14

No había razón alguna para ir hasta la casa, pero Glenn me había cabreado tanto que deseaba verla. Quizá solo buscara la confirmación de que era algo real y que al día siguiente sería mía.

Aunque no lo sabía.

Lo único cierto es que volví a entrar, me situé en el centro de la deslucida sala con las paredes desconchadas y pensé en todo su potencial oculto.

Se me ocurrió que era un potencial muy grande. Como sucedía con las personas, una casa ocultaba infinitas posibilidades bajo la superficie.

Eso era lo que había intentado explicarle a Cyndee un día que me arrastró por toda la ciudad visitando viviendas muy coquetas, con las paredes pintadas en tonos neutros y flores colocadas justo en el lugar apropiado. Habitaciones recién pintadas, moquetas recién aspiradas…

Bonitas, pero asépticas.

No podía evitar preguntarme qué demonios ocultarían aquellas manos de pintura fresca. O qué portales al infierno se abrían bajo esas moquetas de inocuo color beis.

Quizá fuera por la forma en que me habían educado, pero todo ese proceso de puesta en escena y de exhibición de la casa, el hecho de cantar sus alabanzas para vendérsela al mejor postor, me parecía algo muy similar a un timo. Una pequeña contrariedad de la que nunca se quejaba nadie. «Tú prepara bien el decorado, trae al mochuelo y te embolsarás tu comisión de forma totalmente legítima».

El proceso poseía cierta belleza que yo admiraba, y la profesión de agente inmobiliario, un atractivo que me resultaba interesante. Nada de estar atrapada tras un mostrador, ni acosada por un jefe con un asqueroso aliento a leche agria que se pasaba el día gritándote a la cara.

Llevaba un par de semanas considerando la posibilidad de ser agente inmobiliaria y cada vez tenía más ganas de probarlo.

Era como lo que le había dicho a Sloane sobre Cole. Al final tendría que perseguir ese sueño.

Sonreí. Lo de perseguir a Cole me había salido bien. Quizá fuera una señal para que hiciera realidad mi deseo de trabajar como agente inmobiliaria.

—Lo primero es lo primero —me dije, y di un talonazo contra el suelo—. Mañana por la mañana a las diez serás mía. —¿Y cómo tenía la certeza de que comprar esa casa era lo que más me convenía? Porque no me sentía para nada ridícula hablándole en voz alta.

Pasé una hora más investigando el lugar, tomando medidas, anotando cosas, pensando en lo que tenía que comprar —además de la casa en sí, claro— para conseguir que mis escasísimos objetos encajaran en aquel diminuto lugar. Había pensado en pasar por los templos de la organización doméstica de la ciudad: Home Depot y The Container Store después de firmar el contrato de compra al día siguiente. Luego me pasaría la tarde disfrutando de la dicha que corresponde a la dueña de un hogar propio.

Después de eso, me encargaría de buscar otro trabajo. El curro del Perk Up quizá fuera una mierda, pero, hasta ese momento, contaba con mi ridículo sueldo para pagar la hipoteca.

Iba a regresar directamente a mi piso para hacer un par de cajas más, pero en cuanto me subí al coche, me dirigí otra vez y sin pensarlo hacia el motel de carretera Windy City.

Sabía que debería haber llamado a Cole, pero no lo hice. Me habría dicho que no fuera. Que, cada vez que iba, me arriesgaba a que nos descubrieran.

Tenía razón, por supuesto.

Pero yo sabía cómo identificar a un perseguidor y cómo despistarlo y, cuando llegué al motel después de dar mil vueltas precisamente para eso estaba segura de que no me habían seguido.

El motel se encontraba convenientemente situado junto a un restaurante de comida rápida Taco Bell. Dejé el coche en su aparcamiento y entré para comprar un surtido de burritos y de tacos. Arrastré mi enorme bolsa en dirección al motel, eché un vistazo para inspeccionar la zona y me dirigí hacia la habitación de mi padre.

Llamé tres veces a la puerta.

—Papá, soy yo.

No respondió.

Fruncí el ceño y volví a llamar.

Pegué la oreja a la puerta, pero solo oí el latido de mi corazón a medida que el miedo iba apoderándose de mí.

Me había guardado una llave, no la había usado desde un principio por respeto a la intimidad de mi padre, pero la metí en la cerradura y abrí con impaciencia.

—Papá, si estás en el baño, te aviso de que estoy entrando.

Empujé la puerta para abrirla del todo y me quedé helada.

No estaba.

Aquello no tenía sentido. ¿Cómo se habría marchado? ¿Adónde habría ido?

Registré la habitación a fondo. No había nada en los cajones. No se veía ninguna maleta.

De pronto fui presa del pánico, pero intenté no perder los nervios.

¿Lo habrían localizado?

No, eso no era probable, porque la habitación habría estado patas arriba. Así que estaba a salvo. O, como mínimo, lo estaba cuando salió de allí. Pero ¿adónde habría ido?

¿No confiaba en que yo pudiera ayudarlo? ¿Se habría angustiado de pronto estando allí encerrado? ¿Habría visto que alguien lo vigilaba?

No lo sabía, maldita sea, no tenía forma de saberlo… Toda esa situación me cabreaba y me tenía acojonada. Era mi padre, ¡mi padre, por el amor de Dios! Y había desaparecido cuando yo era responsable de velar por su seguridad.

¡Joder!, ¡joder!, ¡joder!

Volví a cerrar la habitación con llave y salí dando grandes zancadas hacia la recepción. Un aburrido recepcionista con pinta de crío de catorce años estaba jugando con el móvil. Apenas se molestó en mirarme.

—¿Querías…? —me preguntó masticando un chicle con la boca abierta.

—Había un hombre en la habitación 247 —dije—. ¿Sabes adónde ha ido?

—Señora, los clientes de este motel no dejan direcciones de contacto. Antes estaba aquí y ahora ya no está.

—¿Y cuándo se ha ido?

—No hace mucho, la verdad. Se ha llevado sus cosas. Ha pagado las pelis que había visto y se ha pirado.

—¿En efectivo?

—Sí, y se ha largado con dos tíos.

Sentí una punzada de miedo que se me clavó como un puñal. Debía de ser cosa de Muratti. Sus matones habrían dejado que mi padre hiciera la maleta para darle la falsa sensación de que todo iba a acabar bien.

Tragué saliva para obligarme a contener el miedo y centrarme en lo importante.

—¿Cómo eran esos dos tipos?

El recepcionista arrugó el rostro mientras hacía memoria.

—Mmm… Uno era un tío guapo y trajeado, y el otro era un tío negro… medio hispano, de piel mulata, ¿sabes? Aunque… yo qué sé. Era alto, eso sí. Y también iba trajeado.

—¿Dijeron cómo se llamaban? —pregunté, aunque sabía que la respuesta sería negativa antes de que el chico dijera nada.

Pero eso daba igual. Ya sabía quiénes eran.

Evan y Cole.

«Mierda».

Estaba claro que a Cole se le había ocurrido un plan.

Sin embargo, a pesar de haberme prometido mirándome a los ojos que me mantendría informada, había ido al motel y había trasladado a mi padre sin decirme ni mu.

Me había mentido, maldita sea.

Y eso, sinceramente, me cabreaba.

Me quedé sentada en el coche con el motor apagado y la capota bajada mientras hacía un par de llamadas. Pero no saqué nada en limpio. Ni Cole ni Evan respondieron, y aunque pillé a Angie en el trabajo, ella no sabía nada de nada.

—Evan solo ha dicho que Cole y él tenían un asunto del que ocuparse esta mañana. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

—Nada. —Me sentí culpable por el hecho de que Angie no supiera nada sobre mi padre. ¡Mierda!, ni sobre mi vida pasada. Pero ¿cómo iba a contárselo en ese momento?—. Nada —repetí—. Es una larga historia.

—¿Tiene algo que ver con que Cole y tú por fin os habéis enrollado?

Estaba comiéndome uno de los burritos con queso y frijoles, y me atraganté al escucharlo.

—¡Dios mío! ¿Qué te ha contado?

La encantadora risa de complacencia de Angie hizo que saltaran chispas a través del teléfono.

—¡No me ha contado nada!, ¿te has vuelto loca? ¿Desde cuándo Cole comparte sus sentimientos?

—Pero…

—No nos ha contado nada, ni a Evan ni a mí. O si se lo ha contado a Evan, él no me ha dicho nada.

—Como si hubiera algo que Evan no te contara —le dije.

—Eso es cierto, ¿a que sí? —Lo dijo como dándolo por sentado, como si fuera una verdad irrefutable, y yo sentí una punzada de celos. ¡Qué bonito conocer tan bien a alguien! Confiar en el otro de forma tan absoluta.

—Supongo que Cole lo mantiene en secreto —prosiguió—. No, Kat, la triste realidad es que eres tú misma quien ha filtrado esa información secreta.

—¡¿Yo?! —exclamé con voz aguda por la indignación. Pero entonces supe quién había sido—. Flynn —dije.

—He desayunado con él esta mañana. Me ha dado besos para ti. Y —añadió como si nada— me ha pedido que te dijera que anoche no se incendió vuestro piso, por si era esa la razón por la que no habías ido a dormir.

—Os odio a los dos.

Ella rió.

—No, no nos odias. Y por eso eres mi dama de honor.

Lo admití con un gruñido.

—Está bien. A lo mejor sí que te quiero. Pero solo un poco.

—El sentimiento es mutuo, Kat. Y estoy supercontenta por lo tuyo con Cole. Hacía tiempo que se veía venir.

—Venga ya.

—Escucha, tengo una reunión dentro de un minuto, pero cuéntame rápidamente qué tal va lo de tu casa.

—Mañana firmo el contrato —dije, incapaz de disimular la emoción al hablar.

—Ya me parecía a mí que era mañana. ¡Es genial!

—Siento vértigo solo de pensarlo —reconocí—. Es como una especie de rito iniciático o algo así. —Dudé un instante y luego me obligué a continuar—. Escucha, en cuanto a lo de la casa… hay otra cosa que…

—¿Qué pasa? —Percibí la preocupación en su voz por lo agudo de su tono.

—Nada. Te lo juro. Es solo una cosa en la que he estado pensando. Tú ya sabes que siempre he tenido el plan de hacerme rica en poco tiempo. Bueno… Aunque no estoy muy segura de que esta sea la vía más rápida…

—Me tienes intrigada. ¿Me lo cuentas tomando una copa?

—¡Si te casas dentro de una semana! —le recordé—. ¿Cuándo se supone que tomaremos esa copa?

—¿Antes de la despedida de soltera? ¿O en el desayuno? En realidad, en cualquier momento, si logro separarte de Cole.

—Hablando del rey de Roma, necesito localizarlo otra vez. Y tú tienes que irte a la reunión. Ya encontraremos el momento de vernos —le prometí al despedirnos, antes de colgar.

Angie era una chica lista. Si meterse en el negocio de la venta inmobiliaria era una mala idea, ella me lo diría. Sin embargo, lo que más me gustaba era saber que tenía una amiga con quien compartir mis proyectos de futuro.

Me quedé sentada en el coche y me pasé los dedos por el pelo mientras me preguntaba desde cuándo puñetas me había convertido en una chica tan decidida.

Y cómo narices podía sentir esa seguridad si mi padre era un estafador, y dos de los hombres más buscados de Chicago estaban guardándole las espaldas, llevándolo de aquí para allá.

Los caballeros tenían un montón de empresas, y yo había llamado a todas. No había ni rastro ni de Cole, ni de Evan, ni de Tyler. Y cuanto más tiempo pasaba sin tener noticias de ellos —sin tener ni idea de dónde se habían llevado a mi padre, ni de cuál era su plan para mantenerlo a salvo—, más me cabreaba. Y sí, también me preocupaba más.

No tenía ninguna razón lógica para ir a ver a Sloane, pero fui de todas formas. Me convencí de que quería saber si ella tenía alguna pista. Y, si no la tenía, me iría bien distraerme un poco. Sin embargo, el verdadero motivo de la visita era otro.

Estaba a punto de comprar una casa, empezaba a ir en serio con un chico y estaba pensando en dedicarme a mi verdadera vocación, que nada tenía que ver con el arte de servir cafés.

Estaba echando raíces, tal como le había dicho a mi padre.

En otras palabras, estaba enfrentándome a los grandes retos de la vida, y aclarar las cosas con mis amigos era una forma de superarlos con éxito.

La nueva vida que estaba construyendo —la vida que empezaría al día siguiente, cuando firmara el contrato de compra de la casa— necesitaba cimientos sólidos. Pero hasta que no aclarase un par de mentiras contadas por omisión, esos cimientos serían inexistentes, y me aterraba que algún día todo cuanto hubiera construido se derrumbara, y que todo cuanto quería y deseaba se tambaleara, se viniera abajo y quedara reducido a escombros.

No quería correr ese riesgo. No en ese momento. No cuando estaba enamorándome de mi vida y de mi mundo. «Y de Cole», añadió una vocecilla que oía en mi cabeza.

Encontré a Sloane destrozando el saco de boxeo en el gimnasio del Drake.

—¿Machacándote para ponerte en forma? —le pregunté—. ¿O machando el saco para descargar tensiones?

—Las dos cosas —respondió, y le propinó al saco un buen puñetazo—. O puede que ninguna de las dos. ¡Mierda, no lo sé!

Dio un último golpe y retrocedió jadeando. Pasados unos minutos levantó las manos en mi dirección y la ayudé a quitarse los guantes.

—¿Te apetece que seamos de esas señoras que quedan para comer? —Se miró el reloj—. Corrección. Es la hora del cóctel. ¿Has venido a tomar una copa?

—No la rechazaría.

—Vamos.

La seguí hasta el ascensor privado y luego hasta la elegantísima suite que ella llamaba hogar.

—Esto es un verdadero lujo —dije echando un vistazo a la zona de comedor, decorada con mucho gusto y bien amueblada.

—Sí que lo es —admitió mientras se desplazaba hasta una pequeña nevera situada junto a una barra de bar—. Aunque empiezo a sentirme algo encerrada. Me gustaría tener un patio. Unas cuantas flores. Lo que pasa es que un antiguo compañero está reformando su casa. Está quedándole bastante bonita. Yo no paro de comentárselo a Tyler, y él no para de cambiar de tema. —Frunció ligeramente el ceño—. Y eso empieza a ponerme de los nervios.

—¿Es que no quiere tener una casa?

—No lo sé. De momento me estoy dejando llevar. De todas formas, tenemos demasiados casos en marcha para ponernos a buscar casa. Pero es una conversación que al final tendremos que mantener. Son las pruebas a las que te somete la vida en pareja —añadió con un suspiro.

—Y te encantan —dije.

—Sí, me encantan —admitió, y sonrió con tantas ganas que su sonrisa iluminó la habitación.

—Bueno, pues si lo que te pasa es que tienes antojo de pintar paredes, ven cuando te dé la gana a mi casa. Haría cualquier cosa por conseguir que Tyler y tú estuvierais más tranquilos.

—Tienes razón —dijo al mismo tiempo que acercaba una botella de pinot noir a la mesa de centro del comedor—. Mañana es el gran día. —Descorchó el vino, nos sirvió una copa a cada una y levantó la suya para hacer un brindis—. Por la compra de una vivienda —dijo, y rió.

—Gracias. No me puedo creer que de verdad sea mañana. Para mí es importantísimo. Será la primera casa donde viva que no sea de alquiler.

—¿De verdad? ¿Te mudaste mucho cuando eras pequeña?

—Demasiado; era de locos —reconocí.

—Eso hace que el día de mañana sea todavía más especial. —Dio un sorbo a su copa de vino—. ¿Has venido porque te han entrado los típicos miedos previos a comprar la casa? O… ¡Ay, mierda! ¿He olvidado algo de la boda?

—No. Para serte sincera, me apetecía pasarme a verte y ponernos al día. —Me encogí de hombros—. Y quería preguntarte si sabías dónde está Tyler. Y si está con Cole.

—¿Ya has perdido a tu nuevo novio? —preguntó entre risas.

—¿Tú también has hablado con Flynn?

—No, he hablado con Angie. Y ella ha hablado con Flynn.

Puse los ojos en blanco para fingir que estaba cabreada, aunque debía admitir que en el fondo estaba disfrutando. Mis amigos se preocupaban por mí. Por Cole. Se alegraban por nosotros.

Eso era genial, y reafirmaba mi decisión de contarle a Sloane la verdad. Porque, cuanto más esperase, más arraigada estaría la mentira.

Y, a decir verdad, ya había esperado demasiado.

—Pero, respondiendo a tu pregunta —prosiguió Sloane sin darse cuenta de que yo había empezado a divagar—, no, no creo que Tyler esté con él.

—¿No crees?

—Cole ha llamado esta mañana y han hablado un rato, y he oído que Tyler le preguntaba si necesitaba ayuda. Cole debe de haber dicho que no, porque Tyler le ha respondido que menos mal porque tenía cosas que hacer. Lo que me ha sorprendido, la verdad, porque creía que hoy íbamos a ponernos al día con el papeleo del Destiny.

—¿Ha dicho qué iba a hacer?

—Estaba escuchando la llamada a hurtadillas —reconoció Sloane—. No me ha parecido muy apropiado preguntarlo.

Me quedé mirándola a la cara.

—Pero tienes una ligera idea. ¿Tú qué crees?

Se enderezó en el asiento.

—Me temo que no es nada bueno.

Ladeé la cabeza.

—¿Te preocupa que sea algo relacionado con los polis que están buscándolos?

Sloane se quedó mirándome sorprendida.

Puse los ojos en blanco.

—No ignoro a qué se dedican.

—Se supone que soy yo la que sabe a qué se dedican —dijo y lanzó un suspiro—. No he insistido en que Tyler esté limpio del todo en ese sentido, pero sí quiero que me mantengan informada. Y, sinceramente, lleva un tiempo pasando desapercibido, y eso me gusta.

—¿Pasando desapercibido para evitar a Kevin? —le pregunté. Kevin Warner era un agente del FBI que había salido con Angie y que en ese momento andaba con la mosca detrás de la oreja. Había fracasado en sus intentos de empapelar a los caballeros por toda clase de trapicheos que creía que habían perpetrado en el Destiny. No había conseguido acusarlos porque allí los caballeros no eran los malos, sino los buenos.

Sin embargo, Angie me había contado el resto de la historia. Kevin había seguido presionándolos, y le contó a Sloane los numerosos delitos que, según él, habían cometido los chicos. Por último le aseguró que haría cuanto estuviera en su mano por encerrarlos.

—Lo han apartado del caso —dijo Sloane—. Lo han trasladado a Washington y, por lo que yo sé, los chicos ya no están en su punto de mira. Al menos de momento. Con un poco de suerte, se recuperará de su mal de amores y olvidará a Angie y a Evan, y a todos los demás. Pero, en respuesta a tu pregunta, sí. Es la razón por la que los chicos se han andado con más cuidado durante un tiempo. Pero ahora estoy segura de que Tyler está metido en una especie de estafa relacionada con joyas…

—¿Una estafa de joyas?

—He descubierto que ha frecuentado mucho el barrio de las joyerías de diamantes. —Se pinzó el tabique nasal con el pulgar y el índice, como concentrándose para no perder la calma—. Otro tema del que tenemos que hablar.

Fruncí el ceño.

—Pero ¿estáis bien entre vosotros?

—¿Lo preguntas en serio? Estamos de maravilla. Te juro que voy por la vida sonriendo como una tontorrona. Lo que me sorprende es que no haya pajaritos de dibujos animados revoleteando alrededor de la cabeza. Lo que no quita que a veces se comporte como un perfecto imbécil. ¿Cómo? —preguntó—. Estás riéndote.

—Eres graciosa —dije—. Y me alegro de oírlo. A mí no se me dan muy bien las relaciones.

—Pero estás mejorando, o eso creo —dijo, y por su tono de voz, quedó claro que estaba hablando de Cole.

—Tal vez sí —dije—. Ahora mismo yo también estoy un poco cabreada con el hombre de mi vida.

—¿De verdad? ¿Por qué?

Dudé solo un instante. Luego inspiré con fuerza y le conté que mi padre se había metido en un negocio con Ilya Muratti, y que se suponía que Cole estaría ayudándolo, pero que me tenía cada vez más cabreada.

—¿Todo esto empezó porque tu padre puso en marcha una especie de estafa?

—¿Por qué lo dices?

—Antes era poli, ¿recuerdas? Una vez me contaste que tu padre tenía algo que ver con Tyler en relación con una estafa inmobiliaria. Y no me dio la impresión de que les hubiera salido muy bien.

—Tienes mucha razón. Y sí. Era una estafa. —Como no había mejor transición posible hacia el tema que me interesaba, aproveché el comentario para contarle lo ocurrido con mi padre y la falsificación del testamento. Y luego le hablé de mi vida. Cómo me había criado. De todas las estafas en las que había estado medio involucrada.

—Yo también estuve metida en el ajo —dije, y me sentí bien al contárselo—. Durante mucho tiempo, en realidad.

—Me alegro de que me lo hayas contado —dijo Sloane—. Para serte sincera, sospechaba algo por el estilo.

—¿De veras? ¿Por qué no me habías dicho nada?

—Supuse que me lo contarías cuando estuvieras lista. —Se encogió de hombros—. Creo que no me equivocaba. ¿Y ahora intentas dejarlo atrás?

—Eso espero. Sinceramente, es una de las razones por las que vine a vivir a esta ciudad. Casa nueva, borrón y cuenta nueva. A lo mejor es una tontería, pero… —Dejé la frase inacabada y me encogí de hombros.

—A mí no me parece ninguna tontería. ¿Se lo has contado a Angie?

Negué con la cabeza.

—Contártelo a ti era más fácil. Nosotras somos amigas desde hace menos tiempo y, aunque no estaba muy segura, suponía, por algún motivo, que tú ya te lo imaginabas.

—Entiendo.

—Angie es un hueso algo más duro de roer. Hace ya mucho tiempo que somos amigas, pero la conocí porque planeaba estafarla. Y no estoy segura de que se lo tome muy bien.

La sonrisa de Sloane fue instantánea y sincera, y me hizo sentir mucho mejor antes incluso de que dijera nada.

—Estamos hablando de Angie. La sobrina de Jahn. Muy pronto la mujer de Evan. Creo que sabrá apreciar una buena ironía.

—Visto así… —Me terminé la copa de vino pensando en lo que Sloane había dicho. Y admití que tenía razón—. Gracias. Todavía sigo cabreadísima con Cole, pero me siento mejor con respecto a todo lo demás. Me alegro de haber venido.

—Yo también me alegro de que hayas venido. Está bien tener una excusa para dejar de hacer ejercicio antes de tiempo.

Empecé a levantarme, pero volví a sentarme.

—Escucha, hay otra cosa. Creo que quizá haya dicho algo que supuestamente no debía contar.

—Vaya. ¿El qué?

—Le dije a Cole que sabía lo del Firehouse. Y luego caí en la cuenta de que a lo mejor tú no querías que lo contara. Me refiero a que él imaginará que me lo has contado tú, ¿no?

—Seguramente, pero no te preocupes. Dudo que ponga un anuncio en The Tribune anunciando que es miembro del club, aunque no es un secreto de Estado.

—Bien. Me preocupaba haber traicionado tu confianza.

—¿Te ha llevado?

Negué con la cabeza.

—No. Pero… —me quedé callada.

—¿Qué?

—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —empecé a decir y proseguí cuando ella asintió con la cabeza—. ¿Es lo que te gusta? Me refiero a lo que se hace allí.

—Digamos que Tyler me ha abierto al mundo en muchos sentidos. Me obliga a ampliar horizontes, y lo necesitaba. Además, me gusta —añadió con una sonrisa maliciosa.

Me quedé pensándolo un rato y luego reuní el valor necesario.

—Quiero que Cole me lleve, pero no sé si llegará a hacerlo.

—No sé mucho sobre Cole, así que podría equivocarme. Pero Tyler no pasaba mucho tiempo allí. Era más bien como una especie de complemento, ¿sabes? Como un juguetito más.

—Pero ¿en el caso de Cole?

—No sé qué obtiene allí, pero lo necesita. A lo mejor tiene miedo de que tú no puedas asimilarlo.

Supe que lo que acababa de decir era cierto. Aunque esperaba que quizá —y solo quizá— Cole empezara a entender que yo podía asimilar mucho más de lo que él creía.

—Debería dejarte en paz —dije.

—No te diré que te quedes si tienes cosas que hacer, pero se me ha subido un poco el vino. ¿Por qué no bajamos al bar y tomamos un aperitivo? ¿Algún cóctel afrutado, dulzón y malo para el cuerpo, y celebramos tu inminente firma del contrato de compra de una casa superestilosa?

—¿Podré hacerte preguntas sobre el Firehouse?

—¿Podré hacerte preguntas sobre cómo es criarse entre estafas?

Era un buen trato: las dos salíamos ganando. Sloane se puso unos tejanos a toda prisa y nos fuimos.

Íbamos hablando de esto y de aquello cuando llegamos al Coq d’Or. Sobre la boda, mi casa, nuestros planes de pasar un día en la playa. Pero enmudecimos de golpe cuando al entrar por la puerta vimos a los tres caballeros sentados a la barra tan panchos, como si Cole y Evan no hubieran estado matándome de angustia; por no decir que me tenían cabreadísima.

—¡Joder, no me lo puedo creer! —mascullé entre dientes.

Crucé la sala dando grandes zancadas y agarré la copa de Cole. Él levantó la vista para mirarme con una expresión confusa al principio y conciliadora después.

—Kat… —empezó a decir, pero yo no lo dejé acabar.

En lugar de dejarlo hablar le arrojé la copa; le empapé el rostro y la camisa con el whisky más caro del bar.