36.

Cuando volví a Boca Ratón, era un hombre distinto después de pasar dos días en Nueva York. Estábamos a principios de mayo de 2012.

—Pero hombre, ¿qué le ha pasado? —me preguntó Leo al verme—. Parece otro.

—Alexandra y yo nos hemos besado. En mi casa, en Nueva York.

Puso cara de decepción:

—Supongo que eso le ayudará a progresar en su novela.

—No se alegre tanto, hombre.

Me sonrió:

—Me alegro por usted, Marcus. Me cae muy bien. Es un buen hombre. Si tuviera una hija, haría lo que fuera para que se casara con usted. Se merece ser feliz.

Había transcurrido una semana desde la velada que pasé con Alexandra en Nueva York y seguía sin saber nada de ella. Intenté llamarla dos veces, pero fue en vano.

Ya que ella no me daba señales de vida, las busqué en internet. En la cuenta de Facebook oficial de Kevin, me enteré de que estaban en Cabo San Lucas. Vi fotos de Alexandra junto a una piscina, con una flor en el pelo. El muy indecente exhibía su vida privada delante de todo el mundo. Esas fotos se habían publicado luego en los tabloides, donde leí: «Kevin Legendre acalla los rumores de crisis publicando fotos de sus vacaciones en México con Alexandra Neville».

Me sentí herido en lo más hondo. ¿Por qué me besaba si luego pensaba irse de viaje con él? Al final, fue mi agente quien me contó el rumor:

—Marcus, ¿te has enterado? Parece ser que se anuncian tormentas entre Kevin y Alexandra.

—Pues he visto unas fotos suyas en Cabo San Lucas donde parecían muy felices.

—Has visto unas fotos suyas en Cabo San Lucas. Parece ser que Kevin quería estar a solas con Alexandra y le sugirió hacer ese viaje. Las cosas no les van muy bien desde hace algún tiempo, o al menos eso dicen por ahí. Según cuentan, a ella no le ha hecho ninguna gracia que divulgue fotos de los dos por las redes sociales y ha vuelto a Los Ángeles en el acto.

No tenía forma de comprobar si lo que decía mi agente era cierto. Pasaron varios días y Alexandra seguía sin darme señales de vida. Terminé de vaciar la casa de mi tío. Una empresa de mudanzas se llevó los últimos muebles. Resultaba muy raro ver la casa totalmente vacía.

—Y ahora, ¿qué va a hacer con esta casa? —me preguntó Leo mientras husmeaba por las habitaciones.

—Creo que voy a venderla.

—¿En serio?

—Sí. Tal y como usted dijo, los recuerdos están en la cabeza. Creo que tiene usted razón.