19
—¿Seguro que no te apetece una noche en la ciudad? —me preguntó Cole frente al hotel Beverly Wilshire mientras veíamos a Edward, el chófer de Damien, sumergirse de nuevo en el tráfico con la limusina—. Los Ángeles. Una limusina. Todo un mar de posibilidades.
—La única posibilidad que deseo eres tú —dije—. En nuestra habitación. Preferiblemente sin ropa.
Sonrió.
—Visto así…
Me tomó del brazo y entramos en el hotel que, pese a ser mi primera visita, me resultaba tan familiar por la cantidad de veces que había visto Pretty Woman en la adolescencia. En aquel entonces estaba más interesada en la escena musical de las compras que en la trama amorosa, pero recordaba que al final Vivian se quedaba con la ropa y con el hombre a pesar de los momentos en que había parecido que él y sus conflictos personales iban a fastidiarlo todo.
Miré al hombre que me llevaba del brazo y no pude reprimir una sonrisa. No lo había visto venir, pero no podía negar que también yo deseaba un final de cuento de hadas. Y pensaba hacer cuanto estuviera en mi mano para conseguirlo.
—¿Qué? —preguntó Cole al reparar en mi mirada.
—Estaba pensando en este hotel —dije mientras cruzábamos el exquisito vestíbulo rumbo a los ascensores—. Muchas celebridades pasan por aquí. Y algunos hombres que están como trenes.
Enarcó las cejas de manera casi imperceptible.
—¿Estás planeando cazar a un actor de cine?
—En absoluto. —Entrelacé mi brazo con el suyo—. Estaba pensando que el hombre que me acompaña está infinitamente mejor.
—Qué curioso. —Cole detuvo sus pasos y me dio un beso rápido, apasionado y profundo—. Yo estaba pensando lo mismo de la mujer que me acompaña a mí.
Nos habíamos registrado antes de que Edward nos llevara a cenar a Malibú, de modo que fuimos directamente a nuestra habitación de la octava planta.
—Todavía no me has preguntado qué hacemos aquí —dijo Cole cuando el ascensor se abrió en nuestra planta—. Ni cuál es el plan para tu padre.
—Es cierto —repuse de manera desenfadada adelantándome unos pasos—. No te he preguntado nada.
Me dio alcance en la puerta y me frenó la mano antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura.
—Katrina.
—Solo estoy jugando de acuerdo con tus reglas —dije—. Recuerdo lo mucho que te esforzaste en hacerme entender eso en el lavabo de señoras del Drake. ¿O lo interpreté mal?
Sacudió la cabeza con visible regocijo y me arrebató la llave.
—No.
—Bien.
Abrió y entró detrás de mí. En cuanto la puerta se hubo cerrado, me apreté contra él y procedí a desabotonarle la camisa celeste que había combinado con unos tejanos gastados.
—Si te soy sincera, espero que ser buena chica sea aún más gratificante de lo que lo fue ser castigada. —Me puse de puntillas y le mordisqueé el lóbulo—. De lo contrario, ¿por qué no ser mala?
—Buena pregunta. —Deslizó un dedo por mi mentón para alzarme la boca y besarme—. Además, me gusta castigarte…
—Puedo ser mala —dije cubriendo con la mano su polla ya dura—, y tenemos por delante una estupenda noche en un hotel de ensueño para que me castigues por portarme mal.
—O te recompense por portarte bien.
—O las dos cosas —susurré antes de apretarle la polla y de arrancarle un gemido.
—No te muevas. —Cole me dejó de pie a un metro de la puerta. Teníamos una habitación estándar, no una suite, y me gustaba que fuera pequeña e íntima, sin mucha cosa más aparte de una cama, una mesa y una silla.
Era como si la habitación estuviera descartando todas las demás posibilidades, dejándonos sin otra cosa que hacer aparte de desnudarnos y de disfrutar el uno del otro. Por mí, ningún problema. Aún estaba tensa por la forma en que Cole había salido corriendo en Chicago. Me había recuperado un poco en el avión, y un poco más con Nikki y Damien, pero no me sentiría del todo bien —no me sentiría del todo suya— hasta que hubiera pasado unas cuantas horas en sus brazos. Hasta que Cole me hubiera buscado una y otra vez. Hasta que me hubiera tomado de todas las formas posibles.
Y hasta que se quedara conmigo después.
Se sentó en el borde de la cama y me miró. Permanecí estática, consciente de que eso era parte del juego pero impaciente por moverme porque empezaba a notar calambres en las piernas. Cuando creí que no podía aguantar más, dijo una palabra, solo una.
—Desnúdate.
No contesté. No sonreí. No hice nada salvo avanzar cuatro pasos hasta colocarme frente a él.
No había tenido tiempo de cambiarme antes de correr hasta el avión, y eso quería decir que tampoco llevaba equipaje. Afortunadamente, sabía por mis incontables pases de Pretty Woman que solucionar una crisis de vestuario en Rodeo Drive era cosa fácil, o por lo menos si tenías dinero. Yo lucía un deslumbrante vestido cruzado de Dior de color azul claro. Y puesto que lo había pagado Cole —incluidas las bragas de encaje y el sujetador de realce—, supuse que tenía derecho a ver cómo abandonaba mi cuerpo.
Desabroché el fajín y abrí el vestido hasta que me colgó de los hombros como un salto de cama para dejar al descubierto el sujetador, las diminutas bragas y unos alucinantes zapatos de tacón de aguja azules.
—¿Te gusta?
—Yo diría que estas vistas me gustan todavía más. Creo que deberías llevar el vestido así a partir de ahora.
—Puede —dije juguetona—, pero creo que se podría mejorar.
Deslicé una mano por mi estómago hasta que mis dedos desaparecieron bajo la tira de encaje de las bragas. Estaba húmeda y caliente. Arqueando ligeramente la espalda, me acaricié la piel desnuda y jugué con mi clítoris lo bastante para que un intenso hormigueo me recorriera el cuerpo.
Tenía los ojos abiertos, clavados en Cole, y cuando escuché su gemido quedo y gutural, supe que acababa de ganar un asalto en el juego al que estuviéramos jugando.
Retiré la mano y me llevé el dedo a la boca. Mi gesto fue recompensado con otro gemido y un ronco «Vas a acabar conmigo, Kat» que me hizo reír.
Impulsado por un leve movimiento de mis hombros, el vestido me resbaló por el cuerpo. Me quité el sujetador y lo arrojé con desenfado al suelo. Luego le llegó el turno a las bragas, hasta que me quedé frente a Cole completamente desnuda salvo por los sexis zapatos de aguja.
Me acerqué hasta quedar a unos centímetros de él.
—Si estuviéramos en el Destiny tendrías prohibido tocar.
—Por suerte, no estamos en el Destiny —repuso antes de dejar que sus dedos viajaran por mi cuerpo. Por mis brazos, mis muslos y mis senos. Eran caricias delicadas, casi despreocupadas, pero las sensaciones que me provocaban no lo eran en absoluto.
Tenía las piernas juntas, pero sus manos me producían tales oleadas de excitación que mi cuerpo estaba deseando estallar. Abrí ligeramente las piernas, me incliné hacia delante y le puse una mano en el hombro para no perder el equilibrio y acercarme a su oído.
—Estoy a punto —susurré—. Haz que me corra.
Retrocedí lo justo para ver el anhelo reflejado en su rostro. Vi la manera en que apretaba la mandíbula en su esfuerzo por mantener el control. Y escuché una única e inesperada palabra:
—No.
Frustrada tanto por la tensión de mi cuerpo como por la expresión de regocijo que vi en sus ojos, enarqué una ceja.
—Como quieras —repuse, y me llevé los dedos al sexo porque era un problema que podía solucionar sola.
—No —repitió—. Esta noche las reglas las pongo yo. No te correrás hasta que yo te lo diga. Y tan solo harás lo que yo te diga.
Volví a enarcar la ceja.
—A sus órdenes, señor.
Esbozó una sonrisa de suficiencia y clavó la mirada en el suelo.
—Creo que me gustaría verte de rodillas. Y sé que me gustaría ver tus labios alrededor de mi polla.
Me obligué a mantener el semblante inexpresivo cuando le miré. Cole estaba cerrando el círculo, regresando al punto en el que habíamos estado antes de que huyera de mi casa, y no podía negar que estaba nerviosa.
Pero lo cierto era que yo deseaba esa noche —sin melodramas, sin lamentos— y sabía que Cole también la deseaba. Sí, estaba nerviosa, pero confiaba en él. Es más, sabía que no me convenía desobedecerle.
Me arrodillé delante de él, le coloqué las manos en las rodillas y le separé las piernas con cuidado. Luego avancé hasta notar la presión del colchón en la parte inferior de mi cuerpo.
Aguardé a que se desabotonara los tejanos y se bajara la cremallera, pero se limitó a inclinar ligeramente el torso hacia atrás y a apoyarse en las manos. Me miró y por un momento solo fui consciente del calor que parecía vibrar entre nosotros.
Luego rompió la conexión echando la cabeza hacia atrás con una larga exhalación.
Mensaje recibido. Me correspondía a mí liberarle, chuparle, llevarle hasta el final.
Yo tenía el control… pero en realidad no lo tenía. Porque estaba obedeciendo las órdenes de Cole. La arrodillada era yo y los dos lo sabíamos.
Y cómo me gustaba eso. Porque él tenía razón: había poder ahí. Poder y sumisión. Esa dualidad me excitaba. Y más me excitaba que Cole hubiera visto ese lado de mí. Que hubiera visto con tanta claridad todo mi ser.
Despacio bajé la cremallera y saqué la polla. Pasé un dedo suave por ella, cerré la mano alrededor de la base y procedí a deslizarla arriba y abajo mientras mi cuerpo se iba poniendo tenso y caliente conforme su erección crecía bajo mis dedos. Deseaba volverlo loco, hacerle perder la cabeza. Deseaba que llegáramos juntos hasta el borde del precipicio y lanzarme al abismo con él.
Deseaba al hombre. Y deseaba todo lo que lo acompañaba.
Inspiré hondo, súbitamente abrumada. Levanté la cabeza para buscar sus ojos, pero los tenía cerrados, y la expresión de puro gozo que vi en su cara me produjo tal sensación de poder femenino que una sola caricia en el clítoris me habría hecho saltar al vacío.
Utilicé la lengua para jugar con su glande y lo rodeé con la punta de esa manera que todos los artículos de las revistas íntimas juraban que volvía locos a los hombres. A juzgar por sus jadeos profundos y guturales, no había duda de que tales artículos tenían razón.
Cambió el peso del cuerpo para apoyarse solo en una mano. La otra la enredó entre mis cabellos. Me puse tensa y me obligué a relajarme. Yo lo quería. Sobre todo quería que Cole supiera lo mucho que deseaba darle placer de la manera que él juzgara oportuna.
Con la presión de su mano en la parte posterior de mi cabeza, me introduje la polla en la boca y procedí a chuparla con avidez. Mi cabeza subía y bajaba al ritmo de su mano. Cole tenía la polla dura, tensa, a punto de estallar, y con cada empujón de su mano me obligaba a hundírmela un poco más, hasta que tuve la certeza de que iba a correrse de un momento a otro. Y aunque no estaba segura de que pudiera manejar la fuerza de su explosión, quería intentarlo.
Pero entonces se detuvo, salió de mi boca y se recostó en la cama.
Levanté la vista, temiendo que le hubiese asustado de nuevo hacerme daño, pero lo que vi en sus ojos no era preocupación, miedo o rabia. Era deseo puro y candente.
—Sobre la cama —dijo con la voz ronca y firme—. De rodillas sobre la cama.
Preguntándome qué estaba tramando, pero decidida a hacer lo que me pidiera, obedecí. Estaba tan caliente que notaba la humedad entre mis muslos, y el menor soplo de aire entre las piernas me provocaba espasmos.
Me coloqué de rodillas sobre la cama, con las piernas ligeramente abiertas. Tenía los codos apoyados, de tal manera que mi espalda estaba plana como una mesa. Me notaba los pechos turgentes y pesados, y estaba deseando tocarme. Acariciarme los pezones. Levantar una mano y deslizarla entre las piernas. Notar lo mojada que estaba y saber que era Cole quien me había llevado hasta semejantes niveles de excitación y de placer.
La cama tembló cuando se levantó, y al volver la cabeza vi que me estaba mirando.
—Esta es la imagen que conservo de ti en la cabeza —dijo—. De rodillas, abierta, lista y deseándome con desesperación.
—Sí —murmuré.
—¿Recuerdas la primera vez que estuviste así? Fue en mi casa. Habías entrado hecha una furia.
—Cómo iba a olvidarlo.
—Me sorprende que haya sido capaz de pensar en otra cosa desde la primera vez que te acaricié. Me llenas por completo, Kat, y no soporto la idea de que aún no seas del todo mía.
—Lo soy.
—No, no lo eres —replicó—. Pero lo serás. ¿Confías en mí, nena?
—Sabes que sí.
—Bien, porque esta noche voy a follarte fuerte. Voy a exigirlo todo de ti. No voy a dejar la más mínima duda en tu mente de que me perteneces. —Se inclinó sobre mí, paseando las manos por mi espalda, y sus caricias me hicieron sentir conectada. Completa. Y tremendamente viva.
En algún momento Cole se había quitado los tejanos y los calzoncillos, y la punta de su erección se apretaba contra mí y jugaba con mi sexo entrando lo justo para hacerme jadear y querer más. La cama tembló de nuevo cuando procedió a colocarse de rodillas detrás de mí y noté la presión de su polla en mi ano, dura e insistente, y un tanto aterradora.
Debí de inspirar hondo, porque la apartó y me oí soltar un gemido de decepción.
—Mi chica quiere que la lleve hasta ahí —dijo leyéndome a la perfección.
—Sí —respondí, expresando un deseo que hasta ese momento no había comprendido del todo.
—Bien —dijo, y se inclinó para susurrarme al oído—: Yo también.
Solo dos palabras, pero el fuego que desprendían me inundó e hizo que mi anhelo creciera.
—No te muevas —me ordenó.
Se levantó y regresó poco después con un sobre acolchado que había llegado con los documentos de mi compraventa. Rodeó la cama para verme la cara y, con un gesto teatral, abrió el sobre y sacó algo que parecía un vibrador pequeño pero con una forma más cónica y un reborde en la punta.
—¿Sabes qué es? —preguntó dejándolo sobre la cama.
Asentí.
Enarcó las cejas.
—¿En serio? Dímelo.
—Un tapón anal —contesté apostando por un tono desenfadado que fracasó estrepitosamente—. Ya te he dicho que no soy ninguna ingenua.
Se echó a reír.
—Es cierto. Pero ¿lo has usado alguna vez? —Se colocó detrás de mí y me acarició la espalda y las nalgas—. ¿Alguna vez ha entrado algo en este ano tan bonito y estrecho? —Me separó las nalgas con suavidad y me apretó el dedo contra el contorno del ano.
Ahogué un grito, sorprendida por el contacto y la descarga de deseo que me sacudió como un preámbulo de lo que estaba por venir.
—No —contesté—. Ya te lo dije. Nunca. Nadie. Nada.
—Justo lo que deseaba oír.
Alcanzó el sobre y sacó un tubito de lubricante. Levantó la tapa, se vertió un poco en la yema del dedo y lo pasó por la sensible piel que se extendía entre el ano y la vagina. Cada delicioso movimiento aumentaba la fuerza de la tormenta que crecía dentro de mí, hasta que no pude soportarlo más.
—Cole —dije entre dientes—. Por favor.
—Por favor ¿qué?
—Ya… ya lo sabes.
—Por favor ¿esto? —preguntó. Lentamente me introdujo su dedo lubricado en el ano.
Ahogué un grito y me mordí el labio, sorprendida por la oleada de placer que estalló dentro de mí.
—Sí —dije—. Dios, sí.
Tomó el tapón anal y, bajo mi atenta mirada, lo untó de lubricante. Yo estaba todavía de cuatro patas. Todavía vulnerable. Todavía abierta de par en par. Y hasta el último detalle de esa imagen me ponía caliente. Deseaba sentir todo lo que Cole tenía que ofrecer, deseaba que me llevara todo lo lejos que yo fuera capaz de llegar. Lo deseaba todo.
Deseaba a Cole.
Segura de que podía leerme el pensamiento, busqué su mirada. Durante un instante no hubo nada más salvo esa conexión entre nosotros. Luego se inclinó sobre mí y me plantó un beso entre los omóplatos mientras sus dedos resbalaban hasta mi ano y jugueteaban con el tapón, sin llegar a introducírmelo pero apretándomelo lo suficiente para exasperarme.
—No voy a follarte por aquí, esta noche no. Pero voy a follarte con esto dentro de ti. Te quiero completamente llena. Quiero ver cómo te corres sabiendo que te he tomado por completo. Que cada sensación depende de mí y está sujeta a mi control. ¿Lo entiendes?
—Sí. —Me costó pronunciar la palabra. Tenía el cuerpo tenso, el sexo ardiendo de deseo.
Me introdujo primero el dedo. Despacio, de manera casi juguetona, hasta que los músculos del ano se me relajaron. No me dolió; al contrario, había algo perversamente erótico en el hecho de ser acariciada ahí, follada por ahí. El sexo se me contraía al ritmo de las delicadas embestidas, y los pezones se me habían puesto duros como piedras.
Con la otra mano empezó a acariciarme el clítoris y a jugar conmigo negándose a penetrarme a pesar de mis ruegos desesperados. Peor aún, martirizándome y provocándome lo justo para acercarme al orgasmo. Finalmente retiró la mano, de manera que mi cuerpo era todo pasión, fuego y deseo.
Le habría maldecido, pero estaba demasiado decepcionada para abrir la boca.
—¿Frustrada?
—Cole. —Su nombre sonó en parte como un ruego, en parte como un gemido.
Soltó una risita.
—Hasta el borde del precipicio, nena. Y cuando tenga la certeza de que estás tambaleándote en la cúspide me sumergiré en ti y sentiré cómo estallas alrededor de mi polla. Pero ahora… —dijo en un tono burlón.
Retiró el dedo de mi ano y lloré la pérdida de ese contacto, de la dulce sensación que hasta esta noche no había sabido que anhelaba.
—Tranquila, nena —prosiguió con una comprensión íntima de mi estado y de mis deseos—, aún no hemos terminado.
Suavemente sus dedos lubricados me acariciaron el ano para abrirlo y acto seguido noté la presión —no era dolorosa, pero sí intensa— cuando me introdujeron despacio el tapón. Ahogué un grito, sintiéndome llena y, maldita sea, deseando sentirme más llena aún. Deseándolo todo. Deseándolo todo de él.
—Cole. —Quise decir algo más, pero me había quedado sin habla. Estaba demasiado embargada por la sensación.
—Imagina que soy yo, que es mi polla la que te provoca, la que te abre, la que te lleva todo lo lejos que puedas llegar.
—Si —gruñí.
—Date la vuelta, nena. Date la vuelta y siéntate en el borde de la cama. Las piernas separadas, las manos sobre las rodillas. Quiero ver lo caliente que estás.
Obedecí, y cuando el peso de mi cuerpo hundió el tapón aún más en mí, el pulso se me aceleró. Respiré hondo para tranquilizarme, y abrí las piernas un poco más cuando la mirada de pasión pura y sin reservas que vi en los ojos de Cole me inyectó confianza.
—¿Te gusta? ¿Te gusta cómo te llena?
—Sí —reconocí.
—Dime qué deseas.
—A ti —dije—. Te deseo dentro de mí.
—¿Así? —Se colocó delante de mí, me acarició el sexo y me introdujo un dedo hasta el fondo.
Solté un gemido. Estaba tan excitada que fue un milagro que no estallara.
—Sí. No. Por favor, Cole.
—Por favor ¿qué?
—Por favor, fóllame.
—Será un placer —dijo—, pero todavía no. Creo que no estás del todo lista.
—¿Bromeas? —protesté—. Creo que nunca lo he estado tanto.
Esbozando una sonrisa que daba a entender que tenía un secreto, agarró de nuevo el sobre y, una a una, empezó a sacar cosas. Una cadena de oro unida por dos pinzas metálicas. Un rollo de cuerda de esparto. Y, claro, ya había sacado el tapón y el lubricante.
Me humedecí los labios, incapaz de ocultar mi regocijo.
—No me lo puedo creer. ¿Hiciste que te enviaran todo eso con los documentos de mi compraventa? —Le miré fijamente—. No voy a preguntar por qué… esa parte ya la he pillado. Pero ¿cómo?
—Es increíble lo que puedes conseguir sin apenas previo aviso en una ciudad como Los Ángeles si estás dispuesto a pagar el servicio.
Enarqué las cejas.
—No sé si debería estar impresionada o muerta de vergüenza. —En realidad no hablaba en serio. Tenía la piel caliente, los pezones duros. Mi sexo ardía de deseo por Cole, y la sensación de plenitud en mi ano, de ensanchamiento, me ponía todavía más cachonda.
Cole me miró los pechos y luego siguió inspeccionando con parsimonia el resto de mi cuerpo. Una sonrisa lenta le curvó los labios.
—Estás impresionada —dijo—. ¿Te meto el dedo en el coño para demostrarlo?
Solté un gruñido que probablemente era un sí.
Rió entre dientes.
—No, creo que no. Todavía no. —Cogió la cuerda—. ¿Quieres que te enseñe lo que puedo hacer con esto? ¿Quieres que te explique con todo detalle cómo esta cuerda hará que te corras?
Yo no podía hablar. Joder, no podía ni asentir con la cabeza. Pero la respuesta era sí. Un gran, desesperado y apremiante sí.
Me cogió de la mano y me levantó de la cama con cuidado. Estaba desnuda frente a él, con el cuerpo ardiendo. Me sentía salvaje y lasciva, como si Cole pudiera follarme toda la noche y dejarme aún insatisfecha.
Y luego, cuando agarró la cuerda y empezó a moverse a mi alrededor —cuando noté el roce del esparto en la cintura mientras lo anudaba para improvisar un cinturón—, otras emociones se sumaron a la mezcla. Curiosidad. Entusiasmo. Pasión.
Era evidente que Cole tenía un plan, y yo deseaba vivir cada segundo. Por otro lado, estaba nerviosa, pues desconocía sus intenciones. No entendía por qué me había puesto esa correa en la cintura.
Y los nervios no hacían sino aumentar mi excitación.
—Es como un cinturón, ¿ves? —explicó pasándome un dedo por la cintura, en el punto donde yo notaba la agradable presión de la doble hebra de esparto—. Y ahora voy a pasártelo por debajo —dijo, y procedió a deslizar por entre mis piernas los dos largos de cuerda que me colgaban por detrás.
Tiró de ellos con firmeza, haciéndome ahogar un grito, y casi logró que me corriera cuando me los pasó por los dos lados de la vulva de tal manera que el esparto me rozaba el interior de los muslos al mismo tiempo que ejercía cierta presión sobre el sexo.
—Cuéntame qué sientes.
—Es una sensación extraña —dije—. Agradable. Noto una presión que me excita. Y… —Callé y negué con la cabeza.
—Nada de secretos —dijo—. Quiero saberlo todo.
—Me pone caliente saber que me estás atando —reconocí sin poder mirarle a los ojos—. Saber que estoy completamente a tu merced. Confío en ti —añadí levantando la vista—. Más de lo que imaginas. Pero eso no cambia el hecho de que sigue siendo…
—¿Peligroso?
Asentí, y el calor me tiñó las mejillas.
—Y eso hace que resulte aún más excitante —concluí. Mi voz era apenas un susurro, como si la confesión de esa verdad tan íntima fuera a arrojarme al abismo. Como si fuera el secreto último con el que me lo estaba jugando todo, el secreto que iba a dejarme totalmente expuesta a él. Totalmente vulnerable.
Pero lo deseaba, y de qué manera. Deseaba ser vulnerable ante él. Lo deseaba todo con él. Deseaba ir con él todo lo lejos que pudiéramos, y más lejos aún.
Lo sabía con absoluta certeza. Pero, sobre todo, deseaba a ese hombre por entero. Quería ver qué había dentro de él. Comprender sus necesidades y deseos.
Quería que se abriera a mí. Y esperaba y rezaba para que al abrirme yo a él —al confiar plenamente en él—, él confiara a su vez en mí.
Mientras tales pensamientos daban vueltas en mi cabeza, Cole hizo un nudo para unir las dos cuerdas. Hecho esto, me colocó el nudo justo encima del clítoris antes de proceder a atar los extremos de la cuerda a la sección que me rodeaba la cintura por delante.
El resultado final semejaba unas bragas sin entrepierna, suponiendo que las bragas estuvieran hechas de cuerda y diseñadas para estimular el sexo al menor movimiento.
—Si te mueves, si respiras siquiera, te hará perder el sentido.
—Ya lo estoy perdiendo —confesé. El nudo me presionaba la carne sensible, provocándome espirales de placer. Sin embargo, era una sensación frustrante, porque aunque resultaba condenadamente agradable, no crecía, y comprendí que el objetivo de ese montaje era poner cachonda a una mujer sin que pudiera llegar a correrse—. ¿No te parece un poco cruel? —pregunté sarcástica.
Cole rió.
—Solo un poco. ¿Qué puedo decir? —Deslizó una mano hasta mi sexo y arqueé el cuerpo, pidiendo más—. Me gusta verte tan excitada, pero no te correrás hasta que yo lo diga.
—Si alguna vez he dicho que eras un buen chico, lo retiro.
—No soy un buen chico, nena. Creía que ya lo sabías.
Casi se me escapa una sonrisa, pero enseguida me distrajo la forma en que Cole había deslizado sus dedos por debajo de la cuerda, a la altura de mi ombligo, y me estaba conduciendo de nuevo a la cama. Con un movimiento raudo, me levantó del suelo y me apretó contra su torso. Murmuró mi nombre, y sin darme tiempo a sumergirme en la dulce sensualidad de ser sostenida por sus brazos, me tumbó en la cama con suavidad.
Pero no con la suavidad suficiente, pues al dejarme sobre la cama la cuerda que me rodeaba de forma tan íntima resbaló por mi clítoris al mismo tiempo que el peso de mi cuerpo me hundía el tapón en el ano. Ahogué un grito y me aferré a Cole.
—¿Eres consciente de lo que me estás haciendo? —pregunté con la voz ronca de excitación—. ¿Tienes idea de lo cachonda que me has puesto?
—Pretendo llevarte mucho más lejos —respondió antes de alcanzar las dos almohadas que descansaban en la cabecera de la cama. Las arrastró y me las puso debajo de las caderas, aupándolas mientras mi torso descendía ligeramente hacia el colchón.
Me abrió las piernas y el movimiento hizo que el maldito nudo jugara despiadadamente conmigo lanzándome descargas de placer y provocando en mí tanta frustración, tanta impaciencia y tanto anhelo que me entraron ganas de gritar.
—Por favor —dije procurando que mi voz sonara desapasionada—. Por lo que más quieras, Cole.
Avanzó entre mis piernas con la polla erecta. Su rostro reflejaba tanto deseo y tanta adoración que me dije que podría correrme simplemente por la manera en que me miraba.
—La próxima vez quiero atarte las manos a la espalda, darte la vuelta y tomarte por detrás. Pero esta noche quiero verte la cara cuando te corras, y cuando… —Se interrumpió, y vi un brillo malicioso en sus ojos.
—¿Cole?
—Dime que quieres ir más lejos. —Su voz había adquirido una nueva intensidad que aumentó aún más mi excitación—. Dime que te gustó mi palma en el culo, mi mano retorciéndote los pezones. Dime que te gustó mi dureza.
Noté que el sexo se me contraía como respuesta a sus palabras y a su voz.
—Sabes que sí.
—Dímelo —repitió.
—Me gustó. Me gustó todo.
—Nena, quiero darte todas las formas de placer que conozco, pero algunas de ellas solo pueden alcanzarse después de traspasar el umbral del dolor. Voy a llevarte hasta allí. Te llevaré hasta lo más alto, te lo prometo. ¿Confías en mí?
—Como en nadie.
Agarró la cadena y la sostuvo delante de mí. Era de oro, con dos pinzas tipo caimán en cada extremo. Bueno, en realidad no eran pinzas tipo caimán porque no tenían dientes. Solo un plástico liso y suave.
—La línea entre el placer y el dolor varía. Lo que puede ser doloroso en un momento dado —explicó Cole mientras abría la primera pinza y la cerraba sobre mi pezón erecto— puede convertirse en placer un instante después.
Sentí que el pezón me ardía y tuve que morderme el labio para no gritar. Dios, cómo me dolía. Pero debajo había algo más, y para cuando Cole me hubo colocado la segunda pinza en el otro pezón, el primero vibraba con una sensación cálida y deliciosa que hacía que todo mi cuerpo pareciera maravillosamente consciente y más grande que la vida.
—Dolor —dijo dando a la pinza uno golpecito con el dedo que me arrancó un gemido e hizo que esa cálida sensualidad se disparara y provocara un calor y un fuego que dolían y no dolían—. Y placer —continuó mientras mi cuerpo cedía a la pasajera sensación y cruzaba el umbral descrito por Cole hasta el maravilloso manto de placer que aguardaba al otro lado.
Tragué aire, sobrecogida por esas reacciones. Por lo sensible que tenía la piel. Por el erotismo que había adquirido hasta la caricia más leve. Y por la forma en que hasta el roce del aire en mi carne contenía la intensidad de un amante.
—Quiero darte las dos cosas —susurró contemplando extasiado mis piernas abiertas, mi espalda arqueada, mi sexo atado, mis pezones pinzados.
Yo era un objeto para su gozo y para el mío propio. Y esa simple ocurrencia hizo que el cuerpo se me estremeciera de placer, que el clítoris se me hinchara y se me endureciera todavía más, de manera que cada movimiento y cada respiración eran una tortura, pues el condenado nudo se frotaba contra mí y el tapón trabajaba al unísono para recordarme que era enteramente suya.
—Más y más —dijo Cole—. Esta noche no, pero con el tiempo quiero llevarte todo lo lejos que puedas llegar, Kat. Dime que tú también lo deseas. Dime que quieres todo lo que yo pueda darte.
—Sí —gemí—. Dios mío, sí.
—Ahora voy a follarte —anunció, y casi lloré de alivio.
Descendió sobre mí y casi me desmayé de placer cuando ajustó la cuerda para que le acariciara el pene por los lados al penetrarme.
Hizo justamente eso, y me sorprendió la forma en que el movimiento de la cuerda con su polla intensificaba el movimiento del nudo contra mi clítoris. Y lo mucho que sus fuertes embestidas desplazaban el tapón dentro de mi ano, desencadenando un torrente de sensaciones. Y lo mucho que la creciente presión de las pinzas, sumada a las demás sensaciones, lanzaba descargas eléctricas por todo mi cuerpo y conseguía que hasta el roce más leve contra mi piel me encendiera.
Estaba a punto, lista para explotar más deprisa que nunca. Contuve el aliento y jadeé el nombre de Cole, expectante, loca de deseo. Y a través de esa neblina gris de embriaguez sexual me percaté de que Cole había agarrado la cadena por el centro. Y en el momento en que yo alcanzaba el orgasmo, tiró de ella lo bastante fuerte para arrancarme las pinzas de los pezones con un movimiento limpio y violento.
El dolor me atravesó los senos, pero ese mismo dolor se transformó enseguida en placer. Y durante ese minúsculo intervalo entre uno y otro el mundo estalló a mi alrededor y me corrí con una violencia desconocida hasta entonces. Estaba enloquecida. Fuera de mí. Mi sexo se aferró a la polla de Cole y lo arrastré conmigo en el orgasmo más intenso, más veloz y más excitante que había experimentado en toda mi vida. Un orgasmo que me dejó exhausta, sin aliento y completamente atónita.
—Uau —dije cuando regresé al mundo—. Ha sido, ha sido…
Cole se rió.
—Ya lo creo que ha sido —convino, y me dio un beso apasionado y profundo. La clase de beso que marca a una mujer de una manera que ni el sexo salvaje logra marcar.
Me atrajo hacia sí y me rodeó con los brazos. Yo seguía atada, y eso me hacía sentir pequeña y frágil. Era como si Cole me estuviera manteniendo a salvo y protegiendo de las cosas terribles que acechaban en el mundo.
Me quedé flotando sobre una ola de satisfacción, pero sus palabras seguían resonando en mi cabeza.
—Más, has dicho —murmuré—. ¿Me contarás que es ese más?
—¿Intrigada? —preguntó en un tono burlón.
—Puede.
—No te lo contaré, te lo mostraré. No todo de una vez, y únicamente cuando estés preparada. Confía en mí, Kat. Confía en que haré de este viaje una experiencia excepcional para ti.
—Confío. —Tras cierto titubeo, dije—: ¿Me llevarás al Firehouse cuando regresemos a Chicago?
Puede que fueran imaginaciones mías, pero tuve la impresión de que se ponía tenso.
—Tal vez —respondió—. No lo he decidido aún.
—Vaya.
Ignoro por qué me decepcionó su respuesta, pero así fue.
—¿Es por Michelle? ¿Es ella la razón de que no lo hayas decidido aún?
Se recostó y me hizo rodar sobre él para mirarme a los ojos.
—No, no es por Michelle.
Asentí, sabedora de que debía dejar el tema. Lo sabía por el tono de su voz. Sin embargo, fui incapaz de contenerme.
—¿Estuvisteis juntos?
—No.
—Ah. —Me humedecí los labios—. Te vi la noche de la inauguración. Te oí discutir con Conrad. No sé. Pensé que… —me encogí de hombros.
—Conrad Pierce es un capullo —dijo Cole—. Estaba intentando reclutar a algunas de mis chicas para que se prostituyeran. Le dejé bien claro que no tenía nada que hacer.
Recordé la ira de Cole aquella noche y la juzgué de lo más comprensible.
—¿También quería reclutar a Michelle?
Cole suspiró.
—No. —Luego añadió—: Joder, Kat. Michelle se dedica a eso, ¿vale?
—Ah. Entiendo. —Vacilé un instante antes de continuar—. ¿Le pagas? Para follártela, quiero decir.
Apretó la mandíbula, como si estuviera luchando por mantener el control.
—¿Podemos acabar con el interrogatorio?
—Lo siento. —Rodé sobre mi espalda, súbitamente fría por el abismo que sentí abrirse entre nosotros—. En serio, da igual.
—Mierda. —Le oí soltar una exhalación antes de notar la presión de su mano en mi hombro—. Mierda —repitió, esa vez en un tono más quedo—. Soy yo quien lo siente.
Respiró hondo, y la ironía de la situación —yo en cueros, atada y con un tapón en el ano mientras hablábamos de otra mujer— no me pasó inadvertida.
—No quiero tener secretos contigo. —Me atrajo de nuevo hacia sí para poder mirarme a los ojos, y la intensidad que vi en su rostro casi me mata—. Aunque los tengo, no voy a mentirte —prosiguió—. Pero quiero empezar a deshacerme de ellos, así que deja que comience diciendo que no pago a Michelle pero me acuesto con ella. O me acostaba. No he vuelto tocarla desde que estoy contigo. No he querido. No lo he necesitado.
Me miró y noté esa dulce punzada en el corazón.
—¿De veras? —Mis palabras tenían sabor a esperanza. Es más, tenían sabor a amor.
—Ya te lo he dicho, Kat. Tú me llenas por completo. Quizá me lleve un tiempo comprender qué significa eso, de qué modo se manifiesta, pero sé que es cierto. ¿Serás paciente conmigo, nena? ¿Puedes dejar que encuentre las palabras a mi manera, a mi ritmo?
—Puedo —contesté, porque el pasado, en el fondo, no importaba. El Cole del que me había enamorado era el que tenía delante. El resto era historia y rumores. Y todo eso podía esperar.