Capítulo 9
Max volvió a la superficie con los pertrechos y se los entregó a sus dos compañeros, en ese instante uno de los vidrios se trizó causando un corte en el brazo derecho de Leonid.
—Mándalos al seol, Max —le dijo Leonid apretándose la hemorragia con la mano.
Max y Emil se asomaron cuidadosamente y divisaron a un escuadrón de medio centenar de soldados de las einsatzgruppen, uno de ellos venía con un equipo de lanzallamas, los Asesinos prepararon las MG42. Una vez que las tuvieron montadas entraron a disparar sobre sus adversarios en pocos minutos quedaron esparcidos los cuerpos ensangrentados de los soldados de las SS, de pronto aparecieron dos Sdkfz con una ametralladora iniciaron una andanada de descarga de artillería, uno de los proyectiles rozó el hombro derecho de Max, pero la rapidez de los Asesinos no los dejó proseguir.
Hubo una pausa que duró tres minutos y consecutivamente apareció un tanque Tiger escoltado por treinta soldados de las SS, Max tomó el pesado armamento y apuntó en dirección al acorazado germano, el proyectil dio en el blanco y los soldados que secundaban al Pánzer quedaron diseminados.
Cuando todo parecía volver a la calma apareció un Mercedes Benz G-5 y descendieron cuatro soldados trayendo a tres mujeres con sus cabezas tapadas por una tela blanca a las que le apuntaban con pistolas Luger, a continuación llegó un Mercedes Benz 540 k color gris oscuro con las banderas del Tercer Reich en sus extremos; del coche bajó un individuo de unos treinta y siete años aproximadamente con el rango de Capitán de las SS, el oficial realizó unos aplausos y en tono burlón dijo: —¡Qué fácil ha resultado todo Asesinos! El Maestro y el Aprendiz, juntos, esperando su desenlace patético que está a punto de ocurrir.
—No sé a quién le sobrevendrá el final —contestó Max.
—¡No estás en condiciones de hablar criminal! —censuró el capitán— Mataste a mi suegro y a mis cuñados y ahora yo me encargaré de quitarles a las personas que más quieren, salvo que decidas entregarte categóricamente sin concesiones, de lo contrario morirán estas mujeres, o si no mueren las haremos aullar como perras, comenzando por la italiana.
—¡No lograras salirte con las tuyas maldito hijo de puta madre! —gritó Leonid encolerizado que se había curado de la herida cortante.
—Calma Leonid-lo serenó Max —eso es lo que pretenden ellos.
—¡Pero no dejaré que dañen a las tres mujeres! —exclamó con angustia Leonid, al tiempo que se pegaba en su cabeza con la mano.
—Controla tus sentimientos Leonid, debemos estar firmes, esto les da ventaja a los nazis.
—¡Qué conmovedora escena! —profirió caricaturescamente el yerno de Von Der Beck, de apellido Weiss— un miserable anciano amargado ante la eventual muerte de sus seres queridos y dos malhechores tratando de apaciguarlo ¿Dónde se ha visto eso?
A Max se le vino en mente terminar con uno de los soldados, pero era inútil porque pensó en la posibilidad de que los de las SS matasen a una de las mujeres como desagravio, hasta que al último dijo: —Está bien, me rindo.
—¿Es verdad lo que dice Maestro? —preguntó Emil por lo bajo.
—Tú confía en mí —fue la respuesta de Max.
El Capitán hizo señas a sus subordinados a que avanzaran.
—Pero con una condición —sostuvo Max.
—Se dijo que la rendición es sin negociación alguna —replicó ásperamente Weiss.
—Está bien, tú ganas —accedió Max.
Max salió a la calle, un cordón de veinte soldados rodeaba la edificación de los Asesinos, los nazis miraban detenidamente a su virtual prisionero, tres de ellos lo tomaron con violencia al tiempo que le apuntaban con las ametralladoras.
—¡Por fin nos daremos el lujo de contemplar tu cadáver desnudo colgando frente a la sede de la Cancillería del Tercer Reich; desármenlo y después súbanlo al camión —fue la directiva de Weiss.
—¿Qué hacemos con las mujeres? —quiso saber un sargento.
—Libérenlas.
—¿Y los otros dos Asesinos?
—Oportunamente nos ocuparemos de ellos-respondió Weiss.
El suboficial dio la señal a sus leales para que liberasen a Amelie, Sophie y Paola, las tres al quedar sueltas observaron a Max y posteriormente ingresaron a la construcción. Estaban a punto de quitarle las armas a Max, pero en un descuido el Asesino clavó la doble hoja oculta en el cuello de sus dos apresadores, seguidamente sacó el Medallón de Thule que lo tenía guardado entre sus ropas y cuando los soldados se disponían a tirarle, un destello blanco salió del artefacto y a la postre despidió una energía que los dejó reducido a huesos.
A todo esto Weiss hizo el ademán de subir en el Mercedes Benz 540 k para escapar, pero cayó fulminado de un disparo en la frente que efectuó Emil con su fusil Springfield con mira telescópica, Max se acercó al cuerpo del yerno de Von Der Beck y dijo: —Que la Muerte te acoja con su gélido y perenne abrazo... Ruhe in Frieden. Esa fue la última ocasión en que los alemanes trataron de asediar a los Asesinos.
Al atardecer del día siguiente se reunieron Sophie, Leonid, Ludwig, Bautista, Déborah, Pauline, Bastian del Círculo de Kreisau y como invitada Paola Morelli, estaban todos vestidos con ropas oscuras y con capuchas, Ludwig avivaba un brasero, Leonid y Max se habían parado uno a la par del otro a la vez que Pauline hizo subir a Emil al estrado a la vez que Leonid murmuraba un cántico: —Laa shay’a waqi’un moutlaq bale koulon moumkine... son las palabras de nuestros ancestros, las que ocupan el corazón de nuestro Credo.
Max dio un paso al frente y dijo a Emil mirándole detenidamente a los ojos: —Aunque muchos hombres sigan ciegamente a la verdad, recuerda:— Que nada es verdad —fue la afirmación de Emil-Por más que varios hombres se dejen cegar por la moral y las leyes ten presente...— Que todo está permitido.
A esto añadió Max: —Trabajamos en las tinieblas, para encontrar la luz, somos Asesinos.
Ulteriormente los presentes dijeron unánimemente: —Nada es verdad, todo está permitido, nada es verdad, todo está permitido.
Subsiguientemente Max tomó la mano de Emil diciéndole: —Ha llegado el momento que tanto has aguardado— en estos tiempos que vivimos no somos exactos como los que nos precedieron, no es preciso quitar uno de los dedos, pero llevamos un sello hasta nuestra muerte —Hizo un entretiempo y continuó— ¿Estás decidido unirte a nosotros?
Emil consintió afirmativamente moviendo su cabeza y extendió su mano sin dudarlo, mientras que Ludwig acercó el hierro de mareaje que emplearon en la ceremonia de Max y lo situaron por encima del dedo del joven Asesino, finalizado el ritual Max le colocó la medalla con el símbolo de los Asesinos.
—Antes de concluir con todo —manifestó Leonid— Después de varias observancias en su accionar, y tras largas conversaciones, hemos decidido designar a Max Edwin Von Hagen como Maestro y Guía de la Hermandad, aunque seamos un número reducido, ya que él fue quien nos ha mantenido firmes, a pesar de las dificultades que se nos presentan en estos tiempos de oscuridad, creo que sin su intervención, los nazis hubieran continuado atropellándonos.
Después del discurso de Leonid, Max se dirigió a los presentes: —Honestamente esto ha sido algo inesperado para mí y me resulta un sueño, espero poder serles útil y que sigan confiando en mí, no deseo que me endiosen ni que se postren ante mí como si fuera un soberano déspota, más bien trátenme como un amigo; en estos dos años he deambulado de un lado a otro tras los rastros de quienes destruyeron nuestros sueños queda camino por recorrer y aguardo contar con ustedes en todo instante..
Concluida la prédica de Max ascendieron todos a lo alto de la casa del fígaro de Mozart-Te toca tu salto de fe —le señaló Leonid a Emil.
Emil miró hacia abajo, para suerte de él y los demás había un carro con suficiente heno, el Asesino vaciló unos instantes pero ante la mirada escrutadora de los demás se arrojó, luego fueron haciéndolo los otros, al último quedaron solamente Leonid y Max.
—Después de ti —manifestó Leonid.
Max se lanzó al vacío y cayó de cuclillas al pajonal y se sacudió sus ropas, el último en tirarse fue Leonid.
Tras el ritual Max se reunió con Leonid y Emil en el estudio del refugio del casco antiguo.
—Muy bien-expresó Leonid —ahora que Max está a la cabeza de los Asesinos deberá planear dar el golpe en el corazón del poder del Tercer Reich.
—Leonid, siempre fuiste un guía y consejero para mí y lo seguirás siendo —le aclaró Max.
—Por eso mismo, ahora deberás abocarte a esa tarea —fue la respuesta de Leonid.
—Stauffenberg está decidido a toda costa terminar con el Führer, pero su contexto es un nido de serpientes venenosas y sedientas por la ambición de poder, todos se pujan por ser los posibles sucesores de Hitler, así que me radicaré en Berlín para seguir de cerca los sucesos, en cuanto a Emil, deberá quedarse aquí trabajando con ustedes, si los ingleses y los americanos logran liberar Francia y el ejército soviético avanza, los nazis harán lo imposible para contrarrestar la ofensiva.
—Recuerda que estarás solo allá —le manifestó Leonid.
—Tomaré los recaudos necesarios-respondió Max.
Transcurrieron diez días, Max viajó en tren hacia Múnich donde permaneció tres días y de seguida marchó a Berlín a la expectativa de los eventos.