AL SERVICIO DEL CARDENAL ACQUAVIVA
Una vez hecho esto, suponemos que lo siguiente sería buscarse un medio de subsistencia. De esta preocupación lógica de nuestro escritor se desprende el documento fechado en Madrid a 22 de diciembre de 1569, por el cual Rodrigo de Cervantes, padre de Miguel, certifica la limpieza de sangre de su hijo, corroborado por tres testigos, entre los que se encuentra el ya mencionado amigo de la familia y organizador de festejos, ahora convertido en alguacil, Alonso Getino de Guzmán. Esta información fue pedida por Miguel a su padre hacia el mes de octubre como requisito indispensable para entrar al servicio de un jovencísimo príncipe de la Iglesia (era tan sólo un año mayor que Cervantes): monseñor Giulio Acquaviva d’Aragona. Era un joven aristócrata napolitano, persona refinadísima en sus gustos y maneras, culta y que gustaba de rodearse de una corte de jóvenes apuestos y cultos como suponemos que sería el caso de nuestro futuro escritor por estos años. Unas palabras de la novela ejemplar El Coloquio de los perros vienen al caso para este momento, tal vez inspiradas también en la experiencia vivida por Cervantes en esos días de juventud: «Muy diferentes son los señores de la tierra del Señor del Cielo: aquellos, para recibir un criado, primero le espulgan el linaje, examinan la habilidad, le marcan la apostura, y aun quieren saber los vestidos que tiene…». Pues bien, el primer requisito que se menciona como es este de espulgar el linaje es lo que Miguel superó con éxito gracias a este certificado de limpieza de sangre, que avalaba su ascendencia pura de cristianos viejos.
Giulio Acquaviva, que será elevado a la púrpura cardenalicia al poco de entrar Cervantes a su servicio había estado en Madrid precisamente el año anterior, como enviado del papa Pío V para ofrecer las condolencias en su nombre al rey de España por la muerte de su hijo don Carlos. Es muy posible que ya en Madrid Cervantes hubiera entrado en contacto con el prelado romano de alguna manera, y cuando tuvo que huir precipitadamente a Roma, se acordara de él para ponerse a trabajar a su servicio, cosa que el alto dignatario papal hizo parece que sin mucha reticencia, a pesar de no ser don Miguel de familia noble. Aunque Cervantes no cuenta nada de esta parte de su vida, aparte de mencionar en su prólogo a la Galatea que sirvió en Roma al cardenal Acquaviva, no deja de ser extraño el hecho, que hoy conocemos, de que se convirtiera en «camarero» o «ayuda de cámara» de un cardenal, cargo que, aunque no dejaba de ser el de un sirviente, entrañaba unas tareas muy íntimas, las cuales sólo un noble, en una sociedad eminentemente aristocrática, podía ejercer. Una cosa era estar limpio de sangre, y otra muy distinta ser de familia aristocrática, cosa que Cervantes jamás podría probar por la sencilla razón de que no lo era.
En todo caso, el certificado de limpieza de sangre expedido por el padre de Miguel y que le abrió las puertas al palacio del cardenal romano plantea un nuevo problema en la complicada pero apasionante tarea de recomponer la trayectoria vital de Cervantes. Si el certificado de limpieza de sangre exigido para entrar a formar parte de una de las casas nobiliarias de Roma equivalía a lo que hoy conocemos como un certificado de buena conducta, ¿cómo es posible que fuera expedido por un corregidor de Madrid? Es decir, por la misma autoridad municipal que un año antes le había declarado en busca y captura para aplicarle un castigo ejemplar. Y es más, ¿cómo su amigo Getino de Guzmán testifica a favor de Miguel, siendo en este momento «alguacil de la villa de Madrid», arriesgándose a ser declarado perjuro y a ser duramente castigado por las autoridades, si el «Miguel de Cervantes» del cual da fe fuera el mismo que un año antes hubiera estado a punto de asesinar a un hombre? Todas estas cuestiones hacen que cada documento encontrado sobre Cervantes oscurezca más que aclare la historia de su vida, y nos hacen reflexionar que, por mucho que los más prestigiosos investigadores hayan llegado últimamente a la conclusión de que efectivamente el «Miguel de Cervantes» de la provisión de 1569 encontrada en el Archivo de Simancas es el mismo que escribiera años después el Quijote, es cuanto menos discutible, y nos viene a corroborar una vez más que de la vida de Cervantes aún no se ha dicho la última palabra.