Una vez pasada la tormenta por el crimen contra Celeste, se despertó una racha de fugas que en una semana llegaron a irse hasta treinta hombres. Ya sin cadenas la isla de San Lucas dejaba de ser para el reo un presidio de máxima seguridad. Y de verdad que ya no lo fue nunca más.

Se marcharon en troncos, en caballos que se robaban en el potrero, tras de los bueyes a los que obligaban echarse al mar y ellos se prendían de su cola; de los platanales para la cría de los cerdos se cortaban los palotes y como tienen mucho aire son inigualables como balsas. Se fugaron viejos, los que sabían nadar y los que de nadar no llegaron a aprender nunca.

En fin que otra vez la sombra de las cadenas flotó sobre los que estábamos encerrados.

Una semana se batió el récord en fugas al aire veinte hombres en una sola mañana. Nuestro comandante envió un telegrama al Presidente de Costa Rica donde explicaba la situación y solicitaba permiso para aplicar ciertas medidas. El Presidente, que tenía una buena vena de humor, respondió:

—Esté ahí hasta que se fugue el último, y cuando eso sea me manda las llaves y se marcha usted para la casa. Cuando el Presidente Bueno dejó el poder por cumplir sus cuatro años, también se solicitó la renuncia del señor Campos López.

Y entonces vino uno de los más perversos hombres que en los tiempos modernos tuvimos como comandante.

Se llamaba el coronel Leoncio.

Si bien es cierto que ya la cadena no se usaba, nadie había dicho una palabra sobre las esposas de hierro en las manos y ese fue uno de los métodos de castigo que empezó a poner nuestro comandante en ejercicio. Y tuvimos la oportunidad de tener compañeros con las manos atadas en la espalda hasta por el tiempo de un año.

Y el látigo con su punta de acero de nuevo fue grano cuya seña decía del mal que caía sobre nosotros. El uso de la verga de toro por cualquier causa —insignificante que fuera— se hizo tradicional: por conversar en filas, atrasarse en el trabajo.

Y es cosa curiosa: en los primeros días el nuevo coronel fue bueno con nosotros hasta que llegó la primera fuga de su tiempo y le sacó de sus casillas.

Y aquí tengo que llamar la atención sobre el hecho de que en los primeros tiempos todo comandante nuevo es buena persona, hasta que se va haciendo poco a poco al ambiente negativo que lo termina corrompiendo totalmente hasta hacer un verdugo más. El señor Campos Lopez fue una excepción. El presidio hace verdugos y delincuentes. No perdona.