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Necesité unos minutos para tranquilizarme antes de regresar a la fiesta, y en el mismo momento en que rodeé la cuerda y volví a sentir la presión de las voces y de las risas a mi alrededor, supe que debería haberme tomado unos minutos más.
«Me debes una», había dicho Cole.
«Lo que tú quieras», le había prometido yo.
¿Era consciente de hasta qué punto se lo decía en serio? ¿Realmente era deseo lo que había visto en sus ojos cuando me había mirado? Y, si era así, ¿qué iba a hacer él al respecto?
Es más, ¿qué iba a hacer yo al respecto?
Al parecer, el círculo se había cerrado. Había empezado la velada con la intención de seducir a Cole August. Y, a pesar de la electricidad que chisporroteaba entre nosotros, no había dado ni un solo paso hacia mi objetivo.
¿Se podía fracasar más estrepitosamente de lo que lo había hecho yo?
De nuevo pensé que si me viera mi padre no estaría orgulloso de mí. Quizá si pensaba en Cole como el blanco de una de mis estafas y no como un hombre…
Empecé a pasarme la mano por el pelo, pero me detuve al darme cuenta de que me iba a destrozar el peinado sin querer. Necesitaba desesperadamente hacer algo con las manos, así que le hice una señal a una de las camareras, una chica esbelta y de melena oscura. Me debatí unos segundos entre un rollito de primavera y un bocado de sushi y al final cogí uno de cada, para acto seguido maldecirme entre dientes. Comida, Cole, toda mi puñetera vida. Por lo visto, estaba condenada a cargar con la maldición de la indecisión.
Genial.
Me refugié junto a una pared para encontrar algo de aire lejos de la multitud e intenté localizar a Cole. No me costó mucho. Se había separado de la melé de invitados y estaba en uno de los nichos que se abrían en la pared junto a otro hombre, un tipo grueso y de expresión infantil con la cara sonrojada y poco atractiva. El desconocido le estaba diciendo algo; cada vez se ponía más rojo y no paraba de mover las manos como para enfatizar sus palabras.
Cole lo escuchaba impertérrito, lo cual era una prueba más que evidente de que estaba cabreado como una mona y lo estaba disimulando con su maestría habitual. El pronto de Cole era mítico y, quienquiera que fuese aquel tipo, se estaba arriesgando a provocar un estallido de su cólera en plena fiesta de inauguración.
Consideré la posibilidad de acercarme a ellos e interrumpir la escena. Así al menos distraería la atención del que a todas luces parecía ser la peor pesadilla de Cole. Por suerte, la gerente de la galería, Liz, se acercó a ellos, le ofreció una copa al tipo de la cara sonrojada y, haciendo gala de una habilidad pasmosa, se lo llevó de allí en cuestión de segundos.
Cole los siguió con la mirada mientras se alejaban y vi que apretaba los puños a ambos lados del cuerpo. Empecé a contar y, al llegar a diez, Cole se apartó de la pared. Uno de sus trucos para controlar la ira, pensé, y por lo visto hoy los necesitaba todos.
Me pregunté por qué estaba tan enfadado, aunque en ningún momento me planteé la posibilidad de acercarme y preguntárselo. No, era demasiado egoísta para eso. Aún seguía concentrada en mi propio problema con Cole y no era precisamente su cólera lo que quería ver explotar.
Pensé en llamar a Flynn, mi amigo y compañero de piso durante los últimos meses. En el mejor de los casos, tendría un punto de vista nuevo, una perspectiva masculina que me resultara útil. En el peor, al menos podría consolarme. Por desgracia, sabía que esa noche trabajaba —si hubiera librado, estaría en la inauguración—. Flynn no era de los que se pierden una fiesta. Especialmente si hay barra libre.
Una perspectiva femenina tampoco me hubiera venido mal, pero Angie y Evan tenían otro compromiso aquella noche, una cena con los padres de ella para decidir algunos detalles de la boda, y ya se habían marchado. Por su parte, la novia de Tyler, Sloane, aún no había llegado.
Sabía que aquella noche tenía que trabajar hasta tarde porque el día anterior, entre martini y martini, me había contado que estaba haciendo un seguimiento, pero yo había dado por supuesto que a la hora que era ya habría llegado. Egoísta por mi parte, lo sé, pero últimamente nos habíamos hecho muy amigas y la necesitaba a mi lado para que me diera apoyo moral.
Miré el reloj y fruncí el ceño, pero enseguida me dije que no era justo que me enfadara cuando Sloane estaba haciendo su trabajo y no tenía ni idea de que yo estaba contemplando la posibilidad de seducir a Cole y necesitaba que alguien me diera ánimos.
Por suerte, la de las fiestas de pijama no tardó en apiadarse de mí porque, cuando dirigí la mirada hacia la entrada de la galería, la vi empujando las puertas de vidrio y atravesando el umbral.
Estábamos teniendo un mes de mayo especialmente caluroso y, a pesar de lo tarde que era, el aire resultaba agobiante. Sloane, en cambio, estaba preciosa, fresca y radiante como la vecina de al lado, pero con el cinismo y la dureza de una ex policía. Me dirigí hacia ella, pero me detuve al ver que Tyler se le acercaba con una expresión de alegría en la mirada.
La atrajo hacia su pecho y, a pesar de que la sala estaba llena de gente, la recibió con un beso de bienvenida largo y pausado, y juro que la vi brillar desde el otro extremo de la galería.
Sentí que se me hacía un nudo en el estómago y me asaltaba una intensa sensación de anhelo, repentino e inesperado. Quería ser aquella chica, quería ser hermosa a los ojos de un hombre, y tener el poder de ponerlo de rodillas ante mí.
No. A los ojos de un hombre cualquiera no. A los de Cole.
Observé a Sloane mientras acariciaba el brazo de Taylor con aire posesivo y después le susurraba algo. Él se echó a reír y le dio un beso en la mejilla. Sloane se apartó de él, lista para zambullirse de lleno en la fiesta, y Taylor permaneció inmóvil, siguiéndola con la mirada mientras ella se alejaba.
Como estaba mirando a Tyler, no me di cuenta de que Sloane se dirigía hacia mí hasta que se detuvo a mi lado.
—¿Alguna novedad sobre la casa?
—Firmamos la semana que viene —respondí—. A veces me siento como si estuviera al borde de un precipicio y alguien me fuera a empujar. No dejo de pensar qué pasaría si descubriéramos que los cimientos de la casa son un desastre. O si los dueños se echaran atrás. O si el banco no me concediera la hipoteca.
Lo de la casa había empezado como un antojo. Mi tendencia natural es a estar en continuo movimiento, desde no poder estar físicamente quieta hasta mi tendencia general a recoger los bártulos cada pocos años y mudarme a una ciudad nueva.
Sin embargo, en los últimos seis años esta segunda costumbre se había ido mitigando. En vez de marcharme de Chicago, me limitaba a mudarme de apartamento.
Hacía ya unos meses que había decidido que podía ser divertido vivir en una casa. Empecé buscando solo alquileres, pero en cuanto vi la casita de madera de dos habitaciones supe que era como el árbol de Navidad de Charlie Brown. Solo necesitaba un poco de amor. Lo más importante es que enseguida supe que tenía que ser mía.
Ni siquiera fui consciente de que me estaba planteando la posibilidad de convertirme en propietaria hasta que cogí la tarjeta de la inmobiliaria, pero estaba cansada de sentirme en tierra de nadie. Quería echar raíces. Quería… más.
Ya estaba a punto de conseguir mi objetivo.
Y, sinceramente, me gustaba la sensación.
Sloane frunció el ceño mientras consideraba mis palabras.
—Has pasado todas las inspecciones, los inquilinos ya se han mudado y los dueños viven… ¿dónde? En Nuevo México, ¿verdad? Además, si hubiera algún problema con la hipoteca, a estas alturas ya lo sabrías. —Entornó los ojos—. Lo de tus ingresos ya está, ¿verdad?
—Sí, pero por poco no la cago. Supongo que cuando llamaron Liz no estaba.
Había hablado con Liz antes de incluir una inocente mentirijilla en la solicitud de la hipoteca y ella había prometido cubrirme las espaldas si a los de la aseguradora se les ocurría llamar.
—Mierda. ¿Qué ha pasado? Tyler no me ha dicho nada.
—Al parecer, fue Cole quien cogió la llamada.
Sloane abrió los ojos como platos.
—¿En serio? ¿Cuándo?
—Hace más de una semana.
—¿Y no te había dicho nada?
—No hasta hace unos minutos —respondí.
Sloane extendió las manos, animándome a continuar.
—¿Cómo? ¿Y qué te ha dicho?
—Que le debo una —admití.
A juzgar por su risa, estaba encantada.
—Vaya, qué oportuno, ¿no?
—¿Perdona?
—Si dice que le debes una, tú solo tienes que preguntarle cómo quiere que le pagues.
Me crucé de brazos.
—¿Y se puede saber exactamente de qué estamos hablando?
—Venga, Kat. No te hagas la inocente conmigo. Soy policía, ¿recuerdas? Sé leer la verdadera naturaleza de la gente. Y eso también te incluye a ti, Katrina Laron, aunque creas que eres impenetrable.
Eso era exactamente lo que pensaba y me resultó un tanto desconcertante descubrir que me equivocaba. Por eso precisamente me había pasado casi toda la vida evitando hacer verdaderos amigos. Se colaban por las rendijas de tu vida, te conocían demasiado bien y te transformaban en alguien vulnerable. Pero Sloane tenía razón. Como ex policía que era, estaba acostumbrada a observar a la gente y a captar hasta el más mínimo detalle. Es más, hacía poco ella misma había estado en una posición parecida a la mía, tramando un plan para seducir a Tyler Sharp. Considerando que los dos estaban desesperadamente enamorados el uno del otro y que no podían ser más felices, tuve que reconocer que mi amiga sabía de lo que hablaba.
Me miró de arriba abajo con un movimiento de cabeza exageradamente deliberado.
—Bonito vestido. —Sus labios se curvaron en una sonrisa cómplice—. Diría que es el tipo de atuendo que llamaría la atención de Cole.
—Zorra —le espeté, pero me estaba riendo.
—Aparte del vestido, ¿qué más tienes en la recámara?
—Esa es la pregunta del día, ¿no? No vas errada en cuanto a las intenciones —admití—, pero hasta ahora la ejecución ha sido un desastre.
Me pasé los dedos por el pelo y, al darme cuenta de que me había vuelto a olvidar del recogido, maldije mi torpeza entre dientes. Mientras me soltaba la melena y la ahuecaba con los dedos, le hice un rápido resumen de lo que había pasado hasta entonces.
—Pero no estoy segura de si realmente está interesado en mí o si es cosa mía.
—Por favor, dime que no eres tan ingenua —dijo Sloane—. El tío pierde el culo por ti.
—Eres una mentirosa —repliqué yo.
Sinceramente, me costaba imaginarme a Cole perdiendo el culo por alguien. Se le daba demasiado bien mantenerlo todo bajo control. Por lo que había visto a lo largo de los años, el pronto era lo único que se le escapaba a través de las paredes que había levantado a su alrededor, e incluso sus arrebatos se incendiaban a la velocidad de un cohete y luego se apagaban más rápido aún.
—Le he visto la cara cuando te mira —dijo Sloane—. O, para ser más exactos, le he visto la cara cuando te mira y tú no lo estás mirando a él. —En sus labios se dibujó una sonrisa—. Sabes tan bien como yo que Cole nunca suelta prenda si no es estrictamente necesario.
—Ese es uno de los mayores eufemismos que he oído jamás.
—Lo digo en serio —continuó ella—. Cuando Tyler me mira como Cole te mira a ti, sé que me espera una noche muy larga y que seguramente no pegaré ojo.
—Vaya. —Cogí aire y luego me humedecí los labios, que de pronto se me habían quedado secos—. Quizá tienes razón —añadí, incapaz de disimular la sonrisa que me teñía la voz—. Gracias.
—De nada —respondió Sloane—. Pero, escucha, ¿estás…? —Se encogió de hombros y dejó la frase a medias—. Da igual.
—Ah, eso sí que no —le dije—. A mí no me vengas con esas. Tienes algo que decir y es sobre mí o sobre Cole. Y yo quiero saberlo.
—Es solo que… ¿estás segura de esto? ¿Y por qué ahora?
—Sí —respondí, porque a pesar de los momentos de nervios y de las dudas, nunca había estado tan segura de algo como entonces. La cogí del brazo y la llevé hacia una esquina apartada de la sala, donde no había ningún cuadro en las paredes y, por tanto, nadie que pudiera oírnos—. Y sobre por qué ahora, no creo que tenga otra elección. No me lo puedo sacar de la cabeza —admití—. Se ha metido hasta en mis sueños. Nunca había sentido nada así por un chico y creo que me voy a volver loca.
—Entonces ¿esto es un exorcismo?
—Puede. Joder, no lo sé. ¿Por qué?
—Porque somos amigos, Kat. Todos. Tyler y yo, Angie y Evan. Incluso Cole y tú. No quiero que las cosas se tuerzan entre nosotros y tampoco quiero que… —Movió despacio la cabeza—. Perdona, eso no es asunto mío. No debería seguir por ahí.
No pensaba dejar que se marchara de rositas tan fácilmente.
—¿Por dónde?
—No quiero que lo pases mal —dijo Sloane.
—¿De qué estás hablando?
Se pasó la mano por el pelo.
—Pues que sé que Cole no es de salir. No quiero que te lleves una desilusión. Y, egoístamente, no quiero que se pierda la dinámica que hay entre los seis.
—Yo tampoco —repliqué, y lo decía de verdad—. Pero necesito hacerlo.
No intenté explicarle que aunque no lo hiciera, la dinámica del grupo cambiaría igualmente. Había cruzado una línea mental y, pasara lo que pasase, no podía volver a ser Kat la Simpática, la chica secretamente colgada de Cole. Porque lo mío no era un simple cuelgue. Era una necesidad, un deseo incontenible. Había abierto la caja de Pandora y, aunque quisiera, no podía volver a guardarlo todo dentro.
—¿Qué quieres decir con eso de que no es de salir? —pregunté.
—Es lo que me dijo Taylor. Cole folla —dijo arqueando una ceja—, pero no sale.
—Esa es una de las cosas que lo convierten en el hombre perfecto —admití, porque a pesar de que no tenía forma de saberlo con seguridad, llevaba observándolo con detenimiento el tiempo suficiente como para saber que estaba tan jodido como yo—. Yo solo quiero quitarme esta espinita. Y si estás en lo cierto, Cole tiene la misma espinita que yo, así que no veo qué podría salir mal.
—Entonces ¿solo estás buscando un follamigo? —preguntó Sloane entornando los ojos como si no acabara de creerme.
—Sí —respondí, aunque yo no había usado esas mismas palabras—. Sí, supongo que es eso.
—Kat…
Dejó la frase a medias, pero era imposible no captar la censura que escondían sus palabras.
—¿Qué?
—Que no te lo crees ni tú.
—No —repliqué con decisión—, te equivocas.
Y se equivocaba. Estaba dispuesta a admitir —al menos a mí misma— que la atracción que sentía por Cole era intensa y muy profunda. Pero eso no significaba que quisiera salir con él o, para ser más concretos, no quería decir que fuera a salir con él, por mucho que lo deseara.
Por desgracia, todo eso no se lo podía contar a Sloane. Nos habíamos hecho muy amigas desde que ella había aparecido en la ciudad a finales del verano pasado, pero no tenía intención de abrirle mi corazón para que viera todas las miserias que guardaba.
No necesitaba un título de psicóloga para saber que estaba muy jodida y tampoco necesitaba otro de sexualidad para saber que quería sentir las manos de Cole sobre mi cuerpo. La segunda cuestión tenía arreglo; la primera, por desgracia, no tenía más remedio que aprender a vivir con ella.
—Confía en mí, Sloane —le dije con la esperanza de que no estuviera a punto de cagarla con todo el equipo—. Sé lo que estoy haciendo.
Permaneció un momento en silencio y luego asintió.
—Es tu vida. Ve a por él.
Me reí y le hice una señal a un camarero que pasaba por allí. El hombre se detuvo frente a mí y aproveché para coger una copa de chardonnay.
Levanté un dedo mientras apuraba la copa, indicándole en silencio al camarero que esperara, y acto seguido cambié la copa vacía por otra llena.
—Valor líquido —dije dirigiéndome más a Sloane que al camarero, aunque este no pudo reprimir una leve sonrisa.
Inclinó la cabeza a modo de reconocimiento y de despedida, y luego se perdió entre la multitud. Lo seguí con la mirada, consciente de que me tocaba a mí. Porque Cole también estaba entre el gentío.
Mis ojos se encontraron con los de Sloane y me sentí reconfortada por la sonrisa de ánimo que le iluminaba la cara.
—Que sea lo que Dios quiera —dije, y me alejé de ella de vuelta al centro de la melé, decidida a acabar con aquello cuanto antes.
Necesité un momento, pero por fin localicé a Cole rodeado de un grupo de invitados cargados de billetes que observaban embobadas un lienzo tan lleno de color y de vida que parecía estar en movimiento. No podía escuchar lo que les estaba diciendo, pero sí ver la expresión de su cara, iluminada como siempre que hablaba de arte.
Usaba las manos el cuerpo, y con cada palabra, con cada movimiento, captaba la atención de su público. Joder, ni siquiera yo podía apartar la mirada. Me fui acercando lentamente hasta que por fin pude escuchar lo que decía y allí me quedé, dejando que su suave voz me envolviera y me insuflara valor.
Pasaron los minutos hasta que, de repente, Cole puso punto final a su discurso y dejó solos a sus invitados para que pudieran contemplar el cuadro a sus anchas. Al darse la vuelta, me vio y enseguida sentí el impacto de su mirada extendiéndose por todo mi cuerpo.
Era la segunda vez aquella noche que saltaban chispas entre los dos, de eso ya no me quedaba ninguna duda, pero antes Cole tenía la situación bajo control. Esa vez, en cambio, lo había cogido desprevenido y yo podía ver claramente el deseo latiendo por sus venas mientras me miraba fijamente.
«Adelante. Ahora es el momento».
Cogí aire e intenté armarme de valor. Sí, había llegado el momento de lanzarme.
Así pues, di un paso adelante, seguido de otro y luego de un tercero. Cada uno me llevaba hacia Cole August. Cada uno avivaba la llama que ardía en mi interior, un fuego que tenía el poder de elevarme o de reducirme a un montón de cenizas.
Solo podía rezar para que aquella noche capturara al hombre en mis redes y no me destruyera a mí misma en el intento.