16
Seguí a Cole para salir del baño de señoras y pasé totalmente de las miradas asombradas de dos mujeres que entraban al mismo tiempo que nosotros nos marchábamos.
—¡Oh, Dios! —susurré, pero Cole se limitó a sonreír de oreja a oreja.
—¿Estás lista para ver a tu padre?
—¿Estás de coña? ¡Por supuesto!
—Entonces vamos. —Se situó por delante de mí y recorrimos el pasillo hasta un ascensor privado.
Fruncí el ceño cuando apretó el botón de llamada.
—¿Vamos a subir para ver a Tyler y a Sloane? Pensaba que me llevabas a ver a mi padre.
Entró en la cabina del ascensor.
—Y eso hago.
El ascensor nos llevó hasta la sexta planta, y yo seguí a Cole por el pasillo hasta una habitación esquinera.
—La Fundación Jahn tiene una suite en este hotel para los visitantes de fuera de la ciudad. Resulta curioso, pero cuanto más dinero te gastas en alguien, más frecuentes son sus donativos para cualquier causa.
La Fundación Jahn, donde trabajaba Angie en ese momento, fue creada por Howard Jahn como organización de beneficencia con el objetivo esencial de conservar, restaurar y educar en lo relativo a todas las formas de expresión artística. Los tres caballeros ocupaban un puesto en la junta directiva, por eso no era de extrañar que Cole tuviera acceso a la suite.
—¿Y qué pasa con la seguridad? —pregunté cuando nos detuvimos delante de la puerta—. Seguro que hay cámaras en los ascensores y en los pasillos.
—Las probabilidades de que Muratti vea esas imágenes son muy pequeñas. Pero —añadió antes de que yo pudiera protestar—, de todas formas, hemos tomado precauciones. Tu padre lleva peluca, bigote postizo y alzas en los zapatos. No somos nuevos en esto, Kat. Recuérdalo.
—Ya lo sé —dije—. Pero es que es mi padre.
Me tomó de la mano y la apretó con fuerza.
—Ya lo sé.
—¿Y las camareras? —pregunté mientras él tocaba tres veces a la puerta—. ¿El servicio de habitaciones?
—Arreglado —dijo Cole—. Nadie lo ha visto. —Alguien abrió, y vi a una chica de aspecto alegre, de unos veintitantos y cuya cara me sonaba.
—¡Hola! ¡Adelante! —dijo la chica, y retrocedió para que pudiéramos entrar.
—Darcy, ¿te acuerdas de Kat? Es la hija de Maury.
—Es un hombre muy agradable —dijo Darcy, y me tendió una mano para saludarme—. Nos conocimos en el Destiny. Antes bailaba allí.
—Darcy va a volver a estudiar en otoño —dijo Cole—. Ahora está yendo a unos cursos de preparación para el acceso a la universidad, y hemos llegado a un acuerdo. Ella se queda con tu padre, atiende la puerta y lo mantiene escondido, y le pagamos un sueldo por pasar el resto del tiempo estudiando.
—No está mal —dije.
—Es un trato genial —afirmó Darcy mirando a Cole como si estuviera contemplando a un héroe al que venerase.
—Mmm… ¿Puedo verlo?
—¿Eh? ¡Ah! ¡Claro! Vamos. —Darcy se adentró en la suite, otra versión de la que ocupaban Tyler y Sloane, más pequeña aunque igual de elegante—. Se mete en una de las habitaciones cuando viene alguien: o las camareras, o el servicio de habitaciones o el de mantenimiento. Espera. —Avanzó a saltitos por la sala, luego recorrió un pasillo corto. Oí que llamaba a una puerta y decía el nombre de mi padre. Transcurridos unos segundos, él entró en la sala con una amplia sonrisa y los brazos extendidos hacia mí.
Lo abracé con fuerza y retrocedí un paso para mirarlo bien. Parecía tranquilo y descansado; ya no quedaba ni rastro del miedo que percibí en su expresión cuando se había presentado en mi piso. Me acerqué más a Cole y lo tomé de una mano para darle las gracias en silencio, porque él había desempeñado un papel muy importante a la hora de hacer desaparecer esa preocupación.
Nos acomodamos en el comedor, yo me senté en el brazo del sofá para poder estar cerca de mi padre, y Cole se quedó de pie junto a la ventana, mirando la ciudad. Darcy actuó como anfitriona y nos ofreció café, vino o algo más fuerte.
Yo pedí ese algo más fuerte.
—¿Estás bien, papá? ¿No estás inquieto?
—Ya me conoces, siempre estoy inquieto. Pero me conformo con quedarme aquí hasta que tu joven amigo me proponga otra cosa.
—Bien —dije—. Ha pasado por situaciones muy difíciles y sabe lo que se hace. Tienes que escucharlo.
—Eso es lo que hago. Has dado con un buen hombre; sabe ocuparse de mí. Y se ocupa de ti. No quería que corrieras ningún riesgo, pequeña, de verdad que no. Pero me alegro de haber venido.
Suspiré.
—Yo también, papá. Solo quiero que estés a salvo.
Le hice prometer una docena de veces o más que cumpliría todas las normas y que no haría ninguna estupidez.
—He hecho un par de averiguaciones más —dijo Cole, y se apartó de la ventana para reunirse con nosotros—. La propiedad es de primera, y aunque Frederick Charles no quiere vendérsela a Muratti, no es porque esté pensando en explotarla por su cuenta ni porque espere que su sobrina lo haga cuando la herede.
—Lo que ocurre es que no quiere vendérsela a un mafioso —dije.
—Exacto. Lo que nos permite jugar con ventaja.
—Ya entiendo lo que dices, pero aunque Frederick venda la propiedad, ¿Muratti no nos la tendría jurada? —pregunté.
—Sí, es de los que guardan rencor. Pero también está a punto de jubilarse, y su hijo, Michael, está empezando a llevar las riendas de la organización. Michael no es un mafioso de la vieja escuela, no le va eso de ir poniendo cabezas de caballo en la cama de sus enemigos, y no le ve el sentido a cabrearse si el negocio no vale la pena.
Me fijé en la mirada de mi padre. Hasta ese momento, todo sonaba muy bien.
—Así que en cuanto nos hayamos quitado de en medio, creo que Michael tachará el nombre de tu padre de la lista como una mala opción, y cada uno seguirá por su camino.
—Eso crees —repetí.
—Bueno, nos queda esperar a ver qué pasa, no voy a mentirte. Pero a menos que quieras llamar a los federales, con lo cual estaríamos hablando de entrar en el programa de protección de testigos, es lo mejor que se me ocurre.
—He estado metido en líos más graves, cariño —dijo mi padre—. Puedo soportarlo.
Asentí en silencio y luego inspiré con fuerza.
—Vale, está bien. ¿Y cómo vamos a lograr que salga de esta?
—Se me ha ocurrido algo —dijo Cole—. Déjame pensar en los detalles y ya te lo contaré.
Iba a protestar, pero decidí quedarme callada. Al fin y al cabo, confiaba en ese hombre.
Y eso me hacía sentir de maravilla.
—Entonces ¿me has perdonado? —me preguntó Cole cuando estábamos en su Range Rover.
—Vamos a ver —dije, y empecé a contar con los dedos—. Tienes a mi padre controlado, mañana firmo el contrato de compra de mi nuevo hogar y acabamos de echar un polvo maravilloso. Si me llevas a casa para que pueda disfrutar recordándolo, sí, estarás perdonado.
—Puedo llevarte —dijo, alargó una mano y me acarició la nuca, un gesto tan íntimo que me hizo estremecer—. Me gusta verte feliz —dijo.
—Eso está muy bien, porque a mí me gusta sentirme feliz.
No tardamos mucho en llegar a la casa y, una vez más, abrí la puerta con la combinación que se suponía que no debía conocer.
—Eres una chica muy traviesa —dijo—. Aunque resulta útil tenerte cerca.
—Es la última vez que vivo peligrosamente —dije—. Mañana seré la dueña de este lugar y entrar será del todo legal.
Avanzó detrás de mí y me tomó de la mano. Con un rápido e intenso tirón me acercó a su cuerpo y acabé chocando contra él y riendo cuando me agarró por el culo.
—Me encantaría seguir proporcionándote algo de peligro, si es lo que deseas.
—Me gusta cómo suena —dije, y lo abracé para darle un largo y apasionado beso—. Y me apetece.
—Una vez más, nuestro deseo se sincroniza. —Retrocedió e hizo un movimiento de barrido con el brazo señalando la casa—. Enséñamelo todo.
Y lo hice, por supuesto; lo llevé de visita guiada por mi hogar. Le enseñé todas las habitaciones, todos los armarios, todos los recovecos y las grietas. Le conté dónde pensaba colocar los muebles, le conté por qué pensaba que iba a necesitar más estanterías y qué clase de verduras estaba decidida a plantar en mi diminuto jardín trasero.
También le enseñé mi dormitorio.
—Tengo la intención de pasar mucho tiempo en este cuarto —dije—. Y no pienso estar sola.
—¿Mañanas ociosas leyendo el periódico en la cama?
—Me va más el ejercicio. Estaba pensando en sexo salvaje, de ese con el que acabas colgada de la araña del techo. Pero si tú quieres, después podemos relajarnos leyendo el periódico.
Percibí en su mirada que estaba gustándole lo que oía; levantó la vista para mirar hacia arriba.
—Sí —dije—, ya lo sé. Comprar una araña para el techo está entre los primeros puestos de mi lista de cosas pendientes. Pero, sin tener en cuenta ese pequeño fallo, ¿qué te parece?
—Creo que has hecho un negocio redondo. El antiguo dueño de esta casa podría haberla vendido por lo menos un diez por ciento más cara, hasta un veinte incluso, si se hubiera molestado en arreglarla un poco.
—Eso fue lo que pensé. Y como ya no trabajo en la cafetería, tengo un montón de tiempo para dedicarme a arreglarla.
Ladeó la cabeza.
—¿Y eso? ¿Desde cuándo?
—Desde que mi jefe me demostró lo gilipollas que es e intentó fastidiarme lo de la firma del contrato y el derecho a disfrutar de mi casa. —Me encogí de un solo hombro con un gesto de indiferencia—. Que le den. Me las arreglaré bien sin él.
—No lo dudo —dijo Cole—. Pero si necesitas un sueldo, creo que técnicamente ya estás contratada en la galería.
Sonreí con suficiencia.
—Cuidado o te tomaré la palabra.
—Lo digo en serio —dijo—. Si necesitas ayuda para salir del bache, sabes que puedes acudir a mí, ¿verdad?
—Lo sé —respondí agradecida. La verdad es que sabía algo más. Podía acudir a él por asuntos relacionados con cualquier aspecto de mi vida. Para hablarle de mis esperanzas y de mis sueños. Y no solo podía acudir a él, es que lo deseaba.
Deseaba compartirlo todo con Cole. Porque lo que había entre nosotros era algo más que simplemente sexo. Era la vida misma. Éramos nosotros. Lo era todo.
—¿Qué haces? —dijo mirándome para adivinar qué pensaba—. ¿Imaginándote lo horrible que debe de ser tenerme como jefe?
—Para nada —le respondí juguetona—. Estaba pensando en lo poco que trabajaríamos.
Sonrió de oreja a oreja, pero la sonrisa se esfumó enseguida.
—¿Estás bien? De pronto te has quedado muy pensativa.
—De maravilla. Tengo dinero suficiente para pagar la hipoteca y los gastos durante al menos seis meses.
—Eso debería darte un margen para encontrar otro trabajo. ¿Quieres que hable con Tyler para que envíe tu currículum a una bolsa de trabajo?
—Gracias, pero no. En realidad, ya había pensado en algo. —Lo miré a la cara, vi su expresión atenta y me apresuré a contárselo—. En realidad, llevo un tiempo dándole vueltas. Desde que empecé con la búsqueda de casa. Creo… Creo que voy a sacarme la licencia para ser agente inmobiliaria.
—¿De verdad? —Asintió muy despacio con la cabeza, como si estuviera sopesando muy en serio lo que acaba de decir. A continuación una sonrisa relajada afloró en su rostro—. Me parece que serías una agente inmobiliaria cojonuda.
Una tensión de la que no había sido consciente hasta ese instante se relajó de golpe.
—¿De verdad lo piensas?
—Es el trabajo perfecto para ti. Tienes don de gentes y sabes vender cualquier cosa o cualquier idea. Puedes llevarte de calle hasta al más pintado —añadió con sonrisa maliciosa—. Sí, creo que es una idea genial.
—Hoy estás ganando un montón de puntos.
—Me aseguraré de canjearlos pronto. —Describió un lento giro sobre sí mismo—. Sí, este lugar es un gran hallazgo. Tiene muchísimas posibilidades.
—En otras palabras, que hay muchísimo curro pendiente.
Se rió.
—Sí, eso también.
—¿Me ayudarás?
La respuesta me la dio con su mirada, y sus palabras no hicieron más que subrayar la verdad.
—No lograrás despegarte de mí.
Me tomé un instante para mirarlo, empaparme de él, y preguntarme por qué había tardado tanto en perseguir mis sueños. Porque, en ese momento, con Cole a mi lado, mis días sin sentido del pasado me parecían incluso más vacíos. Estaba decidida a llenar hasta los topes los días que me quedaban por delante.
Me dio un toquecito en la punta de la nariz.
—Has vuelto a desconectar —dijo—. ¿Dónde habías ido esta vez?
—Lejos —respondí sonriendo—. Contigo. Al país de las fantasías.
Su sonrisa fue amplia y llena de picardía.
—Me encantaría hacer realidad tus fantasías.
—Ya lo harás. Después de darme tu opinión sobre el resto de la casa —dije, y luego reí cuando lo tomé de la mano y lo llevé hacia la segunda habitación—. A esta solo le daré una mano de pintura. Supongo que Flynn la decorará como le apetezca.
—¿Flynn va a mudarse contigo?
—Ahora es mi compañero de piso y lo será cuando me mude. Necesita compartir vivienda, y a mí siempre me ha gustado ahorrar. Y sobre todo porque me ayudará a pagar la hipoteca.
—No sé si me gusta mucho eso.
—¿Ah, no? —Me crucé de brazos—. Pues tendrás que invertir un montón de tiempo en venir a visitarme para asegurarte de que me porto bien.
—Kat…
Estaba provocándole, por supuesto, pero la expresión de Cole no era precisamente divertida.
—No estés celoso —dije, y aunque intenté que no se me notara que estaba molesta, no creo que lo consiguiera—. Ya sabes que no hay nada entre Flynn y yo. Y, sinceramente, si alguno de los dos tiene motivos para estar celoso, soy yo, en cualquier caso.
En cuanto lo dije, me arrepentí.
—¿De veras? —Habló con un tono exageradamente formal, como de ejecutivo reunido.
Ladeé la cabeza y crucé los brazos sobre el pecho.
—¡Venga ya, Cole!, ¿en serio? No juguemos a esto. Sé lo del Firehouse, ¿recuerdas? Y tengo una ligera idea de lo que ocurre en ese lugar. Sé que te follas a esa chica, Michelle. Y —añadí porque ya había cogido carrerilla— ni siquiera sé si has estado con alguien más desde que nos acostamos. Porque me dijiste que tenía que ser solo tuya, pero no dijiste nada de ti.
—¿Eso es lo que crees? —me preguntó con un tono neutro que no auguraba nada bueno—. ¿Que estoy con otra cuando no estoy contigo?
—¡Vaya, no tendría que haber dicho nada! Lo siento. De verdad. —Inspiré con fuerza—. No estoy acostándome con Flynn. Nunca me he acostado con Flynn. Pero no puede permitirse vivir solo, y no pienso dejarlo en la calle. Y no —añadí—, no creo que estés con otra.
Esa era la verdad, pero no importó, porque solo podía pensar en Michelle y el Firehouse y el cuero y… Ese era el problema. No sabía qué venía después de ese último «y». Maldita sea, odiaba la idea de que Cole no pudiera, o no quisiera, conseguir todo lo que necesitaba recurriendo a mí.
Porque aunque ya no se acostara con Michelle, con mi comentario lo había descolocado. Cole tenía miedo de ponerme muy al límite. Porque, a pesar de lo lejos que habíamos llegado ya, todavía nos quedaba mucho camino por recorrer. Y era posible que no llegáramos a buen puerto hasta que él superase el miedo a perder el control.
—Lo siento —repetí—. No debería haberla mencionado. Me matan los celos, pero si dices que ya no la ves, te creo. Es que me has cabreado con lo de Flynn. Es mi amigo. Eso es todo.
—No tienes ningún motivo para estar celosa de Michelle. —En ese momento su tono dejó de ser neutro. Deseaba tranquilizarme y habló con mucha ternura.
—Pero sí lo estoy —dije mientras él me tomaba de las manos y me acercaba a su cuerpo—. ¿Es que no lo entiendes? Quiero lo que ella tuvo. Compartiste algo con ella, algo que yo no entiendo porque ni siquiera me lo has enseñado. Quizá sea algo insignificante, pero sin importar lo que hicieras con ella o lo que ella te dio, quiero que lo obtengas de mí.
—¡Ay, nena! —dijo, y me hizo suya con un beso salvaje y violento, se entrechocaron nuestros dientes, se entrelazaron nuestras lenguas, y todo fue pasión y fuego. Me daba vueltas la cabeza, sentí una confusión total de ideas, se disiparon todas mis preocupaciones hasta quedar convertidas en una bruma. Y cuando me agarró por el culo y me empujó contra su cuerpo para que notara cómo aumentaba su erección, solo podía pensar en poseerlo y en tocarlo, porque entonces sabría que era real y que era mío.
Desplazó las manos hasta mis hombros y me separó de él con la misma violencia con la que me había acercado a su cuerpo.
—No hay nada, nada que no consiga de ti. Tú me llenas, Kat. ¿Es que no lo ves? ¿Es que no lo entiendes?
—Sí que lo entiendo —dije, y pronuncié las palabras con un suspiro ahogado. Aunque no era la verdad. No del todo. Seguía temiendo no poder iluminar los rincones oscuros que se ocultaban en su interior. Que necesitara más de lo que obtenía de mí.
Al mismo tiempo rememoré nuestro encuentro telefónico en el coche. La forma en que me poseyó con una pasión salvaje en el Drake hacía solo un par de horas. Lo recordé todo y me sentí esperanzada. Decidí tomarme mi tiempo. Siempre había esperado que llegara un hombre así a mi vida, podía esperar un poco más para tenerlo por completo.
Me puso un dedo bajo la barbilla y me levantó la cabeza para que no tuviera más opción que mirarlo a los ojos; su mirada intensa era decidida y ardiente.
—Dime lo que quieres —dijo, y la amabilidad de su voz contrastaba muchísimo con su dura expresión.
«Lo quiero todo», pensé. En lugar de eso, dije:
—Tómame aquí. Fóllame con ganas, como si quisieras matarme, con fuerza. Y en todas las habitaciones de la casa; esta noche, antes de que este sitio sea mío, solo porque la idea me pone cachonda.
Mis palabras le hicieron sonreír, pero sus movimientos irradiaban un calor abrasador cuando bajó la mano y me forzó a retroceder avanzando sin parar hacia mí, paso a paso, hasta que me tuvo pegada contra la pared. Se quedó ahí plantado, como una barrera infranqueable de fuerza masculina.
Se me aceleró el pulso y empecé a respirar con dificultad. Estaba tan pegado a mí que veía incluso cómo los latidos le agitaban la camiseta. Olía el perfume del deseo. Y la violencia que percibía en su mirada no dejaba lugar a dudas.
Con cualquier otro hombre, me habría invadido una oleada de terror punzante y fría.
En lugar de eso, ardía de deseo por él. Estaba mojada y dispuesta a entregarme. Y cuando me agarró por las muñecas y tiró de ellas para colocármelas por encima de la cabeza, solté un grito de pura pasión. Un gemido animal y desesperado de placer y de deseo que, incluso sin palabras, le rogaba que me tocara. Que me follara.
—¿Esto es lo que quieres? —gruñó, y me clavó una rodilla entre las piernas para que notara algo duro sobre el sexo—. ¿Lo quieres a lo bestia? —me exigió saber mientras me sujetaba las muñecas con una sola mano para que no me moviera, y usaba la otra para desgarrarme la camiseta tirando de ella desde el cuello. La violencia de ese movimiento me hizo gemir con desesperación e hizo que me mojara. Y cuando arrancó la fina tela que separaba las copas de mi sujetador, creí que me correría en ese mismo instante.
Me agarró los pechos, los estrujó con fuerza y rugí de placer. Se centró en un pezón sin piedad; lo agarró entre los dedos y le dio vueltas a la bolita erecta antes de empezar a apretarla cada vez más. Siguió así hasta que sentí el estímulo no solo en el pecho sino en el sexo, y me froté sin reparos contra su rodilla, porque deseaba más. Joder, deseaba sentirlo todo.
—¡Oh, sí, te gusta a lo bestia! Deberías verte la piel, Kat, tan rosada y tan encendida. Dime que quieres que te folle.
—¡Sí que quiero! ¡Quiero que me folles!
—Dime que quieres sentir mi polla dentro de ti.
—Sí, Cole. Por favor. Métemela hasta el fondo. Métemela con fuerza.
—Dime que eres mía —dijo, y me soltó el pezón, luego me agarró por un mechón de pelo y empezó a tirar de él con fuerza—. Dime que eres mía —repitió—. Y dime lo que eso significa.
—Soy tuya —dije—. Y significa lo que tú desees, sin importar lo que sea.
Su mirada se encendió con el fuego de la pasión que yo sentía, y aprovechó que me tenía agarrada del pelo para obligarme a ponerme de rodillas.
—Quiero que me comas la polla, nena.
«Sí —pensé mientras buscaba a tientas su cinturón y luego la cremallera—. ¡Oh, Dios, sí!»
Estaba tan mojada, tenía el cuerpo tan estremecido que mi capacidad de raciocinio se reducía a una lujuria primitiva y pasional que solo Cole podía saciar.
Eso era lo que quería ver. Su lado más salvaje y peligroso. Quería ir hasta allí con él, porque nunca había estado y porque no había nadie más en el mundo en quien confiara para llevarme a ese lugar. No había otra persona en el mundo con quien quisiera adentrarme en la oscuridad.
Tenía la polla tan dura y tan gorda que lo único que deseaba era saborearla y estimularla y poseer al hombre que me había abierto las puertas del mundo hasta llevarme al borde del abismo. Empecé poco a poco, pasándole la lengua por todo el contorno, pero a Cole no le pareció bien, y me movió la cabeza para que mis labios se cerraran en torno a su polla y fuera tragándomela lentamente, chupándosela y saboreándola y estimulándola con la lengua.
Sabía a macho, a lujuria y a poder, y quería tragármela toda. Quería ser yo la que consiguiera que Cole se desplomara, y mientras gemía y me la metía con más fuerza, mientras me follaba por la boca, me concentré en respirar al tiempo que me la tragaba cada vez más y más, aunque me ardía el cuerpo por la certeza de que la excitación iría en aumento.
Cole seguía agarrándome por el pelo con los dedos bien apretados y, a medida que se pegaba más a mí, me tiraba más del cabello y ejercía más control sobre los movimientos de mi cabeza. De esa forma conseguía lo que quería, aunque me obligaba a aumentar la velocidad y me la metía demasiado hasta el fondo.
Empezó a ser un poco desagradable, y sentí que me brotaban lágrimas calientes de los ojos, no de dolor, sino por esa extraña reacción física que nos hace llorar en ocasiones, como cuando cortas cebolla o estás haciéndole una buena mamada al chico que amas.
Aunque era un detalle sin importancia que quedaba en segundo plano por el placer que se apoderaba de mí; la deliciosa satisfacción de saber que mi boca y mi tacto habían llevado a Cole al borde del abismo y que estaban a punto de empujarlo al vacío.
Pero entonces aumentó la velocidad de las acometidas y me obligó a comérmela más deprisa; tuve que ladear la cabeza para no asfixiarme. Sin embargo, él estaba totalmente ido, y me tiró más fuerte del pelo para obligarme a recuperar la postura que tenía en un principio; la violencia del movimiento fue tan inesperada que me provocó dolorosas punzadas en el cuero cabelludo.
Solté un grito de dolor y eso hizo que me atragantara. Intenté controlar la situación y volver a respirar con normalidad, pero entonces sentí un fuerte empujón. De pronto estaba cayendo de espaldas. Eché las manos hacia atrás para no perder el equilibrio, pero me golpeé con fuerza el hombro contra el alféizar de la ventana, antes de caer de culo al suelo y emitir un grito de sorpresa y de frustración.
Mi penoso lamento quedó completamente eclipsado por la cara de espanto que puso Cole.
—Kat —dijo con un tono de voz tan desgarrado y abatido como su expresión.
Intenté levantarme y acercarme a él, pero, para mi asombro, me empujó hacia atrás y me obligó a retroceder. No pude articular ninguna palabra. Solo pude tenderle una mano, pero se quedó mirándomela como si fuera a morderle.
Poco a poco —como si estuviera luchando con todas sus fuerzas por no perder los nervios— negó con la cabeza.
—Dios, Kat, no debería… Ya te lo dije. ¡Me cago en la puta!, ¿no te dije que llegaría demasiado lejos? ¿Qué te haría daño?
—No. —Mi voz sonó ronca, todavía me costaba respirar y me escocía la garganta.
Se quedó blanco, destrozado, y cuando levantó la mano y vio unos pelos de mi cabellera rubia todavía enredados entre sus dedos, creí que iba a vomitar.
Se alejó de mí; yo era incapaz de moverme. Me sentía atrapada en ámbar, contemplando impotente una horrible escena de la historia.
Cole se subió la cremallera y se abrochó el cinturón. Se metió una mano en el bolsillo y me tiró las llaves del coche al suelo.
—Tengo que irme.
—¡Cole, no! —Sus palabras fueron como una bofetada, y no hubo forma de ocultar mi miedo. No provocado por ese hombre, sino por el hecho de que se marchara.
Cole, no obstante, solo captó el miedo, no su motivación.
—Coge el Range Rover. Vuelve a casa tú sola. Y toma —añadió mientras se quitaba la camisa y me la tiraba—. ¡Joder!, te he destrozado la que llevabas.
—No te vayas —le supliqué, y cuando levanté la mano para secarme una lágrima que se me escapó, me di cuenta de que hacía un rato que lloraba.
Se detuvo en la puerta, y fui incapaz de percibir expresión alguna en su cara.
Se quedó mirándome durante un largo instante, salió de la casa y se adentró en la noche. Me dejó aturdida, sola y aterrorizada. Temía que por algún motivo el universo se hubiera desplazado y nosotros hubiéramos caído a un abismo antes incluso de tener la oportunidad de empezar algo.
Durante el resto de la noche seguí sintiéndome aturdida.
Lo llamé al móvil al menos nueve veces, pero no recibí respuesta. Fui a su casa. Fui al Destiny. Fui a la galería. Fui a todas las empresas que tenían los caballeros, y a todos los bares que sabía que Cole frecuentaba.
Llamé a Angie y a Sloane, pero ni ellas ni los caballeros lo habían visto.
Dormí un par de horas, pero bastante mal. Eran ya más de las siete de la mañana y aún no lo había localizado. Tenía la firma del contrato a las diez y empezaba a estar desquiciada.
Sabía que acabaría haciendo que Angie llegara tarde al trabajo, pero necesitaba compañía y alguien que me apoyara. Fui a su ático y me paré a comprar unas rosquillas por el camino.
No me preocupaba que a Cole le hubiera ocurrido algo o que hubiera tenido un accidente. No, me preocupaba que se hubiera roto algo en su interior; algo que yo no entendía pero que sabía que debía reparar. De no ser así, me arriesgaba a perder a ese hombre para siempre.
—¡Uf! —dijo Angie, tras abrirme el portal y verme plantada en la puerta de su casa—. Estás hecha una mierda.
—Hola.
—¿Sigues sin saber nada?
Negué con la cabeza.
—No. ¿Tampoco os ha dicho nada a vosotros?
—No que yo sepa. Evan ha salido a correr. Puedes preguntárselo cuando vuelva, pero sabe que estás preocupada. Si se hubiera enterado de algo, me lo habría dicho o te habría llamado directamente.
—Mierda —dije, y me pasé la mano por el pelo, porque ya no sabía qué más hacer.
—¿Quieres contarme qué ha ocurrido?
—Lo único que deseo es que no hubiera ocurrido. Pero en resumen: él cree que hemos llegado demasiado lejos. Cree que me ha hecho daño.
—¿Y te lo ha hecho?
—No —dije—. No, no me ha hecho daño. Pero antes de que empezara todo esto, me dijo que no podía haber nada entre nosotros. Porque estaba convencido de que se pasaría de la raya y de que tarde o temprano acabaría haciéndome daño. Sinceramente, Angie, era algo que le preocupaba muchísimo.
—Y como estaba tan preocupado de que ocurriera, pues ha ocurrido. La típica profecía.
—Es una tontería. Te juro que tiene más autocontrol que yo. No entiendo por qué no es capaz de verlo.
Ella se encogió de hombros.
—A veces es difícil verse a uno mismo, ¿sabes? —Se quedó mirándome—. Y hablando de verse a uno mismo, me parece que no te has cambiado de ropa desde ayer.
Me eché un vistazo, vi que tenía razón y me encogí de hombros.
—Entra a darte una ducha rápida. Luego busca algo que ponerte en mi armario. No quiero que estés hecha un asco cuando lo encuentres, aunque te sientas fatal. Cole es el que está hecho un asco, ¿verdad? Se supone que tú eres la fuerte.
—¿Segura?
—Segurísima. Y voy a preparar café para cuando salgas. Tienes pinta de necesitar un chute de cafeína.
—No quiero hacerte llegar tarde al trabajo.
Quitó importancia a lo que dije con un gesto despreciativo de la mano.
—¿Qué sentido tiene ser la directora si no puedes llegar tarde de vez en cuando? Además, quiero estar aquí cuando vuelva Evan. Por si se ha enterado de algo.
—¿Crees que sabrá algo?
—No lo sé. Pero a lo mejor Cole lo ha llamado mientras estaba corriendo. Esos tres siempre están en contacto, así que es probable. —Miró el reloj—. ¿A qué hora tienes la firma del contrato?
—A la diez.
—Te queda tiempo —dijo, y me señaló su dormitorio—. Venga. Nos vemos en la cocina.
Cuando reaparecí, quince minutos más tarde, me sentía mejor. Aunque no mucho. Y Evan seguía sin llegar a casa.
Me obligué a olvidarlo. Me forcé a respirar profundamente y a pensar que todo saldría bien. Tenía que salir bien. Porque necesitaba a Cole en mi vida, y, maldita sea, estaba segura de que él también me necesitaba.
—Todo irá bien —dijo Angie cuando me dejé caer en una de las sillas de la mesa de la cocina.
—No dejes de repetirlo —dije—. A lo mejor el universo te escucha. —Me zampé una rosquilla, la devoré, y luego me chupé el azúcar de los dedos—. Escucha. Hay otra cosa de la que te quiero hablar.
Frunció el ceño con un gesto de preocupación y se sentó a mi lado.
—¿Ocurre algo malo?
—No. No, es solo que… —Tomé aire—. Es solo que tengo un secreto y… ¡mierda! —dije—. No soy exactamente quien crees que soy.
—¿De veras? —Enarcó las cejas mientras se recostaba en el asiento, y para mi descanso, parecía más intrigada que cabreada—. Te escucho.
—Vale —dije, y se lo conté todo. Cómo me crié. El lío en el que estaba metido mi padre en ese momento. Incluso la gran verdad: que, cuando la conocí, pensaba convertirla en víctima de una estafa.
—¡Dios mío!, ¿de veras?
—Pues sí. —Me mordí el labio inferior.
—¿Y por qué me lo cuentas ahora?
—Porque estoy a punto de comprar una casa.
Soltó una risa.
—Debemos ser muy buenas amigas, porque me parece todo muy lógico.
—¿No estás cabreada?
—¿Por qué iba a estarlo? Tú conoces mis secretos, y Dios sabe que los tengo. Y ahora yo conozco los tuyos. —Entrecerró los ojos—. A menos que esto sea una de esas estafas superlargas, que me levante mañana y descubra que te he cedido la propiedad del ático o algo así.
Me reí.
—¡Ya me gustaría!
—Bueno, pues ya está. Estamos en paz. Todo está claro. Te quiero. Y —añadió alargando una mano para agarrar la mía y apretármela con fuerza— ya se nos ocurrirá cómo solucionar lo de Cole.
Por cosas así era mi mejor amiga.