VII

Extraditables y paramilitares

Después de la extradición de los hermanos Rodríguez Orejuela, “Popeye” fue llevado a la Torre 2. Para él, ingresar a un nuevo patio era algo positivo. Este lugar estaba en manos de los paramilitares; sabía que para sobrevivir tenía que obedecer la línea de mando y bajar su perfil. Su jefe, “el Chiqui”, un comandante de temer; era una fiera, pero justo y leal. Con apenas 1.60 metros de estatura se le medía a cualquiera, nada lo intimidaba, todos lo respetaban. “Pope” se camufló en el grupo y obedeció las normas de los nuevos mandos. Estaba tranquilo pero cuidándose de todos. Los patios de las torres 1 y 2 son identicos en cuanto a estructura, sólo difiere en población carcelaria dividida ideológica y judicialmente. Aquí no todos pertenecían a las filas paramilitares habían muchos sociales y otros por delitos de alta peligrosidad, los cuales rápidamente se aliaron con “Popeye”. Él, inteligentemente se mimetizó entre ellos y se quedó tranquilo. Organizó bien su celda en el primer piso, con “el Caleño”, un apartamentero que purgaba una condena de escasos seis años, por hurto. Tener un buen compañero es una suerte. Él no fumaba y “el Caleño” tampoco; los dos muy aseados y ordenados, su lema de condena era ¡voy es para adelante!

Y así era. Continuó pagando su pena haciendo ejercicio, fortaleciéndose para enfrentar el futuro aunque éste fuera incierto. Estaba lleno de energía física y emocional; se alimentaba de todo lo que estaba sucediendo en el país. Por esos días el gobierno del Presidente Álvaro Uribe adelantaba negociaciones con los paramilitares y el ambiente en Colombia era de optimismo. “Popeye” no perdía detalle de lo que se comentaba en la cárcel, en donde la población seguía aumentando. En su patio había 204 almas por lo que ya el sitio se quedaba pequeño para tanto preso. Los salvaba que podían moverse en los pasillos de los pisos altos y cada día se escuchaba, a lo lejos, el alboroto que se formaba cuando llegaba un preso nuevo, más si era extraditable, pues tenía que pagar el precio del ingreso a Cómbita, de por sí traumático y espeluznante para cualquier ser humano, por bandido que sea.

Es tradicional en este penal, que, cuando un preso es ingresado a las instalaciones debe pasar por el Patio 7, el de extraditables; casi siempre lo hacen en horas de la noche. El detenido llega golpeado por la captura y la dura realidad de estar en una cárcel. No sabe qué hay adentro. Al recién llegado le toman la foto y lo reseñan. En la noche, lo conducen a su celda para que se instale. Sólo le dan un colchón de espuma que, junto a sus pocas pertenencias, acompañan al afligido hombre quien, con la cabeza agachada camina despacio apretando bajo el brazo su colchón, rumbo a la Torre 7.

Cómbita de noche se ve y se siente tranquila. El largo trayecto entre el lugar de la reseña y la torre, se hace corto ante la expectativa de lo que se encontrará detrás de la puerta principal. Las pocas luces del pasillo dan un halo de misterio y miedo. Cuando se abre la pequeña puerta de la temida torre, estalla el monstruo a una sola voz; se oye una gritería impresionante; los presos golpean con furia las puertas de metal, y entre el ensordecedor ruido se filtran las voces que a todo pulmón anuncian tragedia. Para el preso nuevo es el fin del mundo; queda petrificado al encontrarse de frente con este panorama. Todos sienten lo mismo cuando lo viven. ¡Ese hombre es mío…! ¡Éntrelo a mi celda…! ¡La chaqueta me pertenece…! ¡Los tenis me quedan buenos…! El aturdido visitante queda petrificado en el quicio de la puerta sin atreverse a dar el paso definitivo hacia adentro, mientras los guardias, conocedores de la situación, lo empujan para que el detenido se aclimate a su nueva condición.

¡Aquí se me acabó la vida! ¡Perdí mi libertad y ahora también voy a perder mi hombría!.. Es lo que piensan algunos asustados por el temor de ser violados en prisión.

Otros, sólo atinan a invocar al Todopoderoso para que los proteja de la desgracia: esto solo me pasa a mí… todo está perdido… ¡Diosito ayúdame!

Y al final, a todos les toca entrar y desfilar por el pasillo ante la mirada de ansiosos verdugos que les sentencian lo peor. Los gritos se escuchan excitados y cada vez más histéricos, también ellos desfogan de esta forma algo de sus frustraciones.

Terminando el recorrido se calma la algarabía; la noche es traumática para el nuevo que duerme vestido, protegiendo su honor. Después, la mayoría manifiesta no haber pegado el ojo en toda la noche esperando el momento trágico. El amanecer es más angustiante cuando se entera que no se puede escapar del baño diario… y lo peor llega cuando ve que todos los presos están desnudos en la ducha. El pobre hombre se bañaba en segundos sin reparar en el agua helada que corre por su tembloroso cuerpo, concentrado únicamente en cuidar su integridad, hasta el último momento.

La mañana llega acompañada de una neblina constante y penetrante; es cruel para todos y quieran o no, se deprimen. Las duchas al descubierto no dan lugar a la privacidad y los cuerpos desnudos de docenas de presos dan cuenta de que han perdido algo más que la libertad. Cuando el agua se suspende en las regaderas comunales, todo el mundo va al patio. Llega el mísero desayuno y el incauto preso es informado por sus compañeros de algo insólito. Le dicen que puede estar tranquilo porque ninguna de las amenazas de la noche anterior va a ser cumplida, es un complot para divertirse con los presos como parte del ritual de bienvenida que se aplica a los recién llegados. Al escuchar la noticia, se ve como el alma vuelve al cuerpo del infortunado hombre que acaba de padecer la amarga experiencia. La venganza es dulce y podría suceder que esa noche llegue un preso nuevo y seguramente él mismo se podría liberar de toda la frustración que sintió, en carne propia, cuando jugaron con su hombría. Es un ritual cruel pero rompe la rutina de la cárcel y todos los presos se ríen del miedo de los demás. Por respeto, estas bromas nunca las hacen a los jefes paramilitares o jefes de los carteles que pasan por ahí. A los guerrilleros los ubican en otra torre.

Al interior de la cárcel las torres están enrejadas; algunos patios se ven infestados de cobijas colgadas por todos lados, toallas, ropa. Como un infierno en clima frío…

Los presos siempre son solidarios y colaboran con los que acaban de ingresar. Un alma caritativa se compadece del nuevo y le ofrece una tarjeta para llamar a su familia. Cada torre tiene su propio ritmo de vida y cada quien está en lo suyo. Unos van a lavar ropa, otros a los teléfonos o al televisor; los presos antiguos tienen sus lugares en los mesones donde cuelgan hamacas improvisadas con sábanas; algunos aprovechan el tiempo para estudiar inglés. A las 8:00 a.m., se abre el expendio que vende los víveres y comienza un nuevo día, uno más como los anteriores…

Las tertulias entre los extraditables recluidos en el Patio 7 eran habituales. Algunos de ellos cuentan con un nivel cultural aceptable y se comportan de manera educada y prudente; generalmente son muy jóvenes y se les nota la diferencia. Bien vestidos, gastan dinero en comida, tarjetas y personal externo a su servicio. Pasan sus días en medio de las visitas familiares, abogados y discusiones entre ellos, haciendo cábalas sobre sus procesos:

—Lo mío no es nada, —dicen algunos.

—Es mejor estar en los EE.UU., para arreglar mi problema de una vez… —comenta otro más cuerdo.

—En dos años estoy de regreso… —habla el optimista.

—Las cárceles en los Estados Unidos están mejor que acá. Allí se puede estudiar y hacer ejercicio. Hay zonas verdes, ¡la comida es de lujo! —Asegura el iluso.

—Mi abogado me dijo que ya vio mi caso y que todo está muy bien; ¡pero que si veía la forma de volarme era mejor para mí! —Concluye el bromista.

Y como no falta el pesimista, éste les anuncia que en EE.UU., todas las condenas no rebajan de 15 años. Los tertulianos lo miran decepcionados al ver cómo les aterriza en la realidad.

Paradójicamente en la cárcel el tiempo pasa más rápido para los extraditables que para el resto de prisioneros. Cada visita familiar es especial para el hombre; no hay mejores padres que los que están fuera de la ley, aman con furia a la familia y más si saben que difícilmente la volverán a ver reunida; los visados para los EE.UU., son difíciles de obtener.

El día de visita familiar es especial para los presos porque pueden disfrutar de cuatro maravillosas horas con los suyos. El lugar se transforma con la llegada de los familiares; los niños juegan y gritan, ahuyentando el dolor que infecta al maldito presidio. Todos disfrutan de cada segundo. Los presos que tienen el privilegio de recibir visita, se cargan de energía para seguir haciendo frente a su castigo. Al final el reloj los alcanza avanzando más rápido de lo habitual.

El patio es pequeño, tiene bancos de piedra distribuidos en el lugar, donde hace un frío inclemente. Los reclusos siempre llevan medias y cobijas a sus familiares para que se cubran, pues la mayoría no está acostumbrada a las bajas temperaturas y llegan temblando al patio. Esas cuatro horas de placer son irremplazables. Cada preso se dedica a los suyos. Las madres se sumen en el dolor de ver la desgracia de sus hijos. Qué angustia tan grande debe causar esa circunstancia a cualquier madre. Constantemente se las puede ver secándose las lágrimas que ruedan por sus mejillas marchitas, mientras con sus cansadas manos reparten caricias a su hijo caído en desgracia, tratando de llevar en la memoria de sus dedos el rostro de aquel a quien no saben si volverán a encontrar con vida, en la siguiente ocasión.

La ansiedad se acrecienta cuando el guardia anuncia que la visita familiar terminó. En ese momento todas las miradas caen sobre el reloj de la pared, con la ilusión de que no sea cierto; pero la realidad es que el tiempo pasó y la visita debe salir. Los familiares se despiden a regañadientes, no sin antes llorar y dar bendiciones a diestra y siniestra.

Enseguida, los reclusos, con desgano, se dirigen al conteo y revisión antes de poder regresar a las celdas, con su amargura a cuestas…

Pero alrededor de las visitas familiares se vive un drama que pocos conocen; muchas mujeres no tienen idea de lo que sus hombres deben hacer dentro de la prisión para poder disfrutar de esos momentos.

Más de 1300 internos conviven diariamente en Cómbita y, como en todas las cárceles del país, los presos están estratificados por las circunstancias de la vida. Existen los presos “VIP”, que son los que tienen dinero y poder; los de clase media que sobrellevan aceptablemente la vida; los pobres que apenas se puede decir que viven y los muy pobres que luchan por no morir…

Los estratos delincuenciales más bajos son los que están dispuestos a vender a su propia madre por dinero; los presos poderosos económicamente son los que pueden pagar y comprar lo que deseen, sin importar las consecuencias; y, los desafortunados, que por cosas del destino, inocentes o culpables, tienen que acomodarse a lo que sea.

Hay casos muy tristes de reclusos que les venden a otros el pollo, o la carne de las comidas diarias que les suministra el penal, a cambio de un poco de dinero para poder comprar algo decente en el caspete y tenerle así algún detalle a la familia o a la esposa el día de visita. Ahí es donde la mayoría de las mujeres corresponden con su lealtad y amor hacia su marido, acompañándolo cada quince días en la visita familiar.

Muchos de los extraditables y jefes paramilitares tienen como pareja a mujeres bellas que llegan a la puerta del penal en lujosas camionetas último modelo, con escoltas y oliendo a fino perfume. A la entrada de la cárcel se las ve incómodas con las extremas requisas de la guardia, pero tanto las hermosas mujeres de los poderosos, como las esposas de los pobres y humildes, comparten la misma dolorosa realidad, con iguales sentimientos de alegría e ilusión a la llegada y de tristeza y soledad cuando abandonan la cárcel, dejando atrás a sus hombres, para esperar el reencuentro 45 días después en la visita íntima, con la esperanza de estar en la misma puerta de la prisión porque su hombre aún sigue vivo. La única diferencia y lo más curioso es que la mayoría de las mujeres humildes, —las que huelen a perfumes corrientes, cuyos cuerpos descuidados y deteriorados no se comparan con la abundancia de silicona que se ve en las espectaculares visitantes del Patio 7—, siguen acudiendo a la cita en los patios comunes año tras año, mientras que en el Patio 7, el de los extraditables, muchas de las jóvenes no vuelven, se cansan rápido de exponer su belleza tras las rejas. También están las que, más osadas, arman maleta y se van detrás de sus parejas a repetir la historia, pero en una cárcel de los EE.UU., en donde no les está permitida la visita conyugal. En Colombia, un capo es un capo, así esté en prisión, y casi todo le está permitido.

Un extraditable pasa de 14 a 16 meses en el penal esperando su salida a los EE.UU., en pocos casos, a España u otros destinos. La captura asusta pero para algunos, la llegada a la temida Cómbita es sentencia de una extradición. El sujeto empieza a asimilar la realidad lentamente mientras se acomoda a su nueva situación y termina por considerar a Cómbita como a un tesoro, comparado con las prisiones de los EE.UU. Pasado el trago amargo de los boletines de prensa y la euforia de las autoridades por su captura, inicia su “vida” tras las rejas en donde lo máximo es la visita familiar y la visita íntima, el paraíso.

Muchos dicen que en Cómbita el tiempo es irreal… Está establecido que la visita íntima sea de una hora cada mes, 2 nota a veces una hora y media, dependiendo de la cantidad de presos que van a las 26 celdas acondicionadas para estos menesteres. Pero los presos siempre protestan porque dicen que les robaron tiempo; que fue muy corto. Lo cierto es que el reloj no miente…

La celda conyugal es pequeña, tiene una litera semidoble y cada preso debe llevar su propio tendido para la cama e implementos de aseo personal; hay un pequeño baño con ducha, muchos no alcanzan ni a bañarse, porque la hora con su pareja se va rápidamente.

Claro, ese día es esperado con ansia por todos los presos en todos los patios. Los galanes se hacen peluquear, buena afeitada, la mejor ropa y todo limpio para la gran cita, aunque igual se preparan para la visita familiar.

Las parejas visitantes llegan rápidamente al corredor y esperan su turno, la mayoría se ve ansiosa del encuentro amoroso y no tienen reparos en hacer sus “adelantos cariñosos con tintes sexuales”, ante la mirada impávida de los guardias que ya están más que acostumbrados.

Los presos carentes de recursos económicos o de parejas estables, hacen el esfuerzo e ingresan su visita íntima cada 2 o 3 meses, pero no les alcanzan los recursos para comprar las pastillas milagrosas que se venden en el mercado negro de las cárceles para mejorar su potencia sexual.

Las mujeres generalmente salen de sus celdas conyugales con “carita feliz”. Nadie imagina afuera el precio que ellos deben pagar para satisfacer sexualmente a sus parejas y las prácticas que se han impuesto para buscar tal satisfacción, como la de hacerse picar por abejas. Los días peligrosos para estas pequeñas e inofensivas amigas voladoras, son los previos a la visita íntima. Ese día, el prisionero amante de esta técnica, captura y guarda en recipientes de plástico a las inocentes abejitas que, sin saberlo, serán invitadas a la visita conyugal de un hombre ansioso de satisfacer eróticamente a su pareja. Las abejas también ingresan a la celda conyugal. En plena faena sexual las invitan a hacer un trío. Con el pene erecto, el preso toma la abeja de las alas y se hace picar por el animalito que le clava el aguijón inoculando su veneno. Para el hombre que realiza esta práctica tres abejas son suficientes y le producen la hinchazón necesaria dándole la sensación de un gran miembro, frenando la eyaculación precoz, evitándole un momento vergonzoso. Las abejas mueren siendo usadas para dar placer…

Las visitas conyugales tienen mayor relevancia para los extraditables, quienes las anhelan con desespero pues saben que cuando lleguen a las cárceles gringas tendrán que aguantarse, porque el sistema carcelario de ese país no permite relaciones sexuales a los prisioneros; es una locura, presos condenados a 20 años y tener que imaginarse a una mujer en la intimidad, porque no se les permite ni que se toquen en las visitas de patio; eso sí que es una verdadera tortura. Muchos decían en voz alta: ¡Gracias a Dios todavía estoy en Colombia y aquí sí podemos hacerlo!

En la Cárcel de Cómbita, se ven presos de todas las edades que no se arriesgan a la conyugal sin ayuda extra; temen quedarle mal a sus parejas, creen que por eso ellas pueden conseguirse otro hombre que las satisfaga sexualmente, como les ha sucedido a algunos compañeros, por eso muchos inseguros sexuales se aseguran con las pastillas milagrosas. El gran momento, por la ansiedad se puede frustrar con una eyaculación precoz y el corto tiempo que da la cárcel para su relación sexual puede convertir en una pesadilla el tan esperado día. El Viagra o el Cialis “dan la seguridad de una erección en corto tiempo y la segunda oportunidad”, afirman.

Una pastilla de éstas dentro del penal llegaba a costar $50,000 pesos o $25 USD de la época. Las ingresan de contrabando ya que están prohibidas dentro de los establecimientos carcelarios. Nadie se atreve a preguntar cómo entran, pero todos saben que circulan de mano en mano, con la mayor discreción.

Se rumoraba en los pasillos, que en casos especiales, los médicos de la cárcel han llegado a autorizarla con fórmula médica. Siempre los presos con dinero se pueden dar el lujo de tomarse un Cialis el día anterior y una hora antes de la conyugal un Viagra de 50 mgs.; la conyugal no falla; las mismas necesidades las tienen los reclusos de escasos recursos que recurren a métodos más rudimentarios para obtener su estimulación sexual extra, con el llamado “Viagra de los pobres”.

Pero no solo los pobres resultan audaces para sus faenas conyugales. Algunos extraditables también hacían lo suyo. Fue sonado el caso de alias “Jhonny C”. En todo el penal se hablaba con sorna de él. Era un hombre relativamente joven de unos 38 a 40 años de edad, aparentemente vital y saludable; se vendía como un gran asesino; por todo gritaba y amenazaba de muerte a guardias y presos; tenía un buen pasado. Fue el hombre de confianza del temible capo Hernando Gómez Bustamante, alias “Rasguño”, quien terminó siendo extraditado.

“Jhonny C” se volvió también narcotraficante y quedó en la mira de la DEA. Los norteamericanos ofrecían 5 millones de dólares por él, hasta que fue capturado por la Policía, en un operativo helitransportado, en Caucasia, Antioquia. Un día llegó a Cómbita como el gran asesino; su vulnerabilidad se notó con los días; el momento: una visita conyugal. Cuando concluyó volvió a su patio y esa noche en su celda se puso muy mal de salud. Sobre las 11:00 p.m., la guardia lo llevó de urgencia, bajo fuertes medidas de seguridad, al hospital de Tunja, la ciudad más próxima al penal.

—Es priapismo severo, con pronóstico de amputación del pene… —dijo el médico que lo atendió.

El poderoso hombre le tenía una desconfianza total a su miembro, según se conoció por los guardias que lo acompañaron en el hospital y estuvieron todo el tiempo con él; éste le confesó la verdad al galeno que no se explicaba cómo un hombre joven como “Jhonny C” estaba en tan lamentable situación. Según explicó, la ansiedad y el estrés de su captura y eventual extradición a los EE.UU., en donde pasaría años antes de volver a tocar una mujer, le provocaron un desajuste emocional que lo llevó a dudar de cumplir con su sexualidad en la visita conyugal. Admitió que se tomó una pastilla de Cialis el día anterior de la visita íntima, un Viagra de 100 mg., una hora antes de la relación y ya en la conyugal se untó en su miembro un costoso remedio para la disfunción eréctil llamado “Papaya”. Lo bueno fue que en su visita conyugal le fue muy bien, su compañera salió muy feliz y él regresó a su celda muy preocupado porque seguía con ganas de tener más sexo; por mucho que lo intentaba su pene no se tranquilizaba y se hinchó causándole tal dolor que a media noche tuvo que pedir ayuda a la guardia para que lo llevaran a la enfermería del penal y de ahí rumbo al hospital, por lo grave del caso; no sólo por el riesgo de su integridad física sino también por motivos de seguridad, por tratarse de un extraditable, la cárcel terminó montando un operativo para cuidarlo mientras lo intervenían en la sala de emergencia.

Allí lo sangraron para eliminar los coágulos; por fin los médicos lograron que cediera la erección con una bolsa con hielo directamente aplicada en la zona afectada. Pero la mala noticia llegó: “no se sabe si esto funciona…”, aseguró el médico explicándole en términos clínicos la situación.

—Las próximas 72 horas son cruciales, para ver la evolución… si no, tendremos que amputar… ¡no hay opción!

Los guardias que lo odiaban, contaban días después la historia, con una sonrisa, mientras el abochornado hombre se recuperaba con su pene vendado en una celda de Cómbita.

—¡Nunca habíamos visto a “Johnny C” tan humilde y sumiso! —Decían sus carceleros.

Meses después, totalmente recuperado, “Johnny C” fue extraditado dejando atrás la mofa de sus compañeros que, por seguridad, se volvieron más cuidadosos en la dosis de Viagra que se tomaban para la visita conyugal.