XXVIII
Cuñado de Carlos Castaño se fuga de La Modelo
Y como la vida continuaba para los que aún tenían la suerte de estar vivos, en La Modelo todos se concentraron en los últimos detalles para la “hora cero”. Se sabía que los paramilitares tenían copado el 50% del territorio colombiano; las noticias daban cuenta de masacres y muertos por todo el país, buscando exterminar del territorio a los terroristas de las FARC.
Reinaba el caos. Carlos Castaño, comandante supremo de los paramilitares y que vivía en la clandestinidad en las montañas de Colombia, en la zona del Nudo de Paramillo, envió una orden contundente a sus hombres en la Cárcel Modelo:
—¡Tienen que colocarme a “H2” en mi territorio, mínimo en un mes, o se atienen a las consecuencias!
El famoso “H2” se había convertido en un problema para los jefes paramilitares del Estado Mayor. Éste era un hombre de la guardia personal de Carlos Castaño y además estaba casado con su hermana. El cuñado de Castaño fue detenido en el departamento de Sucre, junto a treinta de sus hombres, por robo de ganado. Lo ingresaron en la Cárcel Modelo en el Patio 3; esto se manejó en total secreto; ni siquiera los astutos periodistas se enteraron de la importancia del personaje; el temor era que la noticia se filtrara a la Fiscalía en donde tenía procesos delicadísimos por masacres de campesinos.
“Don Berna” dijo que él daba el dinero para cuadrar la guardia y que “H2” debía ser sacado a un hospital, de ahí una operación comando se lo llevaría a Carlos Castaño. El plan perfecto. Dentro del penal el médico del Patio 3, que era un preso aliado a los paramilitares fue encargado de inyectar a “H2” para simular un paro cardiaco; el hombre haría el resto aparentando los síntomas. En una camilla improvisada por los cómplices fue sacado del patio. Todos gritaban asustados.
—¡Se muere “H2”, es un infarto!
—¡Llevémoslo a la enfermería!
—¡No, no! Ese lado está controlado por la guerrilla. —Decían los otros actores de la película, mientras el enfermo se apretaba el pecho desesperadamente.
Los guardias conocedores de la fuga se marginaron de todo lo que tenía que ver con “H2”. Ya sabían que los comandos paramilitares apostados en la calle, se lo iban a llevar a sangre y fuego, y no querían exponerse tontamente.
“H2” es llevado a la plaza de armas, allí un médico de la cárcel dice alarmado:
—Está mal, muy mal, y estamos esperando una orden de la dirección para sacarlo al hospital antes de que se nos muera aquí…
Pero como no hay crimen perfecto, la actitud de ciertos guardianes levantó sospechas en el astuto comandante de vigilancia quien no estaba comprado y ordenó que, por muy grave que estuviera el enfermo no lo fueran a dejar sacar del penal y que él asumiría las consecuencias. Llamaron a don Ángel y a don Miguel para enterarlos de la situación; los hombres entraron en cólera y amenazaron con una guerra apocalíptica si “H2” se moría y no era llevado rápidamente al hospital. El capitán de la guardia reaccionó rápidamente y llamó al Ejército que patrullaba en el exterior. Todo se complicó, la cárcel se llenó de uniformados que portaban fusiles de asalto y estaban al mando de un coronel muy serio. Estos se pararon a la entrada de la cárcel y la rodearon por todos lados. Así era imposible un rescate.
Al caer la tarde, el médico declaró que el enfermo se encontraba estable. Todo salió tan mal que el mismo “H2” no aguantó más; fuera de casillas se levantó rápidamente de la camilla, quitándose el supuesto suero que le estaban aplicando y salió caminando al patio. Muy digno y lleno de frustración se encerró en su celda. Un total fracaso. Esto dejó al descubierto la importancia del poderoso hombre. Su estatura de 1.72 metros, la delgadez extrema y su cara campesina, no despertaban sospechas. Pero el tipo era un duro.
Nadie en el patio jamás había visto a Miguel Arroyave tan disgustado; culpó al médico, a los guardias, a sus hombres en los patios; rabiaba y prometía muertes a diestra y siniestra. Ángel Gaitán no se quedó atrás y pidió responsables. Tenían razón, ellos debían enfrentar la furia del comandante Carlos Castaño que cuando fue informado del fracaso del operativo, gritó tanto que le tiró el teléfono a Miguel y amenazó con terminar hasta con el perro de la casa de los culpables que frustraron el operativo.
En el patio todos guardaron silencio. Lo único que consolaba a los jefes era que “H2” seguía en el patio común y no lo ingresaron al de Alta Seguridad del cual era imposible que se fugara. Todavía se podía hacer algo.
Las semanas siguientes se convirtieron en una tortura para los jefes paramilitares, presionados por Castaño, que se volvió intenso y llamaba a toda hora presionando la fuga e intimidando al mundo entero. Los jefes estaban desesperados con el tema; andaban con el genio tan alborotado que por esos días se olvidaron de la guerra que tenían pendiente con los guerrilleros del lado sur, los cuales seguían armándose aprovechando la guerra fría que se vivía en Alta Seguridad.
Un día, Miguel Arroyave apareció con un plan fantástico; ya los tenía acostumbrados a sus operaciones brillantes. Mandó subir a uno de los líderes de los patios comunes y a puerta cerrada, se diseñó una nueva estrategia.
Llegó el domingo, día de visita. Aparentemente reinaba la normalidad. En todas las cárceles ese día es sagrado para los presos; se visten las mejores galas; nada de pantalonetas, chanclas o interiores a la vista secándose en los patios. Ese día no hay peleas, alegatos, palabras soeces y menos, muertos en la cárcel. Aun así, nadie se descuida y se mantienen alerta. Lo único extraño en Alta Seguridad fue que, precisamente ese domingo, los jefes no permitieron el ingreso de sus propias familias. La visita se desarrolló normalmente, todos entraron con hijos, ollas llenas de comida y la ilusión de pasar el día con sus seres queridos. En esa oportunidad habría más de tres mil personas en el penal.
Sobre las 11:00 a.m., se desató un tiroteo en los patios del lado norte y disparaban hacia el lado sur; la guerrilla contestó ferozmente a pesar de que sus familiares también los estaban visitando. Todo fue un caos, las mujeres gritaban y lloraban; los niños igual.
La culpa fue de la guerrilla, —decían los “Paras—; sólo nos estamos defendiendo.
La situación era delicadísima con la visita dentro del penal; nadie se atrevía a dirigirse al pasillo central para buscar la única puerta de salida que tenía la Cárcel Modelo.
—¡Hay tiradores de la guerrilla en los techos! —Gritaban los paramilitares…
—¿Qué les pasa a estos hijos de puta paramilitares? ¿No ven que hay niños y mujeres? —Gritaban los guerrilleros.
Todo hacía parte de un plan bien organizado. La Policía acordonó la cárcel en la parte externa, la guardia tomó posiciones con sus fusiles; de los patios salieron corriendo los guardianes que estaban de servicio, las mujeres y los niños se metían debajo de las literas protegiéndose de las balas, sus hombres tomaban lugares para pelear y los periodistas afuera trasmitían eufóricos la chiva en medio del sonido de las balas, que les disparaba la adrenalina con sólo transmitir las imágenes externas del penal. La puerta blindada de Alta Seguridad permanecía cerrada; los tiroteos esporádicos no dejaban enfriar la situación. Se corrió el rumor de que había llegado la “hora cero” y que los paramilitares se iban a tomar el ala sur. El pánico fue total.
Miguel Arroyave pensaba en el éxito de la operación; estaba en juego su reputación como jefe paramilitar, su ingreso como máximo hombre al Bloque Centauros de las Autodefensas y su consolidación como gran jefe del Bloque Capital. También se estaba jugando la estabilidad dentro del Estado Mayor de los paramilitares, ya que si la operación fallaba, se podía cuajar muy fácilmente una guerra entre Carlos Castaño, quien estaba obsesionado con rescatar a su cuñado y “don Berna” que estaba financiando la operación; esto dividiría a los dos poderosos jefes paramilitares del Estado Mayor con consecuencias funestas.
Llegó el nuevo día y nadie pudo salir del penal; la orden de los paramilitares fue contundente.
—Nadie, absolutamente nadie sale o entra de la cárcel sin nuestro consentimiento, ¡el que desobedezca se muere!
El director de la cárcel y los guardias pidieron ayuda a los jefes de Alta Seguridad para financiar los imprevistos de este enfrentamiento. El comedor de la cárcel tenía que dar alimentos a más de mil quinientas personas en cada comida, entre presos, mujeres y niños; tenían un problema adicional de pañales y toallas higiénicas; por el miedo, a muchas mujeres les llegó el período menstrual y los baños estaban atascados. A otros, el susto les produjo diarrea.
Con una llamada telefónica, los jefes resolvieron el problema en medio de las balas. Un camión con pañales, papel y útiles de aseo, llegó rápidamente a la cárcel; detrás venía otro cargado con arroz, panela y sal; y uno más con agua, leche, huevos, pan, aceite y harina. Los jefes eran muy generosos.
A los dos días de la toma, una comisión de la Cruz Roja, la Defensoría del Pueblo y la Procuraduría, logró establecer confianza y un acuerdo con los jefes paramilitares para que la visita retenida en la prisión saliera libremente. Las autoridades temían que los presos aprovecharan el desorden y se fugaran vestidos de mujer. Se extremaron los controles cuando se autorizó la salida de mujeres y niños. Durante horas, largas filas se vieron en los corredores de la prisión. Los guardias, policías y miembros del DAS revisaron los documentos de identidad y huellas dactilares de los visitantes mirándolos con lupa para que nadie se escapara.
Al final del tercer día las autoridades respiraron tranquilas; según ellos, era imposible que algún preso se hubiera escapado, con tantos controles. Recogieron sus campamentos y se fueron a descansar. Todo volvió a la normalidad. Ángel y Miguel se abrazaron felices y brindaron con whisky. La toma había sido magistral y el éxito fue apoteósico. Los guerrilleros del lado sur se rascaban la cabeza preguntándose por qué los paramilitares se habían enloquecido de esa forma tan irracional.
La respuesta estaba celebrando feliz, en el Nudo de Paramillo en los campamentos paramilitares al lado de su esposa y cuñado Carlos Castaño Gil. Éste riendo a carcajadas, llamó por teléfono a don Ángel y a Miguel para darles las gracias y felicitar a sus valientes combatientes en los patios. “Don Berna” llamó también y agradeció la operación; el único que no se reportaba vía telefónica era Vicente Castaño; el viejo zorro se cuidaba mucho de los teléfonos por miedo a las interceptaciones de las autoridades. Pero con los días llegaron sus agradecimientos.
Poco después las autoridades y los guardias se descerebraban preguntándose cómo fue que “H2” llegó tan rápido al campamento de Castaño.
Fácil. Como los paramilitares tenían el control del rancho y comedor situados en el lado norte, en donde se cocinaban y servían los alimentos de los presos, allí ubicaron a “H2” para que trabajara.
Al otro día de la toma de la cárcel, llegaron los camiones con los víveres que los jefes habían autorizado. A “H2” se le asignó descargar el camión con los huevos. “H2” se subió para ir bajando cuidadosamente los panales. Un cocinero de los paramilitares, le preparó una deliciosa carne de res, con papas y ensalada, al guardia que estaba vigilando el descargue de los alimentos. El inocente guardia confiado y ante el olor del delicioso plato, fue tras la comida. ¿Qué más podía pasar ese día en medio de semejante desorden? Los pobres guardias estaban trasnochados y hambrientos con la toma. El joven miró una vez cómo descargaban los panales de huevos y se concentró en su exquisito plato sin atender a otra cosa. Estaba a prudente distancia del camión y nada podía pasar.
Dos panales de huevos estaban estrellados en el piso del vehículo; el olor era insoportable. El conductor esperó pacientemente al guardia para que revisara que todo estaba en orden y así cerrar la puerta del camión (con carrocería de aluminio); a los pocos minutos llegó el vigilante. contento y satisfecho del almuerzo. Revisó rápidamente el interior; detuvo la mirada en el piso al contemplar el reguero de huevos babosos esparcidos por todo lado y sentir el olor nauseabundo que expedía el camión, su rostro se llenó de asco y se retiró rápidamente. Con un gesto demostró que no pensaba subirse al furgón a realizar una requisa más detallada y menos, iba a ensuciar sus brillantes botas con los asquerosos huevos.
—Todo está bien. Puede salir.
Hizo una señal con la cabeza, dando la orden de abrir la puerta para que pasara el camión. El otro guardia cerró rápidamente cuando el carro salió del rancho, un guardia se subió en el puesto del ayudante. La presencia del uniformado dentro del vehículo evitaba que desde la garita del lado sur, dominada por los guerrilleros, le dispararan.
Cuando el camión ya estuvo en la calle, el guardia se bajó y se despidió amablemente del conductor que lentamente abandonó la zona, pasando los retenes de la Policía, el Ejército y el enjambre de periodistas que estaban afuera del penal. El chofer tomó la avenida y se dirigió velozmente hacia un parqueadero cercano en donde lo esperaban los paramilitares del Bloque Capital, que rápidamente sacaron de su escondite a “H2” y lo pasaron a una camioneta Toyota. Ésta salió veloz vía “La Calera” hacia una finca en donde el helicóptero de Carlos Castaño lo estaba esperando. “H2” se bajó de la camioneta corriendo como alma que lleva el diablo y se subió al aparato que ya estaba encendido. El piloto tomó altura, mientras “H2” miraba sonriente el paisaje; el corazón se le quería salir del pecho por el susto que todavía tenía; no podía creer que estaba libre, y …¡oliendo a huevo!
El pequeño camión de los huevos fue acondicionado con un piso de doble fondo que sólo se abría por una persona oculta adentro. Por fuera todo parecía normal. Solo cabían dos personas. El chofer estaba en el plan, cuando el guardia se retiró para tomar su exquisito almuerzo, “H2” discretamente rompió los huevos en el piso, haciendo el reguero que se necesitaba y dio unos golpecitos en clave en el piso que se abrió de repente para que se introdujera junto al hombre que estaba dentro. La caleta era tan perfecta que, a simple vista no se evidenciaba nada más que un piso lleno de huevos babosos.
Mientras “H2” brindaba feliz en Urabá y la cárcel volvía a la normalidad, el único que quedó frustrado con los acontecimientos fue Ángel Gaitán. No permitió que su familia ingresara ese día a la cárcel, pero sí invitó a una linda mujer a que pasara el fin de semana con él. Cuando la mujer se fue, Ángel entró abruptamente en el comedor y se descuadernó:
—¡Maldita! ¡Pero ¿por qué me pasa esto a mí?…a mí…!
—¿Qué le paso don Ángel? —le preguntó “Popeye” preocupado, pensando que su bella acompañante le había robado sus finos relojes.
—Esta vieja me salió afeitada, “Popeye”… ¿podés creerlo? Se la peló toda para venir acá a visitarme…no lo puedo creer…¿cómo me va a hacer esto a míííí? Si apenas ayer la tenía peludita peludita, como me gusta.
El grupo soltó la carcajada al escuchar la historia… solo a él se le ocurría salir con esas intimidades después de que todos en la cárcel estaban en la mira de las autoridades por la fuga y con una feroz guerra que se les venía encima con la guerrilla, y el loco preocupado por una vagina afeitada. Esas eran las debilidades de los poderosos hombres en prisión, que debían dejarlas aflorar para no volverse más locos de lo que ya estaban.