7 · Las acciones tecnocientíficas.

Una filosofía de la actividad tecnocientífica puede avanzar muy poco si no dispone de una teoría de la acción, y además la utiliza. En el apartado 1.7 comentamos la definición de tecnología propuesta por Quintanilla y añadimos algunas mejoras. Se trata ahora de aplicar esas ideas a las acciones tecnocientíficas, precisando previamente la noción de acción, que en dicha definición no era analizada.

En dicho apartado caracterizamos la tecnología como un sistema de acciones regladas, industriales y vinculadas a la ciencia, llevadas a cabo por agentes, con ayuda de instrumentos, e intencionalmente orientadas a la transformación de otros sistemas con el fin de conseguir resultados valiosos evitando consecuencias y riesgos desfavorables. Esa definición sigue siendo válida para la tecnociencia, pero hay que completarla con los diversos rasgos distintivos que hemos establecido en los apartados 2.1 y 2.2. Por tanto, el término «industriales» ha de ser eliminado, porque vimos que la tecnociencia se vincula más a la sociedad informacional que a la sociedad industrial, a diferencia de la macrociencia. Ello no quiere decir que no tenga componentes industriales, sino que predominan los informacionales. Por tanto, reemplazaremos «industriales» por «informacionales».

En segundo lugar, la tecnociencia no solo está vinculada a la ciencia, sino también a la ingeniería, la política, la empresa y, en su caso, a organizaciones militares. Ello implica una nueva modificación en la definición 3, que conviene dejar abierta, sin cerrar el número de agentes involucrados en el núcleo de la actividad tecnocientífica, porque comprobamos que dicho núcleo puede incluir más de cinco agentes básicos, según el tipo de empresa tecnocientífica que estemos estudiando.

En tercer lugar, no nos interesan únicamente las realizaciones o aplicaciones técnicas o tecnológicas, sino entidades más compleja, los sistemas de ciencia y tecnología (SCyT). Conforme a la teoría de sistemas, los SCyT integran una gran diversidad de subsistemas, por ejemplo los diversos agentes que hemos distinguido en el apartado interior. Una agencia gubernamental, una empresa de I+D, una universidad, un laboratorio, un acelerador de partículas, un equipamiento informático, un consejo asesor o de evaluación, etc., son subsistemas del sistema SCyT. Cada una de las componentes del sistema SCyT es a su vez un sistema, que puede ser político, empresarial, militar, científico, tecnológico, etc. Por otra parte, también los objetos investigados por la tecnociencia son sistemas, sean matemáticos, cosmológicos, físicos, químicos, médicos, biológicos, geológicos, económicos, sociales, tecnológicos o de otro tipo. Nuestra ontología de base es sistémica, puesto que aceptamos que el marco en el que se desarrollan las actividades tecnocientíficas, el sistema SCyT, incide sobre los demás subsistemas que forman parte de él, dando sentido a las acciones tecnocientíficas concretas. Por tanto, no nos interesan únicamente las realizaciones o aplicaciones tecnológicas, sino los sistemas tecnológicos, sean pequeños o grandes. Reemplazaremos el término a definir por la noción «sistema tecnológico», entendiendo por tal el sistema SCyT y todos sus subsistemas, que son muchos y muy diversos.

El resto de la definición 3 sigue siendo válido, por lo que podemos proponer como caracterización provisional de la tecnociencia la siguiente:

Definición 4: «Un sistema tecnocientífico es un sistema de acciones regladas, informacionales y vinculadas a la ciencia, la ingeniería, la política, la empresa, los ejércitos, etc. Dichas acciones son llevadas a cabo por agentes, con ayuda de instrumentos y están intencionalmente orientadas a la transformación de otros sistemas con el fin de conseguir resultados valiosos evitando consecuencias y riesgos desfavorables».

Volvemos a recalcar que no se trata de una definición en el sentido lógico del término, sino simplemente de una caracterización inicial, que nos permite clarificar mínimamente el concepto de «tecnociencia», por oposición al de «tecnología» y «técnica». En cuanto a las diferencias entre la ciencia y la tecnociencia, los apartados 2.1 y 2.2 fueron suficientemente explícitos.

Acertada o no, la definición 4 es un instrumento analítico que puede ser útil para desarrollar una filosofía de la tecnociencia, como era nuestro propósito inicial. Insistimos desde el principio en que dicha filosofía está orientada a la actividad científica, más que al conocimiento. Por tanto, nos queda por clarificar mínimamente el concepto de acción que utilizamos, siempre desde una perspectiva filosófica.

Al respecto, en un libro previo hemos propuesto unos rudimentos de teoría de la acción[31], que, con muy escasas modificaciones, seguiremos asumiendo y usando al hablar de acciones tecnocientíficas. Con ello quedan claras ambas nociones, la de «acción» y la de «tecnociencia». Se trata de mostrar ahora que esta concepción de las acciones tecnocientíficas es lo suficientemente amplia como para recoger la gran diversidad de aspectos de la práctica tecnocientífica.

Esa teoría de la acción distingue diversas componentes, una de las cuales son los resultados de las acciones, pero no la única, y en ocasiones no la más importante. Hay al menos doce componentes de las acciones tecnocientíficas: los agentes, las acciones, lo que se hace, las entidades sobre las que se actúa, los instrumentos, el contexto o situación, las condiciones iniciales y de contorno, las intenciones, los objetivos, los resultados, las consecuencias de la acción y los riesgos que de ella podrían derivarse. Por tanto, se representan las acciones mediante n-uplas de doce o más componentes, A = {Ai}, algunas de las cuales serán más relevantes que otras a la hora de analizar una acción tecnocientífica A. Las acciones se producen a lo largo del tiempo, A(t) = {Ai (t)}, lo cual no implica que las concibamos como procesos lineales o secuencias de acontecimientos. Las componentes pueden cambiar y se realimentan las unas a las otras. Por ello hablamos de sistemas de acciones, no de acciones aisladas. Por ejemplo: los resultados iniciales de una investigación pueden exigir la incorporación de nuevos agentes (como en el proyecto Manhattan), de instrumentos (como en el proyecto ENIAC y el proyecto Genoma), de condiciones iniciales diferentes (una nueva legislación para las patentes, la desgravación de las actividades de I+D, nueva financiación…) e incluso de objetivos (el telescopio espacial se convirtió en un instrumento para observar los planetas, no solo las galaxias). Las acciones tecnocientíficas se desarrollan en el tiempo y sus componentes van cambiando en ese decurso: un determinado resultado, por ejemplo el descubrimiento de la fisión espontánea del plutonio en el proyecto Manhattan, puede modificar radicalmente el rumbo de la investigación. El proyecto sigue siendo el mismo, pero se produce una modificación en los agentes, los instrumentos, las condiciones iniciales y de contorno, los objetivos, etc.

Por otra parte, no solo hay que ocuparse de las acciones científicas clásicas (observar, medir, experimentar, publicar, presentar un proyecto, publicar, patentar, etc.), sino también de las pre-acciones, es decir, del diseño de los experimentos, la presentación de proyectos, su realización, sus resultados, etc. No entraremos aquí en estas cuestiones, por haber sido ampliamente expuestas en el libro Ciencia y Valores. Conjuntamente con la definición 4, usaremos esa teoría como instrumento para nuestros análisis de la tecnociencia. Siendo muy general, puede aplicarse a las acciones experimentales en los laboratorios, a las acciones comunicativas en las comunidades científicas (congresos, revistas, redes telemáticas), a las acciones de política científico-tecnológica, a la implementación industrial de las innovaciones tecnocientíficas, a la difusión del conocimiento en la sociedad, etc. La utilidad de estos dos instrumentos conceptuales con los que nos hemos dotado es digna de consideración: dado un sistema o acción tecnocientífica de envergadura, por ejemplo un macroproyecto científico, podemos analizar uno por uno los diversos tipos de acciones necesarias para su desarrollo, así como las componentes de sus acciones. En lugar de ocuparnos únicamente de lo que se hace en los laboratorios o del conocimiento que surge de ellos (hechos, mediciones, experimentos, hipótesis, teorías), también habremos de estudiar lo que ocurre en otros escenarios de la tecnociencia: despachos de política científica, comités del Congreso, comisiones de evaluación de los pre-proyectos, empresas interesadas en el desarrollo del mismo, etc. Contrariamente a lo que suele pensarse, estos nuevos escenarios forman parte del interior de la tecnociencia y es preciso estudiarlos con herramientas filosóficas, históricas, sociológicas, económicas, etc. La tecnociencia es un sistema mucho más amplio y complejo que la ciencia moderna. Los estudios de ciencia y tecnología han de ser capaces de analizarla en toda su envergadura y complejidad. Pensamos que los dos instrumentos conceptuales que hemos propuesto valen para ello.

Hay un aspecto clave en la teoría de la acción que utilizamos, a saber: todas sus componentes son evaluadas una y otra vez, en función de sistemas de valores diferenciados según las componentes. La enorme complejidad de la noción de «acción tecnocientífica» no impide la existencia de una vía de análisis común a todas las componentes: la axiología. Aunque el concepto de acción tecnocientífica pueda parecer intratable por la gran diversidad de notas y rasgos distintivos de la tecnociencia y la acción, en la obra anteriormente mencionada introdujimos dos instrumentos de análisis axiológico, las matrices y las cotas de evaluación, ambos estrictamente formales. Los agentes, las acciones, los instrumentos, las situaciones, los objetivos, etc., son muy diferentes según las acciones tecnocientíficas, pero todas ellas pueden ser analizadas mediante la representación formal A(t) = {Ai(t)} y ulteriormente valoradas mediante la expresión cijk (t) < vijk (Ai (t)) < Cijk(t). En el capítulo 5 explicaremos con mayor detalle la utilidad de las matrices y cotas de evaluación para la filosofía de la tecnociencia. Por el momento nos limitamos a señalar que, dadas dos acciones tecnocientíficas A y B, por ejemplo dos proyectos de investigación, así como sus respectivas componentes Ai y Bi, las matrices de evaluación permiten formalizar los procesos de selección de una u otra. Para ello, se valoran los agentes proponentes (conocimientos, curricula, capacidades técnicas), las acciones a realizar (plan de trabajo, estrategia, fases), los instrumentos requeridos (financiación, equipamientos, recurso humanos adicionales), las condiciones iniciales (logros previos de dicho equipo o empresa, estado de la cuestión), las condiciones de contorno (instituciones colaboradoras, cofinanciación), la metodología a seguir, los objetivos, los resultados esperables y, en su caso, los riesgos que pueden derivarse de la investigación. Los proyectos A y B son comparados componente por componente, puntuándose en su caso la valoración asignada a cada componente. Si los valores nucleares no son satisfechos por encima de su cota mínima (o los disvalores por debajo de la cota máxima), el proyecto es rechazado. Por sucesivas iteraciones, y recurriendo a diversos sistemas de valores, el proceso de evaluación culmina y puede ser adecuadamente representado mediante una sucesión de matrices y cotas de evaluación. Por tanto, pueden representarse formalmente los cambios que puede haber a lo largo de un proceso de selección o en la toma de decisiones a favor de un macroproyecto en relación a otro alternativo. Esto vale en principio para cualquier tipo de acciones o propuestas tecnocientíficas, por lo que la axiología proporciona un instrumento de análisis de gran interés. Si, en lugar de tener que seleccionar entre dos o más proyectos de investigación, se trata de nombrar a una persona para dirigir un macroproyecto, o para presidir una comisión, o para gestionar una empresa tecnocientífica, el proceso de evaluación es muy similar al anteriormente descrito, aunque los criterios de evaluación y los objetos valorados sean heterogéneos. La gran ventaja de distinguir componentes formales en una noción, sea esta la de «acción» o la de «tecnociencia», consiste en que luego podemos comparar entre sí entidades heterogéneas entre sí, como los diversos procesos de evaluación que se producen en la actividad tecnocientífica. En el capítulo 5 retomaremos estas cuestiones.

Para terminar este apartado, retomaremos algunas de las consideraciones hechas en el capítulo anterior. Vimos que las revoluciones científicas y las tecnocientíficas se diferencian por los agentes que las llevan a cabo. Sociológicamente hablando, Kuhn identificó los paradigmas con las comunidades científicas que los propugnan, desarrollan e institucionalizan. En la actividad tecnocientífica también intervienen las comunidades científicas, pero no solo ellas, como vimos en el capítulo 2. Algunas revoluciones tecnocientíficas pueden ser impulsadas por empresas, otras por agencias militares o por grupos ecologistas, otras por políticos… Ni los científicos ni los ingenieros tienen el monopolio de promover los cambios tecnocientíficos, aunque sean necesarios para llevarlos a cabo. Bien entendido que esa pluralidad de comunidades tecnocientíficas está formada por individuos, que son quienes en último término realizan las acciones tecnocientíficas, normalmente en grupo. A diferencia de los grupos de científicos de los que hablaba Kuhn, las empresas tecnocientíficas siempre son transdisciplinares, por lo que han de ser capaces de integrarse y armonizarse, aunque sea parcialmente. En general, el sujeto de la tecnociencia es un agente plural, formado por representantes de las diversas comunidades que participan activamente en el desarrollo de la acción tecnocientífica A = {Ai}. Obsérvese que dichos agentes pueden ser relevados, es decir, son reemplazables por otros a lo largo del tiempo. La primera componente de las acciones tecnocientíficas, por tanto, es variable a lo largo del tiempo, como lo serán los demás. No hay un sujeto atemporal de la tecnociencia, como tampoco de la ciencia, por otra parte. Por supuesto, pace Popper, no hay una tecnociencia sin sujeto, por el carácter eminentemente histórico de la misma. La diferencia estriba en que el sujeto de la tecnociencia es estructuralmente plural. No hay un Newton ni un Mendel en el caso de la tecnociencia.

Por tener un sujeto plural no cabe inferir que la tecnociencia sea una cuestión subjetiva. A lo largo de la actividad tecnocientífica hay que distinguir entre los momentos de subjetividad, que también los hay, los momentos de intersubjetividad y lo que podríamos denominar momentos de objetividad: cuando un artefacto funciona o no, cuando una bomba atómica estalla o se estropea un reactor nuclear, cuando un satélite llega o no al objetivo previsto, etc. Los efectos de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, por ejemplo, fueron objetivos, independientemente de que también fueran intersubjetivos y subjetivos. Obsérvese que la objetividad se predica en primer lugar de las acciones (si fueron llevadas a cabo o no) y solo en segundo lugar de sus resultados, entre los cuales están los hechos. En una filosofía de la práctica científica el problema de la objetividad de la tecnociencia se desplaza desde los hechos a las acciones.