Así concluye y se cierra este libro, el día de Acción de Gracias de 2012, en Montclair, delante de casa de mis padres. Aparqué el coche en la entrada del garaje. Alexandra y yo nos bajamos y fuimos andando hacia la casa. Era la primera vez que celebraba Acción de Gracias desde que murieran mis primos.
Hice un alto delante de la puerta principal. Antes de llamar, me saqué del bolsillo la fotografía de Hillel, Woody, Alexandra y yo en Oak Park, en 1995, y la contemplé.
Alexandra llamó al timbre. Mi madre abrió. Al verme, se le iluminó la cara.
—¡Ay, Markie! ¡Me preguntaba si de verdad vendrías!
Se tapó la boca con las manos como si no se creyera lo que estaba viendo.
—Hola, señora Goldman. ¡Feliz día de Acción de Gracias! —le dijo Alexandra.
—¡Feliz día de Acción de Gracias, hijos míos! Qué bien se está todos juntos.
Mi madre nos abrazó a los dos y nos tuvo así mucho rato. Noté cómo me mojaban sus lágrimas.
Entramos en casa.
Patrick Neville ya había llegado. Lo saludé efusivamente y deposité encima de la mesa del salón el taco de hojas encuadernadas que me había llevado.
—¿Qué es eso? —preguntó mi madre.
—El Libro de los Baltimore.
Un año después de que muriera, había cumplido la promesa que le hice a mi tío. Reunir a los Baltimore narrando su historia.
Le había puesto el punto final a la novela la noche antes.
¿Por qué escribo? Porque los libros son más fuertes que la vida. Son su mejor revancha. Son testigos de la muralla inexpugnable de nuestra mente, de la impenetrable fortaleza de nuestra memoria. Y cuando no escribo, una vez al año, vuelvo a recorrer el trayecto hasta Baltimore, me detengo un rato en el barrio de Oak Park y luego conduzco hasta el cementerio de Forrest Lane para ir a verlos. Coloco unas piedrecitas encima de sus tumbas, para seguir construyendo su memoria, y me recojo. Rememoro quién soy, adónde voy, de dónde vengo. Me arrodillo junto a ellos, coloco las manos encima de sus nombres grabados y los beso. Luego cierro los ojos y noto que están vivos dentro de mí.
Mi tío Saul, bendita sea tu memoria. Todo queda borrado.
Mi tía Anita, bendita sea tu memoria. Todo queda olvidado.
Mi primo Hillel, bendita sea tu memoria. Todo queda perdonado.
Mi primo Woody, bendita sea tu memoria. Todo queda reparado.
Aunque se han ido, sé que están aquí. Ahora sé que habitan para siempre en ese lugar que se llama Baltimore, en el Paraíso de los Justos, o puede que solamente en mi memoria. Sé que me están esperando en alguna parte.
Ya está, Tío Saul, mi tío del alma. Este libro que te había prometido, lo deposito ante ti.
Todo queda reparado.