2 · El origen de la macrociencia.
A título de hipótesis, Solla Price aceptó que «los cambios cataclísmicos asociados a la segunda guerra mundial fueron los que iniciaron la nueva era y ocasionaron todas las diferencias importantes (entre la Pequeña y la Gran Ciencia)»[16]. Así pues, situó el comienzo de la macrociencia en la época de la Segunda Guerra Mundial, aun aceptando que la transición de la Pequeña a la Gran Ciencia fue gradual[17].
Galison, Sánchez Ron y Seidel, entre otros, han señalado la importancia histórica que tuvo el diseño y construcción en Berkeley del primer ciclotrón por parte de Lawrence (1932)[18]. Consecuentemente, tienden a fechar el comienzo de la Gran Ciencia en la década anterior a la Segunda Guerra Mundial[19]. Efectivamente, el proyecto de Lawrence es un buen ejemplo de propuesta macrocientífica, aunque no hay que olvidar que los grandes ciclotrones y aceleradores de partículas fueron construidos a partir de 1940. Pero, desde nuestro punto de vista, el debate sobre el momento concreto en que surgió la megaciencia es vano. No estamos ante un descubrimiento que pudiera ser atribuido a una persona concreta, ni fechado y ubicado en un tiempo y lugar determinados[20], sino ante un cambio en la estructura de la actividad científica, que requirió un amplio lapso de tiempo para surgir, consolidarse y desarrollarse. La revolución tecnocientífica no la hizo una persona ni un Centro de investigación. Tampoco fue un cambio epistemológico, metodológico o teórico, al modo de la revolución científica del siglo XVII. Fue una transformación radical de la actividad investigadora que se produjo en varios centros de investigación a la vez, aunque en algunos cristalizó con mayor rapidez y claridad de ideas. Lo que es más, no solo se produjo en los laboratorios y centros de investigación, sino también en otros escenarios (despachos de política científica, empresas, fundaciones, centros de estudios estratégicos, etc.). Por otra parte, la emergencia de la tecnociencia no solo afectó a la investigación, sino también a la gestión, aplicación, evaluación, desarrollo y difusión de la ciencia, es decir, a la actividad científica en su conjunto. La revolución tecnocientífica fue un proceso prolongado y complejo, que todavía ahora se sigue produciendo, en la medida en que la tecnociencia sigue expandiéndose por diversos países. En cada uno de ellos adoptó modalidades diferentes, al igual que en las diversas disciplinas. Pero, aun así, hay una serie de rasgos comunes que permiten caracterizar la nueva estructura de la práctica científico-tecnológica, como veremos a continuación.
Vayamos por pasos, retrotrayéndonos a la primera modalidad de tecnociencia, es decir a la Big Science. La megaciencia trajo consigo un nuevo sistema científico-tecnológico y por ello los cambios en la práctica científica fueron numerosos e importantes. Algunas Universidades y centros de investigación norteamericanos (MIT, Berkeley, etc.) habían apuntado en esa dirección en los años 30. Por ello cabe hablar de varios ejemplos de megaciencia anteriores a la Segunda Guerra Mundial, como el Radiation Laboratory del MIT, el Klystron Laboratory de Stanford o el Radiaiion Laboratory de Berkeley. Sin embargo, el mayor auge de estos centros de investigación se produjo durante la guerra y en los años inmediatamente posteriores. Lo que estos centros pioneros apuntaron en la década de los 30 mostró su enorme eficacia durante la Guerra Mundial. El informe de Vannevar Bush, Science, the Endless Frontier (1945) aportó una teoría a dicho cambio, posibilitando la instauración de un nuevo sistema de ciencia y tecnología en los EEUU tras la Segunda Guerra Mundial. Dicho sistema CyT (SCyT) se consolidó en la postguerra y se generalizó en los años 50, primero en los EEUU, y posteriormente en otros países, con las correspondientes variantes y especificidades.
Por tanto, situaremos el comienzo de la megaciencia en la época de la Segunda Guerra Mundial, subrayando que se produjo en los EEUU de América y en el ámbito de la físico-matemática militarizada, como muestran los cuatro grandes proyectos que consideramos como cánones iniciales de la Gran Ciencia: el Radiation Laboratory de Berkeley, el Radiation Laboratory del M.I.T., el proyecto ENIAC de la Moore School de Pennsylvania y, sobre todo, el Proyecto Manhattan (Los Álamos), auténtico paradigma de la macrociencia, que condujo a la fabricación de las primeras bombas atómicas[21]. Otros países (Alemania, Gran Bretaña) desarrollaron proyectos similares en la Segunda Guerra Mundial, e incluso antes[22]. Pero durante la postguerra carecieron de recursos económicos y de apoyo político suficiente para impulsar la tecnociencia. Esos países priorizaron la reconstrucción, en lugar de crear un sistema nacional de ciencia y tecnología que les llevara al liderazgo mundial en la época de la postguerra, como hicieron los EEUU. En el caso americano, la tecnociencia emergente contribuyó decisivamente a su victoria militar. Pero la decisión clave consistió en impulsar la nueva estructura organizativa de la megaciencia durante la postguerra, utilizando importantes fondos públicos para ello. Finalizado el conflicto bélico, el único país que estaba en condiciones económicas, políticas y militares para desarrollar la Gran Ciencia eran los EEUU. Por tanto, la megaciencia surge en los cuatro centros antes aludidos (y en otros que podrían mencionarse), pero la nueva estructuración de la actividad científica solo se produce a partir de 1945, más concretamente con la aprobación del informe Bush y su progresiva puesta en funcionamiento.
Algunos años después la URSS se convirtió en potencia nuclear, desarrolló su propio sistema SCyT y, por ejemplo, tomó la iniciativa en la exploración espacial con el lanzamiento del primer satélite artificial, el Sputnik (1957). Por tanto, la Big Science también se desarrolló en la Unión Soviética, pero con posterioridad. La competición científico-tecnológica entre las dos grandes potencias militares fue una las características más significativas de la Guerra Fría y estuvo estrechamente vinculada a su rivalidad militar, política, industrial e ideológica. La competición por el dominio del espacio entre los EEUU y la URSS en los años 50 y 60 es un excelente ejemplo de megaciencia, al igual que la dura emulación entre el National Laboratory de Brookhaven y el CERN europeo (1952) en el campo de la física de pequeñas partículas. A partir de los 50, los ejemplos de megaciencia abundan, y a partir de los 80 se multiplican por los países económicamente desarrollados, aunque con diferencias significativas con respecto a la primera época de la megaciencia. La mayor presencia de las empresas privadas y la informatización de la actividad tecnocientífica caracterizan, entre otras cosas, a esta segunda época de la megaciencia, en la que se configura lo que propiamente cabe llamar tecnociencia. Por tanto, diremos que la megaciencia fue la precursora de la tecnociencia y que ambas se diferencian de la ciencia moderna (Small Science) en base a criterios cualitativos, no solo cuantitativos. El objetivo de este capítulo consiste en delimitar esos rasgos diferenciales, que en muchos casos son cuestión de grado o de escala, pero en general son más profundos.
Partiremos pues de la hipótesis de Solla Price: la nueva modalidad de actividad científica se configuró ante todo en los EEUU en la década de los 40. Aparte de los cuatro grandes proyectos que hemos mencionado, un momento clave es el Informe de Vannevar Bush sobre política científica (Science, the Endless Frontier, 1945), del que nos ocuparemos con mayor detalle en el capítulo 4. En dicho informe se afirmaba que la investigación básica es el motor de la innovación tecnológica y que esta, con ayuda de la industria y de las agencias estatales, es condición necesaria para el progreso económico y social de un país, así como para la seguridad nacional. La investigación científica no se justificaba ya por la búsqueda de la verdad ni por el dominio de la naturaleza. Dichos objetivos, que caracterizaron la emergencia de la ciencia y la tecnología modernas, siguieron existiendo, pero surgieron otros nuevos, mucho más específicos de la tecnociencia. En concreto, se trataba de garantizar el predominio militar, político, económico y comercial de un país. A lo largo de esta obra mantendremos la tesis de que la tecnociencia se caracteriza ante todo por la emergencia, consolidación y desarrollo estable de un sistema científico-tecnológico que da un lugar a un nuevo modo de producción de conocimiento. A diferencia de la Primera Guerra Mundial, tras cuya conclusión se volvió a la actividad científica y tecnológica normales, el informe Bush diseñó un sistema científico-tecnológico de nuevo cuño que podría valer tanto para la paz como para la guerra[23]. Entre otros aspectos, la tecnociencia se caracteriza por la instrumentalización del conocimiento científico-tecnológico. El avance en el conocimiento deja de ser un fin en sí mismo para convertirse en un medio para otros fines.