1 · Tecnociencia y valores.
La práctica tecnocientífica puede ser estudiada desde muchas perspectivas: una de ellas es la axiológica. Las evaluaciones de las acciones científico-tecnológicas se producen continuamente, incluyendo las de sus resultados. Si mantenemos la distinción de cuatro contextos en la actividad científico-tecnológica, el de educación y difusión, el de investigación e innovación, el de aplicación y el de evaluación, la axiología es nuclear en este último contexto. En este capítulo nos centraremos en el contexto de evaluación de la tecnociencia y sus relaciones con los contextos de investigación y aplicación, dado que en otras publicaciones ya nos hemos ocupado de los valores en el contexto de educación[1].
No pretendemos valorar la tecnociencia en su conjunto. Como dice León Olivé, «no es posible evaluar moralmente la ciencia y la tecnología en general o en abstracto»[2]. Sin embargo, «los sistemas técnicos concretos sí están sujetos a evaluaciones morales y no son éticamente neutros»[3]. Es importante tener en cuenta esto al hablar de axiología de la tecnociencia. No tiene sentido preguntarse, salvo a título subjetivo, si la tecnociencia en general es buena o mala, digna o indigna, justa o injusta, solidaria o insolidaria. En cambio, sí podemos valorar los sistemas tecnocientíficos concretos, entendidos estos como sistemas de acciones humanas y no como conjuntos de artefactos, como vimos en el apartado 1.7. Nos centraremos en la valoración de las acciones tecnocientíficas, incluidos sus resultados, sus consecuencias y sus riesgos, siguiendo la línea abierta en el libro Ciencia y Valores, cuyas hipótesis básicas siguen desarrollándose en la presente obra[4]. En algunos casos dichas valoraciones pueden hacerse desde una perspectiva ética. Algunas acciones tecnocientíficas suscitan importantes problemas morales, tanto en las comunidades científico-tecnológicas como en la sociedad en general. Pero no todas. La axiología es más amplia que la moral. Aparte de las valoraciones éticas, la actividad tecnocientífica puede ser juzgada desde otros muchos puntos de vista. Los valores epistémicos, técnicos, económicos, políticos, jurídicos, ecológicos, sociales, etc., también son relevantes para la axiología de la tecnociencia. Por ello dedicaremos el apartado V.2 a distinguir los diversos tipos de valores relevantes para la tecnociencia.
Por otra parte, las acciones axiológicas son muy distintas según los diversos contextos de la actividad tecnocientífica, así como según los agentes, lo evaluado, etc. Veámoslo brevemente, aplicando al acto de evaluar la teoría de la acción que hemos propuesto anteriormente.
En el contexto de educación y difusión hay diferentes agentes evaluadores. Por una parte la comunidad científico-tecnológica, representada por los profesores de los distintos niveles educativos y los directores de centros. Un profesor no solo enseña, también evalúa. Son dos acciones muy distintas. A su vez, la actividad docente es evaluada, al igual que sus resultados finales e intermedios. Además, se evalúan los libros de texto y los instrumentos docentes, así como los centros escolares, las universidades o el sistema educativo en su conjunto. Conforme consideramos más acciones axiológicas en el contexto de educación, constatamos que los científicos y los ingenieros no son los únicos que llevan a cabo evaluaciones. Aunque sea en base a criterios más subjetivos y mediante procedimientos no normalizados, los padres también evalúan, así como los propios estudiantes. La sociedad en general, y más concretamente los Estados, suelen instituir sus propios sistemas de evaluación: reválidas, pruebas de selectividad y de acceso a las universidades, agencias de calidad, análisis de costes, etc. El contexto de evaluación interactúa por doquier con el contexto educativo mediante agentes, procesos y criterios de valoración muy distintos. La dicotomía bueno/malo no es más que uno de los criterios a tener en cuenta. También se puede evaluar la competencia, la eficiencia, el coste, la utilidad, la integración social por vía educativa, los avances en el nivel de alfabetización de una sociedad, etc. Por lo que respecta a la difusión de la ciencia y tecnología, las acciones principales las llevan a cabo otros agentes y con otros medios: revistas de divulgación científica, programas de radio y televisión sobre ciencia y tecnología, libros, páginas Web en Internet, museos de ciencia y tecnología, etc. Cuando un visitante de un museo de ciencia y tecnología rellena una encuesta en la que se le preguntan sus impresiones tras la visita, está haciendo una evaluación de usuario. Los expertos en documentación electrónica han desarrollado sistemas muy sofisticados para valorar la calidad de las páginas Web. En general, las diversas acciones de difusión tecnocientífica siempre son valoradas, y no solo en el mercado, en función de las audiencias o índices de venta, sino también mediante otros instrumentos: encuestas sobre la percepción y las actitudes de la sociedad ante la ciencia y la tecnología, índices de impacto e influencia, indicadores de calidad, análisis económicos de coste/beneficio, etc. En el contexto de educación y difusión se producen multitud de evaluaciones. Todas ellas tienen interés axiológico y, desde luego, no todas son de índole moral, ni mucho menos. Hay evaluaciones subjetivas (por ejemplo las de un estudiante, las de un padre o las de un profesor), intersubjetivas (nota media en un curso, expediente académico…) y objetivas, entendiendo por estas últimas las que se llevan a cabo mediante protocolos normalizados de evaluación, de modo que los resultados no dependan del agente evaluador, al menos en principio. Algunos de los resultados de las evaluaciones se hacen públicos, otros permanecen en ámbitos privados, o incluso íntimos. En resumen, dada la gran complejidad y variedad de las acciones axiológicas en el contexto de difusión, es imprescindible analizar y distinguir los tipos de acciones axiológicas, así como las clases de valores, de agentes, de situaciones, de resultados, de instrumentos docentes o divulgativos, etc. Así se aplica la teoría de la acción expuesta en el capítulo anterior al contexto de educación y difusión. Nuestra axiología de la tecnociencia será analítica y empírica, como ya hemos propugnado en el libro Ciencia y Valores.
En el contexto de investigación ocurre algo similar, pero corregido y aumentado. La ciencia moderna creó un sistema específico de evaluación de las publicaciones científicas, el sistema de evaluación por pares (peer system review), que constituye una de las características más singulares de la ciencia desde el punto de vista de la evaluación. Dicho sistema se ha ido expandiendo a las diversas disciplinas y por distintos países, lo cual no equivale a decir que impere por doquier. De hecho, uno de los índices de calidad de una publicación científica depende de la existencia de un sistema de evaluación anónima y por pares. Posteriormente, ese modelo evaluatorio se implantó en otros ámbitos del contexto de investigación e innovación. Uno de los rasgos distintivos de la tecnociencia pública consiste en la evaluación comparativa de los proyectos de investigación, solicitudes de infraestructura, organización de congresos, nombramientos, atribución de puestos de trabajo, innovaciones tecnológicas, etc. Para ello se crearon diversas Agencias y Comités de Evaluación de la Ciencia y la Tecnología. El contexto de evaluación de la ciencia posee sus propias instituciones (tribunales de tesis doctorales, comisiones para concursos y oposiciones universitarias, comisiones para asignación de fondos públicos, comisiones de contratación, etc.), las cuales toman decisiones sobre la excelencia de los investigadores, la idoneidad y fiabilidad de los equipos, la calidad y el prestigio de las universidades y los centros de imvestigación, etc. En algunos casos surgen problemas éticos (falseamiento de los datos, plagios, deshonestidad), que suelen ser resueltos por las comunidades científicas en base a reglas deontólogicas que las propias comunidades establecen[5]. Sin embargo, aparte de los problemas éticos, en la investigación científica hay otros muchos conflictos de valores. No solo se producen conflictos epistémicos, como la inconmensurabilidad entre paradigmas rivales, o la contradicción entre hipótesis, teorías y predicciones, o la imprecisión de los datos observacionales, de las mediciones o de los experimentos, o la falta de rigor de algunas propuestas, ni tampoco únicamente conflictos entre valores técnicos, como la utilidad, la eficiencia, la aplicabilidad, la robustez o el buen o mal funcionamiento de los artefactos, sino también conflictos que dependen de valores económicos, sociales, políticos, jurídicos, ecológicos o militares. Por tanto, en el contexto de investigación funcionan otros muchos procesos de evaluación, aparte del sistema de pares anónimos. Los gobiernos tienen sus propios criterios político-económicos, y en su caso estratégico-militares, para evaluar los programas tecnocientíficos y las instituciones dedicadas a la investigación. Otro tanto cabe decir de las grandes empresas y sus Departamentos de I+D. Puesto que las innovaciones compiten entre sí en el mercado, este puede ser considerado como un agente importante de valoración: es el que asigna valor a dichas innovaciones, en el sentido económico del término «valor». Otros grupos sociales también hacen sus propias estimaciones, manifestando mayor o menor confianza en la investigación científica y en el juicio de los expertos. Aunque el sistema de evaluación por pares sea muy importante y se haya generalizado, no es el único sistema a tener en cuenta. Desde una perspectiva axiológica, la tecnociencia se distingue de la ciencia y la tecnología por la mayor pluralidad de sistemas de valores involucrados en los procesos de evaluación. En lugar de plantearnos la vacua cuestión de si la tecnociencia es buena o mala, hay que analizar caso por caso, en base a datos empíricos y utilizando criterios de evaluación previamente diseñados y normalizados. Todo ello en la medida de lo posible, claro está. En el contexto de investigación e innovación también podemos distinguir entre valoraciones puramente subjetivas, que existen, y son muy frecuentes, aunque se les preste poca atención, evaluaciones intersubjetivas (que implican procesos de consenso entre distintos agentes evaluadores) y evaluaciones objetivas. En las evaluaciones objetivas se utilizan protocolos normalizados de evaluación: al menos en principio, ofrecen resultados similares independientemente de quién sea el agente evaluador. La objetividad de algunos procesos de evaluación no implica neutralidad axiológica. El mito de la neutralidad y de la ciencia value-free ha de ser eliminado de la reflexión sobre la tecnociencia. Los instrumentos que utilizan los científicos y los ingenieros para evaluar sus propios instrumentos de investigación, la fiabilidad de los resultados, la incidencia de los resultados, etc., están cargados de valores, como mínimo de valores epistémicos y técnicos. En el caso de la tecnociencia, también suelen estar cargados de valores económicos, empresariales, militares, políticos y jurídicos, como vimos en el capítulo segundo. La objetividad es un valor, un valor nuclear de la tecnociencia, que forma parte de un sistema de valores y solo adquiere sentido en dicho marco sistémico. Por otra parte, en el contexto de investigación e innovación hay evaluaciones públicas, pero no todas lo son. Muchas de ellas se producen en ámbitos privados, incluido el fuero íntimo de los diversos agentes tecnocientíficos: científicos, ingenieros, técnicos, empresarios, políticos, etc. Esta pluralidad de sistemas de valores y de agentes evaluadores es mucho más amplia y compleja en el caso de la tecnociencia que en el de la ciencia y la tecnología. Por ello afirmamos que los conflictos de valores son una parte integrante de la actividad tecnocientífica, porque se derivan de la estructura axiológica de la práctica científico-tecnológica. En la ciencia y la tecnología de la era industrial también existían, pero en muchas ocasiones podían ser resueltos en el seno de las comunidades científico-tecnológicas. En el caso de la tecnociencia esto ya no es posible, como vimos en el apartado 3.6, al referirnos a las contiendas tecnocientíficas. El sujeto de la tecnociencia es estructuralmente plural y por ello está en conflicto consigo mismo. Las comunidades científicas y tecnológicas tienen un papel importante en los conflictos de la tecnociencia, pero no solo ellas. Tanto durante el desarrollo como en la eventual resolución de los conflictos intervienen otros muchos agentes, cuyos sistemas de valores no son epistémicos ni técnicos. Por ello resulta indispensable analizar las diversas clases de valores relevantes para la tecnociencia. Como ya dijimos en el capítulo anterior, los valores caracterizan las diversas subculturas que se integran en la cultura tecnocientífica.
Lo que acabamos de decir del contexto de investigación vale todavía más en el contexto de aplicación. Los descubrimientos e innovaciones tecnocientíficas no solo se aplican a la naturaleza, sino ante todo a la transformación de las sociedades y de la vida de las personas. Las guerras basadas en la tecnociencia son el ejemplo más claro, pero hay otros muchos: la ingeniería genética, la farmacología, la tecnomedicina, las tecnologías de la información y la comunicación, la publicidad, las técnicas de modificación de la conducta, las encuestas sobre tendencias de voto, los modelos macroeconómicos, etc. Cuando las sociedades y los seres humanos devienen el objeto de las acciones tecnocientíficas, entonces surgen necesariamente reacciones, o si se quiere respuestas críticas, aceptaciones, oposiciones, etc. El contexto de aplicación de la tecnociencia es, ante todo, la sociedad, por lo que no tiene sentido intentar separar la actividad tecnocientífica de la vida social. La pluralidad de valores y agentes evaluadores aumenta exponencialmente en el contexto de aplicación, y con ella las aceptaciones y los conflictos. Es literalmente imposible dilucidar si la tecnociencia es buena o mala para la sociedad, en primer lugar porque hay muchas sociedades y muchas tecnociencias, pero ante todo porque la diversidad de sistemas de valores es mucho mayor en el contexto de aplicación social de la tecnociencia. A unos les irá muy bien alguna tecnociencia, por ejemplo un misil inteligente, o una droga sintética. A otros muy mal. La mayor parte de las valoraciones en el contexto de aplicación son subjetivas e intersubjetivas (por ejemplo culturales), pocas pueden ser calificadas de objetivas. Una de ellas es el sistema de votaciones siguiendo la regla de la mayoría, que se aplica una y otra vez en la actividad tecnocientífica para la resolución de conflictos: por ejemplo en tribunales, en las comisiones que asignan proyectos, o en los Parlamentos que aprueban leyes y planes de ciencia y tecnología. Otra es la evaluación a cargo de expertos, conforme a una racionalidad procedimental previamente establecida. El principal problema consiste en fijar protocolos y procedimientos normalizados y públicos de evaluación, cosa que debe hacerse antes de poner en marcha los procesos de evaluación. Para lograrlo, es preciso reflexionar sobre la acción de evaluar y sobre los instrumentos que la facilitan. Un parlamentario que trabaja en una comisión de ciencia y tecnología, al igual que cualquier otro comisionado, ha de disponer de reglas procedimentales e instrumentos para llevar a cabo su tarea, aparte e su propio criterio como agente evaluador. Podemos concluir, por tanto, que la definición de acción tecnocientífica que propusimos en el apartado 4.7 vale también para las acciones de evaluación. Evaluar la tecnociencia es (ha de ser) una acción tecnocientífica. De ahí la importancia que atribuimos a los instrumentos de evaluación, que no se reducen al buen o mal criterio de los agentes evaluadores.
No hay que olvidar que, desde el origen de la tecnociencia, muchas «controversias» entre programas rivales se resolvieron por la vía de la contienda militar. El propósito principal de este libro consiste en proponer metodologías civiles para la resolución de los conflictos de valores en el contexto de aplicación de la tecnociencia. Dichas metodologías civiles no están basadas en la teoría de la decisión racional ni en la racionalidad instrumental, que son las dos formas de racionalidad que imperaron en la época industrial. Este propósito es difícil de lograr, puesto que no basta con encontrar una posible metodología social para la resolución de esos conflictos axiológicos. Se requiere una metodología trans-social, puesto que ya hemos recalcado que la tecnociencia incide sobre varias sociedades a la vez, no sobre una sola. Volveremos ulteriormente sobre estos problemas, que son muy arduos, pero cabe anticipar que en el contexto de aplicación de la tecnociencia no se puede rechazar la existencia de valores culturales y sociales muy diversos. Se trata de ir configurando un sistema mínimo de valores compartidos para resolver civilizadamente los diversos conflictos generados por las tecnociencias. Algunos pensarán que es una tarea imposible. Pero hay precedentes de acciones axiológicas similares, como la Declaración de Derechos Humanos de 1948, que instituyó un sistema de valores básicos para guiar la vida político-social. Dada la creciente importancia de la tecnociencia en las sociedades contemporáneas, se trata de establecer un contrato social para la tecnociencia basado en el pluralismo axiológico, y no en el predominio de determinados valores empresariales y políticos que permitieron reformular el informe de Vannevar Bush tras su crisis en los años 70.
Los párrafos anteriores muestran la envergadura del desafío. Insistimos en que la perspectiva axiológica en la que nosotros nos situamos no es la única posible: la praxiología de la tecnociencia no se reduce a la cuestión de los valores, y no hay que olvidar que la epistemología, la historia, la sociología y la economía de la tecnociencia siguen teniendo gran importancia en los estudios de ciencia y tecnología. Sin embargo, consideramos que es una de las líneas de investigación filosófica que más puede aportar hoy en día a los estudios de ciencia, tecnología y sociedad (CTS), que son el marco en que se sitúa este libro. Recordando brevemente la emergencia de la filosofía de la ciencia a principios del siglo XX, cabe afirmar que la aparición de los estudios CTS son una consecuencia de la propia emergencia de la tecnociencia tras la crisis de la macrociencia en la década 1965-1975. La Filosofía de la Ciencia y la Historia de la Ciencia se constituyeron como disciplinas académicas en las primeras décadas del siglo XX, a nuestro entender como consecuencia de los grandes cambios y revoluciones que se habían producido a finales del siglo XIX y principios del siglo XX en el ámbito de la Biología (Darwin, Mendel), las Matemáticas (geometrías no euclídeas, teoría de conjuntos), de la Física (teoría de la relatividad, mecánica cuántica) y de las ciencias sociales (Psicología Experimental, Economía Matemática, Sociología Empírica, etc.). La Naturphilosohie de las Universidades alemanas se reveló insuficiente para pensar esos grandes cambios científicos y por ello surgió una Filosofía de la Ciencia de orientación logicista, empirista y positivista. Pues bien, a finales del siglo XX se produjo un cambio no menos importante en la actividad científica: lo que hemos denominado revolución tecnocientífica. Como consecuencia, en los años 70 surgieron las dos grandes líneas de lo que hoy en día se denominan Estudios CTS: la escuela norteamericana (Mitcham, Durbin, etc.) y la europea (Programa Fuerte, etnometodología, etc.). La filosofía analítica de la ciencia y la tecnología se mostró incapaz de asumir que la propia ciencia había cambiado y siguió manteniendo su programa básico, centrado en el análisis y reconstrucción de las teorías y del conocimiento científico, sin atención alguna a la práctica. La Praxiología de la ciencia y de la tecnología todavía no existe como disciplina, y tampoco la Axiología, aunque en esta se han producido avances importantes en los últimos años (Laudan, Rescher, Longino, etc.). Pues bien, los estudios CTS son hijos de la tecnociencia y vienen a cubrir el hueco dejado por la filosofía de la ciencia, la cual, salvo honrosas excepciones, sigue centrada en la ciencia moderna, sin aceptar siquiera la emergencia de la tecnociencia. La axiología que propugnamos es una aportación filosófica a los estudios interdisciplinarios de ciencia, tecnología y sociedad, más que a la filosofía de la ciencia en el sentido estricto de la palabra. Veamos cuáles son las bases sobre las que se asienta.