3 · Componentes de los paradigmas.
Volvamos a Kuhn, analizando las diversas componentes de sus paradigmas. Las generalizaciones simbólicas son las componentes formales de los paradigmas: unas veces se presentan como fórmulas matemáticas (f = m.a, I = V/R) y otras veces se expresan mediante palabras: «la acción es igual a la reacción», por ejemplo. Según Kuhn, «el poder de la ciencia, en general, parece aumentar las más de las veces con el número de generalizaciones simbólicas que sus practicantes tienen a su disposición»[10]. Suelen expresar leyes de la naturaleza, pero no solo eso: también funcionan «como definiciones de algunos símbolos que enumeran… las leyes son a menudo corregibles gradualmente, pero las definiciones, siendo tautologías, no lo son»[11]. Por ello los cambios de paradigma suelen implicar la redefinición de los conceptos básicos: «sospecho que todas las revoluciones implican, entre otras cosas, el abandono de generalizaciones cuya fuerza fue, hasta entonces, la de las tautologías»[12].
La segunda componente son los modelos, los cuales: «proveen al grupo de analogías preferentes o, cuando se sostienen profundamente, de una ontología. Por una parte, son heurísticos: el circuito eléctrico puede considerarse, provechosamente, como un sistema hidrodinámico en estado estable, o el comportamiento de un gas como el de una colección de microscópicas bolas de billar en movimiento aleatorio. Por otra parte, son los objetos del compromiso metafísico: el calor del cuerpo es la energía cinética de sus partículas componentes, o, más obviamente metafísico, todos los fenómenos perceptibles se deben al movimiento y a la interacción de átomos cualitativamente neutrales, en el vacío»[13].
La tercera componente son los valores, entendiendo por tales lo que nosotros llamamos valores epistémicos, entre los cuales Kuhn señaló explícitamente la precisión, la coherencia, la amplitud, la simplicidad y la fecundidad, así como la utilidad, aunque este como valor adicional o externo a la ciencia. Dichos valores «usualmente son compartidos entre las diferentes comunidades más ampliamente que las generalizaciones simbólicas o los modelos. Y contribuyen en mucho a dar un sentido de comunidad a los científicos naturales en su conjunto»[14]. Por tanto, esta componente axiológica es transdisciplinaria, porque esos valores no solo son compartidos por cada comunidad científica, sino por todas ellas, o al menos por todas las que se dedican a las ciencias naturales. Esta matización es importante, pues muestra que los valores de la ciencia son transversales a sus diferentes disciplinas, como también sucede en el caso de las tecnociencias. Aunque en otros lugares ya hemos comentado ampliamente las tesis de Kuhn sobre los valores de la ciencia[15], nos detendremos un momento en su concepción de dichos valores compartidos, aplazando el análisis de la cuarta componente de las matrices disciplinarias, los ejemplares, que «son soluciones de problemas concretos aceptados por el grupo como paradigmáticas en el sentido usual del término»[16].
Kuhn mantuvo que esos valores compartidos por los científicos naturales «funcionan en cualquier tiempo», aunque «su importancia particular surge cuando los miembros de una comunidad particular deben identificar las crisis o, posteriormente, elegir entre caminos incompatibles en donde practican su disciplina»[17]. Es decir, los valores emergen explícitamente cuando los paradigmas entran en crisis, así como en las revoluciones científicas. En las épocas de ciencia normal no se plantean cuestiones de valores, pudiendo parecer incluso que la ciencia es value-free, como muchos filósofos positivistas sostuvieron[18]. Según Kuhn, no es así. La ciencia tiene sus propios valores, luego denominados epistémicos (Putnam) o cognitivos (Laudan). Dichos valores son transdisciplinares y desempeñan una función muy importante precisamente en los momentos de crisis y revolución científica. Por ser transparadigmáticos, los valores de la ciencia serán uno de los criterios que utilizarán los científicos para asumir (o no) que un paradigma ha entrado en crisis (por ejemplo por haber dejado de ser fecundo, frente a otro menos preciso y riguroso pero mucho más fecundo) o para elegir a título individual entre varias propuestas alternativas. Aunque Kuhn no lo diga con la rotundidad con que nosotros lo estamos haciendo, la componente axiológica de las matrices disciplinares desempeña un papel clave en las revoluciones científicas, precisamente cuando las definiciones de los conceptos básicos, los modelos y los ejemplares son puestos en cuestión.
Ello no implica afirmar que el sistema de valores de la ciencia proporcione un algoritmo de decisión para elegir entre teorías alternativas cuando un paradigma entra en crisis. Kuhn negó una y otra vez la existencia de un algoritmo axiológico de decisión. Por nuestra parte estamos plenamente de acuerdo con él en este punto, como ya hemos argumentado en el libro Ciencia y Valores. Sin embargo, según Kuhn, incluso en épocas de crisis los valores de la ciencia permanecen, aunque su aplicación o ponderación por parte de cada científico individual pueda cambiar. «Hay valores que son usados en el enjuiciamiento de todas las teorías» —afirmó explícitamente Kuhn[19]. Las teorías alternativamente propuestas para resolver un enigma o una anomalía «deben permitir, antes que nada, la formulación del enigma y su solución; deben ser, hasta donde sea posible, simples, autoconsistentes, y con respecto a otras teorías comúnmente extendidas, compatibles y plausibles (pienso ahora que una debilidad de mi texto original es la poca atención dada a valores tales como la compatibilidad interna y externa al considerar las fuentes de crisis y factores en la alternativa teórica). También existe otro tipo de valores —por ejemplo, la ciencia no debería (o no necesita) ser socialmente útil— pero lo precedente indica lo que quiero decir»[20]. Aunque sea de pasada, llamamos la atención sobre esta última afirmación, porque constituye un lugar común entre muchos científicos que se dedican a la investigación básica. Tradicionalmente, la tecnología y la ciencia aplicada tenían que ser útiles. La ciencia pura, en cambio, se guiaba por valores estrictamente epistémicos. Kuhn expresa claramente este tópico, que ha cambiado radicalmente con la emergencia de la tecnociencia, aunque ya en la época de la ciencia moderna muchas instituciones científicas hicieron suyo el valor «utilidad» (Royal Society, American Philosophical Association), aunque solo fuera a nivel de principios.
Pese al enorme interés suscitado por su Estructura de las revoluciones científicas, estos pasajes de Kuhn apenas si han sido comentados, probablemente porque en la época en que fueron publicados (1970) seguía imperando el dogma empirista de la estricta separación entre la ciencia y los valores. Sin embargo, tienen una gran importancia para la axiología de la ciencia y, por lo que a las tecnociencias respecta, nos serán muy útiles para precisar algunos de las diferencias entre las ciencias y las tecnociencias.
Veámoslo. En primer lugar, es claro que el rigor, la coherencia (interna y externa) y la simplicidad desempeñan un papel importante a la hora de valorar teorías, incluso cuando estas teorías son inconmensurables desde el punto de vista del conocimiento, es decir, en los casos de crisis de un paradigma y de revoluciones científicas. Siendo transparadigmáticos, esos valores, y otros que podría mencionarse (como la fecundidad, retomando las tesis de Lakatos), pueden ser decisivos para orientar las decisiones individuales de los científicos: abandonar o no un paradigma, optar por una u otra teoría alternativa. A diferencia de Feyerabend, para Kuhn no todo vale. Hay criterios axiológicos que, incluso en plena crisis de los paradigmas, orientan el juicio de los científicos y, lo que es más importante, sus acciones. Una propuesta teórica que sea imprecisa, incoherente, incompatible con otras teorías que no están en crisis, inane, etc., normalmente será rechazada por los científicos, y ello en el apogeo de una revolución científica, cuando la ciencia normal se está viniendo abajo. Los valores aportan una cierta estabilidad a la ciencia incluso en las épocas revolucionarias. La tesis kuhniana de la inconmensurabilidad queda así atemperada por las componentes axiológicas de las matrices disciplinares.
Sin embargo, en tales momentos los valores no son aplicados igual por todos los científicos, sino que se producen diferentes valoraciones. Para unos primará la coherencia (piénsese en Berkeley criticando el Cálculo Infinitesimal por ser contradictorio), para otros la fecundidad (Euler apenas se preocupó por los fundamentos del Cálculo y utilizó brillantemente la nueva técnica matemática para resolver múltiples problemas físicos y matemáticos), para otros la novedad o el asombro ante lo sorprendente y promisorio de las nuevas propuestas (caso del programa einsteiniano frente al de Lorentz, o de la actitud subjetiva del propio Cantor ante la demostración de la biunivocidad entre los números enteros y los racionales). Los valores de la ciencia siguen compartiéndose en tales momentos, pero las prioridades axiológicas de los científicos divergen, o cuando menos sus respectivas ponderaciones. Kuhn siempre se quejó de que, cuando aludió a los valores de la ciencia y a su diferente aplicación subjetiva, recibió una avalancha de críticas, acusándole de subjetivismo, si no de irracionalismo. Sin embargo, su postura ante este problema, que es uno de los más delicados de la filosofía de la ciencia, fue siempre la misma, aunque sus matizaciones no fueran entendidas en aquella época:
Los valores pueden ser compartidos por hombres que difieren en su aplicación en un grado más grande que otras clases de componentes de la matriz disciplinar. Los juicios de exactitud son relativamente estables, aunque no del todo, de un tiempo a otro, o, en un grupo particular, de un miembro a otro. Pero los juicios de simplicidad, compatibilidad, plausibilidad, etc., a menudo varían enormemente de un individuo a otro. […] Y lo que es más importante, los valores a menudo dictarían alternativas diferentes en estas situaciones donde deben ser aplicados valores diferentes, tomados aisladamente. Una teoría puede ser más exacta pero menos compatible o plausible que otra; nuevamente nos proporciona un ejemplo la vieja teoría cuántica. En pocas palabras, si bien los valores son ampliamente compartidos por los científicos y aun cuando los acuerdos respecto a estos valores son algo profundo y constitutivo de la ciencia, la aplicación de ellos se ve, a veces, afectada considerablemente por las características de la personalidad individual y por los antecedentes del científico, lo que individualiza y diferencia a los miembros del grupo[21].
Extraigamos algunas consecuencias de estas tesis de Kuhn, que nos parece acertadas:
- Los valores son constitutivos de la ciencia, no ajenos a ella. Obviamente, Kuhn alude a los valores epistémicos, entre los cuales —conviene subrayarlo— jamás menciona el valor «verdad», y ni siquiera «verosimilitud».
- Los valores de la ciencia constituyen un sistema, no son considerados aisladamente. En nuestra propia terminología, Kuhn es contrario al monismo axiológico y proclive a una consideración conjunta de varios valores epistémicos antes de emitir un juicio sobre la aceptabilidad o el rechazo de una teoría.
- Los científicos aplican unos u otros criterios de valoración a las teorías. Por nuestra parte, este punto resulta muy importante. Los valores han de ser caracterizados como funciones en el sentido fregano del término.
- No es lo mismo compartir una definición, una fórmula matemática, un modelo o un ejemplar paradigmático que compartir un sistema de valores. En los primeros casos se aceptan o no esas componentes, que forman parte del «núcleo duro» de las teorías. En el caso de los valores, también se comparten, pero no al 100%. Su aplicación es cuestión de grados. Este es uno de los motivos por los que afirmamos tajantemente el carácter gradual de los valores.
- En tales casos la racionalidad no consiste en emitir juicios coincidentes en función de un único criterio de valoración, sino en sopesar y debatir los diversos criterios de valoración, es decir, en ponderar más o menos los diversos valores. La racionalidad axiológica difiere considerablemente de la racionalidad basada en la atribución (o no) de propiedades a las cosas, como el texto de Kuhn muestra y como, por nuestra parte, hemos recalcado más de una vez[22]. Se trata de una racionalidad deliberativa y plural, y ello necesariamente, por estar sujeta a varios requisitos de aceptabilidad, no a uno solo.
En el caso de las tecnociencias la situación es estructuralmente diferente, porque el sujeto de la tecnociencia es plural y los diversos agentes que lo componen ni siquiera comparten los mismos sistemas de valores. De ahí que los conflictos de valores sean inherentes a la actividad tecnocientífica, a diferencia de la ciencia, donde solo se manifiestan en las épocas de crisis y revolución. Las cuestiones axiológicas parecen no existir en las épocas de ciencia normal, precisamente porque hay un sistema de valores compartidos cuya ponderación respectiva se ha normalizado, en mayor o menor en grado. En el caso de la tecnociencia no es así, porque no interviene una sola comunidad, sino varias, cada una de ellas con su propio subsistema de valores (epistémicos, técnicos, económicos, militares, políticos, sociales, ecológicos, etc.). Parafraseando a Kuhn: las tecnociencias en época normal también presentan conflictos de valores, porque en la actividad tecnocientífica intervienen activamente comunidades heterogéneas, representadas normalmente a través de agentes concretos que encarnan sus respectivos valores y, en su caso, intereses. Por tanto, los conflictos de valores son «connaturales» a la actividad tecnocientífica. Cuestión diferente es el modo de resolverlos, o de llegar al menos a puntos de equilibrio. Sobre esto volveremos más adelante.
Para terminar con este breve comentario a Kuhn mencionaremos otro pasaje suyo relativo a los valores de la ciencia. En él se aborda la debatida cuestión de la subjetividad u objetividad de los valores. Contrariamente a quienes trataban de desterrar todo rasgo de subjetividad en las valoraciones de los científicos, Kuhn consideró que ese recurso a lo subjetivo puede ser muy beneficioso en tiempos de crisis de paradigma:
La variabilidad individual en la aplicación de valores compartidos puede servir de función esencial a la ciencia. Los puntos en donde deben ser aplicados los valores también son, invariablemente, aquellos en donde se corren riesgos. La mayor parte de las anomalías son resueltas por los medios normales; numerosas propuestas de nuevas teorías resultan estar equivocadas. Si todos los miembros de una comunidad respondieran a cada anomalía como una fuente de crisis, o admitieran cada nueva teoría promovida por un colega, la ciencia se estancaría. Si, por otro lado, nadie reaccionara a las anomalías o a las teorías de reciente cuño en forma altamente riesgosa, habría pocas revoluciones o ninguna. En asuntos como estos recurrir a los valores compartidos antes que a reglas compartidas que dirijan la elección individual, puede ser el camino de la comunidad para distribuir riesgos y asegurar el éxito de sus actividades a largo plazo[23].
Kuhn no rechaza las valoraciones subjetivas porque piensa que pueden contribuir a mejorar los valores intersubjetivos, o cuando menos su aplicación. Aunque nunca desarrolló una axiología de la ciencia, limitándose a hacer este tipo de consideraciones, podemos interpretar que percibió muy bien las diferencias entre la epistemología, la metodología y la axiología, luego instaurada por Laudan y su modelo reticular[24]. La metodología pudiera consistir en un conjunto de reglas que, aplicadas sistemáticamente, conducen a resultados seguros y determinados. La axiología no funciona así. Las funciones axiológicas pueden ser aplicadas de manera diferente por los agentes evaluadores, o si se prefiere por los científicos que deciden optar por una u otra teoría. Siendo varios los criterios de valoración, se plantea el problema de hallar la resultante de esa pluralidad de acciones de evaluación. Frente a las concepciones monistas de la racionalidad, basadas en la maximización de un valor (la verdad o verosimilitud en el caso de la ciencia, la eficiencia en el de la tecnología), Kuhn puede ser considerado un precursor de la racionalidad axiológica plural que nosotros propugnamos[25]. Retomaremos el debate en el cuarto capítulo.
Tras este excursus sobre la concepción kuhniana de los valores de la ciencia, nos queda por comentar la cuarta y última componente de sus paradigmas, los ejemplares, es decir, las soluciones de problemas que han sido aceptadas como soluciones válidas por las comunidades científicas. En el caso de la tecnociencia, dichos ejemplares tienen una concreción tecnológica: un determinado algoritmo que resuelve un problema computacional, un aparato que mejora la precisión de las observaciones o de las mediciones, un gran equipamiento que incrementa la velocidad, la capacidad de cálculo o las posibilidades de la experimentación, una empresa que asume plenamente la nueva estructura de la práctica científica, etc. En una palabra, aunque a la construcción de dichos ejemplares les subyazcan varias teorías científicas, estamos ante resoluciones tecnológicas de los problemas, no ante soluciones teóricas. No hay ejemplares propiamente científicos, sino tecnocientíficos. Algunos adoptan la forma de aparatos, otros, en cambio, son modelos de organización y funcionamiento de una empresa tecnocientífica que ha ofrecido buenos resultados en un determinado país o área de conocimiento y que, de inmediato, es imitada y considerada como modelo organizativo que resuelve ante todo problemas ligados a la práctica científica. Los ejemplares canónicos de la tecnociencia son artefactos, algunos de ellos físicos, otrosintelectuales, otros de organización social y de gestión de la actividad tecnocientífica. En cualquier caso, resuelven problemas de la práctica científica, antes que problemas teóricos.