3 · El informe Bush.

Es importante recordar que Bush, Director en aquella época de la Oficina de Investigación y Desarrollo Científico, que tanto había contribuido a fomentar los grandes proyectos macrocientíficos en tiempos de guerra, escribió su informe a solicitud del Presidente de los EEUU. En su carta de 17 de noviembre de 1944, Roosevelt indicaba a Bush cuatro puntos específicos a los que debía responder:

  1. ¿Qué puede hacerse de manera coherente con la seguridad militar y con la aprobación previa de las autoridades militares, para hacer conocer al mundo lo más pronto posible las contribuciones que durante nuestro esfuerzo bélico hicimos al conocimiento científico?
  2. Con especial referencia a la guerra de la ciencia contra la enfermedad, ¿qué puede hacerse hoy para organizar un programa a fin de proseguir en el futuro los trabajos realizados en medicina y ciencias relacionadas?
  3. ¿Qué puede hacer el gobierno hoy y en el futuro para apoyar las actividades de investigación encaradas por organizaciones públicas y privadas?
  4. ¿Puede proponerse un programa eficaz para descubrir y desarrollar el talento científico de la juventud norteamericana, de modo que sea posible asegurar la continuidad futura de la investigación científica en este país, en un nivel comparable al alcanzado durante la guerra?[9].

Con este guión, Bush se centró en las ciencias naturales, incluidas la biología y la medicina. La revolución tecnocientífica se inició en el campo de las ciencias físico-naturales, tardando muchas décadas en llegar a las ciencias sociales y humanas. La tesis central de su informe quedaba expresada en la carta de remisión del mismo, así como en numerosos pasajes del texto:

El progreso científico es una clave esencial de nuestra seguridad como nación, para mejorar nuestra salud, tener puestos de trabajo de mayor calidad, elevar el nivel de vida y progresar culturalmente[10].

Bien entendido que, cuando Bush habla de progreso científico, se refiere ante todo a lo que hoy en día se denomina investigación básica en el ámbito de las ciencias físico-naturales. La segunda idea directriz, posiblemente la más novedosa, consistió en afirmar que «la ciencia solo puede ser eficaz para el bienestar nacional como integrante de un equipo, ya sea en las condiciones de la paz o la guerra»[11]. Se consagraba así a nivel teórico lo que estaba siendo la práctica habitual en EEUU durante la contienda militar: los científicos colaboraban estrechamente con ingenieros, militares, empresarios y políticos en sus investigaciones, saliendo de la tradicional torre de marfil de la ciencia académica. El primer postulado de Bush ha sido criticado desde varios puntos de vista, como veremos más adelante. Sin embargo, casi nadie se ha ocupado del segundo. A nuestro modo de ver, ese «trabajo en equipo» ha contribuido poderosamente a modificar la actividad científica. El mestizaje cotidiano entre las diversas subculturas que conforman la macrociencia y la tecnociencia modificó los hábitos, las costumbres y, en parte, los valores.

Bush afirmaba con gran energía que las tradiciones norteamericanas en ciencia y tecnología eran insuficientes para mantener el liderazgo que los EEUU habían mostrado a lo largo de la guerra. Tomando como ejemplo la investigación en medicina, señalaba que:

las fuentes tradicionales de sostén de la investigación médica, en gran medida ingresos provenientes de donaciones, otorgamientos de fondos y aportes privados, están disminuyendo y no hay perspectivas inmediatas de un cambio en esta tendencia. Entretanto, el coste de la investigación médica se ha elevado. Si pretendemos mantener en la medicina el progreso que marcó los últimos 25 años, el gobierno debería extender su apoyo financiero a la investigación médica básica en las facultades de medicina y las universidades[12].

Esta será la respuesta principal a las cuatro preguntas de Roosevelt. Lo importante es que el Gobierno Federal lidere la investigación científica aportando importantes presupuestos. Durante la guerra había sido así, pero solo en las áreas que interesaban al Departamento de Defensa. Había que extender esa nueva estructura financiera a todas las ciencias físico-naturales. Dicho en nuestros propios términos: Bush proponía que el Gobierno se convirtiera en el principal agente tecnocientífico del país. Así ocurrió en la época de la macrociencia. El Gobierno y el Congreso crearon comisiones de política científica y reservaron una capítulo presupuestario para fomentar la investigación y del desarrollo. Se trataba de involucrar profundamente a los poderes ejecutivo y legislativo en el fomento de la investigación científica. Este giro político-financiero fue la propuesta central de Bush a Roosevelt. Por nuestra parte, lo consideramos como el primer gran cambio estructural, imitado luego por otros países.

Pasando al capítulo de defensa, Bush hacía ver que la guerra moderna era «un combate de técnicas científicas», poniendo como ejemplo las batallas contra los submarinos alemanes, el radar y otras nuevas armas recientemente desarrolladas. La capacidad de defensa y de ataque de una nación dependen estrictamente del conocimiento científico. Por ello, concluía, «debe haber más - y más adecuadas - investigaciones militares en tiempos de paz»[13]. Los científicos civiles tenían que seguir colaborando con los militares:

La mejor manera de lograrlo es mediante una organización de control civil con estrecha vinculación con el ejército y la armada, pero con financiamiento directo del Congreso y facultades explícitas de iniciar investigaciones militares que complementarán y fortalecerán las llevadas a cabo directamente bajo el control de ambas fuerzas[14].

Los ejércitos mantendrían sus propios centros de investigación, pero, además, se proponía crear una organización que vinculara institucionalmente a los científicos y a los militares, siempre bajo la dependencia financiera del Congreso, es decir, con un capítulo específico de los presupuestos del Estado. Bush volvía a insistir en que el Gobierno y el Congreso tenían que ser los agentes tecnocientíficos principales, sin perjuicio de que siguieran existiendo Agencias militares dedicadas a la investigación.

El diseño del nuevo sistema de ciencia y tecnología se completaba con el capítulo industrial. Para que haya pleno empleo —razonaba Bush- «debemos hacer nuevos productos, mejores y más baratos». Para ello debía haber:

una multitud de nuevas y vigorosas empresas. Pero los nuevos productos y procesos no nacen plenamente desarrollados. Se fundan en nuevos principios y nuevas concepciones, que a su vez resultan de la investigación científica básica. Esta es el capital científico. Por otra parte, ya no podemos depender de Europa como una fuente importante de este capital. Es evidente, entonces, que más y mejores investigaciones científicas son un elemento esencial para el logro de nuestra meta del pleno empleo[15].

El silogismo es contundente y está a la base de lo que ulteriormente ha sido modelo lineal de la ciencia y el progreso social. El pleno empleo y el progreso de una sociedad no se logran sin empresas competitivas. Estas no son competitivas si no son capaces de fabricar y vender productos nuevos y baratos. Las innovaciones comerciales e industriales solo surgirán si hay desarrollos tecnológicos y avances científicos. Por tanto, la investigación científica es la base del progreso empresarial y del pleno empleo, al igual que lo era de la salud y la defensa. Podríamos criticar más de una de estas inferencias, pero nuestro objetivo en este apartado no es la crítica, sino el análisis. Veremos que al modelo Bush le subyacen otros postulados, que conviene elucidar antes de proceder a un comentario crítico. Es obvio que Bush da por supuesta una economía de mercado y que defiende una posición de liberalismo económico. Sin embargo, hay otros presupuestos todavía más determinantes, como veremos a continuación.

Lo notable es que Bush hable de la investigación científica básica como una nueva forma de capital, el capital científico (o del conocimiento, como ahora se diría). Hasta la segunda guerra mundial, EEUU importaba esos conocimientos científicos de Europa y luego los implementaba tecnológica, industrial y comercialmente. Tras la tremenda contienda bélica, Europa iba a quedar descapitalizada desde el punto de vista del conocimiento. Buena parte de sus científicos fallecerían o emigrarían, la industria quedaría arrasada y no habría fuentes de financiación para promover la investigación básica, puesto que los países europeos tendrían otras prioridades, como la reconstrucción de las infraestructuras ciudadanas e industriales. Por tanto, era imprescindible que EEUU tomara el relevo y se hiciera con el dominio de ese nuevo mercado de capitales. De hecho, ya lo estaba haciendo, al contratar a su servicio a los mejores científicos europeos en trance de emigración. Se trataba de reafirmar una práctica ya existente, consolidándola cara al futuro como una estrategia general. Hablando en términos generales, cabe decir que uno de los grandes éxitos de los EEUU en el siglo XX ha consistido en su capacidad para atraer capital intelectual al país, procedente primero de Europa, luego de otros países. Hoy en día, esa política se mantiene. La URSS también la practicó pero, tras su desaparición como Estado, el mercado del capital científico está dominado casi por completo por los EEUU, pese a los esfuerzos de Canadá, Europa y otros países por atraer «cerebros», como suele decirse.

Solo estamos comentando el resumen que el propio Bush hizo de su informe, sabedor sin duda de que un Presidente no iba a leerse el texto entero, pero sí el resumen. Ahí están, muy claramente sintetizadas, las ideas motrices de la política científica que Bush propuso crear. El pivote básico siempre es la investigación científica, en base a una razón muy importante y altamente novedosa para la época, al menos a esos niveles de interlocución. El dinero, los recursos naturales y las industrias son modalidades importantes de capital, pero hay una nueva que ha sido cultivada en Europa y no en los EEUU: la ciencia. Asumiendo el riesgo de incurrir en un anacronismo, diremos que Bush anticipó algunas de las tesis básicas de lo que actualmente se denomina sociedad del conocimiento, entendido este como una nueva forma de riqueza y de poder:

¿Cómo incrementamos este capital científico? En primer lugar, debemos contar con muchos hombres y mujeres formados en la ciencia, porque de ellos depende tanto la creación de nuevo conocimiento como su aplicación a finalidades prácticas. Segundo, debemos fortalecer los centros de investigación básica que son principalmente las facultades, universidades e institutos de investigación. […] Solo ellas dedican casi todos sus esfuerzos a expandir las fronteras del conocimiento[16].

Aparte de las factorías industriales, hay que estar atento a otro tipo de factorías, las que generan conocimiento y amplían las fronteras de la noosfera, por decirlo en términos de Sáez Vacas[17]. Estos son los científicos, con sus facultades, universidades y centros de investigación. Invertir en la ciencia implica incrementar el noocapital, siempre que dichas inversiones estén dirigidas por personas competentes en la materia. El Consejo Científico que proponía Bush era una especie de Consejo de Administración del capital científico, el cual, con financiación gubernamental, tenía como tarea principal acumular e incrementar la nueva modalidad de capital. A nuestro modo de ver, aquí radica el gran cambio teórico que subyace, con relativa claridad, en el informe Bush. El conocimiento científico ya no es un bien en sí, sino un bien económico, y en concreto un capital. Algunos comentaristas han afirmado que esa terminología era puramente metafórica y que había sido introducida teniendo en cuenta los posibles lectores del informe. Esa habilidad retórica es cierta. Pero no es menos cierto que, al afirmar estas ideas, Bush estaba prefigurando uno de los rasgos distintivos más importantes de la revolución tecnocientífica: la conversión del conocimiento científico en capital económico y de las comunidades científicas en empresas tecnocientíficas. Obviamente, no dio este último paso. Se limitó a preconizar la vinculación estrecha entre la ciencia académica y el mundo empresarial, como efectivamente ocurrió en los EEUU durante la época de la macrociencia. Pero conviene subrayar que Bush anticipó en 1945 uno de los postulados básicos de la tecnociencia actual, que la distingue netamente de la ciencia moderna: el conocimiento es un bien económico (y militar, y social, y sanitario), no solo un bien epistémico. A nuestro modo de ver, este es el postulado principal de la teoría Bush y de la revolución tecnocientífica. Por ello afirmamos que la tecnociencia implica un cambio radical de los valores de la ciencia, empezando por su valor principal, el conocimiento científico.

Bush indicaba también la posibilidad de fomentar la investigación científica en las empresas mediante una adecuada política de impuestos y de patentes, acciones que fueron puestas en práctica cuarenta años después por la administración Reagan y que, a nuestro entender, fueron decisivas en la emergencia de la tecnociencia propiamente dicha, que está basada en la privatización de los noocapitales y en su rentabilización ulterior a través de las patentes, las licencias de uso, las transferencias de conocimiento, las inversiones bursátiles, la compraventa de empresas tecnocientíficas, etc. Siendo un decidido partidario de la primacía del Gobierno como agente tecnocientífico, Bush aconsejaba «crear una junta permanente de asesoramiento en ciencia, para que aconseje al poder ejecutivo y el poder legislativo en estas materias»[18]. En nuestros propios términos, el poder político debía ser el principal gestor del nuevo capital, el conocimiento científico, impulsando su creación y su transferencia a las empresas, a los hospitales, al sector militar y, en último término, a la sociedad. Aunque no desarrolló la tesis de que la ciencia incrementa considerablemente el nivel cultural de un país, no cabe duda de que ello dependía de la potenciación de la enseñanza de la ciencia entre los jóvenes norteamericanos. La puesta en marcha de una potente acción para otorgar becas de personal investigador y la organización de un sistema de difusión del conocimiento científico, aparte de las revistas académicas clásicas, eran otras dos propuestas de Bush, en respuesta a la cuarta pregunta de Roosevelt:

La rapidez o lentitud con que desplacemos cualquier frontera científica dependerá de la cantidad de científicos altamente calificados y capacitados que la exploren[19].

Y un poco más adelante:

El techo real de nuestra productividad de nuevo conocimiento científico y su aplicación en la guerra contra la enfermedad y el desarrollo de nuevos productos e industrias, es el número disponible de científicos capacitados[20].

Obsérvese que el objetivo último siempre consiste en expandir las fronteras del conocimiento. Este es la nueva forma de capital. Para incrementarlo, es preciso formar investigadores científicos mediante becas, de modo que el manantial del conocimiento no se agote. Las personas son las que generan nuevo conocimiento, siempre que cuenten con una buena formación previa e instrumentos adecuados. En la medida en que dicho capital crezca en un país, este será más poderoso militarmente, más sano, más productivo y más culto, aparte de acercarse a la meta del pleno empleo. La frontera sin fin que daba título al informe es la nueva frontera del conocimiento, que los EEUU tenían que conquistar. El proyecto tenía suficiente recorrido como para servir de base a una política científica duradera, como así ha sido, con los lógicos altibajos y cambios de orientación. Los programas de investigación y desarrollo impulsador por el gobierno de los EEUU han ido cambiando en función de las necesidades y de las ideologías de las sucesivas administraciones, pero la estructura básica del sistema se ha mantenido intacta, al menos hasta mediados de los años 60.

Habría muchas más cosas a comentar en el informe Bush, pero las anteriores bastan para nuestro objetivo en este libro. Ya no estamos ante iniciativas macrocientíficas puntuales como las de los años 30 en Stanford, el MIT o Berkeley, algunas de ellas con participación del propio Vannevar Bush. Estamos ante una teoría de la práctica científica, y todavía más, ante las bases de una nueva economía política de la ciencia. Económicamente está inspirada en el capitalismo. Políticamente en la democracia y en la creencia en que el poder político debe liderar la conquista de la nueva frontera del conocimiento, porque ello traerá beneficios para todo el país. Por otra parte, se trata de una teoría claramente nacionalista, o si se prefiere americanista. Para Bush es claro que EEUU debe tomar el relevo de Europa en el cultivo del conocimiento científico y que debe hacerlo mejor que el Viejo Continente, vinculando estrechamente la investigación básica y el desarrollo tecnológico. El sistema SCyT está pensado como un sistema creado por los EEUU, para EEUU y en EEUU. Los breves párrafos que Bush dedica en su informe a la difusión internacional del conocimiento científico acumulado a lo largo de la guerra son los más flojos de todo el informe. Hasta los años 70 no hubo una política científica con objetivos a nivel internacional. Es la fase de la tecnociencia, en la que la transferencia de conocimiento y de tecnología a otros países se convirtió en un instrumento para la diplomacia y la firma de acuerdos que tuvieran interés para las empresas norteamericanas.

Desde el punto de vista axiológico, también hay un postulado central: la libertad de investigación. Bush insiste en ella una y otra vez a lo largo del texto. Él recalcó que habría que «dejar el control interno de las políticas, el personal y el método y alcance de la investigación en manos de las instituciones en que esta se efectúa»[21]. Esas instituciones eran las universidades y los centros de investigación, que Bush consideraba como «los manantiales de conocimiento»[22]. Durante la guerra hubo que imponer rígidos controles a la producción de conocimiento, pero una vez terminado el conflicto militar había que retornar a la plena libertad investigadora. Bush hizo un auténtico canto a la libertad de investigación al afirmar que:

El progreso científico en un amplio frente resulta del libre juego de intelectos libres, que trabajen sobre temas de su propia elección, y según la manera que les dicte su curiosidad por la exploración de los desconocido. En cualquier plan de apoyo gubernamental a la ciencia debe preservarse la libertad de investigación[23].

Este fue el punto más conflictivo de su informe a la hora de pasarlo a la aprobación del Congreso norteamericano. Según Bush, cada investigador debía ser libre para elegir sus propios temas de investigación. Ello contradecía la práctica reciente, en la que los Directores de los macroprogramas definían estrictamente los objetivos y la programación, como vimos al final del segundo capítulo. Por otra parte, muchos parlamentarios creaísn que los fondos que el Congreso dedicaba a investigación habrían de estar sujetos a las mismas normas jurídicas y procedimentales que el resto de las inversiones públicas, algo que Bush pretendió evitar en lo posible, atribuyendo la responsabilidad de la gestión a las direcciones de las agencias federales y, a través de ellas, al Gobierno norteamericano. No es fácil prever con detalle los gastos que surgirán al desarrollar un macroproyecto de investigación. Los descubrimientos científicos y los avances tecnológicos que pudieran producirse modifican una y otra vez las necesidades financieras, normalmente al alza. Por eso Bush quería que la ciencia tuviera las menores trabas legales y políticas. El conflicto entre la libertad de investigación y el control social de la ciencia está en el origen de la tecnociencia. A lo largo del siglo XX se manifestó una y otra vez, sobre todo en la crisis de los años 60. Bush intentaba que las relaciones entre la ciencia y la sociedad fueran las tradicionales: dejar hacer a los expertos. Sin embargo, afirmaba a la vez que el Congreso y el Gobierno tenían que convertirse en los principales agentes impulsores de la investigación. ¿Cómo no va a incidir en la investigación quien la financia, a no ser que actúe por razones filantrópicas, como un mecenas? Los congresistas, los militares y los empresarios siempre intentaron imponer sus propios criterios y prioridades, contrariamente a la autonomía de la ciencia que Bush reivindicó. La tensión entre libertad y control es uno de los conflictos de valores típicos de la tecnociencia.