ARGEL, OASIS DE LIBERTAD
El estado corsario de Argel —o de la Berbería, como se lo conocía entonces—, en el norte de África, fue fundado por dos griegos renegados de la isla de Lesbos entre 1504 y 1516: los hermanos Aruch y Jeredín Barbarroja. Tras la batalla de Lepanto, toda la costa norte de África excepto el reino de Marruecos y la ciudad de Orán, que se mantuvo bajo dominio español, caerán bajo el poder del imperio otomano, que mantendrá como aliados semiindependientes a los pobladores de las diversas ciudades de esta zona de África que vivían del tráfico humano.
En el momento en el que nuestro escritor llega a la ciudad de Argel ésta se encontraba en su pleno apogeo y expansión. Desde su fundación había ido creciendo progresivamente con todo tipo de personas de múltiples nacionalidades, hasta alcanzar una población —entre cautivos cristianos, musulmanes argelinos, moriscos de España exiliados, bereberes, turcos, renegados cristianos de todos los países de Europa y judíos— de unos ciento cincuenta mil habitantes, más populosa que Palermo o la misma Roma. Cuando Cervantes llegó a Argel podía haber una población cautiva de unas veinticinco mil personas.
Pero lo que hacía verdaderamente inigualable y excepcional a esta ciudad era el conglomerado de razas y nacionalidades que componían su sociedad, única en su época, pues el núcleo de la misma lo componían los llamados renegados o «turcos de profesión» como los denomina Antonio de Sosa: «Los turcos de profesión son todos los renegados que, siendo de sangre y de padres cristianos, de su libre voluntad se hicieron turcos… Estos y sus hijos, por sí solos, son más que todos los otros vecinos moros y turcos y judíos de Argel». Estos «turcos de profesión», efectivamente, eran todos aquellos antiguos cristianos europeos que, o bien por haber sido capturados y hechos esclavos, o bien por su propia voluntad, habían ido a parar a este lugar y se habían terminado convirtiendo al islam, por lo que automáticamente se transformaban en hombres libres, integrándose a su vez entre los que comerciaban y vivían del corso y del tráfico de esclavos. Los datos de la diversidad de nacionalidades y culturas que Antonio de Sosa nos muestra en su Topographía de Argel son verdaderamente asombrosos:
No hay nación de cristianos en el mundo de la cual no haya renegado y renegados en Argel. Y comenzando de las remotas provincias de Europa, hallan en Argel renegados moscovitas, roxos [¿rusos?], rojaianos, valacos, búlgaros, polacos, húngaros, bohemios, alemanes, de Dinamarca y Noruega, escoceses, ingleses, irlandeses, flamencos, borgoñones, franceses, navarros, vizcaínos, castellanos, gallegos, portugueses, andaluces, valencianos, aragoneses, catalanes, mallorquines, sardos, corsos, sicilianos, calabreses, napolitanos, romanos, toscanos, genoveses, saboyanos, piamonteses, lombardos, venecianos, esclavones, albaneses, bosnios, arnaútes, griegos, candiotas, chipriotas, surianos y de Egipto, y aun abisinios del Preste Juan e indios de las Indias de Portugal, del Brasil y de Nueva España.
Podemos imaginar por tanto el colorido y variopinto espectáculo que este mosaico étnico-cultural tan heterogéneo ofrecería a los ojos de cualquier ciudadano de a pie proveniente de cualquier lugar de Europa. Para entenderse en esta nueva Babel, existía una lengua que se habían inventado, la lingua franca, formada por una mezcla de vocablos escogidos del castellano, italiano, portugués y algo de árabe.
Aquella ciudad, además, había alcanzado un esplendoroso aspecto por sus edificios suntuosos. Innumerables mezquitas o edificios religiosos y centenares de edificios civiles con espléndidos patios interiores de gran belleza y riqueza.
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Otra vista de una ciudad del norte de África que bien pudiera ser la Argel de Cervantes, esa Babel de razas y culturas, de la que obviamente no se conserva ninguna imagen. Todas las que han llegado a nosotros son del siglo XIX, aunque no debería de haber cambiado mucho el aspecto. WEBB, James. Mercado de esclavos. Museo y galería de arte y Russell-Cotes, Bournesmouth (Reino Unido).
Si como nos cuenta Antonio de Sosa en su Topographía de Argel la mayor parte de la población la componían renegados europeos de tantas nacionalidades distintas, y no sólo de la ribera del Mediterráneo, tendremos que admitir que muchos de ellos habían llegado allí por su propia voluntad, buscando lo que nunca podrían ni soñar tener en sus lugares de origen, donde las estructuras jerárquicas, sociales y morales de sus sociedades eran mucho más rígidas. Entre las muchas ventajas que una nueva vida como musulmán podía ofrecer al europeo sin escrúpulos que deseara tener una vida mejor en tierra de infieles estaba el de poder enriquecerse rápidamente con el comercio de esclavos. La estructura social de la Berbería en nada tenía que ver con la de las cerradas castas europeas, donde si nacías pobre te morías pobre. En Argel, ni el apellido, ni una estirpe nobiliaria de rancio abolengo valían para nada, en cambio se tenían en gran estima capacidades personales que en nada tenían que ver con el origen social, como la fortaleza física, la inteligencia práctica o astucia, el valor o valentía en la navegación o el combate, y hasta la belleza física y la juventud. Todas estas aptitudes podían impulsar al renegado a escalar puestos en la pirámide social pudiendo alcanzar las más altas cimas, como fue el caso de Euch Alí o Euchalí, el Uchalí que nombra Cervantes en su historia del Cautivo. Pescador calabrés de origen humilde, fue capturado por los turco-berberiscos y tras renegar de su religión obtuvo el favor de Dragut, impulsando su carrera hasta llegar a convertirse en kapudan pasha de la armada turca, o sea, su principal almirante (fue el único que escapó con vida de la batalla de Lepanto) y rey de Argel.
Otro motivo por el que muchos europeos de la época acudían a Argel y se hacían renegados era el de poder disfrutar de los «pecados de la carne» sin ningún tipo de trabas ni restricciones. En efecto, la sociedad argelina e islámica en general de esta época disfrutaba de una gran permisividad en lo sexual que la hacía muy atractiva y diferente de las cristianas: la poligamia, la facilidad para divorciarse, el matrimonio entre primos o la tolerancia hacia la homosexualidad eran otras tantas ventajas que atraían a una buena parte de los europeos que preferían renegar de su religión para disfrutar del Paraíso en esta vida. A la atracción por la libertad sexual se sumaba también la de la amplia tolerancia para las otras religiones del libro hasta el punto de poderse hablar de libertad de cultos. Todas estas características, que hacían a la sociedad de Argel tan peculiar en su época, y tan libre, fue lo que hizo que a muchos europeos les sedujera la idea de hacerse renegados para cambiar totalmente de forma de vida.
La Argel que vivió Cervantes, pues, parecía a ojos de muchos europeos de la época una tierra de promisión, en la que los que antes eran meros números en los diferentes estratos sociales, accedían a una sociedad más igualitaria, donde un individuo era valorado por sus riquezas y por sus cualidades personales. La pérdida de esperanza para muchos cautivos de reserva, los que no eran de élite y no tenían la posibilidad de que nadie pagara por su rescate, hacía también que acabaran tomando la decisión de convertirse al islam para ser hombres libres. La tentación era grande y las presiones para que lo hicieran aún mayores. En el caso de Cervantes, aunque él era de los de rescate, era debido a una falsa suposición de que su familia podría pagar sin problemas, y ya hemos visto que no era el caso, por lo que podemos imaginar el sufrimiento que debió pasar, sin saber si algún día sería liberado y ni siquiera si viviría para contarlo. Además, para un hombre de honor como era Cervantes, ninguna de las ventajas que la sociedad argelina le pudiera ofrecer estaba entre sus prioridades vitales, muy al contrario para la mentalidad de un caballero español del siglo XVI, tanto el marcado carácter democrático e igualitario de la sociedad berberisca, como el libertinaje sexual, no eran sino signos que corroboraban la bajeza y pobre civilización de sus gentes. El mantenerse en su religión católica, por encima de toda duda y tentación, incluso a costa de padecer todo tipo de humillaciones y sufrimientos constantes, era parte del ideario del buen cristiano, y su incumplimiento hubiera supuesto una pesada carga en la conciencia para toda la vida. Sólo la idea de poder escapar de ese infierno era la única esperanza posible que le quedaba, pues, como él mismo nos dice por boca de su personaje Ruy Pérez de Viedma: «Jamás me desamparó la esperanza de tener libertad».