41.
Madison, Connecticut
Julio de 2004
El rumor recorrió la ciudad en cuanto puso el pie en Madison. Luke había vuelto.
Aterrizó allí una mañana con expresión triunfal, dejándose ver por las terrazas y los bares de toda la ciudad.
—He sentado la cabeza —le contaba, risueño, a quien quisiera oírlo—. Ya no pego a nadie.
Y soltaba una risa bobalicona.
Se instaló en casa de su hermano, que respondía por él ante el oficial de libertad vigilada. Gracias a la red de contactos que tenía en Madison, encontró trabajo inmediatamente como encargado de logística de un almacén de utillaje. Por lo demás, pronto se le vio dando vueltas por la ciudad todo el día. Decía que había añorado mucho Madison.
Colleen estaba aterrorizada desde que supo que Luke estaba en libertad. Ya no podía andar por la ciudad sin arriesgarse a encontrárselo. Woody también tenía miedo, pero no quería decírselo y se esforzó por tranquilizarla.
—Mira, Colleen, sabíamos que lo soltarían tarde o temprano. De todas formas, tiene prohibido acercarse a ti si no quiere volver a chirona. No dejes que te afecte, porque eso es justo lo que busca.
Se esforzaron por comportarse como si no pasara nada. Pero la omnipresencia de Luke pronto los condujo a evitar los lugares públicos. Iban a hacer la compra a una ciudad vecina.
El infierno no había hecho más que empezar.
Luke empezó por recuperar la casa.
La sentencia de divorcio entre Colleen y él se había dictado mientras él estaba en la cárcel y recurrió el reparto de bienes. Como la casa la había comprado él con sus ahorros, decidió impugnar la decisión del tribunal, que se la había concedido a su exmujer.
Contrató a un abogado que consiguió que se paralizara el procedimiento. La concesión de bienes quedó suspendida hasta una sentencia posterior y, mientras tanto, la casa volvía a manos del propietario inicial: Luke.
Woody y Colleen tuvieron que irse. Tío Saul les dio el nombre de un abogado de New Canaan que los asesoró. Dijo que solo era cuestión de tiempo y que antes de que acabara el verano habrían recuperado la casa.
Mientras tanto, alquilaron una casita bastante incómoda a la entrada de Madison.
—Es solo temporal —le prometió Woody a Colleen—. Pronto nos habremos librado de él.
Pero Colleen no estaba tranquila.
Luke había recuperado la ranchera, que se había quedado en casa de su hermano. Cada vez que lo veía pasar, se le hacía un nudo en el estómago.
—¿Qué debemos hacer? —le preguntaba a Woody.
—Nada. No vamos a dejar que nos asuste.
A Colleen le parecía ver la ranchera en todas partes. Delante de su casa. En el aparcamiento del supermercado al que iban ahora. Una mañana, la vio aparcada delante de la estación de servicio. Llamó a la policía. Pero cuando el hermano de Luke llegó en el coche patrulla, la ranchera había desaparecido.
Tenía los nervios a flor de piel. Woody trabajaba todas las noches de friegaplatos y ella se quedaba en casa, sola y preocupada. No paraba de mirar por la ventana para observar atentamente la calle y no cambiaba de habitación sin llevar un cuchillo de cocina.
Una noche quiso ir a comprar helados. Al principio ni siquiera se planteó salir. Luego pensó que era una estupidez. No podía dejar que la amedrentara de ese modo.
Podría haber comprado los helados en cualquier esquina, pero para no correr el riesgo de cruzarse con Luke, fue al supermercado de la ciudad vecina. En la carretera, a la vuelta, se le pinchó una rueda. Menuda suerte la suya. Estaba en una carretera desierta: tendría que cambiar la rueda ella sola.
Colocó el gato debajo del coche y lo levantó. Pero cuando quiso soltar la rueda con la llave en cruz, fue incapaz. Los tornillos estaban demasiado apretados.
Esperó a que pasara algún coche. No tardó en ver unos faros que horadaban la oscuridad. Hizo una señal con la mano y el coche se paró. Colleen se acercó y, de pronto, reconoció el coche de Luke. Se echó hacia atrás instintivamente.
—Bueno, ¿qué? —le preguntó él por la ventanilla bajada—. ¿No quieres que te ayude?
—No, gracias.
—Muy bien. No voy a obligarte. Pero voy a esperar un rato, por si acaso no pasa nadie.
Se quedó aparcado en la cuneta. Transcurrieron diez minutos. No aparecía nadie.
—Está bien —dijo por fin Colleen—. Ayúdame, por favor.
Luke se bajó del coche sonriendo.
—Me alegra poder ayudarte. He pagado mi deuda, ¿sabes? He cumplido mi pena. Soy otro hombre.
—No te creo, Luke.
Le cambió la rueda a Colleen.
—Gracias, Luke.
—De nada.
—Luke, todavía quedan cosas mías en casa. Las necesito. Me gustaría recuperarlas, si te parece bien.
Luke, con un leve rictus, fingió que se lo pensaba.
—¿Sabes, Colleen? Creo que me voy a quedar con esas cosas tuyas. Me gusta olfatear tu ropa de vez en cuando. Me recuerda los buenos tiempos. ¿Te acuerdas de cuando te dejaba tirada en un descampado y tenías que volver andando?
—No te tengo miedo, Luke.
—¡Pues deberías, Colleen, deberías!
Se irguió delante de ella, amenazador. Colleen se metió corriendo en el coche y salió huyendo.
Fue al restaurante donde trabajaba Woody.
—Ya sabes que no tienes que salir de casa de noche.
—Ya lo sé. Solo quería ir a comprar algo.
Al día siguiente, Woody fue a una armería y se hizo con un revólver.
*
Nosotros estábamos muy lejos de Madison y de la amenaza de Luke.
En Baltimore, Hillel y Tío Saul vivían su apacible existencia.
Poco a poco, las canciones de Alexandra empezaron a emitirse por todo el país. Se hablaba de ella y le ofrecieron ser telonera de varios grupos importantes durante sus giras estadounidenses. Enlazaba unos conciertos con otros, interpretando sus temas en versión acústica.
La acompañé a varios conciertos. Hasta que llegó el momento de irme a Montclair. Mi estudio me estaba esperando y ahora que la carrera de Alexandra estaba bien encarrilada, me tocaba el turno de ocuparme de mi primera novela, cuyo tema aún no había decidido.
*
En los días que siguieron, a Colleen le pareció ver la ranchera de Luke siguiéndola de nuevo.
Recibía llamadas extrañas al teléfono de la gasolinera. Sentía que la espiaban.
Un día, ni siquiera abrió la estación de servicio y se quedó encerrada en el almacén. No podía seguir viviendo así. Woody tuvo que ir a buscarla. Llevaba la pistola metida en el cinturón. Tenían que huir lejos de allí antes de que la situación degenerase.
—Mañana nos vamos —le dijo a Colleen—. A Baltimore. Hillel y Saul nos ayudarán.
—Mañana no. Quiero recuperar mis cosas. Están en la casa.
—Iremos mañana por la noche. Luego nos marcharemos directamente. Nos marcharemos para siempre.
Woody sabía que todas las noches Luke se iba a pasar el rato a un bar de la calle principal.
Al día siguiente, tal y como le dijo a Colleen, aparcaron en la calle, lo bastante lejos como para que no los viese, y esperaron a que se fuera.
Hacia las nueve de la noche, vieron a Luke salir de casa, subirse a la ranchera y marcharse. Cuando desapareció al final de la calle, Woody salió del coche.
—¡Date prisa! —le ordenó a Colleen.
Ella intentó abrir la puerta con su llave, pero no lo consiguió: había cambiado la cerradura.
Woody la cogió de la mano y la llevó a la parte trasera de la casa. Encontró una ventana abierta, se coló en la casa y le abrió a Colleen la puerta de atrás.
—¿Dónde están tus cosas?
—En el sótano.
—Ve corriendo —le ordenó Woody—. ¿Tienes algo más en otro sitio?
—Mira en el armario empotrado del dormitorio.
Woody fue rápidamente y cogió algunos vestidos.
El hermano de Luke pasó por la calle y redujo la velocidad delante de la casa. Por la ventana del dormitorio, que daba a la calle, divisó a Woody. Aceleró inmediatamente para ir al bar.
Woody metió los vestidos en una bolsa y llamó a Colleen.
—¿Has terminado?
Como no le contestaba, bajó al sótano. Colleen había sacado todas sus cosas.
—No te lo puedes llevar todo —le dijo Woody—. Coge solo lo mínimo.
Colleen asintió. Se puso a doblar ropa.
—¡Mételo como sea en una bolsa! —le ordenó Woody—. No podemos entretenernos más aquí.
El hermano de Luke entró en el bar y se lo encontró en la barra. Le susurró al oído:
—El capullo de Woodrow Finn está ahora mismo en tu casa. Supongo que está cogiendo las cosas de Colleen. Se me ha ocurrido que te gustaría encargarte de él personalmente.
A Luke se le dibujó de pronto una mirada rabiosa. Le puso la mano en el hombro a su hermano para darle las gracias y salió del bar al instante.
—¡Venga, ahora sí que nos vamos! —le advirtió Woody a Colleen, que estaba terminando de llenar la segunda bolsa de ropa.
Ella se enderezó y cogió las bolsas. Una se rasgó y el contenido se cayó al suelo.
—¡Qué se le va a hacer! —dijo Woody.
Subieron las escaleras del sótano corriendo. En ese preciso instante, Luke llegó a toda velocidad, frenó en seco delante de la casa y se abalanzó dentro. Se dio de narices con Woody y Colleen, que estaban a punto de salir por la puerta de atrás.
—¡Corre! —le dijo Woody a Colleen antes de echársele encima a Luke.
Luke le pegó un puñetazo y un codazo en la cara y Woody se desplomó en el suelo. Luke empezó a darle patadas en el estómago con saña. Colleen se volvió. Estaba en el umbral de la puerta: no podía abandonar a Woody. Cogió un cuchillo de la encimera de la cocina y amenazó a Luke:
—¡Para ya, Luke!
—Y si no, ¿qué? —se burló Luke—. ¿Vas a matarme?
Dio un paso hacia ella, pero Colleen no se movió. Con un segundo ademán, muy rápido, Luke le cogió el brazo y se lo retorció. Ella soltó el cuchillo y gritó de dolor. Luke la agarró por el pelo y le golpeó la cabeza contra la pared.
Cuando Woody intentó levantarse, Luke cogió una lámpara, arrancando el cable eléctrico, y se la tiró a la cara. Y luego volvió a golpearlo con una mesita auxiliar.
Se volvió hacia Colleen, la agarró por la camisa y se puso a pegarla.
—¡Te voy a quitar las ganas de hacer tonterías conmigo! —le gritaba.
Mientras la golpeaba, seguía vigilando a Woody. Pero este, haciendo acopio de sus últimas fuerzas, consiguió levantarse rápidamente, se lanzó sobre Luke y le asestó un puñetazo por sorpresa. Luke agarró a Woody y quiso empujarlo contra una mesita baja, pero Woody se aferró a él y cayeron los dos al suelo. Lucharon como fieras hasta que Luke consiguió coger a Woody por la garganta y se la apretó todo lo que pudo.
Woody se quedó sin respiración. Vio a Colleen detrás de Luke, tirada en el suelo y sangrando. No tenía elección. Logró alzar la espalda y coger el revólver que llevaba metido en la goma de los pantalones. Clavó el cañón en el vientre de Luke y apretó el gatillo.
Se oyó una detonación.