4 · Nuevos agentes tecnocientíficos.
Prescindiremos de los detalles históricos de la constitución del sistema norteamericano de ciencia y tecnología para analizar su estructura básica, tal y como esta estaba configurada en la época en que apareció la tecnociencia, es decir a principios de los años 80 (ver cuadro 1). Podemos distinguir seis ámbitos principales de acción, con diversos agentes en cada uno de ellos.
a) La Casa Blanca tenía su Consejo Científico, conforme había preconizado Bush en 1945. Además, la Oficina Ejecutiva del Presidente contaba con su propia oficina de política científico-tecnológica, vinculada a la Academia Nacional de Ciencias y al Congreso. Tanto el Senado como la Cámara de Representantes tenían sus Comités CyT, normalmente con presencia de científicos e ingenieros, aparte de los propios políticos. Además el Congreso disponía de la célebre Biblioteca del Congreso, de una Oficina de Evaluación de Tecnologías y de otra Oficina que tenía a su cargo el Control Contable. La Oficina de Patentes, creada años antes, dependía tradicionalmente del Departamento de Comercio, que había sido uno de los más activos en los años 30 a la hora de financiar la investigación científica. Podemos resumir la estructura de este primer ámbito del sistema SCyT diciendo que en él se produce una alianza, no exenta de problemas, entre el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder emergente de los científicos e ingenieros. No hubiera habido macrociencia en la postguerra sin la inserción de destacados científicos en el corazón del poder ejecutivo y legislativo. Obviamente, ello politizó la ciencia. Mantener la neutralidad axiológica de la ciencia a partir de la segunda guerra mundial es una notable ingenuidad. Curiosamente, es la época en que muchos filósofos y científicos insisten en la separación estricta entre la ciencia y los valores.
b) Las Agencias Federales dedicadas a la ciencia y la tecnología eran muchas. Cada una de ellas tenía a su cargo algunos grandes programas, aunque también hubo pugnas entre ellas por algunos, como el proyecto Genoma. Destacaban la NSF, la NASA, la Agencia de Protección Medioambiental, los Institutos de la Salud y las agencias de los Departamentos de Defensa, Comercio, Energía, Agricultura, Trabajo, etc. Todas estas agencias federales mantenían estrechas relaciones de colaboración con las universidades, los centros de investigación gubernamentales, los centros de investigación independientes y, por supuesto, las industrias, con sus laboratorios y sus departamentos de I+D. La Oficina de Patentes comenzó a asemejarse a un banco del conocimiento, al menos en lo que respecta a I+D. La Biblioteca del Congreso desempeñaba una función similar en lo que se refiere al conocimiento científico tradicional. Las Fundaciones privadas completaban el mapa del sistema CyT norteamericano, contribuyendo a la financiación de programas concretos, a la incorporación al sistema de científicos destacados o a la provisión de grandes equipamientos. Este era el mapa básico del segundo nivel del sistema CyT norteamericano. Por supuesto, algunas de esas instituciones y corporaciones aglutinaban a su vez complejas estructuras. Entre ellas destacan los departamentos de dirección y las comisiones asesoras. Los científicos y los ingenieros comenzaron a competir entre sí por tener un lugar en dichas comisiones e instancias de decisión, no solo por hacer descubrimientos en los laboratorios y publicarlos rápidamente en las revistas de mayor prestigio.
c) Las organizaciones militares dedicadas a I+D siguieron existiendo después de la guerra y su crecimiento fue continuado, salvo en la década 1965-75. Hay que destacar que a partir de los años 80 sus presupuestos han vuelto a incrementarse vertiginosamente, por lo que la tecnociencia militarizada conforma un tercer sector del sistema SCyT norteamericano. Este tercer ámbito está aparentemente separado de los demás, sobre todo del mercado y la sociedad, pero de hecho mantiene vínculos muy estrechos con muchos agentes tecnocientíficos civiles e industriales. Una reflexión sobre la tecnociencia y sobre los sistemas tecnocientíficos que no tome en consideración el sector tecnomilitar resulta claramente insuficiente. Precisar su estructura interna no suele ser fácil, por falta de información pública. Sin embargo, hay suficientes casos de estudio como para poder analizar las tecnociencias militares.
d) Un cuarto ámbito es el propiamente empresarial. Al principio fue estrictamente industrial. En el último cuarto de siglo fue evolucionando hacia la economía de la información y el conocimiento. Hasta los años 60, intervenía complementando las iniciativas del gobierno y de las agencias federales, así como firmando contratos de investigación con las universidades y centros de investigación, como en la época industrial. A partir de los años 80, las empresas tecnocientíficas comenzaron a ser las protagonistas en investigación, diseñando sus propias políticas de I+D. El Estado siguió teniendo un papel importante en el sistema SCyT, pero más bien como catalizador que como motor del mismo, con la excepción de algunos macroprogramas, que siguieron estando a cargo de las instituciones científicas federales. En esta época se produjeron dos grandes novedades en este ámbito del sistema SCyT: la aparición de nuevas fuentes de financiación (entidades de capital-riesgo, Bolsa, etc.) y la incorporación de algunos científicos a los Consejos de Administración de dichas empresas, con los consiguientes conflictos de intereses. En el apartado 2.3 tuvimos ocasión de comentar estos cambios.
e) El quinto ámbito del sistema SCyT es el mercado, en el que se comercializan las innovaciones tecnocientíficas convenientemente rediseñadas para su uso civil. Es el caso de los radares, de los ordenadores, de los sistemas de telecontrol, de la robótica, de las fibras sintéticas, de los polímeros y de algunos artefactos de uso común, como la televisión, el teléfono, el microondas o el avión. A partir de ese momento, la aceptación por parte de los consumidores de los nuevos inventos tecnocientíficos pasa a ser un criterio decisivo para la evaluación de las acciones tecnocientíficas. La investigación y el desarrollo no bastan, es preciso considerar además la innovación. El diseño de las políticas CyT de las empresas privadas no solo incluye aspectos científicos y tecnológicos, sino también financieros y mercantiles. A la postre, hay que vender el conocimiento, no basta con producirlo. Esta es la época en que la macrociencia va dejando paso a la tecnociencia propiamente dicha, que se caracteriza por el mayor protagonismo de la iniciativa privada. El conocimiento no solo es un capital, sino también un bien cotizable en el mercado. Comenzó a haber grandes depósitos privados de conocimiento, no solo depósitos públicos como las bibliotecas y las oficinas de patentes. En conjunto, a partir de los años 80 este cuarto ámbito del sistema SCyT comenzó a ser el principal. Por ello hablamos de una privatización sistemática del conocimiento, que rompe con las tradiciones de la ciencia moderna.
f) El sexto y último ámbito que vamos a distinguir es la sociedad. Tradicionalmente, las relaciones entre la ciencia y la sociedad habían sido canalizadas a través de los sistemas educativos, y en particular a través de las universidades y su función docente y transmisora del conocimiento. Ya vimos que Bush recomendó reforzar las instituciones de educación superior, cosa que se hizo. Las universidades norteamericanas pasaron a ser las mejores del mundo en la época de la postguerra. Asimismo apoyó la difusión del conocimiento científico en la sociedad, lo cual también se llevó a cabo, aunque a través de nuevos canales de comunicación, que son específicos de la tecnociencia. Es el momento en que surgen grandes plataformas para presentar las novedades tecnocientíficas (Nature, Science, etc.) así como revistas, magacines y suplementos de divulgación de calidad. El cine y la literatura de ciencia-ficción también desempeñaron una función importante a lo largo del siglo XX. En conjunto, al sistema educativo tradicional se le superpuso un segundo sistema para difundir el conocimiento, basado en los nuevos medios de información y comunicación. A partir de los años 80, la presentación de los grandes avances científicos y tecnológicos a través de los mass media se convirtió en una nueva práctica tecnocientífica. Aparte de los grandes investigadores, comenzaron a ser apreciados los buenos divulgadores y comunicadores del conocimiento tecnocientífico. Se trata de un nuevo cambio estructural, que sustituye las presentaciones de los avances científicos ante personas notables, propias de la ciencia moderna, por campañas mediáticas de lanzamiento de dichas novedades, con el fin de que lleguen rápidamente al conjunto de la sociedad. El conocimiento científico y tecnológico se divulga más y mejor, pero se concibe a la sociedad como una entidad pasiva, es decir, como un simple receptor de información y conocimiento. Ya vimos en el capítulo 2 que, desde mediados de los 60, la sociedad había abandonado esa pasividad y comenzó a mostrarse crítica con algunos aspectos del sistema SCyT, empezando por su dependencia de organizaciones militares, y siguiendo por los impactos medioambientales que producen algunas innovaciones tecnocientíficas. Desde entonces, cabe afirmar que los conflictos entre la tecnociencia y la sociedad forman parte de la estructura de los sistemas SCyT.
Esta primer bosquejo de la estructura básica del sistema norteamericano de ciencia y tecnología muestra la profunda transformación que se produjo tras la guerra, siguiendo las líneas maestras del plan de Vannevar Bush. La investigación científico-tecnológica fue impulsada fuertemente por el Gobierno y el Congreso a través de las Agencias federales, la mayoría de las cuales contaban con presupuestos muy considerables para desarrollar sus actividades de I+D. Subsidiariamente, otros muchos agentes colaboraron con dicha política científica. Este nuevo diseño del sistema SCyT dio lugar a profundos cambios en la práctica científica, entre los cuales mencionaremos los siguientes:
1) Asignaciones presupuestarias muy considerables para I+D. El apoyo federal creció un 14% anual en dólares constantes entre 1953 y 1961. Como señala Bruce L. R. Smith, «el crecimiento fue a la vez una condición y una parte de la doctrina»[24], puesto que permitió acallar a los científicos discrepantes y favorecer a los entusiastas. La política presupuestaria es una componente básica de los sistemas CyT, tanto por lo que compete al Gobierno como al Congreso y a las Agencias Federales.
2) Creación de Comisiones para el diseño de las políticas científicas y para la toma de decisiones en el Congreso. Este nuevo agente tecnocientífico, las Comisiones Asesoras, tiene una enorme importancia en los nuevos sistemas SCyT. Sus funciones pueden ser muy diversas, según las instituciones o empresas a las que asesoran, pero siempre cumplen tres: garantizar la presencia de las comunidades científicas en la toma de decisiones, proponer nuevas iniciativas y resolver los conflictos que pueden surgir entre diversos agentes del sistema SCyT. La presencia en dichas Comisiones conlleva poder. Las pugnas por acceder a ellas son moneda corriente, y no solo entre líneas de investigación que compiten entre sí, sino también entre disciplinas científicas.
3) Impulso, financiación y desarrollo de proyectos estratégicos desde la National Science Foundation y otras Agencias Federales. Con ello se inició la tradición de las líneas prioritarias de investigación, que ha marcado profundamente la estructura de la actividad tecnocientífica. Al igual que el Gobierno y el Congreso, las diversas Agencias Federales definían sus objetivos, indicaban y financiaban sus líneas prioritarias y desarrollaban programas concretos para lograr esos objetivos. A través de estas acciones se produjo una fuerte interrelación entre las comunidades científicas e ingenieriles y los nuevos agentes del sistema CyT. Además se creaban las condiciones iniciales que luego harían posible los avances científico-tecnológicos. En la época de la tecnociencia, los mayores avances del conocimiento se producen en aquellas áreas que previamente han sido elegidas como prioritarias. Estamos ante un progreso dirigido, e incluso planificado, con la peculiaridad de que la dirección no siempre corresponde a los científicos. Como vimos en el capítulo 2, aquellos científicos que asumen esas funciones experimentan una mutación en tanto científicos. El científico-gestor aporta una nueva forma de subcultura científica.
4) Potenciación de los proyectos y contratos de investigación, haciendo competir a los equipos investigadores a nivel federal, no estatal. Ello obligaba a los científicos a hacer un diseño previo de lo que querían hacer (estado de la cuestión a investigar, hipótesis de partida, objetivos a lograr, plazo para ello, recursos humanos y económicos necesarios, metodología a aplicar, plan de trabajo, resultados científicos y tecnológicos esperables, etc.). Las Universidades y Centros de Investigación públicos y privados que quisieran avanzar en ciencia o tecnología tenían que adecuarse a las políticas del Gobierno o hacer propuestas que resultaran interesantes para la NSF y las restantes Agencias. No sin rechazos, la investigación pasó a estar fuertemente mediatizada por las políticas científico-tecnológicas. Además, se produjo una estandarización del modo de hacer propuestas de investigación, generándose protocolos y formularios que representan auténticas generalizaciones simbólicas de la práctica tecnocientífica. En lugar de proponer hipótesis, teorías, etc., los científicos pasaron a tener que proponer primero proyectos de investigación, algunos de los cuales son aceptables para las Agencias, otros no. Dominar esas nuevas formas, que no son matemáticas ni conceptuales, sino prácticas, se convirtió en una nueva exigencia para los científicos. Con la llegada de la tecnociencia, todos esos formatos se han ido informatizando y telematizando. Una parte significativa del tiempo de trabajo de los investigadores se dedica hoy en día a la cumplimentación de dichos formularios. Desde el punto de vista de la ciencia moderna, podrá parecer un trabajo menor, frente a las excelencias del trabajo en el laboratorio. Sin embargo, para ser tecnocientífico es preciso ser un experto en esas nuevas generalizaciones simbólicas, que son tan importantes como los lenguajes científicos tradicionales. De hecho, las evaluaciones de las solicitudes se llevan a cabo en primer lugar por razones de forma (haber cumplimentado bien los templates). Solo cuando se ha pasado este umbral se comienzan a analizar las cuestiones de contenido científico.
5) Creación de nuevas profesiones, como las de asesores y expertos en gestión de políticas científicas, así como en evaluación de la ciencia y la tecnología, reciclando para ello a algunos científicos e ingenieros. El peso de estos nuevos agentes tecnocientíficos creció conforme el sistema tecnocientífico se fue consolidando, dando lugar a la temida burocracia de la macrociencia. Hoy en día, la tecnociencia ha generado una inmensa info-burocracia. Las múltiples páginas web son un nuevo escenario de la actividad tecnocientífica, al igual que sucede en otros sectores de la vida social.
6) La introducción de sistemas de indicadores para medir el desarrollo tecnocientífico, que puede ser considerada como una nueva generalización simbólica (en el sentido de Kuhn), con la peculiaridad de que no se refiere al conocimiento, sino a la práctica científica. Un ejemplo típico son los indicadores de impacto de las publicaciones científicas, que se han convertido en la principal regla de la medida de la excelencia investigadora. La Cientometría, la Bibliometría y los estudios de impacto constituyen nuevas generalizaciones simbólicas, con modelos matemáticos y leyes, como vimos en el caso de Solla Price, pero siempre con la diferencia de que dichos formalismos no se refieren a la naturaleza, sino a la sociedad y a la propia ciencia. Dichos modelos cuantitativos inciden fuertemente la actividad de cada científico e ingeniero, incentivando su productividad, al valorarse el número de publicaciones, proyectos, patentes y contratos de investigación, así como sus respectivos impactos y resultados. Todos estos ejemplos muestran que un conjunto de tecnologías sociales son determinantes en los actuales sistemas de ciencia y tecnología. El estudio a fondo de esas tecnociencias sociales resultaría decisivo para caracterizar con mayor precisión la revolución tecnocientífica.
7) Ampliación a los proyectos de investigación del sistema de evaluación anónima y por pares, tradicional en las comunidades científicas para publicar en las revistas. La creación de Agencias de evaluación y seguimiento de la investigación supuso un cambio revolucionario por lo que respecta a la práctica científica, al normalizarse y protocolizarse los procesos de evaluación. Pero más importante todavía es el cambio en la estructura de las comisiones de evaluación, sobre todo en las empresas tecnocientíficas privadas. En este caso, los criterios de evaluación nunca son únicamente epistémicos. La pluralidad axiológica de la ciencia se manifiesta empíricamente en los diversos protocolos de evaluación que se utilizan para tomar decisiones, elegir entre propuestas alternativas, asignar fondos, contratar a personas, establecer categorías dentro del personal investigador, etc. La tecnociencia no solo ha modificado el contexto de investigación y de aplicación, también el de evaluación.
8) Fomento de las patentes y la transferencia de conocimiento a la industria, siempre mediante incentivos económicos. La pregunta de Roosevelt a Bush sobre el modo de difundir públicamente el conocimiento secreto que se había producido a lo largo de la guerra apuntó a un tema central de la tecnociencia: la difusión y la divulgación del conocimiento científico.
Podríamos continuar enumerando cambios concretos suscitados en la práctica tecnocientífica, sobre todo si, además del sector público nos ocupáramos del sector privado de I+D, pero las siete anteriores son más que suficientes para hacernos una idea de las profundas diferencias entre la tecnociencia y la ciencia tradicional. Por supuesto, no pretendemos afirmar que los siete puntos anteriores procedan directamente del informe de Vannevar Bush. Tampoco que no hubiera precedentes de este tipo de acciones[25]. Lo que intentamos caracterizar son las diferencias entre los sistemas tecnocientíficos concretos y la ciencia académica anterior a la segunda guerra mundial. Dicha pluralidad de subsistemas se fueron constituyendo y consolidando paulatinamente durante la segunda mitad del siglo XX, pero aquí no nos interesan tanto los pasos que se dieron para ello, sino el cambio estructural conjunto. Hoy en día los sistemas SCyT, con todos los subsistemas imbricados en ellos, están consolidados en muchos países. Aunque siempre evolucionan y cambian, mantienen una serie de invariantes que permiten caracterizarlos con un cierto grado de precisión. En todo caso, no hay duda de que los actuales sistemas SCyT muestran diferencias estructurales muy importantes si se compara con las instituciones científicas de la época moderna. Entonces había una ciencia académica. Hoy en día cabe afirmar que estamos ante una ciencia postacadémica, como dice Ziman[26], aunque dicha denominación no nos parece la más acertada para entender el fondo de las transformaciones que se han producido a lo largo del siglo XX.