4 · Tecnociencia y poder.
Una de las características más acusadas de la tecnociencia es su vinculación con diversas modalidades de poder: económico, militar y político, en particular. Aunque algunos autores, como David Noble, han considerado a la tecnociencia como una nueva religión[19], lo cierto es que las relaciones entre la tecnociencia y los poderes religiosos son más bien escasas, cuando no conflictivas. El actual debate sobre las células-madre es un buen ejemplo de ello. Los valores religiosos tienen incidencia sobre la tecnociencia, pero normalmente por contraposición a muchas de las innovaciones tecnocientíficas. Lo que sí ocurre, en cambio, es la inserción del poder tecnocientífico en el núcleo mismo de los grandes poderes tradicionales. Empresarios, políticos y militares, dependen de la tecnociencia para incrementar su poder.
Numerosos autores han estudiado desde un punto de vista histórico el afianzamiento progresivo del poder de la ciencia y el establecimiento de vínculos con otros poderes clásicos, en particular con el poder militar y económico[20]. Por nuestra parte, para explicar la emergencia del poder tecnocientífico haremos un planteamiento más filosófico, introduciendo la noción de capacidad de acción, inspirada en algunas ideas de Amartya Sen, Premio Nobel de Economía (1999)[21]. Sus propuestas en economía pueden ser una buena fuente de inspiración en filosofía de la ciencia, como ha señalado J. Francisco Álvarez[22]. En nuestro caso, no las tomaremos al pie de la letra.
Reinterpretaremos libremente las tesis de Sen sobre el espacio de capacidades, con el fin de explicar el aumento continuado del poder de la tecnociencia a lo largo del siglo XX.
Diremos que, así como la ciencia ha incrementado las capacidades cognitivas del ser humano, las técnicas han aumentado sus capacidades de acción, usando las máquinas como prótesis corporales. Otro tanto cabe decir de las tecnologías industriales, gracias a cuya utilización se incrementó enormemente la capacidad productiva, así como la capacidad energética (electricidad) y los medios de transporte de personas y mercancías, haciendo posible la aparición de las grandes fábricas y de las metrópolis industrializadas. La emergencia de la tecnociencia ha supuesto un salto cualitativo, tanto en lo que respecta al conocimiento como a la acción. Los ordenadores, los rádares, las bombas atómicas, los aceleradores de partículas, los materiales sintéticos, las naves espaciales, los satélites artificiales, la televisión, las redes telemáticas y otros muchos ejemplos canónicos de la tecnociencia coinciden en una propiedad fundamental: hacen posibles acciones que antes eran imposibles. De aquí proviene una primera relación profunda entre el poder y la tecnociencia, en la medida en que esta incide sobre la esfera de lo posible. El invierno nuclear es el ejemplo más claro, puesto que, de producirse, alteraría radicalmente la faz del planeta, incluyendo la desaparición de buena parte de la especie humana y la transformación radical de los eventuales supervivientes. La tecnociencia transforma por completo el espacio de capacidades del que habla Sen. Si los políticos, los militares y los empresarios se interesan por los artefactos tecnocientíficos, junto con el público que los usa, es porque dichos artefactos revolucionan el ámbito de lo que se puede hacer. La tecnociencia nos sitúa ante un espacio de acciones posibles radicalmente nuevo, tanto a nivel individual como colectivo. La razón de las estrechas relaciones que se han desarrollado y consolidado a lo largo del siglo XX entre la macrociencia y los grandes poderes consiste en que los artefactos tecnocientíficos abren nuevas capacidades de acción, y ello a un nivel cualitativamente superior al de las tecnologías de la época industrial.
Con la llegada de la tecnociencia propiamente dicha surgió un nuevo tipo de máquinas, las infomáquinas, que permiten simular y controlar el funcionamiento de diversos tipos de artefactos. Los aparatos tecnocientíficos operan ante todo sobre otros tipos de máquinas, automatizando y controlando su funcionamiento. Ello se manifiesta claramente en el caso de las nuevas armas, guiadas por telecontrol remoto, pero también en la industria, al automatizar la producción, en el comercio, al posibilitar la compraventa a través de las redes telemáticas y, por último, en la propia sociedad, al poblarse nuestras oficinas y nuestras casas de instrumentos informáticos. El operador manual ha sido reemplazado en muchos sectores productivos por el operador informático, multiplicándose los ritmos de producción y distribución. Al incidir directamente sobre los gobiernos, las empresas, las organizaciones militares, el mercado y la sociedad, la tecnociencia ha modificado los seis grandes ámbitos de los sistemas SCyT que distinguimos en el capítulo anterior. Su éxito no depende del nuevo conocimiento científico que ha generado, sino ante todo de la modificación del hacer humano, que va dependiendo cada vez más de toda una pléyade de artefactos tecnocientíficos que hoy en día son de uso cotidiano.
El conjunto de capacidades de una persona se puede definir como el conjunto de acciones posibles y valiosas para ella, dando por sobreentendido el bosquejo de teoría de la acción con doce componentes que hemos resumido en el capítulo anterior. Como vimos al comentar la definición de «realización técnica» propuesta por Quintanilla, las acciones técnicas están estrechamente relacionadas con lo que los agentes técnicos consideran valioso. Por tanto, forman parte del espacio de capacidades humanas, tal y como lo entiende Sen[23]. Diremos entonces que, así como los filósofos clásicos definían al sujeto humano por sus notas o propiedades, los agentes tecnocientíficos se caracterizan por sus capacidades de acción, incluyendo las valoraciones positivas o negativas de las mismas, es decir, los valores y los disvalores. En tanto agente, el ser humano posee en cada momento un conjunto de capacidades de acción, valoradas por el propio sujeto, pero no solo por él, sino también por los demás agentes que llevan a cabo acciones similares (u opuestas). Dicho espacio de capacidades se va ampliando o reduciendo a lo largo de la vida, en función de los estados por los que pasa el agente. Los agentes humanos tienen asociado un espacio de capacidades de acción cuyas realizaciones efectivas o posibles no solo dependen de ellos, sino de las restantes componentes de cada acción. Las situaciones, los medios e instrumentos con los que se cuentan, los riesgos posibles o simplemente las condiciones iniciales funcionan como constricciones de ese espacio de acciones posibles. Algunas de esas componentes no limitan, sino que potencian la capacidad de acción. Tal es el caso cuando el sujeto-agente se inserta en un sistema tecnocientífico y es competente en el uso de los instrumentos correspondientes. Reinterpretando a Sen, podemos decir que, en este caso:
1) Poseer conocimiento científico (teorías, hechos, métodos) no solo es un bien epistémico, sino también económico, militar, político, social, etc. Desde la perspectiva del subsistema de valores epistémicos, tener conocimientos de las diversas teorías científicas, un buen currículum y prestigio como investigador, profesor, divulgador o profesional de la tecnociencia equivale a tener bienes epistémicos. Los científicos tratan de hacer suyos e incrementar esos bienes, debido a que les proporcionan bienestar epistémico. Sin embargo, esos conocimientos, una vez implementados tecnológicamente y aplicados al mercado, suponen una ventaja indudable para quien los posee, porque su capacidad de acción se ve incrementada. La simbiosis entre el conocimiento científico y otros agentes sociales ha transformado radicalmente el sistema de valores epistémicos. Estos siguen existiendo, pero están sistémicamente vinculados a otros sistemas de valores. La interacción entre la episteme y la pólis aporta beneficios mutuos. El conocimiento sigue siendo un bien epistémico pero, además se convierte en capital intelectual. Esta fue la gran aportación del informe de Vannevar Bush.
2) Los instrumentos para la investigación y los grandes equipamientos son a su vez bienes técnicos. Son valorados altamente por los científicos e ingenieros, porque sin ellos no pueden actuar. La componente tecnológica de la investigación científica aumenta la capacidad de acción científica, es decir, la capacidad de computar, observar, medir y experimentar. Llamaremos bienes tecnológicos a esta componente de la actividad tecnocientífica.
3) Para el empresario tecnocientífico, en cambio, tanto el conocimiento de los científicos a los que contrata o financia como las habilidades y destrezas de los técnicos son ante todo bienes económicos, que hay que intentar rentabilizar. En el caso de las empresas públicas de investigación, la rentabilidad no tiene por qué ser estrictamente monetaria. También puede ser rentable el aumento del conocimiento o el progreso tecnológico, por sus repercusiones ulteriores sobre la sociedad, la salud o el mercado. En el caso de las empresas privadas de I+D+i, los beneficios suelen ser dinerarios, pero tampoco son los únicos: la consolidación y expansión en el mercado, por ejemplo, suele ser un objetivo tanto o más importante que la realización de beneficios. Desde nuestra perspectiva, esos objetivos estratégicos son perfectamente racionales, al incrementar la capacidad de acción de dichas empresas. Contar con una determinada cuota de mercado implica delimitar (o incrementar) la capacidad de acción empresarial: mayor producción, mayor comercialización, mayor actividad económica, como suele decirse. Los propios científicos suelen ser sensibles a este tipo de valoración económica, aunque no sea la principal para ellos. La financiación obtenida, los puestos de trabajo de que se dispone y los salarios que se cobran son aspectos importantes para los tecnocientíficos, puesto que estos no solo tienen intereses epistémicos o tecnológicos, sino también económicos. Los sociólogos del conocimiento científico han insistido mucho en la importancia de los intereses de los científicos. Tienen razón, pero con una matización muy importante: así como hemos distinguido diversos subsistemas de valores relevantes para la tecnociencia, así también hay que distinguir otras tantas acepciones del término «interés», o del término «bien». Los bienes y los intereses tecnocientíficos tienen muchas facetas, dada la estructura plural de la agencia tecnocientífica y de los sistemas de valores V que la guían.
4) Otro tanto cabe decir de los militares, que forman una parte considerable de la empresa tecnocientífica. La mayoría de las acciones militares son hoy en día acciones tecnocientíficas, al menos en los ejércitos más avanzados, que coinciden con los que han incrementado su capacidad de acción e intervención. Dichas acciones también son valoradas como bienes por los estrategas, o si se quiere como intereses. La defensa de los intereses estratégicos de un país justifica una guerra, incluso preventiva, como la de Irak, no solo en respuesta a una agresión. Los lobbies científico-militares potencian la investigación tecnocientífica con el fin de aumentar la capacidad de acción de los ejércitos, sea esta ofensiva o defensiva. No es su único objetivo, claro está, pero su alta valoración de la tecnociencia y su imbricación institucional en ella provienen de la incidencia que la investigación tecnocientífica tiene en el espacio de capacidades de acción militar.
5) Aun con diferencias significativas, el interés de los políticos por la tecnociencia tiene raíces semejantes. No en vano el leit-motif de la propaganda política es: hechos, no palabras. Esos hechos siempre son resultado de acciones políticas, para cuya realización la tecnociencia hace contribuciones muy importantes. El modelo Bush de política científico-tecnológica, como vimos, está basado en el postulado de que la investigación básica y el desarrollo tecnológico son los grandes motores del progreso en los campos políticamente estratégicos:seguridad, economía, sanidad, educación, defensa. Ulteriormente se mostró que la transferencia de conocimiento y tecnología es un excelente instrumento para la diplomacia. La tecnociencia es uno de los grandes pivotes de los Estados contemporáneos, a diferencia de la ciencia de los siglos XVII y XVIII, que desempeñaba un papel subsidiario. Por lo mismo, el poder tecnocientífico constituye uno de los grandes poderes del Estado. Articular un sistema científico-tecnológico que posibilite el desarrollo de esta nueva modalidad de poder, así como su integración equilibrada con los poderes clásicos, es uno de los grandes problemas de los Estados contemporáneos. La tecnociencia se inserta en el núcleo duro del poder político, como antes lo había hecho con el poder militar y económico, porque es uno de los principales factores de transformación y control de las sociedades, sin perjuicio de su dominio sobre la naturaleza, que se sigue ejerciendo. Dicho de otra manera: su avance es un bien político y forma parte de los intereses del Estado. Por eso las políticas científico-tecnológicas suelen ser cuestiones de Estado. La valoración que los políticos hacen de la tecnociencia es muy distinta a la de los anteriores agentes tecnocientíficos, pero no por ello menos positiva. La evolución de las sociedades contemporáneas a lo largo del siglo XX ha mostrado que aquellos países que han impulsado la actividad tecnocientífica han adquirido un peso mucho mayor en el concierto internacional, y ello en los principales ámbitos de interés de los Estados. Por ello se opta por fomentarla y regularla jurídicamente, conforme a distintos modelos que, esos sí, suelen tener una componente ideológica y partidaria muy fuerte[24].
Hasta aquí no hay dudas. En su conjunto, la tecnociencia es un bien, aunque haya preferencias por unas u otras líneas de investigación, en función de los intereses y valores respectivos. Ya hemos dicho que, aunque la desarrollen mayormente científicos y técnicos, la actividad tecnocientífica siempre está sustentada en otros agentes sociales que se integran en los sistemas de ciencia y tecnología con el fin de potenciar sus propias capacidades de acción en el mercado, la sociedad, las relaciones internacionales y los campos de batalla. Los juristas también participan en el sistema SCyT, aunque sea subsidiariamente. Simplificando mucho, podríamos decir que, para todos estos agentes tecnocientíficos, la tecnociencia propia siempre es un bien (al menos al principio) y por ello debe ser promovida y desarrollada. La noción de bien admite acepciones muy diversas, como ya hemos mencionado. Los conflictos de valores surgen porque cada agente promueve su propia concepción del bien, sin que haya ya un bien supremo al que se subordinen los diversos subsistemas de valores. En general, esos principios suelen ser resolubles mediante acuerdos y transacciones múltiples, que se van estableciendo en la propia práctica tecnocientífica. Las amenazas provienen de la tecnociencia que posee el enemigo, contrincante o competidor. Si es mejor, o bien hay que hacerla propia o bien hay que mejorarla. La competencia entre ejércitos, empresas y Estados es el motor principal de la tecnociencia. Puesto que, genéricamente hablando, la tecnociencia aumenta las capacidades de acción (empresarial, política, militar), para vencer al adversario es preciso superarle en desarrollo tecnocientífico. El principio fundamental de la tecnociencia, como vimos en el capítulo 4, es pragmático: ella es la fuente del progreso económico, político y militar. No se trata de una ley de la naturaleza, sino de un principio para la acción estratégica en un marco competitivo.
En otras palabras: la tecnociencia genera poder porque incrementa las diversas capacidades de acción. Puesto que, en términos filosóficos esta vez, incrementar las capacidades de acción es bueno, la tecnociencia es un bien empresarial, político y militar. El bien principal no es el conocimiento, sino la capacidad de acción. Estamos simplificando mucho, pero gracias a ello podemos contraponer el principio básico de la ciencia moderna, el conocimiento (y dominio) de la naturaleza es un bien, frente a este nuevo principio básico de la tecnociencia. La búsqueda del conocimiento físico-natural o de otra índole no ha dejado de ser un bien: la tecnociencia se apoya en la ciencia. Pero la diferencia es radical, puesto que ahora ese incremento del conocimiento, incluida la investigación básica, no es más que un medio para aumentar las capacidades de acción, en este caso políticas, militares y empresariales. Con ello llegamos a una de las conclusiones de este libro: el conocimiento es un medio para la acción, no un fin en sí mismo. Por esa razón, las teorizaciones filosóficas sobre los objetivos de la ciencia no valen para la tecnociencia. La filosofía de la ciencia ha de cambiar porque ha cambiado la ciencia, y en particular sus objetivos. Incluso la búsqueda interminable de la verdad, por recordar al venerable Popper, se convierte en un instrumento para aumentar la capacidad de acción. Esta es la razón por la que venimos insistiendo en que la filosofía de la ciencia ha de centrarse en la actividad científica, más que en el conocimiento. Caso de haberla, lo cual habrá que estudiar a fondo, la racionalidad de la tecnociencia es práctica. Por ello resulta imprescindible optar por unos u otros modelos de racionalidad práctica, pero no en el sentido ético de la expresión (aunque la ética también desempeña un papel importante en los estudios sobre la tecnociencia), sino en el sentido de la acción racional. Ya hemos manifestado nuestras críticas a las concepciones instrumentales de la racionalidad, que siguen vigentes en la tecnociencia (el conocimiento es un medio), así como nuestra opción por la racionalidad valorativa o axiológica. El debate al respecto será largo y esta opción por la racionalidad acotada frente a la racionalidad maximizadora de la teoría de la decisión racional es un primer paso en esa dirección.
Mas ¿qué sucede con los otros seis subsistemas de valores, de los doce que hemos enumerado, y con sus correspondientes agentes axiológicos?
Los problemas y los conflictos ya existían entre los agentes promotores de la tecnociencia, pero a finales del siglo XX se han agudizado. Si tenemos en cuenta a los representantes de los valores sociales, ecológicos, estéticos, religiosos o morales, y mucho más a los representantes de los valores básicos, que son las personas en general, es lógico que los conflictos de valores se manifiesten con mayor frecuencia. Para estos sectores sociales, sin duda mayoritarios, es dudoso que la tecnociencia sea un bien. En muchos aspectos es un mal, porque les transforma, a veces positivamente, pero otras veces negativamente. En cualquier caso, los seis tipos de agentes restantes están mucho más atentos a las consecuencias y a los riesgos de las acciones tecnocientíficas que a los resultados inmediatos de las mismas.
Las razones de que ello suceda no son coyunturales, sino estructurales. Veamos algunas de ellas:
6) Por lo que respecta a las sociedades, es lógico que cunda la inquietud, porque no hay que olvidar que la transformación de las sociedades es uno de los principales objetivos de la actividad tecnocientífica, a diferencia de la ciencia moderna y de la tecnología industrial. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) son un buen ejemplo. Las TIC generan un nuevo espacio social (el espacio electrónico, o tercer entorno) en el que puede llegar a formarse y desarrollarse una nueva modalidad de sociedad, la sociedad de la información y, para algunos, de la información y del conocimiento[25]. Las TIC están produciendo tremendos impactos sobre las sociedades, no solo en la política, los ejércitos o las empresas. Siendo uno de los paradigmas actuales de la tecnociencia, puesto que han transformado radicalmente las propias acciones de científicos e ingenieros, las TIC muestran hasta qué punto la tecnociencia está orientada a la transformación de las sociedades, no de la naturaleza. Otro tanto cabría decir de las tecnologías publicitarias, de la farmacología, de las drogas de diseño o de las tecnociencias cognitivas (o ingenierías del conocimiento, como la robótica o la percepción artificial). Se trata de transformar las personas y las sociedades. No es de extrañar que los transformatori tengan algo que decir al respecto. De este conflicto estructural surgen numerosos movimientos sociales de crítica a la tecnociencia, empezando por los estudios CTS en los que este libro se ubica. Desde un punto de vista filosófico, uno de los problemas centrales es el riesgo. En primer lugar, peligros derivados de los errores en las acciones tecnocientíficas, cuyas consecuencias pueden ser catastróficas, debido a que los artefactos tecnocientíficos controlan el funcionamiento de otras muchos sistemas y máquinas[26]. En segundo lugar, como choque entre la cultura tecnocientífica y otras culturas. El poder tecnocientífico está separado de la sociedad y difícilmente puede ser controlado por ella, debido a que los procedimientos de control actuales son mayoritariamente tecnocientíficos. De este conflicto surge una tensión permanente entre la libertad de investigación tecnocientífica, que tiende a ser concebida como una libertad ilimtada de acción, y el control social de la tecnociencia, para el que no existen mecanismos eficaces hoy en día, dada la alianza estratégica que las empresas tecnocientíficas han establecido con el poder político. Por ello surgen movimientos en pro de la democratización de la ciencia (Declaración de Budapest de 1999), que más bien deberían denominarse de democratización de las tecnociencias. El poder tecnocientífico se ha vinculado estrechamente con los poderes económicos, políticos y militares tradicionales. No es de extrañar que surjan movimientos de contrapoder, sobre todo por la escasa presencia que, hoy por hoy, tienen los valores sociales en la actividad tecnocientífica. No es nuestra intención abordar en este libro esas cuestiones, porque nuestra pretensión ha consistido en analizar y clarificar el concepto de tecnociencia, pero no dudamos de que este será el principal problema estructural de la tecnociencia en las próximas décadas. La presencia de los usuarios de la tecnociencia en las instancias de evaluación, diseño y toma de decisiones es, a nuestro entender, un primer paso en este sentido.
7) Otro tanto ocurre con los valores ecológicos y los agentes axiológicos que los propugnan. Aunque una de las principales diferencias entre la ciencia y la tecnociencia estriba en la voluntad de intervención de esta última en las sociedades (voluntad de poder, podría decirse en términos nietzscheanos), ello no obsta para que la tecnociencia mantenga los objetivos clásicos de la ciencia y la tecnologías modernas. Al respecto, las biotecnologías son el ejemplo canónico (alimentos transgénicos, ingeniería genética, clonación, reproducción artificial). Mas no hay que olvidar los efectos devastadores de algunas acciones tecnocientíficas sobre el medio-ambiente en su conjunto (residuos nucleares, accidentes tipo Chernobil, amenaza de guerra atómica, efecto invernadero, etc.). Las acciones de numerosas ONGs (como Greenpace), cumbres como la de Río (1992) o la reciente en Sudáfrica (2002) y, sobre todo, innumerables pequeñas acciones en defensa del medioambiente, han de ser consideradas también como acciones tecnocientíficas, aunque las lleven a cabo agentes situados en la periferia del sistema SCyT que defienden unos valores que todavía no están en el núcleo axiológico de la tecnociencia.
8) Los valores estéticos y los agentes sociales que los promueven (artistas, arquitectos, cineastas, modelos, cantantes, músicos, algunos deportistas, diseñadores de videojuegos y páginas Web, etc.) sí que se están insertando rápidamente en la actividad tecnocientífica. Cabe hablar de tecno-arte en este caso, como es una de sus denominaciones habituales, sin olvidar la componente científica que tienen los nuevos instrumentos y formatos artísticos. Algunos creadores de ciencia ficción, procedentes de los movimientos contra-culturales de los años 70, han tenido una función anticipatoria muy importante. Desde un punto de vista estético, imágenes cinematográficas como las de Hal, Blade Runner, Robocop, Terminator o Matrix, por citar algunas de las más célebres, han reflejado perfectamente algunos de los aspectos de la tecnociencia, precisamente los más preocupantes. Habría que escribir asimismo la historia artística de la tecnociencia a lo largo del siglo XX, pero no teniendo conocimientos ni competencia para ello, nos limitamos a apuntar esta posibilidad, que, para sorpresa de algunos, pasaría a formar parte de los estudios sobre la tecnociencia, en este caso estudios artísticos. Toda la especulación sobre los cyborgs, promovida a veces por artistas de vanguardia, es un excelente ejemplo de la presencia de los valores estéticos en la actividad tecnocientífica. En algunos casos dicha presencia es periférica, en otros no. Hay ramas de la tecnociencia, por ejemplo la visualización científica, o los videojuegos, donde los valores estéticos forman parte del núcleo axiológico, siempre junto con otros tipos de valores: tecnológicos, económicos, socio-culturales, científicos e incluso militares (o más bien guerreros), al menos si se tiene en cuenta la fuerte carga de violencia de la mayoría de esas tecno-imágenes.
9) Por lo general, los valores religiosos chocan fuertemente con la tecnociencia, sobre todo en aquellos países en donde no se ha producido la separación entre el poder religioso y el poder del Estado, o en aquellas culturas en donde el poder dominante sigue siendo el religioso, como es frecuente en muchas zonas del Tercer Mundo. Los detentadores del poder religioso, sobre todo si lo detentan absolutamente, ven en la tecnociencia un enemigo a combatir, si no el diablo o la encarnación del mal que sus respectivas mitologías hayan producido. Por ello, lejos de integrarse en la alianza científico-tecnológica-político-militar-empresarial que está en el origen de la tecnociencia, los poderes religiosos tienden a combatirla, o cuando menos desconfían profundamente de ella. Tienen buenas razones para ello, puesto que ya hemos dicho que la tecnociencia surge para transformar las sociedades y la religión es una componente básica de casi todas las estructuras sociales. Esos conflictos son menores en los países donde existen Estados aconfesionales, y sobre todo en aquellos donde la actividad religiosa se desarrolla fundamentalmente en ámbitos privados o íntimos, pero existen. El poder tecnocientífico es un peligroso adversario para el poder religioso, como antaño lo fueron los científicos ilustrados. El análisis de este tipo de conflictos permitiría afinar mucho más estos rápidos comentarios que aquí estamos haciendo.
10) Llegamos a la ética, o filosofía moral. Podrá parecer decepcionante, pero diremos pocas al respecto, puesto que, como ya hemos dicho, la axiología abarca un campo mucho más amplio que la ética. Por lo que respecta a la presencia de los valores morales en la actividad tecnocientífica, sí que se produce, pero de ningún modo en el núcleo axiológico, salvo casos excepcionales. Por lo general, las valoraciones éticas de la tecnociencia son secundarias, o si se quiere subsidiarias. Es cierto que se plantean problemas de conciencia muy graves en algunos científicos (el movimiento Punjab que se opuso a las bombas atómicas es un buen ejemplo) y que, como en cualquier actividad humana, las cuestiones éticas surgen continuamente (honestidad, amistad, enemistad, dignidad, deber, etc.). Pero los tecnocientíficos suelen arreglarse con deontologías específicas, siguiendo el ejemplo de Hipócrates y la profesión médica. Hay excepciones, claro está: la bioética es una de ellas, como se manifiesta en el hecho de que se hayan creado Comisiones de Bioética en los hospitales de los países tecnocientíficamente desarrollados, o también en la existencia de Comités y Fundaciones de Bioética e Infoética. Pero cuando hablamos del proyecto Genoma del proyecto ELSI asociado a él, la ponderación presupuestaria que se asignó a los aspectos éticos, legales y sociales del Proyecto Genoma fue de un 5%. Ello da una idea clara del escaso peso relativo que estas cuestiones tienen a la hora de investigar las consecuencias de los grandes proyectos tecnocientíficos de investigación desde una perspectiva moral o social. La tecnomedicina es una de las modalidades de tecnociencia donde la ética aplicada puede llegar a tener una presencia nuclear, pero incluso en este caso priman los valores tecnológicos, científicos y económicos sobre los propiamente morales. De nuevo estamos ante un tema que merecería un estudio más a fondo, que aquí no podemos acometer.
11) Para terminar, hablaremos brevemente de los valores básicos y de los conflictos que generan en la tecnociencia. Este es otro de los problemas centrales, aunque aquí le dedicaremos una atención muy breve.
Dicho sumariamente, lo que se juega es la tecnificación de las personas, no solo de su modo de vida, porque esto ya ha ocurrido. La salud y el placer cada vez están más mediatizados tecnológicamente, por no hablar del entretenimiento, la alegría, el dolor o los sentimientos, que tienen su mejor campo de expresión y desarrollo en la televisión, la publicidad, los teléfonos, los videojuegos e Internet. La convergencia entre diversas tecnologías mencionadas, como las que acabamos de mencionar, implica la emergencia de un nuevo espacio social, cuyo funcionamiento y desarrollo está estrictamente mediatizado por dichas tecnociencias. Aparte de las sociedades agrarias y las grandes metrópolis y Estados industriales, las tecnociencias de la información y las comunicaciones posibilitan la aparición de una nueva modalidad de persona, la e-persona o persona electrónica, entendiendo el término «persona» en su sentido etimológico de máscara. La sociedad de la información y el conocimiento implica una transformación radical del ser humano, Además de la identidad física y ciudadana, las personas están adquiriendo una tercera identidad, la identidad electrónica. Tecnocientíficamente marcados por los chips y los códigos de acceso, el poder transformador de la tecnociencia está llegando a las componentes últimas de las sociedades. También en este caso, los valores predominantes son los que componen el núcleo axiológico de la tecnociencia, y en primer lugar los valores tecnológicos y económicos, por no hablar de los valores militares, que campan a sus anchas por buena parte del espacio electrónico. En el nuevo espacio social no hay un poder político constituido. Por ello lo consideramos como el espacio tecnocientífico por antonomasia. Al no haber pólis, no hay ciudadanos, únicamente clientes, usuarios y consumidores.
A nuestro modo de ver, ello supone una tercera fase de la revolución tecnocientífica del siglo XX. Su evolución marcará la principal transformación social del siglo XXI.