EN LOS BAÑOS DE ARGEL

Cervantes iba a ser, pues, considerado como un prisionero de élite para las autoridades argelinas. Fue lo que se denominaba «cautivo de rescate», por el que se podía obtener una lucrativa suma. Era un «pez gordo» de los que gustaban encontrar a los arráeces que surcaban el mar Mediterráneo en busca de un buen botín. Esto por un lado era bueno, como veremos, para el cautivo así considerado, porque eran mejor tratados, no se les podía dedicar a trabajos forzados ni a galeotes, donde morían la mitad de estos por agotamiento y malas condiciones, pero por otro lado la alta suma a la que se condicionaba su rescate o liberación era tan difícil de pagar, sobre todo en el caso de Cervantes, que no era en realidad ningún potentado, que debió de ser difícil para nuestro escritor mantener viva la esperanza de poder verse libre algún día.

La prisión donde estos cautivos eran encerrados se denominaba «baños». Hay discrepancias en el origen de este término. En su Tesoro de la lengua castellana o española (1611) Covarrubias plantea que su fuente es del latín balneum, que traduce como «corral». Los «baños» estaban reservados para prisioneros de alta consideración, en donde permanecían hasta que reunieran el dinero suficiente para ser rescatados. También les era más difícil renegar, ya que esto les llevaba automáticamente a la libertad, que era justamente lo que sus amos no querían, porque con esa acción perdían la posibilidad del negocio. El doctor Sosa nos hace una descripción detallada de estos baños en donde nuestro cautivo pasó cinco largos años, con intervalos:

Son también de notar los que llaman Baños del Rey, que son las casas o corrales, para mejor decir, do tienen sus esclavos y captivos cristianos encerrados. Uno se dice el Baño Grande, que es hecho como en cuadro, aunque no perfectamente, porque es más largo que ancho; […] está repartido en altos y bajos y con muchas camarillas y en medio una cisterna de linda agua, […] El otro baño se dice el Baño de la Bastarda, el cual no es tan grande, pero también está en muchos aposentos repartido, y particularmente sirve este para estar en él los cristianos del común […] en el Baño Grande habrá Rey (como Asán Veneciano, renegado de Ochalí), que tendrá en aquel baño a veces mil quinientos o dos mil cristianos, y los del Baño de la Bastarda y del común serán de ordinario hasta cuatrocientos o quinientos, no más.

En el caso de Cervantes, suponemos que disfrutó de bastante autonomía dentro de su cautiverio, incluso de la posibilidad de pasear libremente por la ciudad y de hacer amistades entre los infieles, dado el trato que tuvo con todo tipo de personajes y por lo que se desprende de lo que nos cuenta el cautivo Ruy Pérez de Viedma de la historia intercalada en el Quijote, que no es otra que la del propio Cervantes: «pusiéronme una cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella». Esta libertad de movimientos por la ciudad de Argel nos puede chocar en un cautivo, pero hay que tener en cuenta que la propia ciudad ya era como una enorme prisión de donde era muy difícil escapar —como veremos a continuación—, pues estaba rodeada por el desierto —a kilómetros de distancia de la población cristiana más cercana— y por el mar. El mismo Dr. Sosa nos confirma esta relativa libertad de movimiento de algunos cautivos:

Tienen estos del Baño de la Bastarda más libertad porque pueden ir y caminar por do les place, como el Agá y jenízaros no los ocupen, y los del Baño Grande están todos encerrados siempre y a buen recaudo, con sus porteros continuos a las puertas y guardas que día y noche a cuartos los velan y guardan.

Otra vista de vida cotidiana en una ciudad musulmana como la Argel de la época de Cervantes, quien en sus frecuentes salidas de los baños se encontraría escenas parecidas a esta, y donde sin duda buscaría amistades que le pudieran facilitar su huida.

Según este testimonio, Cervantes, como personaje importante, «cautivo de rescate», tuvo que estar en el Baño Grande, donde dice Sosa que nos les dejaban salir, pero deberían de haber sido bastante flexibles en este tipo de reglas, pues nuestro cautivo y futuro escritor sí salía de su «baño», menos cuando estaba castigado por haber intentado huir.

La tolerancia que se respiraba en Argel no sólo respondía a la libertad de movimiento, sino también, y esto es lo más curioso, a la religión. En el mismo pasaje de la Topographía donde el Dr. Sosa nos describe cómo eran los «baños», nos dice:

[…] y a un lado, debajo, está la iglesia [en el mismo «baño»] o oratorio de los cristianos, do (sea el Señor bendito) todo el año se dice misas, y muchas veces en fiestas solenes cantadas y solenizadas con sus vísperas y muy bien acordadas, porque nunca faltan sacerdotes captivos […] y adonde también se administran algunos sacramentos y se predica a veces la palabra del Señor, y como nunca por la gracia suya faltan cristianos devotos, hay gran concurso dellos que los domingos y fiestas suelen oír allí misa, y en las Pascuas suelen ser tantos que no caben, y es necesario algunas veces decir misa en el patio, fuera…

Esta misma correspondencia de tolerancia hacia unos prisioneros musulmanes o de cualquier otra religión en la España de esta época sería imposible e impensable.