52.
Estábamos a mediados de agosto de 2012, dos días después de la conversación que tuve con Patrick Neville. Alexandra me llamó por teléfono. Estaba en Hyde Park, en la terraza del Serpentine Bar, a orillas del estanque. Se estaba tomando un café mientras Duke dormitaba a sus pies.
—Me alegro de que al final hablaras con mi padre —me dijo.
Le conté las cosas de las que me había enterado. Y luego le dije:
—En el fondo, a pesar de todo lo que pasó entre ellos, lo único que contaba para Hillel y Woody era la felicidad de estar juntos. No aguantaban estar reñidos o separados. Su amistad lo perdonó todo. Eso es lo que tengo que recordar.
Noté que estaba emocionada.
—¿Has vuelto a Florida, Markie?
—No.
—¿Sigues en Nueva York?
—No.
Silbé.
Duke enderezó las orejas y se puso de pie de un brinco. Me vio y echó a correr hacia mí como un poseso, ahuyentando al pasar a una bandada de gaviotas y patos. Se me echó encima y me tiró de espaldas.
Alexandra se levantó de la silla.
—¿Markie? —exclamó—. ¡Markie, has venido!
Se lanzó hacia mí. Yo me levanté y la tomé en los brazos. Antes de acurrucarse contra mí, susurró:
—Cuánto te he echado de menos, Markie.
La abracé muy fuerte.
Danzando por los aires, me pareció ver a mis dos primos, riéndose.