LA NACIÓN MÁS PODEROSA Y TAMBIÉN LA MÁS CATÓLICA

Miguel de Cervantes nace, pues, en la nación más importante y poderosa de su época. Cada siglo tiene su nación líder, y en el siglo XVI el liderazgo perteneció sin ninguna duda a España, quien se impondrá militar, pero también política y culturalmente al resto de Europa. España en la época de su hegemonía funcionó como si fuera un imperio, sin serlo nominalmente; un imperio que además, y a diferencia de los otros, nació de forma casual, por azar podríamos decir, pues se conformó básicamente por dos hechos casi fortuitos: por un lado, el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo, y, por otro, la política de alianzas matrimoniales de los Reyes Católicos destinadas fundamentalmente a aislar a Francia en Europa, y que confluyó finalmente en la herencia de todos los territorios implicados en una sola persona: Carlos I de España y V de Alemania.

TIZIANO. Alegoría de la Religión defendida por España (1572-1575). Museo del Prado, Madrid.

Desde muy pronto, el imperio español tuvo una marcada vocación religiosa, tanto de evangelización en el Nuevo Mundo, como de defensa de la religión católica en Europa. España se implicó de lleno en la lucha contra los protestantes, llegando a ser vista por todos como el brazo militar armado del catolicismo, recién retado desde que Lutero desafió al Santo Padre clavando sus noventa y cinco tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg en Alemania. No debemos olvidar esta característica de abanderado en la lucha en pro del catolicismo que tuvo el imperio español, que por algo era conocido en su época como la Monarquía Católica, porque le imprimirá un carácter especial que distinguirá a la nación española de entre todas las demás de Europa. Y esta vocación de defensora de la fe fue una cuestión cada vez más arraigada en todos y cada uno de los españoles de la época, quienes llegaron a convencerse de que Dios había elegido a este pueblo para librar su batalla personal contra los infieles o herejes. Esta posición superior de creerse los elegidos de Dios confirió al pueblo español y especialmente al castellano una sensación de infalibilidad que les hizo arrogarse una especie de superioridad moral en cualquier asunto europeo en el que interviniera la religión.