XXXVIII
“El Mellizo”, a Cómbita para su extradición
La dinámica del país no se detenía y la del bajo mundo tampoco. Las autoridades estaban trabajando arduamente, buscando a los prófugos comandantes paramilitares que no se quisieron someter a la justicia dentro del proceso de paz que, estaba pegado con babas, entre el gobierno y los “Paras”. En un operativo de la Policía fue ubicado y dado de baja uno de “los Mellizos”. Días después su hermano fue capturado y, como todos los extraditables de peso pesado, también terminó en “Recepciones”.
“El Mellizo”, Miguel Ángel Mejía Múnera, estaba golpeado por la muerte de su hermano gemelo. Según se comentó en la cárcel, un grupo de policías lo ubicó en una de sus fincas, cuando él se vio acorralado se entregó y alzó las manos en señal de rendición pero, inexplicablemente, tiempo después en el informe de las autoridades apareció como muerto en combate, al presentar resistencia con un arma de fuego en la mano. El grupo de policías que lo ejecutó es llamado “Los Lobos”; son asesinos profesionales.
Los llamados “Mellizos” eran los comandantes de las autodefensas de Arauca y también se habían concentrado en la zona de desmovilización en Santa Fe de Ralito, dentro del proceso de entrega de armas, adelantado por el gobierno del Presidente Álvaro Uribe.
A estos hermanos les llovieron críticas por su participación en el proceso, porque las autoridades los tenían identificados como narcotraficantes de gran poder y “prestigio”, dentro de la mafia colombiana.
Finalmente se lograron meter y sostener en el proceso de paz, entregaron armas y combatientes, pero cuando sus compañeros fueron recluidos en las cárceles y el acuerdo tambaleó, ellos prefirieron abandonar el proceso de Justicia y Paz, no confiaron en la palabra del gobierno sospechando que terminarían extraditándolos, como finalmente les ocurrió a sus compañeros.
Por esta razón “los Mellizos” prefirieron la clandestinidad y se ocultaron en su infraestructura. Pasaron los meses y las autoridades ofrecieron jugosas recompensas por ellos. Ya la DEA los tenía fichados, era cuestión de tiempo que los cercaran. Finalmente varios de sus hombres los traicionaron. Al primero le llegaron a la finca y lo mataron; al segundo, Miguel Ángel Mejía Múnera, lo ubicaron días después y lo capturaron cuando se movía de escondite. El hombre se había metido en el compartimiento de atrás de la cabina de un gigantesco tractocamión que se desplazaba por las carreteras del departamento del Tolima. El vehículo fue interceptado en un retén de la Policía; por aviso de un informante sabían que “el Mellizo” iba encaletado allí. Cuando el conductor se detuvo dejó prendido el automotor y se bajó para entregar sus papeles, todo parecía en regla; los uniformados buscaron por todo lado dentro del gigantesco aparato, pero no lograban ver nada extraño, hasta que seguros de la información que tenían se la jugaron y decidieron pedirle al conductor que apagara el carro. El conductor entró en pánico, si él lo hacía su jefe moriría asfixiado ya que la caleta en donde se encontraba estaba ubicada justo detrás de la cabina del conductor y el único aire o ventilación que le entraba era precisamente del aire acondicionado al mantener el vehículo prendido, si lo apagaban él moriría en minutos.
Uno de los policías al ver la cara de pánico del conductor supo que habían dado en el blanco y lo presionó apagando el carro, éste no tuvo alternativa y señaló el pequeño resorte que abría automáticamente la caleta, donde se encontraron de frente con un sorprendido “Mellizo” que palideció al verse descubierto, supo su suerte y se entregó.
El delator, que no fue el conductor sino un hombre de confianza que sabía que “el Mellizo” utilizaría ese medio de transporte, recibió dos millones de dólares de la DEA y un hermoso féretro. Se quiso pasar de listo saliendo del país por un tiempo para evitar sospechas y poder disfrutar de su recompensa, creyó que nadie sabía que él era “el sapo” y regresó a Colombia a seguir entregando gente del grupo de “los Mellizos”. Era un buen negocio para él pero se confió y se le atravesó en el camino una lluvia de balas en la carretera Medellín - Bogotá, que terminaron con su ambiciosa vida. Fue ejecutado junto a un oficial de la Policía que lo protegía. Se olvidó que a todos “los sapos” les llega su día, porque en Colombia la mafia no perdona.
Después de ser presentado ante la prensa, a Miguel Ángel Mejía Múnera alias “el Mellizo”, se le acabó la organización, con un pedido de extradición y bajas en su grupo. Cuando llegó a la Cárcel de Cómbita en donde una vez más, para variar, lo recibió “Popeye” convertido, sin querer, en el relacionista de los extraditables en la cárcel. Como siempre, con gentileza y humildad le cocinó y atendió en todo lo que fue necesario, antes de partir hacia su nuevo destino. A “Popeye” no le molestaba atender o servir de “Camión”, como llaman en la cárcel a las personas que les cocinan o hacen los oficios de aseo a los compañeros que tienen más jerarquía de poder y mando dentro del bajo mundo. Él lo disfrutaba con humildad, porque cada visita lo sacaba de la rutina carcelaria que era como una muerte diaria. Así, atendiendo a los señores de la guerra en Colombia él se sentía útil, excepto con los guerrilleros, a quienes nunca les atendió, no porque no pudiera hacerlo sino por ideología personal. Con los otros era diferente y de paso se enteraba de cosas que le permitían evaluar más su suerte, ganándose así el afecto de estos hombres que un día disfrutaron, como él, del poder. Con nostalgia veía cómo partían extraditados mientras él se preparaba día a día para recibir al próximo, en espera de su libertad.
“El Mellizo”, poco a poco fue aceptando su proceso de prisionalización, pero nunca olvidó a su hermano. Era de pocas palabras, serio y analítico, jamás causó problema alguno, se acomodó a las circunstancias, sólo se transformaba cuando, con tristeza, hablaba de su hermano, después volvía a su silencio y se refugiaba en su gran pasión: la pintura. Lo hacía muy bien, realmente tenía talento para el arte.
Como siempre, a los pocos días, la dirección ordenó llevarlo al pasillo de seguridad. Cada ocho días lo pasaban a recibir su visita familiar al patiecito de “Recepciones”, en donde vivía “Popeye”. El tiempo que pasó en Cómbita le sirvió para prepararse psicológica y emocionalmente para su viaje a los EE.UU. Era amante del ejercicio, tenía una figura envidiable y le encantaba la meditación con la cual se relajaba. Salió tranquilo hacía su nueva vida. Fue de los pocos que no evidenció drama alguno cuando llegaron por él. Frío y centrado, como era su temperamento, partió rumbo a su nuevo destino dejando lo que más amaba, sin mirar atrás.