Epílogo
A las 9:03 pm, del martes 26 de agosto de 2014, Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias “Popeye”, tras 23 años y 3 meses de permanecer en prisión, fue dejado en libertad.
Mientras en la puerta principal del penal de Cómbita en Boyacá, lo esperaban más de 50 periodistas, apostados allí desde el día lunes, cuando se anunció inicialmente su liberación, alias “Popeye” salía por la puerta trasera del penal, en un carro de la Policía, con luces apagadas y vidrios polarizados. Los periodistas siguieron la caravana de varios vehículos de la Procuraduría, el INPEC, la Policía y la Defensoría del Pueblo, que supuestamente escoltarían al jefe de sicarios de Pablo Escobar, hasta Bogotá, mientras que “Popeye” llegaba a la capital sin escolta alguna y trasbordó, en la entrada norte, al Audi A6 negro que lo condujo hacia la ansiada libertad.
Días antes, el sólo anuncio de su liberación generó una fuerte polémica a nivel nacional e internacional, pero finalmente, la Fiscalía colombiana determinó como cumplida la pena y no encontró nuevos delitos que dieran lugar a ampliar su detención.
Los cuestionamientos apuntaban a que no era posible liberar a quien confesó más de 250 asesinatos y su participación en 3000 más, así como también haber coordinado al menos 200 carros bomba. Las protestas de las víctimas llegaban en un momento crucial para el país, cuando se adelanta por parte del gobierno del presidente Juan Manuel Santos, un cuestionado proceso de paz con el grupo narcoterrorista de las FARC, que tiene un mayor número de crímenes cometidos y la mayoría de sus integrantes no ha pagado ni un día de cárcel, con el agravante de que algunos han propuesto que paguen delitos de lesa humanidad con trabajo social, generando así la indignación del pueblo colombiano y de la comunidad internacional. Desde esa óptica, son muchas las preguntas que surgen en lo que se percibe como la contaminación política de la justicia colombiana; si alguien que negoció con la justicia y cumplió la pena que le impusieron, merece regresar a la sociedad, bajo el argumento de que al menos habrá pagado “algo” a diferencia de aquellos que asesinaron y que según se vislumbra, no pagarán ni un solo día de cárcel. ¿Propicia la mano tendida del gobierno más dolor para un país que se ha acostumbrado a la violencia, y que se desangra día a día ante la mirada desesperanzada y derrotada de los colombianos?
Seguramente el tiempo lo dirá.
En algún lugar de Colombia, Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias “Popeye”, jefe de sicarios de Pablo Escobar Gaviria, intenta empezar una nueva vida, esperando tener una segunda oportunidad sobre la tierra…
Sólo Dios sabe si lo logrará.
* *
¡Desde la libertad!
Diez meses después de encontrarse en libertad y mientras se esperaba la autorización para entrar a prensa este libro, John Jairo Velásquez Vásquez, alias “Popeye”, reaparece. Confirma que, al menos hasta ahora, ha logrado sobrevivir no sólo a Pablo Escobar “el Patrón”, también a sus enemigos. No entiende muy bien el por qué y el para qué, pero, en su arrepentimiento y en el duro aprendizaje de la cárcel, considera que su vida debe tener un propósito; ha entendido qué cosas tienen verdadero valor en la existencia de un ser humano y aprecia cada minuto que puede respirar más allá de su fría celda, esa que ahora sólo aparece en sus pesadillas.
Desde aquella noche en que abordó el Audi A6 negro que lo condujo desde Bogotá hasta Medellín, en medio de la incertidumbre y la oscuridad de la noche, ha ganado casi 10 kilos de peso, conduce su propio automóvil y disfruta de cada segundo en libertad.
La misiva que envía narra sus últimos días en Cómbita, el largo trámite que debió cumplir su abogado defensor para que le respetaran el tiempo de trabajo, la evaluación psicológica a que fue sometido para confirmar su resocialización hasta que el Sr. Juez, el Dr Yesid Rodríguez, apoyado por un equipo interdisciplinario, confirmó que todo estaba al día:
… quince certificados de diplomados; todo el trabajo de psicología cumplido; conducta ejemplar; mi trabajo como recuperador ambiental perfecto. La asesora jurídica ya había estudiado mi situación; la Teniente Ligia tenía claro mi proceso de resocialización, el Sr. Director Dr. Jorge Alberto Contreras, abogado experto en prisiones, y el Sr. Subdirector ya tenían completo mi expediente. Todo correcto. Además mis estudios los avalé con las pruebas del Estado (ICFES), mi promedio fue muy alto.
La Procuraduría ya había pedido una inspección judicial al penal para verificar cómo redimía yo mi pena y valorar toda la documentación. El “caso Popeye” era muy delicado. La Defensoría del Pueblo, la Procuraduría, el Sr. Juez con su equipo de trabajo y mi Abogado defensor, todos al penal para llevar a cabo la inspección judicial.
La formalidad del tema muestra que el trámite es serio. Desde las 8:00 am hasta las 5:00 pm., el señor Director del penal, el Subdirector, la Teniente Ligia y el Capitán Hernández comandante de la guardia, en revisión, papel por papel, en una mesa de trabajo en la dirección del penal. Luego el psicólogo del juzgado ante mí, analizándome y evaluando cada una de mis respuestas para confirmar mi resocialización.
Por la Procuraduría, representando a la sociedad, estaba el Dr. Galarza, un funcionario complicado muy apegado a la norma, pero serio y profesional.
La inspección fue rigurosa y completa, celda por celda. Todo quedó filmado.
Allí estaba yo, frente a un hombre joven recién posesionado como Juez de Ejecución de Penas; él tenía en sus manos mi libertad. La justicia ante mí. Le dije:
—¡Doctor, en mi caso no hay justicia!
Me contesto:
—¡Yo soy la justicia y estoy aquí!
Luego siguió mirando el pabellón.
Llegó la votación y solo puso problema una Dragoneante que controlaba la disciplina, por un inconveniente que tuve tiempo atrás; pero en un año mi disciplina fue calificada como “ejemplar”. Todos aprobaron y emitieron un concepto favorable para la libertad condicional.
El Dr. Galarza confirmó que mi tiempo de descuento era legal. Salió la comitiva, de todos me despedí de mano.
De nuevo la soledad; pero quedó en las frías paredes la sensación de que algo había de suceder. Mi corazón me decía que se haría justicia, que yo había cumplido y ahora le tocaba a la justicia corresponder y honrar su compromiso. Debía esperar la decisión del Sr. Juez que tendría que llegar por escrito. Pero llevaba más de diez notificaciones que recibía del juzgado negándome todo lo que pedía. Siempre lo mismo. El notificador del juzgado tocaba la lámina de la puerta, el guardia le abría, y ahí aparecía el funcionario con los papeles en la mano en donde todo me era rechazado con argumentos absurdos. Cada día esperaba ser notificado pero era muy posible que la resolución fuera adversa.
Aquel día me comuniqué con mi abogado. Mientras hablaba con él se abrió la puerta; Rosalbita, la notificadora del juzgado, trae en sus manos el tan esperado escrito. Le digo a mi abogado… ¡Doctor, ya lo llamo que llegó la notificación! Miro a la funcionaria sin soltar la bocina; me sonríe mientras entrega sus datos al guardia. Su sonrisa es un buen mensaje.
La invito a sentarse y le pregunto:
—Hermosa, ¿el Sr. Juez me reconoció el aseo?
Ríe y dice:
—¡Le reconoció 22 meses!
Esas eran las palabras mágicas. Con ese tiempo me iba en libertad.
Rosalbita saca una hoja y me pide la dirección de dónde voy a vivir. ¡Maravilloso, yo la tenía lista desde un año atrás! Hago el acta de compromiso.
—Pero falta algo… —dice muy seria— ¡la fianza!
Preocupado la miro a los ojos y pregunto:
—¿Es muy grande?
Si la fianza es muy alta y uno la paga, le investigan de dónde sacó el dinero y es un lío. Pero si uno no tiene con qué pagar hay que demostrarlo. El papeleo toma al menos tres meses, en bancos, Catastro y mil entidades más. ¡Es una cosa de locos!
Rosalbita pasa lentamente la hoja y mientras observo su mano me dice:
—Fianza: nueve millones de pesos ($4,000 US de la época, aproximadamente).
¡Uffff! Me levanto, la abrazo y sucede algo fantástico: empiezo a llorar…, nunca lo había hecho; ni en la guerra, ni en los 23 años y 3 meses que llevaba preso. La emoción me invadió, creí que ese día nunca iba a llegar. Me descargué en el hombro de Rosalbita.
Era increíble: estaba lista mi libertad y yo estaba listo para ella.
Pero cuando el juzgado subió a la red el anuncio de mi salida todo se complicó. Encendí mi radiecito y ¡oh sorpresa! la locura, mi libertad se anunciaba en los medios de comunicación. El país no quería saberme libre; ¿qué tanto aguantaría el Juez la presión?
Miro la televisión e igual, todos en contra de mi liberación. Muy grave el tema. Adiós a todos mis sueños…
En Colombia es muy posible que ante una presión tan fuerte, la justicia me asegure de nuevo, por un caso cualquiera que quieran abrir. Guardé la esperanza de que mis 23 años y los casi tres meses que llevaba para entonces tras las rejas, fueran suficientes para dar por cumplida la pena.
A medida que pasan las horas la situación se acentúa. Las fuerzas vivas del país se pronuncian. El periódico El Tiempo anuncia que no salgo en libertad porque tengo otro proceso. Llamo a mi abogado y me dice que no hay nada contra mí. Aparece un Dr. Arellano, que se presenta como abogado. Es el presidente de las víctimas del avión de Avianca, un grave y lamentable hecho ejecutado por el Cartel de Medellín, en el año 1989. Allí murieron 110 personas; incluyendo el padre de Arellano. El avión explotó en pleno vuelo…
El Dr. Arellano daba una entrevista a un medio de comunicación y saltaba casi de inmediato al otro. Prensa hablada, escrita, televisión, por todo lado atacaba con furia. Incluso se lanzó a los medios internacionales. El más grave ataque fue contra el Juez, para descalificarlo y asustarlo.
Llegó la noche y apagué mi radio para intentar conciliar el sueño. Al otro día podría cambiar la situación a mi favor. No fue así. Con la luz del día, apareció con más fuerza la bronca.
Mi abogado pagó la fianza y llevó el documento al juzgado. Y el buen Dios envió a sus ángeles para auxiliarme. La familia del Dr. Luis Carlos Galán Sarmiento salió en mi ayuda. La declaración que hice contribuyó para desenmascarar a un político que estuvo tras la muerte del Dr. Galán. El Dr. Alberto Santofimio Botero estaba preso por mi testimonio, en un largo y tortuoso proceso judicial. Por mi declaración no pedí rebaja de pena, ni beneficio alguno. No me interesaban consideraciones personales, solo me motivó ayudar a esclarecer la verdad.
Doña Gloria Pachón de Galán, sale a los medios y me apoya; siempre lo hizo cuando todo el mundo se me venía encima. Yo estuve en el asesinato de su esposo pero ella vio mi arrepentimiento y la forma como delaté a mis cómplices; fue buena siempre conmigo. Lo mismo su hijo, el senador Juan Manuel, habla en los medios a mi favor, arriesgando su capital político.
No estoy solo, pero tengo a miles en mi contra.
La presión es brutal. Increíblemente un periodista que siempre atacó con furia al Cartel de Medellín, sale a apoyar mi libertad. Félix de Bedout con un solo twitter genera más opinión favorable para mi liberación. Que increíbles son los caminos del buen Dios. Un hombre tan fuerte y radical, que odia el crimen, me tendió la mano. Pero no lo hizo por mí, sino por el ejercicio de la ley. Mis 23 años y 3 meses tras las rejas y mi colaboración con la justicia tocaron el corazón del aguerrido periodista.
Un nuevo ángel sale en mi ayuda. Un alto funcionario del Estado, el Director de la Unidad de Protección (UNP), el Dr. Andrés Villamizar, se pronuncia en mi favor. Esto resulta apoteósico; es un funcionario del Estado.
Todo va mejorando. Pero Arellano ataca más duro y tal parece que la pelea es peleando.
Ocurre algo bueno. El Fiscal General de la Nación, el Dr. Montealegre, se refiere al tema y no va contra mí. Esto muestra que la Fiscalía no va a parar mi salida.
Y sobreviene algo definitivo y celestial; el Ministro de Justicia Yesid Reyes es abordado por los periodistas. La pregunta obligada es la libertad de “Popeye”. Quedo atento sin parpadear frente al televisor. El Ministro dice: ¡la ley es la ley! Y acaba la controversia.
Mi libertad ahora es un hecho. Éste, es un espaldarazo para el Juez, la Procuraduría y la Defensoría del Pueblo que avalaron mi liberación en cumplimiento de la ley.
El señor Defensor del Pueblo también se manifiesta a mi favor; esto es clave ya que la Defensoría del Pueblo de Boyacá, en cabeza del Dr. William Ignacio García, acercó las partes para ratificar el fin de mi condena, ante una petición de mi defensa.
La prensa y Arellano siguen en el frente de batalla, pero la suerte al parecer ya está echada.
Llega el 26 de Agosto y soy notificado de la conclusión de mi castigo por parte del Juzgado Segundo de Ejecución de Penas de Tunja, Boyacá. Éste es el momento más difícil al obtener la libertad; el penal, al ser notificado, comienza un barrido por todo el aparato judicial buscando si hay algún asunto pendiente, que impida materializar la ejecución de la orden de libertad. Es muy peligroso para el recluso y más en mi caso. El día fue larguísimo pero llegó la noche y todo parecía transcurrir con normalidad.
Al frente de Cómbita había periodistas apostados desde el día 24, soportando heladas por las bajas temperaturas, tras largas jornadas diarias de espera por conocer el desenlace de la situación. Pero lo que muchos de ellos esperaban en realidad era poder dar la noticia de que yo seguía tras las rejas. Pasó el día con mucha presión de los medios para que mi libertad no se concretara y, entre tanto, el Dr. Arellano quemaba sus últimos cartuchos.
La noche cubre el Penal y comienza otro episodio realmente tormentoso. Confiar en que, una vez en la puerta, no surgiera algún argumento con el que me regresaran a la celda. Mi defensa, a través de la Procuraduría y la Defensoría del Pueblo, pidió protección a la Policía Nacional para mi traslado a Bogotá. La Policía cuando es solicitada para proteger a un interno que recobra la libertad, siempre está solícita a prestar el acompañamiento bien sea a petición del Penal, la Procuraduría o la Defensoría del Pueblo.
De pronto se abre la puerta de mi celda y aparece el Capitán Hernández:
—¡Listo “Popeye”, se va! —Habla recio y fuerte. Me mira y sonríe.
Para él es un alivio que yo salga vivo de su cárcel. La responsabilidad de mi vida estaba en las manos del Director del Penal, el Subdirector y el Capitán Hernández, quien me conocía desde cuando tenía grado de Sargento, hacía ya muchos años. Éramos, de alguna forma, “viejos conocidos”.
¡Ahora siento que en verdad estoy libre!
Para los demás presos es una inmensa alegría que alguien alcance la libertad; trae esperanza, sobre todo a los que están condenados a 40 y 50 años de reclusión. Y si algo necesita un prisionero es esperanza.
…Si “Popeye” pudo, yo también puedo.
Esa era la ilusión que traía mi salida para los demás reos. Yo pasé 23 años y 3 meses físicos en los más duros penales del país.
Adiós Cómbita…, un gran penal. Allí tuve la oportunidad de estudiar y trabajar, nunca me acosté con hambre, con algún dolor; siempre respetaron mis derechos. Tuve acceso a psicólogos, médicos, profesores y hasta dietistas. Todo se me dio para que yo recapacitara y cambiara mi forma de pensar. Si yo modificaba mis pensamientos entonces cambiaría mi forma de actuar. Ojalá otras cárceles dieran el trato digno que, como seres humanos, merecen los internos para darles esa oportunidad de retornar a la sociedad.
Adiós al Capellán del Penal, el Padre Héctor, un hombre de Dios; siempre llevando una sonrisa a todos los presos, junto con la palabra esperanzadora de El Señor, en su incansable labor.
No partí enojado con nadie.
Adiós a la profesora Lilia y demás profesores. Adiós a todos…
Voy con el Capitán Hernández y la guardia rumbo a reseña. Allí me toman las huellas dactilares y recibo la boleta de salida. Ya disfruto las mieles de la libertad; soy conducido sin ser esposado. ¡Es fantástico esto!
Camino de frente hacia la puerta de salida. El aire es diferente y huele mejor, todo me resulta glorioso.
El Estado se hace presente con la Procuraduría, la Defensoría del Pueblo y la Policía Nacional. Esto para un hombre como yo es un mensaje contundente. Cuando uno va contra la ley el Estado va contra uno y cuando uno recapacita y paga sus deudas con la sociedad, el Estado lo acoge y lo protege.
Es mi primer encuentro con la Policía Nacional después de la cruda guerra de los años 80 y 90, que dejó más de 3000 muertos del Cartel de Medellín, 540 policías abatidos y cuando menos 800 heridos.
Alguien en el Pabellón comentó: ¡Popeye usted es un bobo, ¿cómo es posible que haya pedido protección de la Policía? ¡Lo van a matar! Sonreí y no contesté. Lo más inteligente era salir con la Policía. Si me hacía acompañar de gente armada privada, la institución no lo vería bien; de una vez nos abordarían y el lío sería muy grande.
Encuentro de frente a un Capitán de la Policía y a un Sargento. Les extendí la mano y me saludaron amablemente. Respondí con respeto. El Capitán, un hombre joven, se le veía que era un profesional serio pero gentil. El Sargento muy sagaz y hábil. Estaba en muy buenas manos, no tenía duda.
Mi abogado me entregó un teléfono celular. Me despedí de los directivos del penal y demás funcionarios del Estado.
El Capitán Hernández coordina con el Capitán de la Policía para salir por donde no están los periodistas. Ellos, en su afán noticioso desinformaron mucho; incluso alguno aseguró que el Juez me había traído personalmente la boleta de libertad al Penal. Eso fue muy grave. Esta noticia demoró un día más dejar el penal. Un Juez no lleva boletas de libertad a los reclusos. Él firma las órdenes de libertad y éstas van a una oficina de servicios de todos los juzgados desde donde surte la notificación un funcionario ajeno al despacho del Juez que emitió la orden. El periodista lo hizo con presunta mala fe para poner al Juez a mi servicio. Eso fue una falta de respeto grandísima a la investidura de un Juez de la República. Una jugada sucia para obstaculizar más mi liberación.
Subo a la camioneta de la Policía y de una vez, a la calle…
Adiós periodistas, no me vieron salir por la parte posterior del Penal. Extrañamente sentí nostalgia de dejarlo, pero la libertad es demasiado maravillosa. Ya en la camioneta encuentro más policías de civil, no supe el rango; eso sí, todos fueron amables, solo hablaban lo estrictamente necesario. La seguridad es buena. Analizo por la ventanilla, que tienen avanzada.
El Comandante de la Policía de Boyacá, Coronel Carlos Antonio Gutiérrez, está atento al operativo. Por momentos se escuchaba por el radio-teléfono del Capitán como si estuviera dirigiendo desde su oficina, pero otras veces parecía cercano haciendo parte del operativo. Esto me tranquiliza, estoy en manos de profesionales. Intento marcar en mi sencillo teléfono celular, pero no sé ni cómo hacerlo. Por fortuna uno de los policías de civil me explica, para poder hablar a otro de mis abogados que está esperándome en Bogotá.
La vía es hermosa, la encuentro inmensa, con muchos automóviles y motociclistas. Soy feliz, ya en libertad. El temor de ser detenido en la puerta de la cárcel ya no existe.
Mucha información, demasiadas emociones juntas, tenía que serenarme. Era un gran día, el mejor, el sueño de todo preso… Me sentía confortable, la Policía me trataba bien, eran amables y respetuosos conmigo. Fue muy duro alcanzar la libertad, un año peleándola y los dos últimos días terribles; pero ahí estaba, ¡en la calle!
Cuando el médico del penal me revisó para la valoración previa a mi salida, me encontró muy bien y me dio una gran noticia. Hacía 4 años me había salido una mancha sospechosa en mi brazo derecho. El médico del penal ordenó una biopsia y el resultado fue cáncer de piel. No me hicieron tratamiento esperando una nueva opinión. Así pasaron 4 años.
El Doctor al revisar toda mi historia clínica me dijo: ¡Oiga Popeye!, ¿a usted ya le notificaron que no tiene cáncer de piel?
Me alegré y contesté: ¡no mi Doctor, pero ya usted me está notificando!
Me mostró el resultado y todo estaba perfecto.
Finalmente llegamos a Bogotá. Una locura el tamaño de la capital; me pareció hermoso el ruido intenso y vivo de la ciudad, el resplandor centelleante de miles de luces de la urbe bogotana. Llegamos a un CAI de la Policía que se encontraba a la entrada y allí estaba mi abogado esperándome. A prudente distancia, un automóvil Audi A6 y más alejado, una pareja vigilando el CAI.
Me despido del Capitán, el Sargento y los demás Policías. Mi abogado firma papeles y yo voy directo al automóvil. Admiro la belleza del vehículo.
Mi abogado sale del CAI a paso normal, enciende el carro y salimos de allí. La Policía no nos siguió, según informa la pareja; por los retrovisores no vemos nada raro. Vamos de una vez a un apartamento en el norte de la ciudad, dispuesto para una emergencia. Lindo lugar. Voy al baño y encuentro espejos por todos lados, jabón de manos suave, toallas limpias, la taza y el lavamanos lustrosos, la grifería sin igual, súper iluminado. Quedo deslumbrado.
Me miré al espejo y pensé que ya se me notan los años, aunque me encuentro en buena condición física. En la cárcel no hay espejos, escasamente se puede mirar uno en el reflejo de los vidrios del comando de vigilancia, pero no se ve bien. En mi celda tenía un pequeño espejo pero por la poca luz tampoco se alcanzaba a definir la imagen.
Salgo del baño y el Abogado me ofrece un salpicón de frutas y una manzana verde. Me supo a gloria. Era uno de mis sueños para cuando recuperara la libertad. Lentamente degusto el platillo, es increíble el sabor; indescriptible.
Ya raya la media noche y hay que salir de Bogotá. Aquí están los organismos de seguridad más fuertes del país. Es la capital y es donde se encuentra toda la tecnología y los mejores investigadores de Latinoamérica, en la Policía, Fiscalía, Ejército y DEA; una cosa brutal.
Ahora el objetivo es llegar a Medellín. Una pareja adelante, y yo en otro vehículo con otra pareja a 500 metros de distancia. Buena comunicación por si hay un retén de la Policía o del Ejército.
Boto el sencillo celular a bordo del Audi; todo está perfecto. Más tarde le llegamos a la otra pareja y trasbordo a un Volkswagen Bora, rumbo a mi añorada tierra.
De nuevo en el ruedo, con ángeles que me protegen; me siento seguro, inmensamente feliz, pleno. Vamos a paso normal sin llamar la atención. Comunicándonos todo el tiempo con el auto de adelante. Sin armas, pura inteligencia y tranquilidad. La noche es una fiel compañera; en la carretera solo se veían tractomulas y camiones, muy poco automóvil.
En el Magdalena Medio nos detuvimos a tomar un café. Ya habíamos pasado frente a la Hacienda Nápoles… antiguo fortín del Cartel de Medellín. En el ambiente se sentía con fuerza la presencia de Pablo Escobar. Cuánta aventura en esta región… guerras, fiestas, persecución de la Policía, la DEA y el Ejército.
Todo pasa en la vida. Pero ahora el ambiente es mágico para mí. Por ningún lado veía a los paramilitares que se aliaron con el Cartel de Cali, la Policía, la DEA y el Ejército para sacarnos de esta hermosa zona; los recuerdos desfilan por mi mente…
Salgo de mis pensamientos y me encuentro delante de una vitrina de enfriamiento; allí había una cerveza Heineken helada… ¡Ay Dios! Estaba ahí y no era sino ¡sacarla y beberla! Pero no resultaba responsable de mi parte, tenía que estar sobrio, estaba en pleno desplazamiento y todavía no me hallaba seguro. Después de tantos años sin tomar licor una sola cerveza me podría embriagar. Le sonreí y salí de allí sin siquiera tocarla.
Ya habíamos atravesado lo más complicado del trayecto y ahora ya era de madrugada. La Policía no se arriesga fácilmente entre la carretera de Doradal, Magdalena Medio y Medellín; en el Alto suele aparecer la guerrilla; allí ha asesinado a muchos Policías.
Para mí también se tornaba muy peligroso un retén de los guerrilleros; donde llegue a uno me atrapan y me matan, sin lugar a dudas. En prisión tuve líos graves con ese grupo. Por esta carretera opera el frente Carlos Alirio Buitrago del ELN. Pero es fácil burlarlos con el carro adelante. Se debe estar súper atento a que bajen autos en sentido contrario; si no hay flujo vehicular, debe uno detenerse. Cuando la guerrilla aparece para sus fechorías, interrumpe todo el tráfico, no se mueve nada…
Por este sector hay mucha montaña. Finalmente atravesamos por la zona dominada por los subversivos sin problema alguno. Sólo en Monte Loro había un soldado de Centinela.
Viaje perfecto. Mis ángeles hicieron un excelente trabajo. Llegamos a Medellín en donde me recibió un gran amigo. Dimos un paseo por la hermosa e increíble ciudad de Medellín, una verdadera metrópoli, la construyeron toda. ¡Cuánto ha cambiado en 23 años! Un espectáculo, qué lindas mujeres, qué avenidas, qué edificios. ¡Medellín es Medellín!
Mi amigo me aloja luego en una finca y tomo un descanso. Una hermosura de lugar. Ahora sí me siento verdaderamente libre… Me brinda de todo: cerveza, frutas, alimentos abundantes que hacía muchos años no probaba, incluso me da llaves de la puerta. En mi interior descubro que estoy plena e infinitamente feliz. Hasta los detalles más insignificantes para otros, como ver una nevera, un computador, a mí logran maravillarme.
Empiezo a moverme con amigos, que me cuidan con todo el cariño del mundo. Poco a poco camino solo, voy al supermercado y me resulta espléndido lo que encuentro, frutas y productos que no sabía que existían; al país ya llegan productos de todo el mundo. Camino extasiado mirando y oliendo el aire pausada y profundamente, alegrándome la vida mucho más el ver pasar una hermosa señorita en mini falda a quien solo miro con respeto y sin hablarle.
Un amigo me dice: ¡Hey “Pope” con la boca cerrada también la puedes ver!
Río y sigo observando detenidamente todo, redescubriendo el mundo, ese del que estuve aislado por demasiados años. Entre tanto, pienso ¡cuánta sal hay! En la cárcel la sal está prohibida al interior del penal, porque los presos la usan para dañar las chapas de las puertas. Que paradójica resulta la abundancia y la escasez de algo tan elemental.
La montaña de limones en el supermercado me llama la atención. En la prisión no se ve un limón. Ya en la fila de pago, una señora se enoja y manotea por la demora de la cajera. Está furiosa, insulta sin parar. Esta mujer no sabe lo que es la paciencia y pienso, ¿cómo será amarrada de pies y manos en un furgón de prisiones a 44 grados de temperatura toda la mañana, como me tocó a mí en la cárcel de Valledupar, en un traslado?
Me reía por dentro, ¡hummmm! ¿Cómo será esta mujer 14 meses en un calabozo?
Día a día voy asimilando más tanta información y emociones, no es fácil pero voy bien. Tomo la decisión y renuevo mi licencia de conducción. Subo a un auto e increíblemente lo conduzco de manera aceptable. Salgo de a poco y por fin me tiro solo a la autopista. Es una locura el tráfico, sobre todo las motos que adelantan por la derecha, le lanzan la moto a uno sin compasión, son 5 motos por la derecha, 5 por la izquierda, 3 por atrás y 2 más adelante. ¡Es terrible!
Poco a poco fui entrando en el engranaje de la ciudad. Me muevo con fluidez. Es una delicia tomar mi automóvil e ir por la carretera, es algo celestial. Respeto todas las señales de tránsito, llevo mi cinturón de seguridad, no excedo la velocidad. Me fascina conducir.
Vivo súper atento a los retenes de la Policía. No es bueno que me atrapen con mi cédula de identificación, sabrán quien soy yo y de una saben en qué carro ando. Eso es peligroso porque por todo peaje que pase, ellos saben por dónde me muevo. En todos los peajes hay cámaras y la Policía las interviene con alta tecnología.
Sólo un día me detuvo la Policía. Un domingo. Bajaba por la vía de las Palmas y entre mal al round-point del Centro Comercial San Diego. De una vez el Policía me paró, me pidió la cédula y los documentos del vehículo, llenó una planilla y me dejó ir sin requisarme.
Salí de allí a cambiar mi automóvil, el Policía no me reconoció, pero cuando lleve la planilla y la suban al sistema de una buena vez queda reportado mi automóvil.
Es la selva del cemento. Me fascina ir a los centros comerciales que me resultan divinos, seguros, hay de todo, me compro un gran helado, el que tantas veces soñé con poder disfrutar; me siento a ver pasar la gente; se ven mujeres hermosas, niños felices tomados de la mano de sus madres; disfruto al máximo estar en libertad.
Hace 10 meses salí de prisión y he ganado 10 kilos. Comiendo de todo es fácil.
Pero también por donde paso percibo a mucha gente infeliz, la mayoría de afán, disgustados por todo. Las personas por anhelar todo lo que no tienen dejan de disfrutar lo que sí tienen. Me siento dichoso por haber aprendido que la felicidad está en las pequeñas cosas de la vida. El solo hecho de tener dónde conectar el cargador de energía de mi teléfono es ya un placer. En el penal no hay tomas de energía y quienes tienen teléfonos ilegales sufren como locos para cargar las baterías. Usan las pilas de los radios transistores para pasarle energía a sus teléfonos, se pegan de la energía de las lámparas de las celdas y los guardias los descubren fácilmente. Esto da calabozo y es grave para optar por la libertad.
Cada día que enfrento lo hago con gran felicidad, disfruto del sol, la lluvia, la noche, el calor, el frío, me fascina contemplar por largas horas la luna, las estrellas, el cielo infinito.
Y ya tuve la oportunidad inmensa de realizar uno de mis mayores sueños: volver a abrazar a mi hijo. Lo pude ver por fin. Mis amigos me preguntan cómo fue ese encuentro. Quizá me queda del tiempo en el mundo de la mafia el aprender a controlar mis emociones, en realidad sucede que no me emociono mucho, seguramente resulte cierto que tengo el alma muerta.
La calle no es tan fácil como se cree, pero yo soy fuerte. Todos los días surgen historias acerca de que me mataron, que soy el jefe de la mafia de Medellín, que robo, que mato.
Nada de eso es cierto. Yo ahí voy con mi propósito de tener una vida nueva, en paz y en la legalidad. Claro que como estoy retirado del crimen más de uno abusa y van contra mí, pero todos los días le pido al buen Dios que no me deje llegar allá, no quiero regresar al delito jamás.
La fiscalía me ha citado a declarar en varios procesos que involucran al General Miguel Maza Márquez y al DAS; deberé dar mi testimonio del vínculo del General Maza Márquez con Carlos Castaño y con el Cartel de Medellín, lo que sé sobre ello; cómo se planearon y ejecutaron asesinatos como el del Dr. Luis Carlos Galán Sarmiento, José Antequera, Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo Ossa y lo del avión de Avianca. El hilo conductor que vincula todos estos crímenes, empezando por las armas utilizadas. Mi misión será ayudar a que la justicia brille para otros y retribuir así la oportunidad que yo he recibido aunque con ello reviva ese tiempo turbulento y aciago.
Sé que la muerte aguarda por mí pero no le temo, ni a ella ni a mis enemigos, menos ahora que he podido cumplir mi sueño de ser libre. Del pasado sólo conservo mis recuerdos y el no sentir temor a la muerte, quizá porque es verdad que a mí no me pueden matar, porque yo ya estoy muerto…
FIN