como maleta donde llevar sus enseres, como de despensa donde guardar la comida para el viaje: una hogaza de pan, un queso y una bota de vino. Sufriendo los rigores del verano andaluz a pleno sol, los fríos del invierno, que no son cualquier cosa, sobre todo en la zona central de Andalucía, durmiendo al raso la mayoría de las veces cuando la noche le sorprendiera lejos de cualquier lugar civilizado, o soportando la incomodidad de las malas ventas. Sobrellevándolo todo en soledad y sin tener tiempo más que para «arrojarse molido sobre el lecho» al final de una dura jornada, como él mismo nos cuenta en el Viaje del Parnaso.
Pero lo que más sufrió Cervantes durante este período de su vida fue a las personas con las que tuvo que tratar. No debemos olvidar que su misión no era otra que la ingrata y enojosa tarea de desposeer a los lugareños de sus riquezas agrícolas, en unos tiempos en los que una mala cosecha podía arruinar a una familia, y si no tenían grano almacenado de otros años, podían sucumbir a la pobreza y al hambre, por lo que estaba justificada su mala aquiescencia hacia el que viniera a robarles su pan. Es verdad que se les prometía resarcirles lo requisado, pero no inmediatamente, sino con mucho retraso. En este ingrato trabajo Cervantes tuvo que tratar con todo tipo de gente, desde señores y eclesiásticos hasta campesinos pobres, arrieros, mozos de mulas, venteros, mesoneras, etc. Todo un universo quijotesco que suponemos que le dio la base para el conocimiento humano y en concreto del de la sociedad campesina y rural de finales del quinientos en España, que será el espejo donde se reflejarán los protagonistas no sólo de su asombrosa novela, sino también de las ejemplares. Y con cada uno hubo de servirse del trato que le correspondía por su escala social, pero sin menoscabo de su autoridad. Será víctima de las malas artes y bajo perfil humano de mezquinos y palurdos personajes rurales, al igual que lo fue don Quijote, pero también se apoyará en buenas y gentiles personas. Suponemos que no fue tarea fácil, y podemos estar seguros de que pasó muchos momentos de verdadera angustia y ansiedad. Por desempeñar su trabajo con el celo necesario, a Miguel le valieron dos excomuniones al requisar a la fuerza el trigo de algún canónigo potentado, varias acusaciones de malversación de fondos por parte de los campesinos pero también de la autoridad central. Y por fin, dos encarcelamientos, uno breve en Castro del Río y otro más serio en Sevilla, el cual abordaremos más adelante.