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—No hace falta que te diga lo mucho que te agradezco que nos hayas hecho un hueco en tu agenda precisamente hoy —le dijo Cole al guapísimo hombre sentado a la mesa con nosotros junto a su despampanante esposa.

Los reconocí a ambos en cuanto el camarero nos condujo por el acogedor restaurante Malibú hasta el comedor de la terraza. Se trataba de Damien Stark, una antigua estrella del tenis reconvertida en empresario multimillonario, que, además, había sido noticia hacía no mucho tiempo. Sexo, escándalos, asesinatos… La prensa sensacionalista se alimenta de esas cosas, sobre todo cuando eres tan fotogénico como Stark y su esposa del momento: Nikki Fairchild Stark.

Aunque no tardé en dejar de sentirme abrumada por su fama. Damien era natural y cercano, además de muy sencillo: llevaba una camiseta lisa y unos tejanos negros. Y cuando Nikki insistió en que ella y yo compartiéramos unas patatas con queso —una elección no muy habitual en una mujer de Los Ángeles guapa como una modelo—, estuve a punto de enamorarme de ella.

—Hoy no había ningún problema —respondió Nikki al comentario de Cole—. Nuestro vuelo no sale hasta tarde; será una maravillosa cena antes del viaje.

—Y la galería está aquí al lado —añadió Damien—. Podemos pasarnos por allí en cuanto terminemos.

—Me encantaría —dijo Cole—. No he viajado hasta aquí solo para ver cómo van nuestras empresas, así que si podemos hacer una visita rápida, sería genial.

—¿Una galería de arte? —pregunté confusa. Cole me había explicado que aquel viaje a Los Ángeles lo hacíamos para ayudar a mi padre; en ese momento entendí menos que nunca por qué estábamos cenando con Damien Stark. De pronto aparecía una galería de arte de la nada, y empecé a ponerme un poco nerviosa. No es que no confiara en Cole, sino que tenía la sensación de que estaba ideando una gran estafa para poder librarse de una más pequeña.

Cole me dio un apretón en la mano.

—La galería no tiene nada que ver con la propiedad del casino —dijo. Por lo visto, me había leído el pensamiento. Sus palabras también me transmitían que, fuera lo que fuese que planeara en Los Ángeles, estaba relacionado directamente con el problema de mi padre. Y que no era un secreto o, como mínimo, no era del todo secreto. De no ser así, no habría mencionado lo del terreno delante de Damien.

—Todavía no sé cómo os conocisteis —dije.

—Hace años que conozco a Cole —explicó Damien—. Nos conocimos a través de uno de sus socios, Evan Black, y en este último año, más o menos, hemos ido conociéndonos mejor.

—Evan le compró un par de galerías a Damien hace cosa de un año —añadió Cole—. Se las transfirió a Paladin Enterprises, y he estado supervisando la operación durante los últimos seis meses.

Nos sirvieron la comida, y la conversación se centró en esos temas superficiales de los que habla la gente en una bonita noche de primavera. Los planes para el día siguiente, la vacaciones de verano; hablamos sobre películas, sobre coches, sobre la increíble hamburguesa con queso que la camarera me plantó delante…

Me terminé la cena y estaba intentando decidirme entre el pastel de manzana y el cuenco de frutos del bosque, una opción ligeramente más sana, cuando llegó un mensajero a nuestra mesa. Le entregó un paquete a Damien, quien le echó un rápido vistazo y se lo pasó a Cole.

—Creo que estabas esperándolo.

El sobre era delgado, salvo por un bulto que se veía en el centro. Cole introdujo la mano en el interior, sacó otro pequeño sobre acolchado y lo metió en la mochila de cuero que había llevado al restaurante. Por último sacó un fajo de papeles.

—Para ti —dijo, y me lo entregó.

Bajé la vista, confundida al principio y luego un tanto mareada cuando vi lo que era.

—¿El contrato de propiedad de mi casa?

—Lo he arreglado para que lo escanearan y lo enviaran al despacho de Damien.

—Y los enviaré esta misma noche por mensajería para que puedas entrar a tu casa mañana mismo —dijo Damien—. Felicidades, por cierto.

—¡Oh, Dios mío! —exclamé mirando a ambos hombres—. ¡Gracias!

Cole me apretó la mano.

—Es tu primera casa. Es importante.

—¿Tu primera casa? —repitió Nikki, y asentí con la cabeza con la mirada vidriosa de alegría y sin avergonzarme lo más mínimo—. Entonces tenemos que brindar —dijo y levantó su copa medio llena de vino—. ¡Por tu nueva casa! ¡Que esté siempre llena de amor y de felicidad!

—Gracias —dije al mismo tiempo que todos entrechocábamos nuestras copas.

Se inició un debate generalizado sobre la casa, y seguramente maté a Nikki de aburrimiento con los detalles sobre dónde iba a colocar los muebles. Sin embargo, tuvo la educación suficiente para parecer interesada. Aunque, teniendo en cuenta que hizo un par de sugerencias, puede que lo estuviera realmente.

—Ahora que Katrina ha firmado su contrato —dijo Damien volviéndose hacia Cole—, debería decirte que todos los documentos que tienes que firmar estarán listos por la mañana. Siento tener que estar fuera de la ciudad, pero Charles se reunirá contigo en mi despacho, y él se encargará de todo. Más adelante, Nikki y yo os veremos en Chicago para la boda.

—Tengo muchas ganas de ir —dijo Cole—. Y te agradezco mucho que estés jugándotela así.

—No estoy jugándomela —dijo Damien—. Es una buena inversión, aunque un tanto peliaguda en ciertos detalles.

Nikki puso los ojos en blanco.

—Como si eso no fuera lo que más le gusta.

Damien se encogió de hombros.

—Bueno, sí que me gusta. —Le acarició el hombro con los dedos, pero se dirigió a Cole—. Supervisaré la operación desde Tokio. Pero, si necesitas algo, Charles se encargará de todo —añadió refiriéndose a su abogado.

—¿Tokio? —pregunté—. ¿Por negocios?

—De hecho, sí, pero no míos.

—Es la primera presentación internacional de mi empresa de desarrollo de software —dijo Nikki—. Doy gracias a Dios de que Damien esté allí para cogerme de la mano.

En realidad habían estado toda la noche tomándose de la mano y acariciándose.

Verlo me había alegrado. Es más, me había hecho desear lo mismo. Sin embargo, caí en la cuenta de que Cole me había tenido cogida de la mano casi toda la velada. Y en ese momento sus dedos reposaban sobre mi muslo. Durante la comida me había pasado el dedo pulgar por el labio para limpiarme un poco de mostaza. Y en más de una ocasión me había dado a probar un trozo de su postre con el tenedor.

Lo tomé de una mano y lo miré a los ojos.

«¿Qué?», me preguntó moviendo los labios.

Pero me limité a sonreír y a pensar en lo mucho que ya tenía y en lo afortunada que me sentía por el simple hecho de estar con ese hombre. Al menos de momento, todo marchaba bien en el mundo.

Cuando Cole sugirió que hiciéramos una visita rápida a la galería, esperaba ver cuadros de vivos colores con motivos marinos. Imágenes de criaturas nadando en el océano, tan típicas en las comunidades costeras del Pacífico.

Pero en lugar de encontrar esos motivos, me vi a mí.

No solo a mí, por supuesto. Sin embargo, había toda una pared dedicada a retratos parecidos a los que había visto en la galería de Chicago. Todos eran rostros anónimos, cierto, pero como ya conocía el tema de los retratos, no me resultó difícil reconocerme.

—No tenía ni idea —dije, y tomé a Cole de la mano—. ¿Cuántos has pintado?

Torció la boca de una forma peculiar.

—¿Cuántas horas he perdido observándote?

—¿Las has perdido? —le pregunté bromeando.

—Las he invertido —dijo—. Atesorado. Disfrutado.

Me acerqué más a él y lo besé.

—Mejor así —dije—. Y me siento muy halagada. Estoy asombrada. —Sacudí la cabeza porque me costaba encontrar las palabras para expresarme—. Cada vez que me veo en un lienzo y sé que han sido tus trazos los que me pusieron ahí… No sé, Cole. Se enciende una llama dentro de mí. Me hace sentir especial.

—Eso es porque eres especial —dijo—. Es porque no puedo verte de otra forma.

Nikki y Damien nos habían acompañado, y aunque Damien se había dirigido hacia el fondo de la sala para admirar las coloridas esculturas de cristal, Nikki estaba lo bastante cerca para oír la conversación. Cuando Cole me besó en la mejilla y luego se dirigió a toda prisa hacia el otro extremo de la sala para ir a reunirse con Damien, ella se situó a mi lado.

—No pretendía cotillear —dijo Nikki—, pero no he podido evitar oíros.

—No pasa nada —dije—. Me encantan estas imágenes. Me enamoré de la primera que vi incluso antes de darme cuenta de que era yo.

—¿De veras? —Enarcó una ceja—. ¿Y cuando te diste cuenta de que la había pintado Cole?

Apreté los labios.

—Ya se lo he dicho a él… Me hizo sentir especial. —Lo que no añadí, porque todavía era incapaz de decirlo es voz alta, era que me hacía sentir amada.

Situada a mi lado, Nikki asintió en silencio y percibí la comprensión en su rostro.

—Damien no pintó tu retrato —dije—, pero supongo que tú sientes lo mismo.

—¿Lo sabes?

Encogí un hombro.

—A estas alturas, creo que lo sabe todo el mundo.

Damien Stark había pagado un millón de dólares por un retrato erótico de Nikki desnuda. En el retrato ella era una modelo anónima, tenía el rostro oculto. Pero cuando se reveló su identidad, junto con el hecho de que Damien y ella eran pareja, la prensa sensacionalista enloqueció.

Cuando salió la noticia me sentí mal por ella. Y en ese instante, como ya la conocía, desprecié incluso más a los medios.

—Tuvo que ser un infierno —añadí—. Siento que hayas tenido que pasar por todo eso.

—Yo también —dijo—. Pero sobreviví. No fue fácil, ni divertido, pero al final me ayudó a ser más fuerte. Puede sonarte a conclusión barata, pero te lo digo de corazón. Y obtuve algo maravilloso de todo aquello.

—¿Qué fue?

—Damien, por supuesto. Pasamos por ello juntos. Y cuando lo superamos, demostramos al mundo algo que ya sabíamos.

—¿Y qué es?

—Que estamos hechos el uno para el otro. —Se encogió de hombros—. Simple, pero cierto. —Entonces sonrió, fue una sonrisa amplia y feliz—. Os miro a Cole y a ti, y eso es lo que veo. ¿Tengo razón?

Miré hacia el otro extremo de la galería, al lugar donde Cole estaba con Damien: dos hombres maravillosos que eclipsaban todo el arte que colgaba a su alrededor.

—Sí —dije—. Creo que estamos hechos el uno para el otro. —Y deseé con todas mis fuerzas que Cole creyera lo mismo.