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La luz ambarina del sol del atardecer envolvía el interior del pabellón McGinley, en el Jardín Botánico de Chicago, de una sensualidad mágica, como si a todos los allí reunidos para la boda de Angie y Evan nos hubieran transportado al país de las hadas.

Los suaves acordes de la orquesta habían predominado durante la última hora, pero de pronto comenzó una música solemne, una marcha tradicional que nos acompañó a Sloane y a mí por el pasillo hasta nuestros lugares respectivos al otro lado de Tyler y de Cole.

Sin apenas darme tiempo a mirar de reojo a Cole, la música dio paso a una marcha nupcial. Los invitados se pusieron en pie y se volvieron para ver entrar a Angie con un deslumbrante vestido de cuentas cosidas a mano y una cola de tres metros.

Avanzando por el pasillo del brazo de su padre, parecía flotar, y el silencio era absoluto salvo por la marcha nupcial. Hasta los insectos del jardín parecían haber callado por deferencia a esa mujer cuyo aspecto era tan radiante que parecía iluminada por dentro.

En el instante en que su padre la entregó a Evan, que parecía tremendamente feliz, tuve que parpadear para ahuyentar las lágrimas. Cuando el pastor comenzó la ceremonia, permanecí al lado de Sloane, agarrando mi ramo, y me volví hacia el mar de rostros. Había algunos amigos, pero el resto eran desconocidos, y recordé que aunque Angie se había convertido enseguida en una parte importante de mi vida, las dos teníamos muchos años a nuestras espaldas de los que la otra nada sabía. Curiosamente, la idea me reconfortó. Tenía tantas cosas que descubrir aún sobre mis amigas. Sobre Cole. Qué caray, sobre mí.

Miré de soslayo a Cole, que estaba junto a Tyler y a Evan, y advertí que me estaba observando. Yo ya estaba emocionada por el simple hecho de estar en una boda, pero fue tal la ternura que vi en su mirada que tuve que desviar la vista por temor a echarme a llorar de verdad.

Me concentré en Evan, en la expresión de su cara, que traslucía amor, dicha, pasión y muchas otras emociones inspiradoras.

Yo también quería eso, me dije. Quería estar en el lugar de Angie, avanzar por el pasillo hacia el hombre que amaba.

Quería ver a Cole mirarme de ese modo.

Bodas. Contuve un suspiro y me concentré de nuevo en la novia. En mantener la sonrisa. En intentar recordar lo que la madre de Angie me había pedido que hiciera después de la ceremonia para ayudar al personal contratado para el banquete.

Tenía la cabeza tan llena de cosas que la boda transcurrió en una neblina romántica que no se levantó hasta que escuché el familiar «Puede besar a la novia» y vi a Evan estrechar ávidamente a Angie entre sus brazos.

Después de eso hubo más música y otro desfile por el pasillo seguido de felicitaciones y fotos, besos y abrazos.

En un momento dado Tyler agarró un micrófono y —tras el chirrido de retroalimentación— pidió silencio. Empezó felicitando a Angie y a Evan, habló de lo mucho que estaban hechos el uno para el otro, deleitando a la multitud.

—Pero ya basta de hablar de ellos —dijo—. Tengo algo que anunciar, y se me ha ocurrido que una boda es el lugar idóneo. —A su lado Sloane estaba ruborizándose ligeramente, lo cual me pareció desconcertante y divertido dado que ella raras veces se sonroja—. Esta mañana le he pedido a Sloane que se casara conmigo y ella me ha concedido el honor de aceptar. Gracias —añadió cuando estallaron los aplausos—. Pero he de añadir que Evan ya no es el hombre más afortunado hoy aquí. Tiene que compartir ese título conmigo.

—¿Por qué no? —gritó una voz entre los invitados—. Vosotros lo compartís todo. Y ya puestos, ¿dónde está Cole?

Todas las miradas se volvieron hacia mí —no hacia Cole— y noté que las mejillas me ardían aún más que a Sloane.

Por fortuna, el personal empezó a pedir a la gente que regresara al pabellón, que rebosaba de comida y de vino y de una música maravillosa que un grupo interpretaba quedamente en un rincón.

Me rezagué un poco intentando encontrar a Cole, que había sido engullido por el torrente de gente cuando salíamos del pabellón en tropel. No di con él, así que entré en el pabellón con la esperanza de encontrarlo allí. No lo vi —al principio no—, pero sí divisé a Sloane. Estaba en la pista de baile en brazos de Tyler, y su rostro resplandecía como si tuviera velas alumbrándola por dentro. Reparó en mí y la sonrisa se le ensanchó. Alzó la mano, me señaló la sortija y pronunció con los labios la palabra «diamantes» antes de reírse como una niña mientras su recién acuñado prometido la hacía girar y la besaba con pasión en medio de la pista de baile.

En un momento dado los demás bailarines se separaron y ahí estaba Cole. Observándolos también con una expresión de nostalgia y de felicidad. Probablemente notó el peso de mi mirada, porque se volvió y sus ojos encontraron de inmediato los míos. Durante un instante solo existimos él y yo en el mundo. Entonces sonrió y el hechizo se rompió, pero no me importó. Sentí que podía hacer frente al resto del mundo porque tenía a ese hombre a mi lado.

Ignorando a los bailarines, cruzó la pista de baile tomando el camino más corto.

—Algún día —dijo. Me agarró la mano y me miró con un anhelo que me hizo temblar—. Algún día serás una novia preciosa.

El corazón se me paró un segundo, pero antes de que pudiera pensar en sus palabras —antes de que pudiera procesarlas o incluso permitirme preguntarme si realmente Cole quería decir lo que yo esperaba que quisiera decir— me arrastró hasta la pista de baile y juntos nos sumergimos en la música, la gente y la alegría del momento.

Feliz. Una palabra tan sencilla pero tan poderosa. Así me sentía con Cole.

Había otras emociones, por supuesto. Deseo, lujuria, necesidad, curiosidad, avidez y ternura. Y muchas más.

Yo seguía sonriendo como una boba horas más tarde, después de que los invitados hubieran comido el pastel y la limusina extralarga se hubiera llevado a Evan y a Angie para comenzar su luna de miel de cuento de hadas. Estaba junto a la fuente de champán, cubriéndome el pecho con los brazos, cuando Damien y Nikki se acercaron para despedirse.

—Ojalá pudiéramos quedarnos —dijo Nikki—. Nos encantaría pasar más tiempo contigo y con Cole, y apenas he visto Chicago. Pero quizá en otra ocasión.

—Nos encantaría —dije con franqueza.

Damien me dio un beso en la mejilla, y reparé en las miradas de asombro y de envidia de algunas de las invitadas que se habían pasado la noche haciéndole disimuladamente fotos con el móvil.

—Si no vas con cuidado —le previne—, acabaremos saliendo en Facebook.

—Que cuenten lo que quieran —dijo Nikki. Ladeó la cabeza para señalar a Damien—. Hace tiempo que se acostumbró a las habladurías. Al fin estoy llegando a un punto en que ya no siento que vivo en una pecera. O, para ser más precisa, estoy empezando a sentirme como un pez que puede ignorar lo que sucede fuera de la pecera.

Reí, pero no pude evitar pensar que había tenido suerte con Cole. Aunque salía con frecuencia en los periódicos, y a partir de entonces sin duda yo también sería incluida en las fotos, su fama se limitaba a Chicago. Nikki y Damien eran reconocidos en todo el mundo, y más les valía no ser pillados en un escándalo porque no tendrían dónde esconderse.

Sinceramente, prefería mi situación.

—¿Has visto a Cole? —me preguntó Damien.

—Toda la tarde, y casi siempre pegado a mí —dije—. Hace un rato se ha llevado a Tyler a un lado. Creo que los he visto bajar hacia el agua.

Cuando Nikki y Damien se alejaron para seguir con las despedidas, busqué a la señora Raine para que me informara de mi misión posnupcial. Minutos después vislumbré a Cole y a Damien hablando cerca del pabellón. Por lo visto Damien tenía algo más que decirle aparte de adiós, porque Cole no parecía contento.

Me disponía a acercarme a ellos para preguntarles qué estaba pasando —y si debía inquietarme por mi padre— cuando la señora Raine me reclutó para que me ocupara del personal de catering y de las flores. Vacilé, pero sabía que Cole no haría nada que pusiera en peligro a mi padre, ni permitiría que siguiera allí si corría el riesgo de ser encontrado.

Para cuando terminé mis obligaciones nupciales de dama de honor, la mayor parte de los invitados se había marchado y yo también estaba lista para irme. Aún quería saber de qué habían estado hablando Cole y Damien, pero podía esperar a estar en el coche para preguntárselo.

El problema era que no encontraba a Cole por ningún lado.

Al principio no le di importancia; Cole era mayorcito y en el banquete aún quedaban invitados suficientes para que alguno se lo hubiera llevado a un lado para charlar. Pero transcurrida media hora empecé a inquietarme de verdad.

—No desde hace por lo menos una hora —me dijo Tyler cuando le pregunté si había visto a Cole.

—Estaba hablando con Damien, y no parecían muy contentos. ¿Sabes si ha ocurrido algo?

—No —dijo Tyler—. Sé que hace unos días hubo problemas en la galería de Los Ángeles. Unos chicos de Malibú apedrearon las vitrinas. Quizá sea por eso.

Fruncí el entrecejo. Quizá, pero algo me decía que no.

—Sea lo que sea, no lo encuentro por ningún lado. Si lo ves, dile que lo estoy buscando.

—¿Le has enviado un SMS?

Asentí.

—Aunque lo más seguro es que después de la ceremonia olvidara volver a poner el sonido al móvil.

—Puede que haya ido a la oficina del servicio de catering —me dijo Sloane cuando Tyler se marchó a saludar a un conocido—. Si traen documentos durante una boda, querrá decir que son importantes.

—¿De qué estás hablando?

—¿No has visto al mensajero? Ha venido hace unos veinte minutos. Puede que Cole tuviera que firmar algo y enviarlo por fax.

Fruncí el entrecejo y fui en busca de la mujer que nos habían asignado de coordinadora. La mujer llamó a la oficina, pero el personal de allí le dijo que no habían visto a Cole en todo el día.

—Eso significa que tiene que estar por aquí —dijo Sloane, pero yo empezaba a tener un mal presentimiento.

—Voy a ver si el Range Rover sigue aquí —dije.

Sloane enarcó una ceja.

—No digas tonterías. Cole no te dejaría colgada.

—No me dejaría colgada. Tú estás aquí, ¿no?

Sloane arrugó la frente pero no replicó. Tampoco dijo nada hasta que llegamos al aparcamiento y encontramos el espacio donde Cole había estacionado el Range Rover vacío.

—Esto empieza a ponerse feo —farfulló.